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CONFLICTIVIDAD Y VIOLENCIA URBANAS
El aumento de la delincuencia en la sociedad moderna
Por Juan Algorta Plá
En los últimos años ha habido una elevación de la delincuencia en varios, si no en casi todos los países, especialmente en las grandes urbes de las naciones subdesarrolladas, con altas densidades de población. Asaltos callejeros, robos de autos y hasta invasiones de domicilios, se han hecho cada día más frecuentes. La adopción deliberada de algunos programas de desarrollo económico presentó problemas nuevos. Parece llegada la hora de hacer un esfuerzo para interpretar la ola de violencia física, y buscar las verdaderas causas de esos comportamientos antisociales, para poder controlarlos. Mientras continuemos atacando los síntomas y no las causas, estaremos gastando, sin resultados, los recursos que serían urgentemente necesarios para mejorar las condiciones de vida de las poblaciones.
Paralelamente con el aumento en el número de delitos, observamos un agravamiento en el tipo de actos cometidos, con una mayor frecuencia de casos de violencia contra personas y de homicidios. Es interesante analizar los mecanismos psicológicos del individuo que comete estos actos violentos (individualismo metodológico). Parece claro que el principal objetivo de los agresores es satisfacer algunas necesidades materiales, sin excluir otras motivaciones.
El sujeto que vive en condiciones de carencia observa como otros desperdician irresponsablemente aquellos bienes que a él, o a sus familiares, permitirían subsistir. La difusión del comercio clandestino de drogas ha contribuido, sin duda, a agravar el problema de la violencia, aunque no sea su causa única. La persistencia de necesidades insatisfechas genera condiciones sociales que favorecen las conductas delictivas.
Las soluciones que se han manejado, en su mayoría, incluyen el endurecimiento de las penas para los autores, en la creencia de que con mayor rigor se resolvería el problema. Se ha propuesto la reducción de la edad de responsabilidad penal o la prolongación de las penas de reclusión, y con frecuencia se proponen penas de prisión más largas o incluso la pena de muerte. Pero esta filosofía rigorista pasa por alto que el delincuente generalmente busca solucionar sus necesidades, al tiempo que subestima el peligro de ser sorprendido y capturado, ya que confía en su buena suerte y en su habilidad para escapar. Una interpretación más realista fue ofrecida por Becker, lo que le mereció el premio Nobel de economía de 1992: el individuo que decide robar compara la ganancia que obtendría con la probabilidad de ser descubierto y castigado, eligiendo la estrategia más ventajosa.
Hay una relación entre las políticas que estimulan la industrialización en los países capitalistas y la eclosión de conductas violentas. Los programas de desarrollo industrial estimulan la migración de grandes contingentes de trabajadores rurales en busca de empleo en las ciudades. El flujo de migrantes es causa de que los servicios de bienestar queden sub dimensionados (salud, vivienda, educación, transporte, seguridad, entre otros campos), dando lugar a la frustración de las expectativas de esos migrantes.
Por otra parte, se sabe que la economía capitalista pasa por crisis cíclicas de recesión, con desempleo generalizado, que producen fuertes caídas en el poder de compra. Durante estas crisis, las carencias de los servicios en las ciudades superpobladas contribuyen a la proliferación de delitos, lo cual refleja el hecho que hay situaciones en que los individuos no son totalmente libres al tomar sus decisiones. La urgencia del sujeto por satisfacer sus necesidades lo predispone al delito. La interacción social contribuye a determinar y condicionar las decisiones individuales.
Se hace muy costoso para la sociedad capturar a un número muy alto de delincuentes, especialmente en las fases recesivas. La sociedad se resiste a gastar sus ahorros en la construcción de nuevas cárceles, por lo que la capacidad de los establecimientos de detención está permanentemente excedida. Cuando la proporción de presos en el total de la población es demasiado alta, debemos pensar que la sociedad no está ofreciendo a los ciudadanos las condiciones sociales adecuadas para la convivencia social constructiva.
El objetivo de la sociedad debe consistir en ofrecer condiciones para que cada ciudadano pueda superar sus problemas con dignidad, haciendo su contribución social dentro de los ideales de libertad, igualdad y fraternidad, desarrollando su laboriosidad. Para eso es esencial que cada individuo acumule experiencias positivas, que le permitan construir una autoimagen satisfactoria y lo incentiven a buscar creativamente las formas en que pueda contribuir al mejoramiento de las condiciones de su comunidad.
La reacción de los pobres frente al desperdicio de los ricos es muy variada. Algunos lo aceptan pasivamente, pero muchos deciden apoderarse por cualquier medio de aquellos bienes necesarios que no están a su alcance. La capacidad de compra necesaria para conducir su vida en forma aceptable, debe ser desarrollada a través de un largo proceso que incluye diversas fases de aprendizaje y de interacción del individuo con sus conciudadanos.
El aumento de la violencia es característico de las sociedades que se inician en el camino de la industrialización, especialmente motivado por la migración de grandes números de trabajadores desde el medio rural, o de otras regiones de bajos ingresos. La mecanización de las tareas rurales disminuye la demanda de mano de obra, dando lugar a una masa enorme de desempleados que se dirigen a las ciudades industriales en busca de empleo.
La abundancia de mano de obra incentiva la inversión industrial al mantener los salarios muy bajos, lo que permite que la ganancia de los empresarios sea más alta. Cuando las ciudades crecen muy rápido, los servicios resultan insuficientes para atender a todos, dando lugar a un elevado número de personas marginadas. Se trata de un fenómeno social conocido y la sociedad debería prepararse para enfrentarlo al ejecutar los programas de desarrollo industrial.
La desigualdad de los ingresos también favorece el surgimiento de más individuos dispuestos a cometer delitos. En las ciudades modernas conviven individuos muy pobres con algunos, pocos, muy ricos: los pobres pasan necesidades mientras presencian el frecuente despilfarro practicado por los ricos. La propaganda comercial, dirigida a los estratos más pudientes, incentiva el consumo de bienes que están fuera del alcance de los pobres, y con eso incentiva su frustración como consumidores. En términos estadísticos, es corriente que en los estratos sociales más bajos haya una mayor incidencia relativa de delitos contra la propiedad. La evidencia del consumo de lujo, al lado de las necesidades insatisfechas, genera el ambiente propicio para la proliferación del delito.
La historia de las sociedades desarrolladas confirma las observaciones anteriores. Considerando el ejemplo de Gran Bretaña, observamos que la frecuencia de delitos se hizo intolerablemente alta en Londres en el siglo XVIII. Era la época del inicio del capitalismo industrial, con fuerte inmigración de campesinos que se veían desplazados de sus tareas por la mecanización agrícola. En la ciudad, los migrantes debían aceptar empleos con salarios garantidos pero de nivel bajísimo. Las dificultades encontradas indujeron a muchos a cometer delitos: los contraventores eran recluidos en cárceles, que terminaron abarrotadas de presos. Como no había más lugar en las cárceles, comenzó la política de enviar a los detenidos a las colonias. Inicialmente a las colonias inglesas de América y más tarde, a Australia. Los nuevos colonos recibían pequeños lotes de tierra e instrumentos para trabajarla. Años más tarde, las colonias australianas fueron visitadas por Charles Darwin, en su viaje alrededor del mundo, quien dejó un testimonio escrito de su admiración por el orden y la productividad que habían alcanzado aquellos colonos, traídos como deportados por sus conductas antisociales.
Parece oportuno enfatizar que la frecuencia de delitos sólo decayó en las ciudades industriales cuando el nivel de los salarios mínimos se elevó. En la actualidad, muchas ciudades consiguieron superar la violencia mejorando los servicios públicos y elevando el poder adquisitivo de los salarios. En especial, la educación desde el nivel preescolar es importante para fortalecer el deseo de aprender y la autoestima de los ciudadanos, pero la educación no resuelve por sí sola el problema de la violencia, simplemente proporciona a los ciudadanos algunas herramientas para enfrentar los desafíos de la vida.
El progreso social exige que se dediquen recursos para mejorar los servicios públicos. Es de esperar que, en la medida en que la educación formal sea eficiente y la distribución de ingresos se equilibre, habrá una menor incidencia de conductas delictivas, generando las condiciones para la paz social y el progreso, lo que permitiría que los individuos estén motivados para la vida social. En ese contexto, la acción policial puede ser más eficiente al controlar los eventuales desvíos de conducta. Al contrario, una sociedad desajustada produce delincuentes con mayor rapidez que su control ulterior.
Cada sociedad da lugar a diferentes tipos humanos en proporciones que le son características, en función de variables estructurales como la densidad de población, la distribución del ingreso o la disponibilidad de recursos naturales, entre otras. Las personas que incurren en actividades delictivas son más frecuentes en sociedades con fuertes desigualdades sociales, que no han dado suficiente atención a las correspondientes variables estructurales. Las medidas destinadas a mejorar la estructura social pueden demorar en producir todos los resultados esperados. Pero hay que empezar sin demora para evitar que las condiciones se agraven, lo que hará más difícil su recuperación y demorará el desarrollo social.
Referencias:
Aydon, Cyril, 2007. Historia del Hombre. Ed. Planeta.
Becker, Gary, 1968. Crime and Punishment: economic approach.
Dobb, Maurice, 1993. A Evolução do Capitalismo. Ed. Guanabara.
Durkheim, Emile. Regras do Método Sociológico. Ed. Martin Fontes, 2007.
Wallerstein, Immanuel, 1985. Capitalismo Histórico e Civilização Capitalista. Ed. Contraponto.
Weber, Max, 1904. Ética protestante y el espíritu del capitalismo.