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LA OLIGARQUÍA EN EL PODER SIN COMPLEJOS
Gobierno Macron: versión francesa de la post-política
Un gobierno de lobistas, liberados de los lastres político partidarios, que aspira a obtener el próximo 18 de junio la mayoría parlamentaria en Francia, sostenido por una inusitada campaña mediática.
Por Gabriela Balkey
Estamos entrando en el mundo de la "post‑política", fundada sobre la convicción de que no hay alternativa a la mundialización neoliberal, y declarando por ello obsoleta la contradicción entre derecha e izquierda. Actualmente, la oligarquía de las potencias centrales proclama la muerte clínica de los partidos políticos, ya que al no haber alternativa a la mundialización neoliberal, el antagonismo izquierda/derecha es caduco y obsoleto. Esta perspectiva se funda en el TINA (There Is No Alternative) de Thatcher, que está pasando de ser un supuesto teórico a una realidad más que tangible.
Si no hay alternativa, entonces ¿qué queda? El pensamiento único. Cuando usamos esta expresión, nos referimos puntualmente a que el pensamiento neoliberal se ha transformado en "lo normal", se ha vuelto "lo real", algo que no se puede cuestionar ni criticar, una evidencia.
Hemos entrado casi sin darnos cuenta en un totalitarismo oligárquico con enormes similitudes con el 1984de Orwell con el Gran Hermano a la cabeza de un poder único, de un partido único. Macron es, en ese marco, la versión francesa de esta realidad que vimos emerger en Alemania primero con la "gran coalición", en España más tarde viendo al PSOE entregarle el gobierno al PP para hacer con él las políticas neoliberales "únicas posibles", y ahora en Francia con la emergencia de un movimiento que agrupa a todos los liberales, vengan de donde vengan. En cada país la post‑política se declina de manera diferente, pero no se necesita rascar demasiado para observar el mismo fenómeno.
Así se nos presenta esta nueva forma de gobernanza conocida como "centrismo radical", donde no habría políticas económicas de izquierda o derecha sino "buenas políticas" o malas.
Chantal Mouffe señala que "Macron es la perfecta encarnación la post‑política". De una perspectiva que prohíbe todo debate, señalando toda oposición o crítica como "extremismo" a fin de imponer las ideas neoliberales como las únicas posibles y razonables. De allí que tanto Mélenchon como Le Pen son asimilados por igual a "los extremistas"; todo aquello que no es extremista, es razonable y por ende, neoliberal.
Edouard Philippe es el nuevo Primer Ministro francés, un lobista pro‑nuclear de AREVA (empresa de de energía atómica), contrario a toda medida ecológica, contrario al matrimonio igualitario, contrario a la ley de transparencia de los cargos electivos, contrario a las leyes sobre la igualdad entre el hombre y la mujer, emergido de las filas del partido Les Républicains (LR), de derecha. Otros ministros presentan el mismo perfil, así como los candidatos a diputados, salvo Nicolas Hulot, un personaje mediático ecologista, que aparece dentro de este gobierno como un "oso polar en el Sahara", en el intento de Macron de mostrar una contrapartida muy mediática al resto de su gobierno.
Así nos encontramos con el Gran Hermano Macron que representa a la oligarquía sin ningún complejo, nombrando un gobierno repleto de figuras dedicadas al lobismo empresarial, lleno de conflictos de intereses por todas partes, algunos de los cuales ya han llegado a cierta prensa. Destaca en ese entorno por ejemplo un ex‑miembro del MEDEF (la asociación patronal de las principales empresas francesas).
Los medios de comunicación, como segunda piel del sistema, están haciendo una campaña masiva y feroz a favor de Macron de cara a las próximas elecciones legislativas que se celebrarán el 11 y el 18 de junio, en que el novel presidente aspira a la conquistar la mayoría parlamentaria. "El mundo subyugado por Macron", titula Le Monde; "Macron seduce al mundo", "Macron el genio", y un sinfín de etcéteras. Una campaña que incluso varios periodistas veteranos tildan de "nunca vista" y de "excesiva". Pero ya todos sabemos que los medios masivos de comunicación no conocen límites. Macron visto a través del 99% de los medios (casi todos ellos en manos de 9 multimillonarios) es una especie de Superman que ha venido a salvar a Francia y todos quienes osen criticarlo son extremistas peligrosos y ontológicamente malvados. Así, la campaña de diabolización contra Mélenchon no solo no ha mermado tras las presidenciales, sino que, al contrario, se ha acentuado. El líder de la "Francia Insumisa" se presenta como candidato a diputado por Marsella, segunda ciudad de Francia, donde ganó por buen margen en la presidencial. Nadie sabe a ciencia cierta cuáles serán los resultados de estas elecciones históricamente signadas por una pobre participación. Al haber desaparecido los marcos de referencia tradicionales (PS y LR) fagocitados por el movimiento "En Marcha" de Macron, por el Frente Nacional de extrema derecha y por la Francia Insumisa de Mélenchon, los encuestadores no tienen muchos parámetros con los que trabajar.
Se respira en el aire un tufo a "ya fue", "ya no hay nada que hacer" bastante desmoralizador para las fuerzas de izquierda. La actitud mezquina del PCF (Partido Comunista Francés) no ayuda. Se recordará que en un principio la dirección del PCF no quería apoyar a la Francia Insumisa, y fue la votación de las bases la que torció ese rumbo. Ahora la dirección, sin consultar a las bases, no llegó a un acuerdo nacional con la FI. Como lo hicieran ya con el Front de Gauche en 2012, el PCF pretendió capitalizar la fuerza obtenida por la FI para sus propios cargos, lo que condujo a la muerte de ese Frente. En esta oportunidad Mélenchon se opuso a esos arreglos de "aparatchiks" y propuso que todos los candidatos se presentaran bajo la sigla FI, firmaran una declaración en la que se comprometían, entre otras cosas, a defender el mismo programa y a respetar la disciplina partidaria. Los comunistas no aceptaron ni lo uno ni lo otro. No obstante, hay varios diputados comunistas apoyados por la FI, especialmente Marie‑Georges Buffet, ex‑Secretaria General del PCF. El PCF hace alianzas en algunos lugares con el PS, en otros con la FI, en otros con nadie, y es tal la crisis que hay, por ejemplo, un candidato comunista contra un candidato de la FI cuyo suplente también es comunista. Se habla de un próximo congreso de crisis en que no se excluye, incluso, el cambio de nombre del partido.
EL PS por su parte no levanta cabeza tampoco (también se habla de cambiarle el nombre al partido, como si ello fuera a cambiar sustancialmente alguna cosa). Más de la mitad de sus candidatos han declarado públicamente que apoyarán a Macron, ya que obviamente "there is no alternative", mientras que una pequeña porción persevera en representar un ala más de izquierda que parece no tener espacio fuera de la FI pero a la que no están dispuesto a adherir pues no están dispuestos a abandonar el PS. Por su parte la derecha (LR), no está muy lejos de presentar el mismo discurso, sólo que teniendo una base electoral mucho más sólida, y puede salir beneficiada pues no tienen el obstáculo que Fillon y sus casos de corrupción representaban en la presidencial.
Lo que resulta evidente es que, mientras la oligarquía toma directamente el poder, ya liberada de sus ropajes partidarios, en las clases populares constatamos una especie de "timidez social" extrema, signada o por la resignación o por el miedo. Es perfectamente esperable que la abstención en las legislativas de estos sectores sea gigantesca: no están contentos con la elección de Macron, pero sienten que no hay nada que se pueda hacer contra el sistema. El descreimiento en el mundo político es enorme y hunde sus semillas en el terreno abonado de la post‑política. La durísima campaña mediática masiva contra Mélenchon penetra naturalmente en las capas menos formadas de la sociedad y es posible que buena parte del 20% que lo votó en las presidenciales no se desplace para las legislativas.
El panorama pinta bastante sombrío si se tiene en cuenta que, a pesar de todo, la izquierda progresa, pero cada vez que se acerca en las encuestas, 2 o 3 días antes de las elecciones se produce, misteriosamente, algún atentado, limitando fuertemente el impacto de los discursos de solidaridad y reforzando los de odio que tan bien vienen a las ultraderechas que, como ya explicamos en el artículo anterior, funcionan como perfectos espantapájaros del sistema, captando el voto popular que debería ir naturalmente a la izquierda. Lo vimos en Francia, no en una sino ya en dos elecciones consecutivas, y acabamos de verlo en Londres, justo cuando las encuestas daban a Corbyn apenas a 3 puntos de May.
Sin embargo, una luz de esperanza viene colgada en la mirada de los jóvenes. Un 30% de los jóvenes votó a la FI, de la misma forma que los "milenials" apoyaron a Sanders en EE.UU. y una enorme parte de la juventud votó a Podemos en España. Aparentemente también sería un voto joven masivo el que apoyará a Corbyn en Inglaterra. Las nuevas generaciones parecen no creerse mucho el cuento de la post‑política, principalmente porque son quienes más sufren la precariedad, el desempleo, la pobreza, y quienes son profundamente conscientes del suicidio colectivo que implica no cambiar nuestros hábitos de producción y consumo para preservar el único ecosistema compatible con la vida humana que conocemos. Son jóvenes que han crecido con la conciencia de que el capitalismo ya no es compatible con la supervivencia de la propia especie humana, y a larga eso seguramente será determinante.
La post‑política es un fenómeno posmoderno, es su expresión política última y más acabada. No durará mucho porque lamentablemente la "lucha de clases" es bien real y tangible, y el cambio climático también, y ambos imponen la necesidad de la confrontación de ideas, de la presencia de intereses antagónicos y, en la medida en que éstos no tengan presencia en la política ni en los medios de comunicación masiva, la piolita se puede tensar hasta el punto de romperse. No durará mucho, es cierto, pero el problema es que todo pinta para que la cosa termine muy mal.