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PANDEMIA Y DESPUÉS
¿Qué nueva normalidad necesitamos?
Por Omar Sueiro
Han transcurrido cien días desde que muriera la primera víctima de Covid-19 y parece que hubiera sido toda una década. Es natural, porque en ese cortísimo tiempo enfermaron casi 7 millones de seres humanos y murieron nada menos que 400.000 en todo el mundo, de los cuales 108.000 en los Estados Unidos, y aquí al lado, en Brasil, la hecatombe llega a 40.000 decesos.
La dimensión de las anomalías sociales y económicas de toda índole que produjo y va a seguir ocasionando el coronavirus, hace prever que no solo no se recuperarán fácilmente los niveles de vida y actividad anteriores, sino que la situación va a ser mucho peor en todos los plazos imaginables.
El Presidente de la República, Dr. Luis Lacalle Pou, señaló que al levantamiento de la cuarentena sobrevendrá una “nueva normalidad”, para cuya definición no se ataría a la ortodoxia económica y pondría en práctica medidas -a su entender- “heterodoxas”.
En el número anterior de vadenuevo publicamos el artículo La "Nueva Normalidad" del Presidente de la República - ¿Un "Nuevo Trato" como en EE.UU. en los años 30?, en el que describimos y analizamos la política llevada adelante por el presidente Franklin Delano Roosevelt para superar la más profunda crisis del capitalismo de aquellos tiempos. Era nuestro propósito el que dicho conocimiento proporcionara elementos para definir las políticas a aplicar con el fin de estar preparados para la grave situación que se avecina.
El New Deal aplicado por Roosevelt durante los doce años en que ejerció la presidencia de los Estados Unidos, hasta su fallecimiento en 1945, permitió superar la crisis del 29 y generó el Estado de Bienestar (“Welfare State”) que rigió en ese país por espacio de medio siglo.
Fue un programa pragmático y heterodoxo, de signo absolutamente contrario a las medidas ortodoxas basadas en el “laissez faire” de su predecesor, el republicano Herbert Hoover. Estas, en cambio, eran pro-cíclicas, por lo que solo sirvieron para agravar la situación.
El propio Roosevelt calificó los cambios que introdujo como “una revolución pacífica, sin violencia, sin violación del derecho equitativo de todo individuo o clase social” (del libro de F.D. Roosevelt En Marcha -The test of our progress, en el original en inglés).
Efectivamente, puede hablarse de una revolución,[1] realizada en el marco del capitalismo para salvar al sistema, que se había desnaturalizado completamente.
El capitalismo normalmente funciona “rengo”, desnivelado, porque su propia esencia genera tensión entre sus operadores, oferta vs. demanda, precios de compra y de venta, cobros vs. pagos, salario y productividad, empleador y trabajador, intensidad y rendimiento, etcétera, siendo pocos los períodos de equilibrio. Aparecen entonces las crisis, que generan un nuevo equilibrio al “acomodarse los zapallos en el carro”. Sin embargo, cuando a los ajustes se los deja actuar por sí solos, con el “piloto automático” y librados al “libre juego del mercado”, el efecto es anárquico, su continuidad se ve comprometida y generalmente existe un alto grado de injusticia social.
En estas circunstancias, las autoridades suelen participar para asegurar la sostenibilidad y la justicia, y tratan de orientar el ajuste para lograr la nueva realidad que su saber y entender definen como adecuada. Así actuó Franklin D. Roosevelt, quien modificó las normas básicas de la economía norteamericana con un giro de 180º, llegando incluso a medidas inéditas como el abandono del patrón oro de la moneda y posteriormente la fijación de un respaldo en oro muy inferior, con lo que devaluó significativamente el dólar. Roosevelt puso el acento en generar producción y facilitar (o incluso imponer) el empleo, que la crisis había reducido a mínimos nunca antes registrados.
Los principales problemas de la economía global capitalista, agravados por la pandemia de Covid-19
Para definirlo en forma muy simplificada, puede decirse que el capitalismo sigue funcionando desnivelado y, en el momento en que las diferencias son muy grandes, se producen grietas y rupturas, económicas y sociales. Esto puede resumirse en este enunciado: Hoy por hoy, en todo el mundo, SOBRA GENTE para trabajar y FALTA para consumir. Porque, además, el salto tecnológico genera cada vez más sobrantes de mano de obra y el proceso de selección va dejando fuera del sistema a los menos capacitados y con menor productividad, hecho que acarrea otras calamidades como el grave deterioro de la seguridad ciudadana.
De más está mencionar que estas gravísimas falencias, al provocar la pobreza, indigencia y miseria, tuvieron y tienen trágicos resultados para la salud en el mundo, pues son el caldo de cultivo de gérmenes patológicos de toda especie y fueron fundamentales para la expansión pandémica del mal conocido como coronavirus.
Las últimas cifras proporcionadas por el ministro de trabajo uruguayo, Dr. Pablo Mieres, revelan la magnitud de la crisis provocada por la emergencia sanitaria y cuantifican los daños en materia laboral: las arcas estatales financiaron el pago de 161 millones de US$ en concepto de pagos por seguro de paro totales y parciales.
Los montos del seguro cubren hasta el 70% de los salarios perdidos hasta un máximo de 45.000 pesos mensuales. Por lo tanto, el monto de las remuneraciones perdidas por los trabajadores empadronados (en blanco) supera los 200 millones de dólares, a los que debe adicionarse la suma correspondiente a los trabajadores no registrados en la Seguridad Social, que no percibieron nada.
Trabajo y vivienda digna son requisitos sanitarios imprescindibles
La lucha contra la infección de Covid-19 demostró que sin ingreso y sin vivienda es imposible una cuarentena y la misma solo pudo cumplirse gracias al estoicismo y el coraje de los más pobres y el sentido solidario del pueblo uruguayo.
Debe encararse una política de Estado para que nadie quede involuntariamente desocupado, de manera que no le sea necesario recurrir a la caridad para conseguir los medios suficientes y no constituirse en un obstáculo para la salud individual y colectiva. Lo establece la Constitución.
El combate contra la enfermedad no requirió elementos sofisticados ni demasiado caros en los hogares con ingresos medios adecuados. Apenas medios simples de higiene, agua corriente, jabón, desinfectante y algunos trozos de tela y elástico para fabricarse un tapabocas. La cuarentena exige una vivienda higiénica, con un baño limpio, agua corriente y energía eléctrica y con determinado espacio disponible para los “cuarentenarios”. El estado del Fondo de Vivienda actual hace resaltar como un inmenso logro el cumplimiento de la cuarentena por parte de nuestros compatriotas más pobres e indigentes, que han respetado al resto de la población haciendo el sacrificio inmenso de encerrarse dos meses en ámbitos inhóspitos, dentro de los cuales muchos no habríamos aguantado estar ni un par de horas.
Debe tenerse muy presente que el virus es más mortal para los más débiles, los más viejos y los más pobres. El camino y los medios que utilizó en su expansión, la ruta elegida para invadir el mundo, al comienzo fue la de las clases pudientes; viajó en avión, entró por los aeropuertos -más preocupados allí por impedir la entrada de terroristas que por identificar a los enfermos-, siguió en los barrios de pobladores acomodados con ingresos para viajar y, finalmente, fue contagiando a las personas de menor poder adquisitivo relacionadas con los viajeros y sus familias, primordialmente por vínculos laborales, coincidencia en espectáculos masivos y servicios comunes para los diferentes estratos sociales.
Pero el cambio se produjo, de manera absolutamente inesperada por su intensidad y velocidad de contagio, en los barrios populares (asentamientos y viviendas hacinadas y en mal estado) de las grandes ciudades. Tan importante ha sido que, en esos lugares, en los últimos diez días se ocupó súbitamente el 40% de las camas reservadas para combatir el mal. Por otra parte, en Sudamérica existen las villas-miseria, las poblaciones y favelas, que de golpe experimentaron cifras de contagio muy importantes -aun a nivel mundial- del orden de 20, 30 o 40%, mientras que en los barrios acomodados linderos las tasas no superaban el 2%.
Las garantías constitucionales que amparan el trabajo y la vivienda en el Uruguay
Artículo 7- Los habitantes de la República tienen derecho a ser protegidos en el goce de su vida, honor, libertad, seguridad, trabajo y propiedad. Nadie puede ser privado de estos derechos sino conforme a las leyes que se establecieren por razones de interés general.
Artículo 8- Todas las personas son iguales ante la ley, no reconociéndose otra distinción entre ellas sino la de los talentos o las virtudes.
Artículo 40- La familia es la base de nuestra sociedad. El Estado velará por su estabilidad moral y material, para la mejor formación de los hijos dentro de la sociedad.
Artículo 44- El Estado legislará en todas las cuestiones relacionadas con la salud e higiene públicas, procurando el perfeccionamiento físico, moral y social de todos los habitantes del país.
Todos los habitantes tienen el deber de cuidar su salud, así como el de asistirse en caso de enfermedad. El Estado proporcionará gratuitamente los medios de prevención y de asistencia tan solo a los indigentes o carentes de recursos suficientes.
Artículo 45- Todo habitante de la República tiene derecho a gozar de vivienda decorosa. La ley propenderá a asegurar la vivienda higiénica y económica, facilitando su adquisición y estimulando la inversión de capitales privados para ese fin.
El trabajo y la construcción de viviendas, generadores de demanda
El trabajo es fundamental para generar la demanda. La evolución del capitalismo per se -como la resultante de múltiples acciones individuales en pro de obtener el mayor beneficio- tiende a contradecir las leyes de su propio funcionamiento integrado. Por lo tanto, al no respetar los equilibrios mínimos en juego, el capitalismo se desnaturaliza y se torna violento. Los recursos no deben desperdiciarse, cuando faltan o por el contrario son excedentarios, entonces el sistema se transforma en un “capitalismo tóxico”.
Y lo más grave le pasa cuando el mercado no funciona o no existe. Un caso claro es cuando hay una necesidad, pero los que la experimentan no tienen los recursos necesarios para transformarla en demanda: sin trabajo no hay ingreso, sin ingreso no hay demanda y sin demanda no hay mercado.
Ante la ola de desocupación que trajo la pandemia, los países han tomado resoluciones de pagar a los desocupados rentas de emergencia (seguros de paro totales o parciales, rentas equivalentes a salarios mínimos o medios, rentas básicas generales y otros mecanismos similares). Pero sin duda la mejor solución, la más digna, es proporcionar a quien se queda sin empleo la posibilidad de conseguir otro trabajo, en lugar de entregar dinero sin contrapartida.
La construcción de viviendas con el fin de eliminar los asentamientos genera trabajo y consume materiales, de modo que también genera demanda.
Es en ese sentido que deberían enfocarse los mayores esfuerzos de nuestros gobiernos. Cuando decimos “nuestros” en plural nos estamos refiriendo a la vez al gobierno nacional y a los gobiernos departamentales.
La Nueva Normalidad, si llega en las condiciones que parecen avecinarse, tornará imprescindible crear trabajo a cualquier costo. Ello equivale a decir: crear demanda a cualquier costo. De otra manera, el sistema no funcionará ni medianamente bien para la población.
Se manejan diferentes cifras sobre la dimensión y la población de los asentamientos de Montevideo. Una de ellas considera que existen 36.000 de estos “lugares”, donde habitan 200.000 compatriotas. [2]
Tanto la Intendencia de Montevideo, como todas las del interior, podrían extender una red de colaboración mutua con el gobierno nacional, destinada a elaborar un plan de “destugurización” tendiente a eliminar lo más evidente e injusto de la desigualdad habitacional y ponerlo en práctica fundamentalmente con trabajadores sin un empleo decente.
La gente votará a quienes tengan presente sus sacrificios
Las Elecciones comunales de 2020 van a tener particularidades inesperadas. El pueblo uruguayo ha demostrado suficientemente que tiene muy en alto el valor de su voto como herramienta para solucionar sus problemas. Dicho brevemente: nadie con dificultades de empleo va a ir a votar por un partido que no ofrezca soluciones de corto y mediano plazo para superar la escasez de trabajo y la insuficiencia de los salarios. Estos aspectos deberán estar en primer lugar en las plataformas electorales de los partidos y candidatos que pretendan alcanzar las jerarquías municipales.