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CULTURA POPULAR

 Publicado: 01/07/2020

El fenómeno del tarantismo en el Salento (II)


Por Giorgia Scurato


(Reiteramos aquí la introducción ya presentada en nuestro número anterior para que sirva de antesala a la continuación y finalización del presente artículo).

 

El fenómeno del tarantismo llamó la atención, en distintas épocas y con diferentes propósitos, de intelectuales, eclesiásticos, médicos, científicos, artistas, viajeros y, solo más recientemente, de historiadores y filósofos.

En primer lugar, es necesario definir y describir cómo se manifestaba este complejo sistema conceptual y de comportamiento a los ojos de todos aquellos que estuvieron interesados en él. Los individuos afectados por el tarantismo son definidos atarantados; este vocablo lo encontramos en el antiguo diccionario de Covarrubias de 1611:

el mordido de la tarántula, es un género de insecto ponzoñoso, que de su picadura se sigue temblar el paciente con movimiento descompuesto de todo el cuerpo; y para disimularlo, y juntamente con tomar calor y sudor, les hacen son a los atarantados para que dancen. Tomó el nombre de Taranto, ciudad de Pulla [Apulia] en Italia, donde se crian estos animalejos. Cuando uno está alborotado, y menea la cabeza y el cuerpo descompuestamente, decimos que está atarantado. (p. 100)

 

 

A partir de esta definición, sabemos que el fenómeno era conocido y existía también en otros lugares, teniendo amplia difusión en las regiones del antiguo Reino de Nápoles; sin embargo, a partir del siglo XVIII, se presenta como un fenómeno localizado en Apulia, y precisamente en el Salento, donde siguió manifestándose hasta la mitad del siglo XX (y algunos pocos casos en las décadas sucesivas[1]).

El núcleo central del tarantismo está constituido por la (supuesta) mordedura de una araña (la tarántula), que envenena y genera una crisis que puede ser solucionada a través de una terapia coréutico-musical. Las crisis de los atarantados implican diversos síntomas: desde la apatía, melancolía, somnolencia, parálisis, hasta convulsiones, temblores, agitación, espasmos, rabia, vómitos, comportamientos bestiales. 

En el contexto ritual, los efectos del veneno de la tarántula son evocados a través de estímulos visuales y sonoros. Los primeros están relacionados con el tipo de araña responsable de la crisis. Por tanto, durante el ritual pueden utilizarse objetos, como pañuelos, de un determinado color y evitando otros.

Los estímulos sonoros son proporcionados por músicos que se trasladan a la casa del atarantado, donde se realiza la terapia. La habilidad de los músicos es muy importante, porque deben ser capaces de encontrar la melodía correcta y tocar hasta muchas horas por días, y por varios días; es decir, hasta la resolución de la crisis. En la danza del atarantado se ha identificado un ciclo coréutico articulado en dos distintas fases: la primera horizontal, en el suelo -interpretada como la identificación mímica del atarantado con la araña-, y la segunda vertical -interpretada como la lucha para aniquilar a la araña- (Carpitella, 1961).

Es necesario destacar otro elemento de las crisis: su resolución puede no ser definitiva. Esto quiere decir que la crisis (y la terapia) pueden repetirse anualmente. Por lo general, las crisis se producen en verano, especialmente alrededor del 29 de junio. Esta fecha relaciona el tarantismo con la figura de San Pablo y su capilla en la localidad de Galatina. No queda totalmente claro en qué momento comienza el vínculo. Sin duda luego de la Contrarreforma y las expediciones de los jesuitas; posiblemente, en base a las fuentes, poco antes de la mitad del siglo XVIII.[2]

La figura del santo fue introducida por el catolicismo, que intentaba desarticular las tradiciones, ritos y cultos paganos, produciéndose un sincretismo religioso. La dominación de la Iglesia se dirige a orientar la concentración de los atarantados, a finales de junio, en Galatina, para obtener la ayuda del santo.[3]

Los efectos producidos por la mordedura de animales venenosos fueron tema de estudio por parte de varios médicos y naturalistas a partir del siglo XVII, cuando se inauguró una literatura orientada hacia la consideración del tarantismo como enfermedad. La interpretación médica se mantuvo como la dominante hasta finales de la década de 1950, dividiéndose en dos corrientes: aquella que reconducía la enfermedad al síndrome tóxico producido por el veneno, y aquella que sostenía una alteración psíquica de los atarantados.

Actualmente existe una amplia literatura científica y narrativa sobre el tarantismo, que comenzó a producirse a partir de los estudios de De Martino en las décadas de 1950 y 1960. Pero fue con la explosión del “folk revival”, o “pizzicomanía” o “neotarantismo” [4](desde la década de 1990), que se enriqueció extraordinariamente, revelando distintas posturas acerca del tema. Según la perspectiva con la cual se observa el fenómeno, se hace hincapié en aspectos distintos que refieren a los orígenes y las causas.

Luego del análisis bibliográfico -no exhaustivo- realizado en la primera parte de este trabajo, pasaremos a continuación al análisis de un documento: una carta escrita en la segunda mitad del siglo XVIII, que revela la existencia del fenómeno del tarantismo y lo describe.

Análisis de la fuente

A partir del siglo XIV existen diferentes fuentes escritas que hacen referencia al fenómeno del tarantismo, a la tarántula y/o a la música y danza vinculadas con estos temas. En La tierra del remordimiento, De Martino cita al Sertum papale de venenis  de 1362, atribuido a Guglielmo De Marra como la más antigua. En esta obra se presta particular atención a la terapia coréutico-musical y sus efectos. Sucesivamente, el tarantismo se convierte en un fenómeno especialmente debatido tanto por intelectuales, eclesiásticos y eruditos, como por médicos y científicos.

En Commentarii in sex libros Pedacii Discoridis Anazarbei de Medica de 1554, Pietro Andrea Mattioli describe, en un capítulo dedicado a los animales venenosos, los efectos de la mordedura de la tarántula y la utilización de la llamada iatromúsica para su curación (Cerutti, 2011). Cesare Ripa, en su Iconología de 1618, representa la personificación de Apulia con una mujer adornada con un vestido cubierto de arañas. El siglo XVII posiblemente sea el período más prolífico de escritos sobre la temática. Athanasius Kircher (jesuita, erudito, científico) la estudia ampliamente, localizando el fenómeno en Apulia, durante el verano; hace notar que afecta sobre todo a los habitantes del campo y profundiza los aspectos de la terapia musical. La importancia de De Anatome, Morsu et effectibus Tarantulae, del año 1696 del médico Giorgio Baglivi reside en la divulgación que alcanzó. En este estudio se describen los distintos tipos de arañas, los efectos de sus venenos y algunos casos clínicos de individuos que sufrieron picaduras de estos y otros animales. A partir de ese momento, y hasta la primera mitad del siglo XX, el fenómeno del tarantismo fue examinado esencialmente desde el punto de vista médico y/o psicopatológico (Gruszczy´ska–Ziólkowska, 2007).

Sin embargo, para abordar el fenómeno del tarantismo, he elegido otro tipo de fuente escrita. Se trata de una carta, titulada “Sul Tarantismo” (Sobre el Tarantismo), enviada el 28 de setiembre de 1779, por el teniente coronel del ejército borbónico en el Reino de Nápoles Andrea Pigonati, al abad Angelo Vecchi. La carta fue publicada el mismo año en “Opuscoli Scelti sulle Scienze e sulle Arti. Tratti dagli Atti delle Accademie, e dalle altre Collezioni Filosofiche, e Letterarie, dalle Opere piú recenti Inglesi, Tedesche, Francesi, Latine, e Italiane, e da Manoscrtti originali, e inediti. Tomo II. Parte V” (Folletos Elegidos sobre las Ciencias y las Artes. Extraidos de las Actas de las Academias, y de otras Colecciones Filosóficas, y Literarias, de las Obras más recientes Inglesas, Alemanas, Francesas, Latinas, e Italianas, y de Manuscritos originales, e inéditos. Tomo II. Parte V) del editor Carlo Amoretti de Milán. Este último era un científico, polígrafo moderno y enciclopédico, claramente influido por las ideas ilustradas de la época; los volúmenes que publicaba reunían distintos tipos de estudios, ensayos y otros materiales.

En 1776, el rey Fernando IV[5] encargó a Pigonati, ingeniero de Siracusa (en Sicilia) la dirección de las obras para la reapertura del canal de conexión entre la cuenca interna y el puerto externo de Bríndisi, en el Salento. Desde hacía años, el área se había convertido en un enorme pantano insalubre, provocando una elevada mortalidad a causa de malaria, cólera y disentería. Entre 1776 y 1778, Pigonati tuvo la oportunidad de observar distintas situaciones relacionadas con el tarantismo, que luego describiría en su carta al abad Angelo Vecchi. Este último, evidentemente, estaba interesado en conocer las ideas de Pigonati acerca del tema, porque la carta comienza relacionándose con la inquietud del abad: ¿Volete che v'informi...? (¿Quiere que le informe...?). El eclesiástico residía en Toscana, lejos del Salento; podría pensarse que la Iglesia todavía se preocupaba por la existencia del fenómeno del tarantismo.

Pigonati afirma que recogió muchísimos hechos estando en el Salento, y realiza una crítica al médico, filósofo y literato Francesco Serao de Nápoles. Este último era un hombre de prestigio, que en 1742 publicó “Della tarantola o sia falangio di Puglia. Lezioni accademiche” (“De la tarántula o sea falangio de Apulia. Disertaciones académicas”), donde explica que el tarantismo no es una enfermedad, sino un “instituto”. Serao resume el estado de los conocimientos y estudios realizados hasta entonces sobre el fenómeno, y denuncia lo inadecuado de la investigación médica, en base a la escuela interpretativa racional de la Ilustración que rechazaba supersticiones y comportamientos no alineados con la razón.

Los progresos de las ciencias ilustradas en Nápoles durante el siglo XVIII impulsan al público erudito a menospreciar el fenómeno del exorcismo coréutico-musical, considerándolo una forma ritual trivial, y a reducir el tarantismo a disturbios psico-físicos. La intuición de Serao se anticipa, en parte, a la solución sociológica y “antimédica” de los etnólogos modernos, sin embargo es criticada por Pigonati por al menos dos razones. En primer lugar, Serao nunca estuvo en el Salento, por tanto no pudo observar directamente el fenómeno. Sus disertaciones se basan en informes de otras personas que Pigonati considera poco fiables y prejuiciosas. En segundo lugar, Pigonati confiesa que, en base a lo que afirmaba Serao, pensaba que el tarantismo era una fantasía, que se trataba de ebriedad y prostitución, que la población de Apulia era farsante. Pero pudo observar que el tarantismo era un mal real y que se curaba con la música. Para remarcar la importancia de las observaciones y experiencias directas, Pigonati hace referencia a autores locales (Giorgio Baglivi, Epifanio Ferdinandi y Nicola Caputi) que habían estudiado el fenómeno; y describe la naturaleza del clima (sequedad del suelo, falta de agua; el calor agobiante del verano), comparando la peor condición de Apulia con las otras regiones del reino.

Sucesivamente, Pigonati vuelve sobre el asunto de la mordedura de la tarántula y la veracidad del tarantismo. Sostiene que muchas personas, de las cuales muchísimas mujeres, sobre todo de sectores campesinos, sufren ese mal. Describe los síntomas (extrema debilidad, vómito, sudores fríos, mirada fija e inmóvil, pulso imperceptible) y agrega que estas personas son atendidas por médicos porque en principio no se cree en la posibilidad de que sea tarantismo, pero que finalmente el recurso que funciona es la música. Pigonati pasa a detallar cuáles instrumentos se utilizan (violín, tamboril, guitarra), y explica que es necesario encontrar la correcta combinación musical (modi) para que el enfermo comience a moverse, saltar y bailar; la música y la danza tienen que continuar por 8 o 10 horas por día, y esto por varios días.

Es interesante aclarar que De Martino en La tierra del remordimiento nunca hace referencia a la carta de Pigonati. Sí tiene en cuenta los escritos de Baglivi y Caputi, también nombrados en la carta: todos destacan que las mordeduras de las tarántulas ocurren en la época de verano. De Martino no descarta la posibilidad de que el lactrodectismo haya ofrecido la materia existencial sobre la cual ha sido trabajado el comportamiento simbólico del atarantado (De Martino, 1961). 

Pigonati, en su carta, advierte que no es su intención cuestionar si la mordedura de la tarántula es real, es decir la causa del tarantismo, sino asegurar la existencia de sus efectos en esos lugares. Además, insiste varias veces en definir el fenómeno como un mal real. Para sostener su posición utiliza distintos argumentos. En primer lugar, la cuestión económica: consultar al médico y luego la terapia musical suponen un gasto importante para la familia del atarantado, la cual tiene que contratar a los músicos, pagándoles sus servicios, los viajes, el alojamiento y la comida. La mayoría de los afectados eran de familias campesinas muy humildes. Este aspecto es también considerado por De Martino en su investigación: el tarantismo incidía de manera directa y específica en la esfera de los intereses económicos y en la vida de la sociedad. Además de los gastos para los músicos, el autor menciona las ofrendas para San Pablo (De Martino, 1961). Pigonati nunca hace referencia a la parte católica del ritual, es decir el culto a San Pablo y su capilla en Galatina donde cada año, el 29 de junio, se reunían los atarantados para obtener las gracias del santo. Se podría pensar que esto es debido a que la carta es dirigida a un eclesiástico.

Otro argumento de Pigonati para calificar de “mal” al tarantismo, es el aspecto que adquieren las atarantadas, que él define como “asqueroso”. El autor afirma que las mujeres, que antes tenían una buena o decente apariencia, se ponen muy feas. Los dos primeros argumentos están vinculados con otro: estas mujeres difícilmente pueden encontrar marido (por el aspecto y también por la cuestión económica). Evidentemente, en una sociedad campesina, tradicional y patriarcal, que se basaba en determinadas concepciones, la condición de estas mujeres no les era favorable. 

A todo ello, sigue razonando Pigonati, había que agregar otra cuestión muy importante: la posibilidad de que el tarantismo vuelva a afectar al año siguiente. De Martino lo define remordimiento, en el sentido de la acepción dada a la crisis anual que los atarantados atribuyen a la repetición anual (en el mismo período, es decir en verano) de la mordedura de la tarántula. El remordimiento representa un conflicto no resuelto (De Martino, 1961). Pigonati entiende que el tarantismo representa un grave problema para quien lo sufre y también para su familia: elevados gastos cada año ya que la crisis se repite, y dificultad de las mujeres para casarse.

Por otra parte, confiesa no tener suficientes pruebas acerca de la repetición (recordemos que estuvo dos años en el Salento), y haber visto danzar “por prevención”. En ese sentido, entiende que esta es la razón por la cual muchos creen que el tarantismo es una farsa; por ejemplo el erudito Barón de Riedefel al cual, sin embargo, no se le ocurrió observar a las que sí estaban afligidas por el mal. De lo que escribe Pigonati se puede deducir, además de la posibilidad de la repetición anual de la crisis llamada por De Martino remordimiento, que la danza (que él llama pizzica-pizzica) no es utilizada solamente como exorcismo. Pigonati, en la carta, afirma que ha observado un “sensible cansancio” después del baile, y agrega que no era lo mismo que en el caso de las atarantadas. Cabe pensar, entonces, que Pigonati entiende por “prevención” algo que en realidad es diversión.

Sin embargo, el autor de la carta también presenció una repetición de la crisis por parte de la hermana de un amigo suyo en ocasión de una fiesta. Los músicos tocaron la pizzica-pizzica, con la cual la mujer se había curado de tarantismo unos años antes, y esto desató la crisis transformando “la fiesta en luto”. Pigonati utiliza este ejemplo para explicar que las familias trataban de mantener oculto el mal frente al resto de la sociedad. Por otra parte, demuestra que existían casos de tarantismo en los sectores sociales más favorecidos (que tenían intereses y negocios en el campo), cuyas familias trataban de esconder el problema. Pigonati relata que los enemigos de la familia, para ultrajarla, contrataban músicos que tocaran de noche bajo la ventana de la atarantada para que esta gritara y bailara contra su voluntad.

Por todo lo expuesto en la carta, se entiende que su autor considera al tarantismo como un problema, un mal real, que se cura con la música, y que esta debería ser estudiada por médicos, arquitectos, filósofos. Está de acuerdo con D'Alembert y avala su deseo de realizar una historia crítica de la música antigua y que haya un debate acerca de las opiniones más fundadas y las propuestas. Sostiene que las excavaciones de Herculano pueden proporcionar materiales para satisfacer este próposito. Agrega que los médicos modernos deberían realizar experimentos con la música a favor de la salud humana. 

Pigonati es un hombre influido por las ideas ilustradas de su tiempo, basadas en la razón y la ciencia como métodos para progresar. Ante un fenómeno como el tarantismo, considerado por la mayoría como un tema médico o psicopatológico, él decide observarlo directamente. En lugar de buscar sus causas, se detiene en sus efectos y en la terapia musical. Es posible que De Martino no haya incluido esta carta entre las fuentes de su investigación por esta razón: el autor no trata de explicar qué hay detrás del fenómeno del tarantismo. Además, no se incluye ninguna referencia a cómo se involucra la Iglesia con el culto a San Pablo. Por otro lado, en comparación con otras fuentes, contiene detalles de interés como el haber observado directamente una gran variedad de casos, no haber marginado a los sujetos reales y las culturas de procedencia, y haber tratado de matizar los prejuicios ideológicos y éticos.

El tarantismo y las mujeres

Tanto a lo largo del análisis bibliográfico como del análisis de la fuente, resulta evidente que la mayoría de los autores destaca el rol femenino en el tarantismo. Cabe, por tanto, preguntarse por qué razones las mujeres han sido protagonistas de este fenómeno. 

El tarantismo es una fenomenología inherente a la mujer y al diferente rol que la historia humana le ha reconocido a lo largo del tiempo. Durante la prehistoria, los seres humanos comienzan a observar cultos y rituales que atribuyen a la tierra y a la mujer un papel predominante por tener carácter creador. En el Salento, estas manifestaciones se encuentran, por ejemplo, en las Venus de Parabita,[6] dos pequeñas estatuas oseas.

Este enfoque que expresa el culto a la vida y a la fertilidad todavía existe en las civilizaciones paganas precristianas, como la griega; sin embargo, ya se captan elementos del pasaje de una línea esencialmente femenina a una fuertemente masculina, propia de la tradición cristiana (Porcino, 2008). Con el mito de Pandora, por ejemplo, la teodicea griega asigna a la curiosidad femenina la responsabilidad de haber hecho dolorosa la vida humana. Dentro del imaginario cultural de la sociedad patriarcal occidental, este mito propuso la cuestión “mujer” vinculada con la Tierra: ella es matriz de la vida y de la muerte, su potencia es ambivalente y puede transgredir el orden. Esto refiere al “enigma” no de la feminidad, sino de la diferencia sexual, que se manifiesta cada vez que la mujer se rebela, hace, crea según sus propias pulsiones o inspiraciones (Bonfiglioli, 2011).

La mitología y la simbología relacionan fuertemente el tarantismo con la Grecia antigua. En esta, los dioses celebraban sus rituales sobre todo en primavera o en las festividades que signaban el cambio de las estaciones, y eran el momento en el que se manifestaban los impulsos sexuales y emocionales, principalmente por parte de las mujeres. Coincidían con esas fechas también las manifestaciones de las crisis producidas por el tarantismo. En la danza de la atarantada, se encuentran evidentes elementos de conexión con el mito de Aracne (Porcino, 2008): la atarantada baila desenfrenadamente, repitiendo los movimientos de una araña que teje; lo humano y lo divino repiten el enfrentamiento mítico entre la mujer Aracne y la diosa Atenea; al mismo tiempo perpetúan la imagen de la mujer transformada en araña, vivificando aquel mito. Además, el mito de Aracne se define como un mito femenino por excelencia.

En el tarantismo, se produce una metamorfosis: la mujer “se hace araña”, en la danza y en el ritmo obsesivo repite los movimientos articulados y rápidos del arácnido. Así como en el mito de Aracne, en el tarantismo la mujer lucha con una fuerza invisible y superior a ella, casi divina, y al final de la terapia musical puede ganar. El rito representa la reactualización del mito, su eternizarse en acciones colectivas con valor simbólico. En el tarantismo, encontramos el ejemplo de cómo el mito, cuando se vincula con el rito, puede generar comportamientos reales y efectivos (Zazzaroni, 2010).

La expansión del cristianismo supuso un cambio radical, atribuyendo al hombre un rol creador y regulador. A la figura femenina se le atribuye el rol de hija, madre, esposa de Dios (la Virgen María). Esta especificidad femenina es declarada abiertamente por San Pablo de Tarso, el cual, polemizando con la iglesia de Corinto, acusa a la mujer de estar lejos de la moralidad cristiana y de fomentar los cultos orgiásticos. Asimismo, San Pablo confirma el predominante rol masculino, sosteniendo que el amo de la mujer es el hombre.

Por otra parte, en el pasaje del paganismo al cristianismo, y en la transformación de numerosos cultos prerromanos y romanos, la nueva religión marcaba una brecha profunda, que se podía cerrar solamente en la medida en que pudiese reproponer los mismos comportamientos ya arraigados, según reglas y modelos (Porcino, 2008).

Sin embargo, la cristianización del tarantismo no se logró completamente; el fenómeno fue considerado un problema sobre todo en época contrarreformista. Durante la danza, las mujeres bailaban sin ningún pudor, exhibían comportamientos obscenos, mostraban sus cuerpos. Por otra parte, las prohibiciones podían provocar desórdenes al generar e incrementar las crisis. En varios lugares de Europa las formas de opresión de distintos rituales desembocaron en la propagación de verdaderas epidemias coréuticas. Existen diversos casos documentados de coreomanía, sobre todo entre los siglos XIV y XVII. El primer caso conocido se desarrolló en Nochebuena de 1021 en Kolbig (Sajonia); la más famosa es la de 1374 en Aachen (Aquisgrán) que duró varios meses y se expandió por toda la cuenca del río Rin. En 1518, en Estrasburgo, las autoridades religiosas decidieron contratar a varios músicos para que tocaran constantemente en algunos lugares determinados (Piccinni, 2011).

La asociación del tarantismo con San Pablo y su capilla en Galatina puede ser interpretada de esta forma: hacer concentrar a las atarantadas en un lugar establecido bajo la influencia de un santo. Sin embargo, la figura de San Pablo puede considerarse a veces contradictoria y ambigua: en algunos casos era considerado como el salvador que liberaba a las atarantadas del mal, en otros como el castigador que inoculaba el veneno en los pecadores. No faltan, además, referencias sexuales, según las cuales el mismo santo picaba a las mujeres en la zona púbica, siendo una evidente alusión al origen orgiástico y pagano del fenómeno (Piccinni, 2011).

Como he observado anteriormente, la medicina se centró, por un lado, en los efectos tóxicos producidos por el veneno de las arañas y, por el otro, en una explicación de carácter psíquico de las crisis. Esta segunda línea fue la que más proliferó, tanto desde el punto de vista estrictamente médico, cuanto desde lo social. En 1893, el médico I. Carrieri sostenía la tesis de la histeria que afectaba esencialmente a las mujeres entre los 15 y los 50 años. Algunos años después, en 1908, De Raho llevó adelante la idea sostenida por primera vez por F. Serao en el siglo XVIII, de que el veneno no era peligroso, siendo el tarantismo una forma de histeria debida a traumas reales o imaginarios que se inserta en un terreno de personalidad sugestionable y se manifiesta en virtud de la superstición típica de la cultura campesina (De Masi, 2004).

La histeria se asociaba con trastornos nerviosos y convulsivos, delirios, amnesias, alucinaciones, etcétera, propios de las mujeres. En efecto, este término procede del griego ύστέρα, “útero”, y fue acuñado por Hipócrates para indicar varios trastornos que supuestamente eran provocados por este órgano. La historia de la medicina otorgó al estudio de la histeria un lugar importante hasta la segunda mitad del siglo XX; y solamente en 1987 fue eliminada de la lista de las enfermedades de origen psiquiátrico (Bonfiglioli, 2011). La descripción de la clásica crisis histérica tenía evidentes semejanzas con las crisis de las atarantadas: vómito, falta de apetito, palpitaciones cardíacas, alucinaciones, visiones, calambres, temblores, pérdida de la conciencia, melancolía o, al contrario, sobreexcitación (De Masi, 2004).

Hacia finales del siglo XIX, Charcot evidenció la relación entre histeria y trance; y en esta perspectiva se desarrolló la teoría psicoanalítica freudiana. Esta, inicialmente, especulaba que la etiología de la histeria suponía un trauma sexual sufrido durante la infancia. Freud enfatizaba que las reacciones podían ocurrir durante o después de la adolescencia. Varias investigaciones, no solamente de impostación psicoanalítica, demostraron que el trauma puede ser resuelto con distintos mecanismos, entre los cuales está el de la disociación (De Masi, 2004).

En base a la psiquiatría transcultural, el tarantismo puede incluirse en los rituales de posesión con las características del trance, descrito por el DSM-IV[7] como la categoría diagnóstica Trastorno de Trance Disociativo, e incluido por el CIE 10 [8] entre los Trastornos de Trance y Posesión. Para llegar a este diagnóstico es necesario que la sintomatología descrita no sea proporcionada por la cultura de la persona como parte integrante de una práctica cultural o religiosa, y la situación tiene que ser vivida por el sujeto como no deseada y dolorosa. Observando el tarantismo, este parece ocupar el límite entre enfermedad y práctica cultural y religiosa: el sujeto no busca activamente ser mordido por la tarántula (episodio vivido como no deseado y doloroso), y al mismo tiempo, lo que le ocurre es aceptado culturalmente, así como los rituales que se llevan a cabo (De Masi, 2004). Por otra parte, también destaca la importancia de los símbolos, los cuales pueden provocar efectos fisiológicos que lleven al trance a través de la mediación de la imaginación. La precondición es que el ritual siente sus bases sobre un mito compartido por la colectividad (Lanternari, 1997).

Los trastornos disociativos han sido relacionados con abusos y violencias, en particular de carácter sexual. La gravedad de los trastornos depende de varios factores: características del abuso, identidad del agresor, vulnerabilidad de la víctima, sostén familiar y social. Las primeras investigaciones empíricas sobre las implicaciones psicológicas de la violencia sexual fueron llevadas a cabo a partir de la década de 1970, en línea con el auge del movimiento feminista. Los estudios más recientes encontraron la presencia de síntomas disociativos en las mujeres víctimas de violencia doméstica, no solamente de naturaleza sexual. Entre los factores de riesgo resultan centrales las condiciones económicas y sociales de la familia y el rol de la mujer. Es evidente que una estructura familiar patriarcal se torna un escenario preferencial para situaciones de abuso. En esos contextos, la realidad femenina solo puede expresarse a través de formas culturalmente aceptadas (De Masi, 2004).

La comprensión y transformación de un trauma como el abuso involucra la combinación de distintos aspectos orgánicos, psíquicos e histórico-culturales incorporados (Bonfiglioli, 2011). El estado disociativo, utilizado como defensa en el momento del abuso, puede convertirse en un resguardo generalizado en cada situación que despierte fuertes emociones. Por sus características, el tarantismo podría expresar un malestar vinculado tanto a situaciones dramáticas de supervivencia, como a maltratos y abusos sufridos en edad infantil y juvenil, también de tipo sexual. Desde esta perspectiva, la terapia coréutico-musical representa un ritual teatralizado (De Masi, 2004).

La idea de teatralización nos remite a la centralidad y el protagonismo del cuerpo. El cuerpo representa un lugar significante que expresa hasta las huellas y las heridas más antiguas y profundas. Por otra parte, la historia de Occidente se caracteriza por la existencia de una dualidad mente/cuerpo, una separación que desestimó al cuerpo poniéndolo en conflicto con la psiquis. Sin embargo, el cuerpo no se olvida de un trauma no sepultado (Bonfiglioli, 2011).

Conclusiones

Todavía no se ha llegado a una explicación del todo convincente sobre el tarantismo, porque este se compone de muchísimos pliegues; no es un fenómeno fijo y delimitado, sino dinámico y en continua traducción y transformación. 

Se ha intentado comprender el fenómeno analizando la anatomía de las arañas, las condiciones climáticas y ambientales del territorio, los ambientes sociales, las sintomatologías, los comportamientos de los atarantados, la tipología de los sonidos, los posibles efectos de la música y la danza sobre el organismo envenenado. Por otra parte, resulta difícil reconstruir una historia fiable de las costumbres de los pueblos que vivieron en los siglos pasados, una historia que pueda explicar un fenómeno como el tarantismo. Si bien existen varias fuentes escritas sobre el tema y con las cuales se pueden investigar distintos aspectos de la temática, estas son fragmentos de noticias parciales y, sobre todo, se trata de fuentes escritas que siempre fueron prerrogativa de la cultura de las élites. Investigar ciertos aspectos de los sectores campesinos implica ser conscientes de esas limitaciones.

En cuanto a las posturas de los distintos autores tenidos en cuenta en este trabajo, los resultados de sus investigaciones son “interpretaciones de segundo y tercer orden. De manera que son ficciones [...] en el sentido de que son algo 'hecho', algo 'formado', 'compuesto'” (Geertz, 1973). Todos ellos observan desde distintas perspectivas y viven en contextos distintos. Por un lado, De Martino, a través de la etnología, tiene el propósito de aclarar uno de los aspectos de la llamada “cuestión meridional”. La idea misma de que exista una “cuestión meridional”, y que represente un problema, implica una determinada posición ideológica: la del progreso entendido desde el punto de vista occidental. En 1959, durante las investigaciones, el fenómeno del tarantismo estaba en decadencia, destinado a desaparecer. Desde lo social, De Martino esperaba que ese proceso fuese irreversible, porque representaba el sufrimiento de los sectores populares.

La interpretación más reciente del resto de los autores observados -Lapassade, De Giorgi, Pellegrino- no es compatible con las teorías demartinianas, y parece más coherente con el actual movimiento de revalorización de las danzas tradicionales. En 1959, De Martino no podía prever el actual “revival” del tarantismo y su éxito. Los estudios más recientes reivindican la tradición, que se ha transformado en emblema de la región salentina; se acentúa la relación con los antecedentes clásicos remarcando las raíces profundas de la cultura local. Además, el tarantismo aparece como un aspecto cultural en el cual se expresa la resistencia de los sectores populares frente a la cultura hegemónica.

Aunque cada enfoque aporta elementos para la comprensión del fenómeno del tarantismo, “el análisis cultural es intrínsecamente incompleto” (Geertz, 1973). Las respuestas a nuestras inquietudes dependen del lente con el que se mira. El interés por el tema puede llevar a futuras investigaciones sobre otros aspectos: tratar de profundizar en las motivaciones de la “mordedura”, en el rol de los familiares y otras personas en la terapia, en el vínculo entre momento terapéutico y fiestas. En este sentido, he tratado de mirar el fenómeno relacionándolo con la cuestión del género. El trabajo me ha llevado naturalmente a la cuestión de la cultura patriarcal. Si bien esta, en la historia occidental, resulta más evidente a partir de la expansión del cristianismo, encontramos sus raíces ya en la antigua Grecia donde, a través de estructuras cognitivas y sociales, y de esquemas interpretativos, se formalizaron ciertas visiones, representaciones y cosmologías.

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