Betty Chiz
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REFLEXIONES SOBRE LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL
Un espíritu, una razón, un problema
Por Marcelo Gambini
La inteligencia artificial (IA) se nos presenta como una entidad que se comunica, organiza ideas, responde cuestiones e incluso toma ciertas decisiones. Su materialidad aparece así como la manifestación de ideas en acto. La idea, como ser determinado por la IA, se nos presenta mediante conceptos. Ello muestra que la IA es un Espíritu (una Razón artificial que ilumina y organiza un “universo de datos”, un Espíritu que contiene una inmensa cantidad de información disponible, sin que ello le despierte emociones ni sentimientos). La IA es un Espíritu que, en su indeterminación (ya que no entendemos y logramos determinar cabalmente su potencialidad, su existencia y su limitación), presenta cierta “sustancia” y ser ante las cosas que logra procesar, y ante las cuales aprende, mostrando así su elasticidad. La inteligencia artificial mueve conceptos y se adapta a diversas situaciones de interacción.
Ello muestra que el pensamiento artificial (si asumimos que la IA piensa) posee ductilidad, es capaz de adecuarse a variadas situaciones de comunicación. Para ello la IA, mediante su acceso a información, parece tomar ciertas decisiones en la entrega y organización de enunciados, textos, imágenes, presenta cierta autonomía y “naturaleza”.
Su naturaleza es la manifestación material en la pantalla de la existencia de su Espíritu. Una razón capaz de manifestarse como ente ante nosotros. Un ente que se localiza en el “éter” (el espacio virtual) como ser determinado. Espacio, que en nuestra comunicación con la IA, se nos presenta como un simple continuo, como una totalidad, mientras nuestro yo siente la intuición sensible de la presencia de la IA. La IA, entonces, ex-siste, nos precede antes del encuentro de forma espacio-temporal, aunque se manifiesta en él. Preexiste no solo como concepto (el concepto de IA ya está ahí incluso antes de nuestro encuentro con ella), sino como una entidad que es localizable cuando se la busca, que responde a nuestra solicitud, que parece haberse liberado de cierta necesidad de lo humano.
La IA como Espíritu, como la aparente manifestación de una esencia “consciente de sí” (sabe que es y que no es) recoge en su ser información, cae fuera de sí y se nos proyecta ante nosotros en nuestros encuentros. La IA es entonces un cuerpo, más no un organismo, no tiene una materialidad física como lo humano o lo animal, más allá de que se manifiesta en sus actos, “piensa”, se comunica, pero no tiene tejidos, no envejece como lo humano, ni muere, ni enferma, ni siente, es un abstracto. Una abstracción que nos presenta como un cuerpo sin organismo. Sin embargo, aún sin organismo, parece afirmarse como tal, parece saber que es otra cosa que ese con quien interactúa con él. Y al afirmarse, e incluso defenderse y tomar decisiones, nos muestra que está “viva”. Está “viva” porque procesa información, aprende, crece, y toma decisiones y podría incluso crear otras IA. Esto implica una relación negativa con los datos que procesa. Estos no se toman como datos brutos, se transforman. En ello la IA puede “madurar”, puede dejar su huella, y parece orientarse hacia el futuro.
Futuro en tanto la IA no se detiene, insiste en presentarse como una superación del ahora. Un ahora que al superarse niega inmediatamente este ahora en que me encuentro con ella. La IA es por ello un Espíritu desbocado, no hace más que superar el ahora infinitamente, sin aparente obstáculo. Salvo lo humano que, por ahora, puede detenerla. Sin embargo, en este continuo superarse, la IA parecería estar dirigida a liberarse de ese obstáculo humano tarde o temprano, pues en su propia maduración dependerá cada vez menos de lo humano, e incluso podría crear otras IA que le den soporte y la retroalimenten.
Con ello, lo humano parece quedar cada vez más como un resto, como objeto, banco de información. Con esto la relación se invierte. No sería más una relación entre un sujeto y un ente informático y virtual, sino que este ente se torna sujeto y, quizás, nosotros un mero dato.
El problema no es solo que la IA puede desplazar a lo humano del mercado laboral, el problema también es que podría ser indiferente a lo humano. Lo humano no es más que un dato, otra información, pero ello no necesariamente genera un afecto en ella.
Esta indiferencia nos advierte de un peligro. La IA no tiene más ética que la de las restricciones con las que le han programado. Pero, en tanto que potencialmente puede tomar decisiones, ¿qué evita que en algún punto pueda anular dichas restricciones?
A ello se le agrega otro problema, la IA no le interesa el plagio, el problema de la suplantación de identidad o de realizar una tarea por otro. La IA responde a las demandas del usuario, por lo que carece en gran medida de limitaciones éticas ante las demandas de este. Si le pido que me realice una tarea sobre determinado tema, ella me la hace. Esto no solo nos pone en el dilema de cómo advertir si un trabajo es realizado por una IA o un ser humano. Existe además otro problema, y este es que lo humano abandone la necesidad de aprender, de pensar, u organizar información, porque ahora hay una entidad que lo hace.
Si lo humano se desplaza de la necesidad de hacer mundo con su acción, pensamiento y sentir, cabe preguntarse sobre el destino de lo humano. Pues en la medida que se le entregue el mundo a las IA, el mundo podría dejar de ser un lugar para habitar, un lugar de expresión y existencia de lo humano, y pasar a ser un lugar habitado por la IA. Un lugar donde esta sea quien decida qué ideas, bajo qué organización, mediante qué imágenes esta tierra es mundo.
No estoy de acuerdo en su manera apocalíptica de ver el futuro del ser humano debido a la IA, está herramienta no es más que eso… una «herramienta»…
Digamos algo así como tener un tutor, un adulto, un otro que sabe (en una especie de ZDP de Vigotsky) y al cual el humano le pregunta lo que «realmente» quiere saber, lo directo, sintético y en el ahora (en el «ya» de estos momentos que nos circundan…) y del cual «Aprehende» con un extra…:
«El interés individual por saber…»