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LA “NUEVA NORMALIDAD” DEL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA
¿Un “Nuevo Trato” como en EE.UU. en los años 30?
Por Omar Sueiro
La crisis de 1929 y la actual pandemia de Covid-19
Un giro de 180º debió dar Franklin Delano Roosevelt (FDR) para hacer frente a la inmensa crisis que le había explotado en las manos a su antecesor, el liberal Herbert Hoover, y eligió el camino de un Estado dirigista e intervencionista, cuya política económica y social hoy hasta podría calificarse de “populista”.
Días pasados, el Presidente de la República, Dr. Luis Lacalle Pou, se refirió al levantamiento de las medidas de cuarentena para hacer frente al coronavirus calificándolo de una “Nueva Normalidad”, a la que deberíamos acostumbrarnos a llamar así, dijo. Adelantó que no se iba a atar a la ortodoxia económica y puso en claro que pondría en práctica las medidas que entendiera más adecuadas aunque se las considerara “heterodoxas”.
El New Deal (“Nuevo Trato”) del presidente Roosevelt fue tan exitoso que no solo superó la crisis del 29, sino que fue el pilar que posibilitó que los norteamericanos pudieran vivir casi medio siglo en un Estado de Bienestar (“Welfare State”).
Intentaremos aquí tomar contacto con los instrumentos que fueron útiles en aquel momento del siglo pasado -sin perjuicio de abrir opinión sobre su utilidad en la actual crisis originada por la pandemia viral- invitando al lector a establecer un paralelismo entre ambas situaciones económicas críticas y analizar las correspondientes actitudes políticas a que dan lugar dos realidades distintas.
El “Jueves Negro” 29 de octubre de 1929 explotó la burbuja financiera en la Bolsa de Nueva York e inmediatamente se contaminaron las economías de todo “el mundo libre”. La URSS, comandada por José Stalin, dada la larguísima “cuarentena” económica y financiera -de más de 100 años- sin contacto con Occidente, fue prácticamente la única excepción, porque además su economía tampoco había experimentado el florecimiento que tuvieron los EE.UU. y el mundo capitalista en los años 20.
Rápida y escuetamente digamos que la “Gran Depresión” tuvo origen en la crisis de sobreproducción derivada de la desequilibrada captación de recursos por parte de las distintas clases sociales en las economías capitalistas, donde menos de un 1% acaparaba ingresos iguales a los de más del 40% del total de la población. Una consecuencia de ello era que todo el ahorro de la economía quedaba en manos del 20% de la población, mientras que el 80% restante no solamente no ahorraba, sino que afrontaba un creciente endeudamiento.
Esta situación permitió durante cierto tiempo una expansión del consumo, fuertemente estimulado por un pujante crecimiento del crédito bancario y -sintomáticamente- por el fin de la Primera Guerra Mundial, que trajo consigo la reconversión de la industria bélica en producción de bienes de consumo, junto con una bonanza en las cosechas de productos del agro. Todo se materializó en un excedente monetario y en una creciente especulación en la bolsa y otros instrumentos de crédito, todo lo cual se canalizaba a través de una red bancaria y financiera que se extendía a velocidad inusitada.
La coyuntura favorable para una parte de la población luego de la Primera Guerra Mundial generaba un excedente económico absorbido por una emergente clase media. Ello ocasionó no solo un incremento del consumo, sino también la generación de ahorro, produciendo una masa de pequeños y medianos inversores que volcaron su dinero en la bolsa de valores. A su vez, se produjo una ola de especulaciones y prácticas nocivas (como el ahorro piramidal en sociedades de inversión que, a su vez, invertían en otras sociedades y así sucesivamente), hasta que finalmente se produjo el crac del 29 y las consiguientes quiebras bancarias de cientos de bancos e instituciones financieras captadoras de ahorro.
El presidente Herbert Hoover, del Partido Republicano, buscó detener los procesos de bancarrota aplicando la política liberal del laissez faire, de la que era tributario, pero sus mecanismos resultaron procíclicos y, en consecuencia, solo agravaron la crisis. Y así se llegó a las elecciones de 1932, donde la Presidencia quedó en manos del demócrata Franklin Roosevelt.
Roosevelt basó su actuación en el cumplimiento de su compromiso electoral, llamado el Nuevo Trato (New Deal) con el pueblo estadounidense. De profundo contenido político innovador, dicho programa era pragmático más que ideológico. Para llevarlo adelante recurrió a los expertos más calificados en cada materia, por encima de sus afinidades partidarias. El relativo éxito de su primera presidencia llevó a que los electores lo ungieran presidente también para el siguiente período, 1936-39.
Si bien Roosevelt mantuvo continuidad en su política, los historiadores distinguen dos etapas del New Deal, que coinciden con sus dos períodos presidenciales. La intención de este trabajo es comparar los puntos de salida de las dos crisis aludidas en el título, la de 1929 y la actual provocada por el coronvirus. Por ello haremos hincapié en los primeros tiempos de gobierno de Roosevelt, en particular nos referiremos al primer conjunto de medidas políticas y económicas.
En los primeros 100 días de gobierno aplicó drásticas medidas para recomponer urgentemente el entramado social, según lo que se llamó “Método de las 3 R”: RELIEF (Asistencia Social), RECOVERY (Recuperación) y REFORM (Reforma), incluida la búsqueda de la recomposición monetaria y bancaria y la lucha contra el desempleo, además de medidas concretas en favor de la industria y la agricultura.
FDR encaró su tarea con grandes dosis de audacia y decisión, única forma de enfrentamiento posible a la tragedia económica que asolaba a los EE.UU. y al mundo en general. Para ello contaba con el respaldo de una gran mayoría en el Poder Legislativo, producto de su imponente victoria electoral, y no hesitó en aplicar una serie de medidas que incluyeron al menos 15 nuevas leyes.
Entre las resoluciones adoptadas, se distinguieron medidas abiertamente heterodoxas, generadoras de empleo, como la movilización en el servicio civil de 250.000 jóvenes en un total de 2 millones de personas contratadas directamente por el Gobierno, además de la implementación de proyectos de carácter urgente con el objetivo de recomponer la actividad, el ingreso y el consumo a corto plazo, con programas de grandes trabajos de construcción, y de inversión en la industria y el agro.
Las decisiones concretas fueron innovadoras, sobre todo las destinadas a controlar la economía y a preservar el funcionamiento racional del capitalismo norteamericano, corroído en 1929 por la permisividad de las normas liberales que lo regían. Puede afirmarse que, en pocos días, el Presidente “dio vuelta al país como una media” y no solamente a los EE.UU., también a toda la economía occidental y a buena parte de la del Oriente de la época.
Entre 1932 y 1933, miles de bancos cerraron o se fusionaron, posibilitando que los depositantes recuperaran el 85% de sus fondos. Como consecuencia de ello volvieron a los bancos de más de mil millones de dólares en moneda y oro, y el sistema bancario se estabilizó. [1]
El dólar fluctuó libremente hasta 1934, cuando el oro volvió a ser convertible, a un precio netamente inferior con relación al precedente. Los mercados reaccionaron como se esperaba frente al abandono del patrón oro, aun cuando la disposición era provisoria.
Entre las primeras medidas legales y constitucionales tomadas por Roosevelt no bien entró en funciones figura la Economy Act o Ley del Presupuesto, que formalizaba un presupuesto regular y un presupuesto de urgencia, destinados a nivelar fiscalmente al país. El segundo de los nombrados contenía medidas de urgencia como la reducción del salario de los funcionarios y las pensiones de los veteranos de guerra. Fue esta una enmienda constitucional que anuló la “ley seca”, impuesta en 1919.
El nuevo trato con el trabajo
El New Deal tuvo un carácter sumamente protector con los agentes productivos industriales y agrícolas, a tal punto que no vaciló en tomar resoluciones en su favor aunque afectaran a la población consumidora.
Numerosos programas destinados a crear empleo se lanzaron en 1933 (inmediatamente tras la asunción del nuevo presidente) y las reformas se encadenaron rápidamente.
La abierta intervención del Estado en el sector agrícola se plasmó en medidas concretas: ayudas y renegociación de deudas, incluso subvenciones a los productores que quemaban parte de sus cosechas para aumentar el precio de sus productos. Bajo las recomendaciones de Henry Wallace,[2] la administración Roosevelt buscó igualmente proteger a los agricultores de los riesgos del mercado, distribuyendo subvenciones federales y controlando la producción mediante la Ley de Ajuste Agropecuario (Agricultural Adjustment Act, conocida como “las tres A” por su nombre en inglés); se decidió reducir la producción para reanimar al sector rural según los simples preceptos de la oferta y la demanda. Por ello, una gran parte de las cosechas y de las reservas fueron destruidas y las tierras se dejaron en baldío.[3]Mediante una política de indemnización se fomentó la reducción de las superficies cultivadas, financiando las asignaciones con tasas aplicadas a la cadena de producción de alimentos. Los primeros resultados, apreciables al cabo de tres años, fueron alentadores, ya que el beneficio de los agricultores aumentó.
La Ley de Rescate Industrial Nacional propició dos tipos de reformas: Instauró códigos de competencia leal y concedió a los obreros la libertad de sindicalizarse y de negociar convenios colectivos. A través de la Administración de la Recuperación Nacional (National Recovery Administration), el Gobierno estabilizaba precios y salarios cooperando con las empresas y los sindicatos. Mediante la Administración de Obras Públicas (PWA, por Public Works Administration), se controlaba la puesta en marcha de la política de grandes obras públicas.
Todas estas disposiciones contaron con el apoyo entusiasta de empresarios y sindicatos, convirtiéndose en medidas muy populares para el conjunto de los estadounidenses.
Roosevelt se interesó especialmente por la situación de los desocupados más necesitados, creando la Administración Federal de Rescate de Emergencias (FERA, por Federal Emergency Relief Administration) que permitió sostener financieramente los programas de ayuda a los desocupados de los diversos Estados.
Pero Roosevelt pensaba que para devolver la confianza a los estadounidenses no había que contentarse con simples ayudas sin contrapartidas, sino que era necesario conseguirles un trabajo.
Los Cuerpos Civiles de Protección Medioambiental (CCC, por Civil Conservation Corps), financiado con bonos del tesoro desde el 31 de marzo de 1933, permitieron, gracias a trabajos de repoblación forestal y la lucha contra la erosión y las inundaciones, la contratación, a lo largo de ocho años, de miles de jóvenes desocupados en todo el país: 250.000 empleos fueron creados para personas entre los 18 y 25 años; mientras tanto, el CCC garantizaba un subsidio de 30 dólares mensuales a cerca de dos millones de hombres jóvenes.
Igualmente, los primeros programas de grandes trabajos también recibieron luz verde en 1933. El más célebre, el de la Tennessee Valley Authority (TVA), se ocupó de la construcción de presas con vistas a acondicionar el territorio de la cuenca del río Tennessee, a fin de regular las inundaciones y aumentar la producción hidroeléctrica, otorgando empleo a los parados con todas estas acciones. También pretendía hacer más atractiva una zona totalmente deprimida de los Estados Unidos. El programa se extendió luego a siete Estados.
La seguridad social como base del Estado de Bienestar
En la misma época, en otros países de tradición más intervencionista, el impuesto sobre las mayores fortunas constituía uno de los medios más directos de reparto de la riqueza. Pero a pesar del estilo intervencionista adoptado, la administración rooseveltiana buscó un medio para redistribuir la riqueza sin pasar por esa exigencia fiscal.
El Gobierno deseaba garantizar a la población estadounidense una cierta independencia y medios para prevenirse contra disminuciones brutales de los ingresos, ya fueran a corto plazo por el desempleo cíclico, o permanentes, por discapacidad o vejez.
FDR decidió crear un Comité de Seguridad Económica (Committee on Economic Security), encargado de esbozar los planes de una seguridad social diferente. Deseaba un sistema que financiaran los empresarios y los empleados mediante una deducción sobre su salario y donde el Estado no interviniera.
Pero frente a las numerosas críticas que se alzaron contra el proyecto, particularmente a causa de la situación inestable del empleo, que hacía ilusoria una deducción estable sobre el conjunto de la masa salarial, Roosevelt y su administración realizaron algunos cambios, inspirándose en sistemas ya experimentados en otros países, con la prioridad particular de cubrir a un número más elevado de ciudadanos. [4]
El New Deal puso así las bases del Estado de Bienestar. Progresivamente, el sistema cubrió una parte más amplia de la población, particularmente gracias a las enmiendas de 1939 y de 1950.
En los Estados Unidos, el sistema de las jubilaciones por redistribución de la riqueza se inició también durante el New Deal, con el fin de proteger de la miseria a las personas de edad avanzada. En 2005, este sistema daba más de la mitad de sus rentas a dos tercios de los jubilados del país.
El New Deal inauguró un período de prosperidad que la mayoría de la población norteamericana disfrutó plenamente por lo menos hasta 1970. Se denominó “Welfare State” (Estado de Bienestar) en oposición al “Warfare State” (Estado de Guerra), que era lo que promovían los nazis. En ese período, las sucesivas administraciones “desarrollaron una forma de gobierno en el que el Estado protege y promueve el bienestar económico y social de los ciudadanos, basado en los principios de igualdad de oportunidades, distribución equitativa de la riqueza, entendidos como una combinación distintiva de democracia, bienestar y capitalismo”, según definición del sociólogo Thomas Humphrey Marshall.
La crisis del coronavirus y el legado de Roosevelt
La emergencia sanitaria que vivimos es de tal magnitud que solo tendría parangón con la crisis de 1929. La pandemia lleva más de dos meses azotando al mundo, pero quienes habitamos la Tierra tenemos en estos días la impresión de que se trata de una crisis que lleva años. La magnitud de los daños a la salud física, moral, social y económica de las personas, a la economía y a la sociedad de países y continentes es tal, que no podemos creer que haya sucedido con tanta velocidad, en tan corto tiempo. Además, se hacen esfuerzos tremendos para la curación de los enfermos sin tener por ahora un solo medicamento que pueda utilizarse específica y directamente para combatir al virus y tampoco se cuenta con una vacuna que al menos mitigue los daños que produce la enfermedad. Todos nos mostramos pesimistas acerca de la duración de esta maldición, y aquellos que pueden catalogarse de optimistas a lo sumo afirman que en algún momento (que nadie se anima a cuantificar y menos a sostener que está más o menos próximo) va a llegarse a lo que denominan “el día después”.
Los caminos de la solución recuerdan el legado de FDR. Como entonces, los caminos de la solución pasan por unidad en vez de división político-social, Estado en vez de mercado.
La situación que se conjetura para el día después no es menos terrible que la situación que hoy se vive. Precisamente por ello es que deben analizarse alternativas para, al menos, imaginar acciones factibles para superar la situación con el menor daño posible.
Roosevelt no confiaba en el mercado para recomponer la economía norteamericana, y en los hechos se adelantó a los keynesianos, pues su política económica del New Deal se basó en aumentar el gasto y la inversión del Estado (la “demanda agregada” según Keynes), construyendo grandes infraestructuras, particularmente durante sus dos primeros períodos de gobierno. En este contexto levantó represas hidroeléctricas, hizo carreteras, escuelas y todo tipo de obras públicas, modernizando significativamente el país. Tuvo tal éxito que fue el único presidente norteamericano que se presentó y ganó cuatro elecciones consecutivas -1932, 1936 y 1940, más la última en 1944, que ya no pudo asumir puesto que en abril de 1945 falleció-.
Dice André Kaspi, escritor francés contemporáneo, en la biografía titulada simplemente Roosevelt, publicada en 2012 (Ed. Fayard):
Elegido cuatro veces como presidente de los Estados Unidos, Franklin Roosevelt dejó una marca indeleble en la historia del siglo XX: comenzó la espectacular recuperación económica de Estados Unidos, estableció el estado de bienestar y creó un nuevo modelo de socialdemocracia. Condujo a su país a la victoria contra Alemania y Japón y le aseguró el primer lugar en el concierto de naciones.
El New Deal funcionó con un gran número de parados, hasta que se resolvió la crisis, cuando la inminente Segunda Guerra Mundial movilizó su economía. En cambio, su éxito es innegable en el plano social. La política llevada por el presidente Franklin D. Roosevelt cambió el país mediante una revolución, como él mismo expresara: “Si es una revolución, es pacífica, llevada a cabo sin violencia, sin el derrumbe del imperio de la ley y sin la negación del derecho equitativo de todo individuo o clase social” (Roosevelt en su libro “En Marcha” [The test of our progress, en inglés]). Por otra parte, los programas del New Deal eran abiertamente experimentales y perfectibles (Eric Rauchway, The Great Depression and the New Deal) y, dados los costos de este proceso, se podría haber preferido un programa de cambio más completo. Sin embargo, el carácter imperfecto del New Deal permitió una crítica constructiva y una reflexión más pausada que abrió la vía a un mejoramiento de la democracia estadounidense en los años siguientes y que perdura hasta la actualidad. En materia sindical, la adopción de la Ley Wagner permitió hacer de los sindicatos unos colectivos poderosos.
Con la esperanza de que estén aún abiertos algunos de los acertados caminos por los cuales transitaron los norteamericanos guiados por Franklin Delano Roosevelt noventa años atrás, hemos intentado aquí analizar y comprender cómo y por qué se tomaron determinadas medidas, basadas en la unidad política y en la acción directa del Estado, para superar la mayor crisis del capitalismo que hizo eclosión en 1929.
En el caso de Uruguay, la situación es distinta porque, a diferencia de lo acontecido en la potencia del norte hace casi 100 años, la epidemia que nos aqueja no es responsabilidad de ninguno de los partidos políticos, ni siquiera de ningún uruguayo, es una especie de maldición de origen externo que cayó sobre el país y esto requiere otro tipo de organización, otro tipo de unidad para la acción.
El partido suspendido, ¿se jugará finalmente?
La situación uruguaya es muy particular; dos equipos estaban preparados para jugar un partido de cinco años de duración, pero el mismo se suspende cuando estaba a punto de comenzar, y se les comunica a los rivales que se ha sustituido por un match del seleccionado nacional contra Covid-19, un equipo del exterior de un poderío tal, que hasta ahora ha derrotado a cuanto rival se enfrentó.
Es como si los jugadores de Peñarol y Nacional estuvieran ya formados en el túnel, prontos para salir a la cancha del Centenario y, en ese momento, el presidente de la Asociación Uruguaya de Fútbol llegara y les dijera:
“Señores: les comunico que una fuerza exterior que no podemos dominar nos obliga a suspender el partido. También nos exige jugar un partido contra ella y no podemos negarnos, puesto que, de no hacerlo, podría ocasionar graves daños al público que ha colmado el estadio. De manera que, señores, por favor, vuelvan al vestuario, dejen allí las camisetas de sus clubes y vistan la celeste que les entregará el técnico de la selección nacional. Y, finalmente, les pedimos a los once que les toque en suerte jugar que olviden durante el partido la rivalidad previa con los compañeros de equipo, pues debemos ganar. Nos va la vida en ello”.
A dos meses de la nueva situación generada, sería normal que los contendientes políticos no hubieran salido de la sorpresa, pero no fue así. Al momento de cerrar esta nota han habido señales -muy alentadoras-, tanto de parte de la más importante figura de la oposición frenteamplista -el ex presidente Vázquez- como del líder del gobierno multicolor -el presidente Lacalle Pou-. El Mandatario visitó a su antecesor en su casa. Allí, el Dr. Vázquez le entregó un proyecto para la salida del período de limitación de movimientos y este lo recibió resaltando las coincidencias del Gobierno con dicho plan y agradeciendo el apoyo. Tanto el documento presentado por Vázquez como el plan que aplica el Gobierno para determinar las etapas de salida del período de aislamiento social, fueron confeccionados por científicos y técnicos universitarios especializados en los temas correspondientes (epidemiología, salud, educación, economía, sociedad, etcétera).
Por ahora el consenso está predominando y el disenso parece haberse pospuesto sin fecha. Esperemos que la suspensión dure indefinidamente.
Muy buen artículo, interesante enfoque comparativo. Como bien se deduce en el final, no se pueden hacer prognosis, quedaría todo en la especulación. Los debates parlamentarios, con las intervenciones del oficialismo, no darían para ser demasidado optimistas en el plano de la colaboración necesaria, se ve mucho preconcepto y mucha «manija» por parte de potentes «camarones de proa» del conservadorismo nacional (esos que terminaron de consolidar la coalición multicolor), que quiera quiera que sí, generan opinión política en las masas que siempre claudican ante el discurso del miedo.
Estimada Cristina: La nota – ni ilusionada, ni desesperanzada – intenta mostrar una manera lógica – y en su momento muy exitosa – de abordar un grave problema del capitalismo. En suma las observaciones en que me basé (que a mi entender pueden ser “bastante” objetivas) fueron las siguientes: 1.- El ejemplo de FDR puede ser viable en la medida que se trató de cambios que restauraron el capitalismo de aquel momento. 2.- Dado el gobierno que tenemos, aquí y en el mundo, este tipo de medidas serían posibles . 3.- Que el gobierno nacional es muy débil dada la conformación de la coalición que lo sustenta.- 4.- Que el presidente actual no quiere tener el mismo final político que su papá y tomó debida cuenta de la debilidad de la coalición bicolor que lo respaldó en la elección como presidente y luego lo sepultó políticamente .- 5. – Un importante sostén de esta coalición multicolor – el Dr. Sanguinetti – se repite y fue fundamental en ambas para el éxito electoral, pero también para el fracaso de la anterior bicolor (ver “El Patrón del Siglo” en Vadenuevo 136). Y parece que la historia volviera a repetirse, pasan 100 dias de gobierno y el primer ministro colorado deja el gabinete. 6.- La oposición frenteamplista está dando señales de favorecer “la gobernanza” del Presidente Lacalle. 7.- Lacalle dice que para afrontar los perjuicios del CV19 renunciará a la ortodoxia y tomará medidas heterodoxas…
A esta altura no creo que nadie sepa o crea saber como se dilucidará este tema; al que seguiremos tratando en el próximo número de VDN. Gracias por su deferencia en comunicarse, esperamos mantener la comunicación. Fraternalmente O. Sueiro