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ESTUDIAR POR CORRESPONDENCIA
Un panorama poco promisorio, más bien pesimista
Por Marcos Panucci
Antes del desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y comunicación (TIC), cuando uno llamaba a un técnico, a un profesional o a un operario, y comprobaba que hacía las cosas mal, era común emplear el reproche: “¡¿Qué hacés?! ¡¿Vos aprendiste por correspondencia?!”.
En esos tiempos remotos algunas empresas norteamericanas habían instaurado un sistema mediante el cual se podía aprender un oficio -carpintero, soldador, sanitarista, etcétera- enviando por correo las respuestas contenidas en un folleto que el estudiante también recibía por esa vía. Se trataba, por lo general, de cursos breves donde le enseñanza era teórica y práctica y la vía de comunicación era puramente postal. Corrían los gloriosos tiempos en que, gracias al ejercicio, un alfeñique de 44 kilos podía transformarse en un atleta tipo Charles Atlas, que era como Tarzán.
Esta situación me viene a la memoria cuando oigo hablar de la importancia de las tecnologías digitales en la enseñanza, tema del cual se viene hablando desde que apareció el Plan Ceibal, estupenda herramienta para la educación a distancia.
No obstante, la irrupción del coronavirus ha colocado el tema en el centro de la metodología de enseñanza-aprendizaje, debido a la obligada suspensión de las clases presenciales a todos los niveles de la educación, supuestamente a los efectos de disminuir la circulación viral. Si bien la medida de cortar con la presencia de estudiantes en el aula se dio en casi todos los países, existió desde un principio una clara diferencia entre lo que acontecía en los países según los hemisferios. En nuestro caso, el cierre de los centros de estudios coincidió con el inicio de las clases, mientras que en el hemisferio norte las clases presenciales se encontraban ya a mitad de camino. Esto nos colocó, desde un principio, en clara desventaja en la relación entre enseñanza digital y presencialidad.
El regreso de la presencialidad se ha procesado de forma ordenada, al menos en la fijación de cronogramas y ubicación geográfica. Como es de público conocimiento, se comenzó con la concurrencia de los alumnos de educación primaria en las escuelas rurales, exceptuando Canelones. Los informes transmitidos por las autoridades han insistido en que la medida no provocó hasta el momento ningún nuevo caso de infección. Existe, no obstante, otro dato sobre el cual no se ha hablado mucho: recién hace una semana se llegó a un 50% de asistencia del alumnado a dichos centros escolares. Desde el punto de vista educativo, este dato no parece muy alentador, en especial si proyectamos este porcentaje al nuevo cronograma de reinicio de clases, según el cual el regreso a la normalidad se verificará para todos los alumnos a fines de junio. Una semana después comenzará la “semana de vacaciones” de invierno, fijada a partir del 7 de julio.
La agenda de reintegros de los diferentes contingentes de estudiantes opera en una realidad plagada de incertidumbres e inquietudes. El panorama es realmente complejo:
Por un lado, están los gremios docentes. De acuerdo a lo estipulado, el lunes 25 de mayo han debido reintegrarse los directores de los centros de enseñanza junto al personal auxiliar. Luego, se irán reintegrando los docentes, poco a poco. Se supone que los directores deben ponerse al día con la situación curricular de los estudiantes, mientras que los funcionarios de servicio se encargarán de la limpieza de acuerdo a los ya famosos “protocolos”. Luego, a partir del 1 de junio volverán los estudiantes de acuerdo a una logística que acorta drásticamente la presencialidad, ya que será necesario dividir los grupos y establecer los días asignados a cada uno de ellos. Los miércoles se interrumpen las clases presenciales, porque se destinarán a la limpieza de los locales de enseñanza. Por otra parte, cuando los grupos sean numerosos, será necesario dividirlos según un esquema por mitades. La presencia del alumnado no sobrepasará las cuatro horas de clase. Esto quiere decir que, en el mejor de los casos, la presencia quedará reducida a 8 o 16 horas por semana.
Las plataformas de enseñanza a distancia en los diversos tramos educativos
A nivel de la enseñanza universitaria, que probablemente recién vuelva a la presencialidad en el segundo semestre, las plataformas de educación a distancia parece que están funcionando razonablemente bien, tanto en lo que respecta a la Universidad de la República como a los centros privados. Esto ha tenido al menos dos dimensiones. Por un lado, ha permitido descentralizar la enseñanza, lo que es promisorio si se piensa en el futuro. Por el otro, la superpoblación que aflige a varios centros educativos -Ciencias Económicas, Medicina, Psicología, Derecho- hace muy difícil evaluar el impacto real de la educación a distancia.
En el ámbito de la enseñanza primaria se verifica una gran variedad de situaciones. Si bien no hay datos divulgados, parece evidente que a nivel de Magisterio no estaba muy desarrollado el sistema de educación a distancia. Se infiere también la existencia de una clara diferencia entre los colegios privados y los públicos, a favor de los primeros, por supuesto. Al mismo tiempo, el impacto de la pandemia ha provocado algunas reacciones positivas. Por ejemplo, un grupo de docentes de Matemática ha ideado un programa denominado BrUNO, un videojuego desarrollado para Android y destinado a niños de 5 y 6 años, como complemento del proyecto Ceta. En este novedoso sistema se combina lo digital y lo físico, ya que se utilizan piezas pequeñas para que los niños puedan tocarlas e interactuar, llevándolos desde lo concreto a lo abstracto. El programa tiene puntos de referencia con el viejo método del ábaco.[1]
En la enseñanza secundaria es donde aparecen los mayores problemas, en especial por la cantidad de materias que es necesario enseñar, cada una de las cuales tiene su especificidad. En este sentido, tenemos uno de los pocos datos difundidos, a saber: que existe un 20% del alumnado que no se ha conectado ni una sola vez a las plataformas digitales de educación a distancia. Un porcentaje no menor de aquellos que sí se han conectado, lo ha hecho sin la regularidad necesaria.
Otro factor que incidirá en la marcha del complejo cronograma elaborado por las autoridades es el rol de las familias en cuanto a estimular y/o desestimular el aprendizaje a distancia en esta etapa del año lectivo y la incorporación a la presencialidad. Existe, aparentemente, una gran variedad de actitudes, más allá de la importancia que cada núcleo familiar atribuya a la educación. En muchos casos, el apoyo familiar está condicionado por la situación económica de los diferentes actores, el grado de información que la familia posee u otros factores tales como, por ejemplo, el grado de incidencia que sobre los alumnos ha tenido la vivencia del encierro debido a la pandemia.
Resulta notorio el acuerdo en los diversos actores de la necesidad de combinar la educación a distancia con la presencialidad. La presencia de los niños, adolescentes y adultos en los centros educativos no tiene un mero valor afectivo; tampoco su importancia deriva de la interacción con sus pares. Lo fundamental es el valor de la presencia en el aprendizaje en sí. Los alumnos se interrogan, aprenden entre ellos, discuten los problemas; esto es, a mi juicio, lo más relevante. A nadie escapa que las herramientas digitales pueden funcionar muy bien en la enseñanza de Historia o Literatura, pero no tanto en disciplinas como la Química o la Biología, donde la actividad de laboratorio es esencial.
Otro factor de incertidumbre lo constituye el probable impacto que tendrá la inminente aprobación de la Ley de Urgente Consideración (LUC). En su extenso articulado hay todo un capítulo destinado a modificar sustancialmente la gestión de la educación. Muchos aspectos de los cambios propuestos por las nuevas autoridades de la enseñanza no cuentan con el apoyo de las respectivas gremiales que intervienen en la educación y, por lo tanto, no sería de extrañar que, una vez que el parlamento apruebe la discutida iniciativa de la coalición gobernante, se verifiquen paralizaciones gremiales que marcarán una secuencia de interrupciones en la enseñanza, lo cual, obviamente, complicará la ya deteriorada calidad de la educación, en especial a nivel público.
En cuanto al plano económico, la realidad no parece ofrecer demasiadas dudas. Al igual que en otras crisis experimentadas -la tablita de 1972, la crisis del 2001-2002-, muchas empresas se fundirán; surgirán otras; pero la gente no se recupera con tanta facilidad. Y entre ellas están obviamente las empresas dedicadas a la enseñanza privada, excepto aquellas que tienen una impronta confesional o las que están respaldadas por sectores de capital robusto.
Existe, por otro lado, un doble problema en torno al impacto que tendrá el retorno de estudiantes a los centros educativos: la suspensión de la gratuidad del boleto estudiantil para quienes viven en Canelones supone una carga económica adicional de efecto discriminatorio para las familias involucradas; tampoco parece estar asegurado un incremento en la frecuencia del transporte de pasajeros en condiciones sanitarias adecuadas.
En suma, el año lectivo 2020 aumentará la brecha educativa ya existente y, al menos para amplios sectores de la población, será un año perdido.