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AL PIE DE LAS LETRAS

 Publicado: 04/04/2017

Fobias y ansiedad


Por Mayte Méndez


Sentir siempre fue un problema. Tenía miedo; no era miedo a que no me quisieran, era miedo a no poder sentir del todo como esas personas que se entregan de alma y cuerpo a algo. Crecí en una familia donde me inculcaron desde chica que las cosas a la mitad estaban mal hechas. O dabas todo o nada. En ese entonces me pareció una mierda porque siempre me gustó mucho el gris. Desde niña siempre fui muy observadora, me gustaba mirar con cuidado a las parejas que paseaban de la mano por la plaza… cómo se miraban, cómo ella sonreía cuando él hacía un chiste o cómo él meditaba unos segundos antes de agarrarle la mano. A mi madre nunca le gustó que mirara tanto a las personas, nunca me lo dijo, se lo decía a mi padre, hablaron de llevarme al psicólogo por mi distracción o mi manía de mirar personas. Ellos no entendían que lo que yo intentaba ver de verdad era el amor. ¿Cómo estaban las parejas tan seguras de que se amaban en serio? ¿Cómo estaban seguros de que estaban enamorados de sus almas? Yo estaba segura de que si mirabas fijo los ojos podías ver el alma y ahí estaba el misterio de todo. Vi muchas parejas a lo largo de mi vida, con el tiempo desarrollé una especie de don, habían pasado años desde que era niña y ahora en solo unos segundos ya sabía si era amor o no. Cuando chica me asustaba darme cuenta de que había muchas parejas en las que no había amor, la primera pareja en la que descubrí eso fue en mis padres. Mi madre nunca lo amó y eso se notaba, se notaba hasta sin mirarle los ojos, eso me frustró. Mi padre era un buen hombre, hacía lo que su mujer le pedía y todavía más solo para quizá, al final del día, con suerte, poder dormir en la misma cama que ella. Él la adoraba, la veía como si ella fuera todo. A medida que yo crecía esa mirada iba cambiando de a poco, eso también me asustó porque no sé por qué yo suponía que el amor nunca se terminaba. Con el paso del tiempo aprendí ‑viendo- que el amor no duraba para toda la vida. Era por eso que vivía asustada. ¿Cómo podía estar con alguien que algún día, sin que me diera cuenta, iba a dejar de amarme?

Y eso fue exactamente lo que le conté al psicólogo con algunas breves pausas para tragar saliva. Al cabo de minutos escribió en unos papeles y me explicó que la ansiedad era común. También me explicó algo sobre la fobia al amor pero decidí no darle mucha importancia, así que al cabo de unos minutos me despedí y salí por la puerta y me dirigí al auto mientras echaba una rápida mirada a una pareja con un bebé y me detuve. Los miré unos segundos y ellos a mí, sonrieron y les devolví la sonrisa. Entonces por arte de magia o esas casualidades de la vida me di cuenta de que el amor que nunca se termina es el de los padres. Nunca se va. Lo veas o no, siempre está ahí.

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