Compartir
AL PIE DE LAS LETRAS
Poemas
Por Fernando Chelle
La madeja
En la punta del ovillo estaba el llanto,
dormido, agazapado en las tinieblas del todo.
En ese lío a disiparse por calles grises y ríos negros
se escondía, el primer acorde del suspiro.
El sol en lo alto,
engendrado por el balbuceo sur de una vieja guitarra
y el grito verde y llano de la pradera,
fue luz original de la poesía.
El después es el ahora,
el tiempo donde devano los sueños
donde las palabras,
cada vez más precisas,
no intentan llegar a la otra punta.
Agua de río
La sombra de una caña se parte a la orilla del río
tiembla sobre las hojas de luz, sobre los gajos de sol
dispersos en una alfombra que pasa.
El tiempo allá arriba cruza raudo, en una nube,
muelles, manos, peces, agua, sangre, ojos,
todo va allí, en esa mancha que se transforma
que tiene prisa, que será río.
Esta fuerza fecunda que hace temblar la luz sobre su lomo
este tajo en la tierra, arrebato de nube y tiempo
es el transcurso irreversible hacia el olvido.
Lluvia de enero
La lluvia es un repique de tiempo,
como un agua de barrio que
cae sobre la tierra de la memoria
y encharca los recuerdos
con su canto líquido y de altura.
Es un pincel celeste en las paredes,
un látigo de vidrio sobre las hojas
que se desprenden y caen sorprendidas
cargadas de misterio y de poesía.
Es un río caudaloso con los barcos de la infancia
donde la triste realidad de los periódicos
naufraga, en el milagro danzante de las aguas.
Pedazo de papel que me regaló el viento
Todavía en el patio las hojas murmuran con el viento
algunas, al desprenderse de las ramas,
caen arrítmicas y silenciosas, esquivando invisibles,
como esas mariposas que entregan al río su tiempo de serpentina.
Todavía en la falda del cerro mi abuelo toma mate silencioso como una sombra
bajo el árbol donde viven los pájaros
donde sus manos viejas de animal manso, rugosas como los troncos,
se encaprichan en componer las mañanas.
Todavía remonto las casas del barrio en esa cometa que construyó mi padre
desde donde veo el lomo brillante y sin ramas del tiempo
disiparse lleno de luz, lleno de ojos, lleno de gritos.
Todavía al invierno lo bebo con el vino de la amistad
alrededor de una mesa con pan, humo y carcajadas
donde la belleza natural de lo trivial y de lo corriente hace su imperio.
Todavía los plátanos cabecean en la plaza
cubren el banco donde me miro en sus ojos
donde escribo esta página,
amarilla.
Desde los vidrios
Al poeta Elkin Jiménez Jaimes, presente en Aracataca,
cuando nació este verso que aquí recojo
Desde los vidrios de aquella habitación
donde las antenas de la chata ciudad
se veían igual a esqueletos de pescados
con boinas vascas de oscuras golondrinas,
yo soñé la partida.
Había algo de fuga en ese sueño
un intento de escape
de buscar el desexilio en el exilio
de ser, en definitiva,
como los pájaros.
Desaparecer de pronto de los ruidos del barrio
del banco de la plaza y el color de la feria
huir, aunque sin rumbo conocido,
lejos de las farmacias, las tiendas,
los almacenes y hasta de los liceos
que me vieron pasar.