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LA DIVINIDAD, LA IGLESIA, LOS HOMBRES
“Por gracia de Dios”: responsabilidades colectivas
Por Andrés Vartabedian
“Perdí la fe muy pronto por la falta de coherencia entre los Evangelios y la Iglesia”.
François Ozon
“Hablamos de hechos muy antiguos. Gracias a Dios los casos han prescripto”, sostuvo el cardenal Philippe Barbarin en cierta conferencia de prensa llevada a cabo por la diócesis de Lyon, con motivo del caso de pederastia que conmovió a Francia hace pocos años y que vinculaba a un sacerdote de la Iglesia Católica y a sus superiores. Esa es la expresión que da título al filme: Grâce à Dieu, en su versión original.
El lapsus sintetizaba buena parte del pensamiento de la Iglesia a nivel institucional. Barbarin intentó enmendarlo mientras continuaba realizando declaraciones. Fue imposible. Posteriormente, “se hizo viral”, como suele establecerse por estos tiempos de redes sociales. Todo Francia hablaba de ello. “Afortunadamente la responsabilidad legal se había extinguido”, ese era el mensaje de la autoridad religiosa. ¡Qué más se podría agregar! Únicamente, que él conocía los hechos que se habían sucedido durante décadas y no había tomado las medidas pertinentes. En la causa penal abierta en aquel momento, el cardenal Barbarin, arzobispo de Lyon -considerado, incluso, “papable” en el cónclave de 2013 en el que fue electo Jorge Bergoglio-, era otro de los imputados, por conocimiento e inacción.
Presentó renuncia ante el Vaticano. Le fue rechazada. A nivel judicial, su presunción de inocencia se mantendría hasta que se probaran los hechos. Eso resultó ser lo más importante para la Santa Sede.
Sin embargo, pocos días después del estreno del filme, el cardenal Barbarin fue condenado, en primera instancia, a seis meses de prisión en libertad condicional por encubrimiento de los abusos sexuales cometidos por uno de los sacerdotes bajo su órbita. De todos modos, las investigaciones se cerraron sin cargos para él.
Desde hacía más de 30 años, el “padre” Bernard Preynat abusaba de niños a los que preparaba para recibir el sacramento de la comunión o con quienes compartía las actividades propias de los boy scouts. Fueron decenas. Lo admitió al momento de iniciarse la demanda, en el transcurso de la investigación consiguiente; pero lo había asumido ante sus superiores durante todo ese lapso de tiempo transcurrido. Él siempre confesó su “problema con los niños”. En 2014, cuando uno de los menores abusados lo reconoció trabajando en Lyon -una de las ciudades y metrópolis más católicas de Francia-, aun continuaba llevando adelante tareas que los involucraban.
Él fue el primero en dar un paso al frente en materia de denuncias, ya entrado el siglo XXI. El ahora hombre era Alexandre Guérin, el otrora niño abusado. Lo hizo dentro mismo de la Iglesia Católica. Confiaba en que la Iglesia, su iglesia, tomaría las medidas ejemplarizantes que correspondían. No imaginaba el muro de silencio y dilaciones frente al que se estrellaría. Casi dos años después, luego de insistir tenazmente a la interna de la institución de la que formaba parte como devoto creyente, presentó una denuncia formal ante las autoridades policiales. Los discursos eclesiásticos no presentaban un correlato con las acciones concretas desarrolladas.
Alexandre Guérin (Melvil Poupaud), de algún modo, había logrado superar el trauma provocado por Preynat durante su infancia. Había formado una familia, compuesta por esposa y cinco hijos, era un hombre exitoso en su trabajo, perteneciente a la alta burguesía francesa, y permanecía dentro del catolicismo como convencido practicante de su fe, al igual que su familia. Todo ello llevado adelante sin fingimientos, honestamente. El shock y el malestar que le ocasionará comprobar que el sacerdote pedófilo continúa cumpliendo funciones de tal y que, como agravante, aun se encuentra vinculado y a cargo de niños, determinarán su compromiso en denunciar lo sucedido. Pensando en él, claro está, pero sobre todo en sus hijos y los hijos de padres desprevenidos que los confiaban a gente como Preynat. A pesar de la fuerte decepción con la que deberá lidiar luego de la lucha intestina emprendida en el seno de su iglesia, continuará convencido de que a las instituciones de las que uno forma parte por convicción se las debe modificar desde adentro, no abandonarlas.
Dado que su caso, a nivel legal, había prescripto (después de todo el trabajo de denuncia e investigación que, de algún modo, tiene a Alexandre como puntapié inicial, el período de prescripción dentro de la legislación francesa se modificó recientemente de 20 a 30 años luego de ocurrido el delito), la tarea policial se centró en hallar a alguna de las víctimas más próximas en el tiempo, que pudiera y deseara presentar cargos.
Es así que llegamos a otro de los personajes centrales de la película, François Debord (Denis Menochet). François, quien también presenta familia constituida y solvencia económica, es más iracundo -también ateo-, por lo que al descubrir que Bernard Preynat continúa vivo y dentro de la Iglesia, decide llevar su caso y el de tantos otros hasta las últimas consecuencias. No solo denunciará a Preynat, sino que también lo hará con Barbarin y todas las autoridades eclesiásticas que estuvieron en connivencia con tantas décadas de impunidad. Incluso el propio Vaticano estará en su mira. Junto a uno de sus amigos, otro niño víctima, Gilles Perret (Eric Caravaca), crearán la organización que será clave en todo este proceso de denuncia y reparación, “La Palabra Liberada”.
A través de esta ONG, los testimonios comenzarán a multiplicarse, el efecto de propagación de lo acaecido pasará de ser local a ser nacional, y se sumarán nuevos casos, más recientes, que podrán ingresar dentro de los plazos de la prescripción. El “padre” Preynat, al parecer, finalmente, podrá ser condenado.
Entre esos nuevos casos, de gente más jóven, se encuentra el de Emmanuel Thomassin (Swann Arlaud) quien, a diferencia de los dos -o tres anteriores-, todavía sufre enormemente por los abusos sufridos durante aquellos años de su infancia. Sus sufrimientos son psíquicos, espirituales y, estrictamente, físicos. Él no parece ser un resiliente como sus compañeros de organización. Su situación sentimental y familiar asoma frágil y crítica, e incluso su situación socio-económica no presenta, ni cerca, la holgura que muestran las anteriormente descriptas. “La Palabra Liberada” se presenta como una buena oportunidad para generar salud, al menos, sobre algunos aspectos de su vida.
El encuentro entre todas estas voces y, en definitiva, la liberación de esa palabra atragantada durante tanto tiempo, enriquecerá a todos, y colaborará en la recomposición de ciertas capacidades que asomaban dañadas o, en el mejor de los casos, aletargadas. Cada uno aportará desde su saber, su energía, su ideología, su creatividad, su historia de vida… no sin dejar sentadas ciertas diferencias importantes.
Por gracia de Dios presenta algunos nuevos desafíos para François Ozon: el trabajo sobre personajes masculinos, en lugar de sus habituales “mujeres fuertes”; el hecho de partir de una historia real, con personas a las que poder consultar hoy mismo sobre lo que se está rodando, y no de un guion original o adaptado de alguna novela; el propio hecho de tener que manejar tantos personajes de peso al mismo tiempo... No queda del todo claro si se sintió cómodo con ello. A simple vista, en opinión de este comentador, no parece haberlo resuelto del todo satisfactoriamente. Por momentos, algunas situaciones y/o escenas parecen reiterarse o demorar más de la cuenta; la tensión dramática decae… Evidentemente, para el jurado del Festival Internacional de Cine de Berlín esta mirada no condice con lo apreciado en pantalla.
“[...] hice muchas películas sobre mujeres fuertes y esta vez quería centrarme en los hombres, hombres que expongan su fragilidad y sensibilidad. A menudo, en el cine, especialmente en el cine estadounidense, los hombres tratan sobre sus acciones y las mujeres sobre sus sentimientos. Quería encontrar un tema que me permitiera mostrar a los hombres llorando, por ejemplo y, por casualidad, descubrí en Internet los testimonios de los muchos sobrevivientes de este sacerdote y sus historias me conmovieron. Decidí conocerlos, me las contaron y decidí escribir un guion sobre eso”, ha sostenido Ozon en varias entrevistas, respecto a su elección de la temática y estos personajes puntuales.
Son más, o quizá más importantes, los aspectos en su haber que presenta Por gracia de Dios: el tratamiento respetuoso del tema, aun en sus aristas más incisivas; la mirada puesta en el silencio cómplice y en la indefensión que provoca la desaprensión de instituciones en las que confiamos nuestra guarda -iglesia, familia, Estado...-, más que en el victimario concreto y directo; la austeridad de los recursos manejados, lo que refuerza su naturalismo; su sensibilidad carente de sensiblería, la ausencia de subrayados melodramáticos innecesarios; la sugerencia del abuso, y no su imagen, que aparece en los breves flashbacks que utiliza -aun sin que estos se transformen en una pieza sustancial o significativa del lenguaje cinematográfico empleado-: una puerta que se abre, una carpa que se cierra, una escalera que reúne en su ascenso a abusador y abusado, una luz tenue…; el trascender lo explícito y morboso; la sutil banda sonora, lejana a enfatizar el drama o glorificar el dolor, más cercana a la calma del sanar… En definitiva, el propio abordaje del tema, el rescate del hecho en sí mismo -las presiones de la Iglesia no estuvieron ausentes desde la aparición del primer tráiler hasta horas antes de su estreno-. El propio cuestionamiento a la Iglesia Católica: inevitable, pertinente, sin ambigüedades, pero sin saña.
Al respecto, Ozon ha establecido: “Creo que uno de los problemas de la Iglesia Católica es que, durante mucho tiempo, consideraba la pedofilia como un pecado, como la homosexualidad y el aborto, y no veían la diferencia: en realidad no la consideraban un delito. Ahora creo que saben que la pedofilia realmente puede destruir a una persona, pero les ha llevado mucho tiempo entender eso”.[1]
Amén.