Alberto Gutiérrez
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CAMPEONES DEL MUNDO
...Hay que “saber que hay cosas que se viven una vez sola”*
Por Néstor Casanova Berna
A Pedro. Él sabe bien por qué.
Mucho más que fútbol
En Uruguay, el fútbol es mucho más que un deporte o un espectáculo de masas. Llega a ser un ingrediente principal de la identidad cultural del pueblo uruguayo. La camiseta celeste constituye uno de los símbolos nacionales más considerados y la estrofa del himno que reza ¡Sabremos cumplir! se resignifica enfáticamente antes de cualquier encuentro: no hay fatiga ni defección posible para cumplir con la patria en un campo de juego. Mientras que en ocasión de las celebraciones de la Jura de la primera Constitución, como en la de la Declaratoria de la Independencia, se puede dar oportunidad a un equívoco patrioterismo, cuando juega Uruguay las ciudades se embanderan de auténtico furor celebratorio y combativo. Es que todo el amor propio del que disponemos como nación lo confiamos a los pies de nuestros bravos.
Si bien cada seleccionado juega según un patrón particular, en el imaginario social se delinea una modalidad de afrontar el juego, que resulta de la proyección identitaria en el noble arte de tratar a las patadas la pelota (y a los adversarios, si llega a ser el caso). Por esto, es muy infrecuente que la celeste desempeñe una constante tenencia del útil y sí que se juegue con los dientes apretados, sometidos a un estrés de cargar con los sagrados números en el dorso: no es para cualquiera portar la mítica camiseta número 5. Por supuesto, no hay partido en que los árbitros no nos arrojen dudas sobre un histórico encono. A Uruguay le es dado luchar tanto contra el adversario de turno como contra el Sistema.
Donde exista la oportunidad de oponer, en un campo de juego, a once figuras orientales de pantalón corto con sendos oponentes de cualquier confín del mundo, se consigue discutir la propia inserción geopolítica del paisito. Ya vendrán después los diplomáticos, las mujeres y hombres de ciencia y letras, los artistas más reconocidos... Porque en una ya lejana olimpíada no solo supimos ganar, sino también saludar a todos los espectadores con una vuelta tan triunfal como considerada. Porque podemos asombrar por constituir un lejano y reducido enclave en el Sur, en donde no pasa mucho hasta que pasa. Porque cada muchacho de estas praderas sueña con improbables circunstancias de éxito, sin inmutarse con la proliferación cotidiana de derrotas.
La lucha contra la estadística
Esta pasión solo puede sostenerse en una cándida lucha contra la pura estadística. En un país de poca población, notoriamente avejentada, que invierte poco en políticas sociales dirigidas a la juventud, el prometedor jugador vernáculo las tiene casi todas en contra. Lo que mejor marca a nuestros futuros goleadores no son los recios defensas, sino el barro de los potreros. Es que no hay zaga más intimidante que las ansias de comer. Pero precisamente de las condiciones sociales y materiales más duras emergen, empecinados, los ilusionados sujetos hambrientos de gloria.
El nivel puramente deportivo de la competencia local es menesteroso. Y, sin embargo, la ilusión de descollar en el deporte, antes que amilanarse, se redobla con la esperanza de la emigración. Cada juvenil se debate entre las condiciones espartanas de su ejercicio formativo y el tamaño desmesurado de su expectativa. Todos parecen brincar con la pelota, pero en verdad están jugándose el futuro en la lotería del destino.
Lo que parece obrar como acicate del esfuerzo es la relativa improbabilidad del éxito. La recompensa material y simbólica se agiganta en la contundente lejanía de la meta. Uno puede comprender entonces la sentencia del apologeta Tertuliano: creo porque es absurdo. Este dicho, que parece contradecir la más elemental lógica racional es la que mejor expresa la fe en que, digamos que de la bella Salto provengan, en la misma generación, no una sino dos figuras de excepcional destaque futbolístico mundial, como Luis Suárez y Edinson Cavani. ¿Cuáles eran las probabilidades racionales de éxito de estos botijas... cuando tenían ocho años? Hay que rendirse a la evidencia, estos fenómenos le gambetean, en primer lugar, a la física y a la matemática y son corolarios de la más paradójica concatenación de circunstancias.
Cosas que se viven una vez sola
Por todo esto es reconfortante que haya sido nada menos que el capitán del equipo el que haya dado en el clavo de esta historia: hay cosas que se viven una vez sola y hay que desvivirse por encontrarse compuesto con la ocasión. Que la cosa que se vive una vez sola nos agarre cargados de pasión por vivir. ¿Qué más se puede esperar de lo improbable?
En el ardoroso mayo francés de 1968 se escribía en los muros: Seamos realistas, pidamos lo imposible. Esto es lo que tienen en mente las hinchadas en los estadios, los veteranos frente al televisor, los escolares en sus sueños, los sabandijas de todo pelo y seña: un fragmento de fortuna hurtado a la estadística de la razón del más fuerte, del más rico, del dueño de la pelota. ¿Qué mejor cosa que conseguir vivir esta rara cosa que se vive una vez sola?
Ya sobrevendrá la sopa fría de la realidad cotidiana a moderarnos el entusiasmo. Pero, ¿quién nos quita la experiencia sublime de gritar, henchidos de irracionalidad, el único gol conseguido en la jugada más entreverada de todo el campeonato? ¿Quién nos quita ahora el recuerdo cargoso de haber sentido que, por única vez en la corta vida, conseguimos ver a Uruguay campeón del mundo? ¿Quién nos quita el furor vicario de sentirnos otra vez jóvenes, ilusionados y empecinados con la gloria, esa cosa que se vive una vez sola?
Muy bueno , muy cierto, quien nos quita , haber vencido a la probabilidad con la ilusión de un sueño concretado , que nos inspira a seguir soñando .