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VADENUEVO DE COLECCIÓN: DEL NÚM 122 (NOVIEMBRE DE 2018). PROPUESTAS, CRÍTICAS, RECHAZOS
La educación arrinconada entre el marasmo y las resistencias
Por Nicolás Grab
Yo soy lego en materia de educación. Cursé todos los niveles de la enseñanza pública y fui docente en mi Facultad de Derecho, pero de eso hace mucho tiempo. No tengo autoridad técnica respecto de los problemas que hoy se discuten sobre la educación en el Uruguay.
Siento, sin embargo, que tengo algunas cosas que decir sobre esa discusión; y a esta altura deben ser muchos los que sienten eso mismo entre los que la observamos con desazón desde la tribuna.
Sobre lo que se discute y sobre cómo se lo discute.
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Esta revista Vadenuevo ha publicado más de 50 artículos sobre los problemas de la educación; y los hay en los dos números anteriores a este. El mes pasado, el profesor Diego Suárez trató de “El sistema educativo de la emoción: las habilidades socioemocionales como reguladoras de las fuerzas productivas, al servicio del Mercado”. En el anterior núm. 120, el profesor Ibrahim Volpi (en “Cambios que no son tales: lo hegemónico desde el discurso”) se refirió a la iniciativa de “EDUY21” presentada en su reciente “Libro Abierto”.
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El artículo del profesor Suárez está dedicado a un aspecto particular de las tendencias que buscan adecuar la educación al interés de las empresas: la modelación de las reacciones emocionales del trabajador. Explica que “se busca que la educación opere sobre las competencias socioemocionales” para que la formación del trabajador “se base en un sistema de estructuración de la conducta en función de los requerimientos de ese mercado”.
Hay elementos interesantes en el artículo, al menos para el lector lego cuya perspectiva es la que puedo apreciar. Y no hay razón para poner en duda la existencia del propósito que explica, ni su pretensión de influir en las pujas sobre la orientación que se ha de dar a la política educativa.
Pero a la vez el artículo también da lugar a otra reflexión. Su denuncia de propósitos interesados lleva al autor a condenar cosas que justifican ese repudio y también otras que no se entiende por qué han de reprobarse. Rechazar que la educación se subordine al interés de la explotación y el lucro es indispensable; pero eso no convalida algunas consecuencias que se pretende dar a ese criterio. En la complejidad de estos problemas, lo último que puede ayudar es que se introduzcan falacias en el debate. Y es una falacia rechazar cualquier cosa porque reciba apoyos que tienen motivación torcida.
Denuncia el profesor Suárez que los empresarios, en la contratación de sus trabajadores, buscan características que “incluyen atributos de tipo emocional”. Y mediante una cita enumera los siguientes: “la actitud positiva para el aprendizaje continuado, las aptitudes de autorregulación, autocontrol, confianza en sí mismo, capacidad para comunicarse con los demás compañeros de trabajo, de influir sobre ellos y de comunicarse con los potenciales clientes; el dominio de las técnicas escritas y orales de comunicación, además del uso de las tecnologías de la comunicación y de la aptitud para comunicarse en otras lenguas; y la disposición para trabajar en equipo y para interactuar positivamente con sus componentes”.
Y bien: el empresario tiene interés en controlar a sus trabajadores y obtener de ellos el mayor beneficio posible. Sí. Pero ¿hay algo, en toda esa lista, que tenga ese fin específico? ¿Hay algo que no sea útil o necesario en cualquier organización productiva no capitalista? ¿Hay algo que no sea útil en una cooperativa? ¿O en cualquier estructura productiva de cualquier régimen, actual o futuro, existente o hipotético? (Más aún: en cualquier organización de cualquier clase.) Con otra perspectiva: ¿hay algo en esa lista que no sea útil para el trabajador, cualquiera que sea la estructura en que se desempeñe, cualquiera que sea el régimen social y económico de su país y del mundo? ¿Y no son, además, capacidades valiosas fuera del trabajo, en cualquier actividad de la vida?
¿Por qué debo oponerme a que la enseñanza capacite sobre “las técnicas escritas y orales de comunicación, el uso de las tecnologías de la comunicación y la aptitud para comunicarse en otras lenguas”, y todo lo demás? Repase el lector esa lista y plantéese la pregunta.
Otro ejemplo. Los grandes poderes del mundo alientan que la formación se oriente a profesiones y actividades convenientes para los intereses de los poderosos. Como dice la Directora Gerente del FMI en la oportuna cita de Suárez: que “la formación responda a las necesidades del mercado”. Una vez más está clara la motivación interesada. Pero también, una vez más, se dan a ese hecho consecuencias y alcances que no tienen sentido. La enseñanza “funcional al mercado” no debe ser el objetivo; pero las realidades del Uruguay muestran dramáticamente la necesidad de una política que no se limite a ese rechazo. La formación de profesionales, divorciada de las necesidades (no sólo productivas: también sociales y de cualquier otro orden), sin ninguna norma ni criterio que regule su distribución, nos lleva a situaciones irracionales, dolorosas y de muy pesado costo social. Es aberrante para el interés del país y para el interés de sus víctimas. Las víctimas de esto no son (solamente) los empresarios que se quejan porque no encuentran personal calificado suficiente. Son víctimas los egresados que pululan frustrados en una profesión que no logran ejercer, después de dedicar los mejores años de su vida a adquirirla. Somos víctimas todos por la traba al desarrollo que determina esta irracionalidad. Somos víctimas todos por el costo enorme de la instrucción inconducente que financiamos. No es el Fondo Monetario Internacional el que sufre las consecuencias, ni las empresas transnacionales, cuando nosotros seguimos dedicados a preparar contingentes masivos de nuevos profesionales en campos en que ya sobran.
Una cosa puede estar mal aunque el FMI diga que está mal.
Y otro. Denuncia el profesor Suárez que el Banco Central y la Dirección General Impositiva tienen programas educativos y hay autoridades de la enseñanza que los apoyan. Pero lo que explica sobre esos programas obliga a preguntarse qué reparos merecen realmente. En este país en que la enseñanza general ha omitido siempre los temas económicos, las entidades que controlan el sistema financiero y la administración tributaria ayudan a difundir una comprensión primaria de esos regímenes. Si esto se rechaza por considerarlo una convalidación del sistema capitalista, o una aprobación de sus injusticias, me parece una ingenuidad descaminada por completo. Conocer ese régimen es indispensable para desenvolverse en él y también para poder criticarlo o combatirlo. Y la revolución o el cambio que algún día ponga fin al capitalismo no se hará, ni se promoverá, ni se facilitará, con la ignorancia de su funcionamiento.
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Sobre la iniciativa de EDUY21 a la que se refiere el profesor Volpi, y que fustiga, yo no sé si puede o no resolver los problemas. Aunque soy consciente de que estoy expuesto al error y a la ingenuidad, diré lo que percibo. Veo análisis de los problemas que me parecen asentados en una solvencia técnica sólida. Veo ideas razonables e imaginación creativa. Veo una actitud abierta y respetuosa de las discrepancias ajenas, con una invitación permanente a la discusión constructiva. Veo prudencia y realismo, con la preocupación de mantener las propuestas dentro de lo viable. Veo conciencia del papel central que debe corresponder al plantel docente con que se cuenta. Y veo preocupación por la justicia social, manifestada ante todo en el primerísimo plano en que colocan, entre los problemas que es preciso resolver, el de la desigualdad.
El profesor Volpi encuentra exasperantes algunos aspectos de esa iniciativa: “Como docente, me conmueve e indigna el acoso incesante del fetiche-número […] me subleva esta centralidad del discurso de lo educativo en clave de dicho fetiche”. Y para el rechazo de toda la iniciativa recurre a la descalificación, la ironía y el tono despectivo. Yo no sé si Volpi tiene razón o no al considerar excesivo el papel que EDUY21 asigna a las evaluaciones y a los aspectos cuantitativos; pero ciertamente no creo que ningún aspecto de lo que EDUY21 plantea justifique ese trato, ni la sorna y la ridiculización a que Volpi lo somete, ni creo que eso contribuya a hacer convincente su argumentación. Por cierto no aporta tampoco a la indispensable discusión constructiva.
Y la seriedad de sus críticas acaba muy maltrecha cuando Volpi expone finalmente cuáles son, según él, los falsos diagnósticos que llevan a recetas erradas. Enumera los factores que “el imaginario colectivo abonado por la hegemonía” ve como “la rémora de este sistema educativo y el palo en la rueda para el cambio educativo”. Por ese camino, nos dice, “está más que claro que no tenemos aún una respuesta como colectivo humano sobre cuál debe ser el derrotero de la Educación ni cómo transitarlo”.[1]
Y bien: veamos cuáles son esos factores que el profesor Volpi da por falsos, factores a los que una visión inducida por los poderes hegemónicos acusaría injustamente de los males de la educación.
El primero que menciona sería negligencia de los gobernantes y de los dirigentes de la enseñanza. No está claro si se refiere a los actuales o a todos los de las muchas décadas en que se instalaron y se acentuaron las aberraciones de hoy. Esto último sería englobar absurdamente a personas y regímenes de todo signo y cuya labor no tiene sentido echar en una misma bolsa. Si por el contrario Volpi se refiere a los gobernantes y los dirigentes de la enseñanza actuales, entonces hay dos cosas que decir sobre eso. La primera es que parece bastante lógico, y más bien obvio, atribuir responsabilidad a quienes tienen a su cargo el tema. Y la segunda: no es cierto que “el imaginario colectivo” vea en esas autoridades a los responsables únicos de la situación. No lo ve así porque rompe los ojos que la acción de esos dirigentes está paralizada por resistencias que bloquean cualquier medida toda vez que roce intereses asentados a los que se defiende con uñas y dientes y con todo el arsenal que se despliega ante el menor atisbo de amenaza. No es cierto que “el imaginario colectivo” desconozca este hecho evidente.
El otro factor al que, según Volpi, “el imaginario colectivo” acusa falsamente sería el de “los docentes en su ausentismo y formación ‘desactualizada’ e insuficiente”. Pero ¿de verdad todo eso es creencia errada? ¿Es falso que haya una “formación ‘desactualizada’ e insuficiente” de los docentes? ¿De veras es impecable su formación y no hay problemas con ella?
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Las críticas a las iniciativas y las advertencias de peligros o acechanzas pueden ser útiles y necesarias, pero no pueden suplir la construcción positiva de soluciones.
Sin duda sería nefasto que se reformara la educación para ponerla al servicio de intereses espurios, y sin duda hay quienes desean eso.
Pero también sería nefasto que, enredados en las suspicacias y las pujas de intereses, eternizáramos el marasmo actual. Mejor dicho: es nefasto que de este modo eternicemos el marasmo actual. Porque lo estamos haciendo.