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ACERCA DE NOVEDOSOS ENFOQUES DE LA HISTORIA (I)
Unas preguntas que no se han planteado
Por Fernando Rama
La cita de León Felipe que preside este artículo expresa en forma inmejorable una visión pesimista de la historia en su particular clave anarquista. Pero no está solo en esta percepción de la historia. Mario Bunge afirma que la historia es la única ciencia que no tiene valor práctico ya que conocer el pasado no nos permite en absoluto predecir el futuro. Según este autor, entonces, el valor pragmático de la historia es nulo. El filósofo David Hume, en varias entregas a partir de 1753, escribió una extensa Historia de Inglaterra desde sus orígenes como colonia periférica del Imperio Romano hasta la llamada Revolución Gloriosa en 1688. Allí, en el capítulo XII del primer tomo, dedicado a relatar los pormenores del largo reinado de Enrique III, podemos leer lo siguiente: ”La mayoría de las ciencias, en la medida que crecen y mejoran, inventan métodos que facilitan el razonamiento; y, empleando teoremas generales, pueden comprender, en unas pocas proposiciones, un gran número de inferencias y conclusiones”. Más adelante se queja de la obligación que todo historiador tiene de escribir o leer con gran detalle, un enorme conjunto de frívolos eventos.[1]
A pesar de estas visiones, la humanidad vive obsesionada con el relato de la historia y no únicamente en base a los aportes de los académicos como profesionales de la misma; también es posible constatar que buena parte de la novelística de las últimas décadas está centrada en un tipo de ficción especial, la que se apoya en hechos históricos reales. Tal vez se trate de un falso problema, pero lo cierto es que nuestra obsesión con la historia, desde Herodoto y Tácito hasta ahora, ha sido permanente e intensa. Quizás nuestra insistencia en conocer qué fue lo que pasó antes del presente tenga que ver con nuestra necesidad de entender cómo llegamos a dicho presente y no tanto con predecir el futuro.
Por otra parte, el mundo académico sigue generando visiones novedosas, una de las cuales está plasmada en el libro “De animales a dioses”, escrito por Yuval Noah Harari.[2] Según este autor, la historia de la humanidad está pautada por tres grandes revoluciones: la revolución cognitiva, ocurrida hace 70.000 años, que nos permitió liberarnos de nuestra biología; la revolución agrícola, ocurrida hace 13.000 años, que modificó sustancialmente nuestra manera de vivir y la revolución científica, iniciada a partir de los descubrimientos de nuevos continentes, pero consolidada con los descubrimientos de Galileo y Newton. Dejamos, a partir de ese momento, la era de la ignorancia e ingresamos en la etapa que aún vivimos, después de pasar por sucesivas revoluciones industriales hasta llegar a la era informática. Es una versión de la historia centrada en los procesos macrohistóricos que sin duda aporta mucho a nuestra visión del pasado.
Hace unos dos millones de años los homínidos eran animales insignificantes, tan determinados por su ADN como los restantes animales. El Homo Sapiens había evolucionado a partir del Australopitecus, pasando por el Homo Rudolfensis y el Homo Ergaster y vivía confinado en África oriental. Pero este ejemplar de los grandes simios no era el único homínido. A partir del valle del Nearder se expandieron por Europa y Asia los Neanderthalensis. El Homo Erectus dominaba la región de Asia oriental. En Java y el resto de Indonesia vivía el Homo Soloensis. En una isla pobre en recursos situada en el Océano Índico, la isla de Flores, habitaba el Homo Floresiensis, los homínidos de menor estatura conocidos hasta el momento. Finalmente a partir de una cueva siberiana surgió el Homo Denisova que se expandió por toda la región. Quiere decir en el lapso que va entre los dos millones de años hasta hace apenas 10.000 años convivían varias especies humanas. Todas estas especies tenían varias características comunes. En primer lugar un cerebro grande que representaba, y representa, el 2-3% del peso corporal pero consume el 20-25% de la energía que estos homínidos consumían. Todos ellos disponían de un andar erguido, lo que les daba la gran ventaja de poder escrutar horizontes más amplios. Al mismo tiempo la posición erguida – además de generar los problemas de columna vertebral que padecemos hasta nuestros días – produjo en la hembras un estrechamiento del canal del parto, lo que condicionó el acortamiento de los embarazos y la parición de seres más pequeños e inmaduros y dependientes de los cuidados parentales durante más tiempo. Otras características comunes a estas seis especies descritas por la arqueología era el empleo de utensilios o herramientas de diverso tipo, el constituir estructuras sociales complejas y, desde hace unos 800.000 años, el empleo del fuego, lo que les permitió cocinar alimentos y acelerar la digestión.
Sin embargo hace unos 70.000 años el Homo Sapiens salió de su encerramiento en África e invadió todo el planeta. Desde hace tiempo hay dos teorías que pugnan por explicar este excepcional cambio. La teoría del entrecruzamiento y la teoría de la substitución. A favor de la teoría del entrecruzamiento está el hecho de que un 1-4% de nuestro ADN lo compartimos con el hombre de Neardertal y un 6% con el Denisova.
Lo cierto es que entre los años 70.000 y 30.000 antes de nuestros días el Homo Sapiens sufrió una mutación hasta entonces desconocida en sus conexiones cerebrales, que le permitió señalar con precisión los lugares de caza, chismear e inventar ficciones en las que todos creían. Esta mutación generó la posibilidad de un lenguaje vocal, flexible y socializador, mucho más eficaz a la hora de ganar territorio de caza. Mientras que el león, el ratón o el chimpancé están limitados a lo que les permite su ADN interactuando con su limitado espacio, el Homo Sapiens sufrió un cambio biológico que le permitió superar las limitaciones naturales. Este cambio es la denominada revolución cognitiva que, como todo en este mundo, también tuvo sus inconvenientes. El psiquiatra inglés Timothy Crow elaboró la hipótesis según la cual las diferencias de sexo son la clave para entender la genética de la psicosis y los orígenes del lenguaje.[3] El autor señala que la mutación o el cambio cromosómico en los cromosomas X e Y, antes homogéneos, permitió el desarrollo de los hemisferios encefálicos con un cierto grado de asimetría y posibilitó la evolución del lenguaje. Las fallas en la especialización hemisférica serían la condición para el desarrollo de los trastornos psicóticos. En otras palabras, según esta hipótesis, la esquizofrenia es el precio que los humanos hubimos de pagar como consecuencia de la adquisición del lenguaje.
Un enfoque completamente diferente es el que propone Neil Mac Gregor, autor de un notable libro titulado “A history of the World in 100 objects”.[4] En el prólogo de su libro señala aspectos que no siempre se tienen en cuenta en los estudios históricos. No sin ironía Mac Gregor tituló el prefacio de su libro “Misión Imposible” y comienza por señalar que contar la historia a través de las cosas es la misión de los museos. El Museo Británico tiene alrededor de 250 años y fue inaugurado en 1753 con la misión de recopilar todos los objetos de interés y con total libertad. Señala Mac Gregor: “En este libro viajamos hacia atrás en el tiempo y a través del globo terrestre para observar cómo los humanos hemos dado forma a este mundo y hemos sido conformados por él a lo largo de dos millones de años. El libro intenta contar la historia del mundo de una manera que nunca se había intentado antes, al descifrar el mensaje que los objetos comunican a través del tiempo- mensajes acerca de pueblos, ambientes e interacciones, en diferentes momentos de la historia y de acuerdo a cómo nuestro tiempo reflexiona sobre ellos”.
El libro incluye todo tipo de objetos, que van desde una vasija para cocinar a un galeón de oro, desde una herramienta de la edad de piedra hasta la conocida tarjeta de crédito. La historia que emerge de estos objetos puede parecer extraña; hay pocos datos conocidos, los eventos mil veces analizados – la construcción del Imperio Romano, la destrucción de Bagdad por los mongoles, el Renacimiento europeo, las guerras napoleónicas, el bombardeo de Hiroshima – no están en el centro de la escena. Pero aparecen presentes, refractados a través de objetos individuales. El fragmento de la estela de Rosetta es, además de su valor intrínseco, un documento de la lucha entre Inglaterra y la Francia napoleónica. La guerra de las colonias americanas del norte por la independencia se puede observar desde la perspectiva de un mapa dibujado por los nativos de Norteamérica en un cuero de búfalo.
Otro aspecto destacable es la afirmación de que la historia no puede redactarse sólo a partir de los textos o documentos. La escritura es una invención relativamente reciente. Si bien la historia debe partir de escritos y objetos, esto no siempre es posible. Un buen ejemplo que coloca Mac Gregor para ilustrar esta asimetría es el quizás primer encuentro entre la expedición del capitán Cook y los aborígenes australianos. Desde el ángulo de los ingleses disponemos de informes científicos y el relato del propio Cook de ese encuentro en la bahía Botany. Pero del lado australiano sólo tenemos un escudo de madera abandonado por un hombre asustado ante su primera experiencia con un tiro de escopeta. A través de sus objetos hablan – si contamos con la necesaria imaginación poética – los taínos caribeños, los pueblos africanos, los incas, y muchos más. De estos encuentros entre sociedades de la escritura y que no lo fueron sólo disponemos de la mitad del diálogo. Si queremos entender la otra mitad de la conversación debemos aprender a leer lo que nos dicen los objetos.
En una próxima entrega continuaremos desarrollando estas novedosas visiones de la historia sin dejar de lado el patrimonio ya claramente establecido e incluido, como son las hipótesis más tradicionales acerca de la interpretación de los hechos del pasado.