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LITERATURA Y PINTURA
Palabras pintadas como los pájaros
Por Fernando Chelle
La relación de la pintura (y en general de las artes plásticas) con la literatura no solo es de larga data, sino que es algo que se ha dado en todos los momentos históricos en los que el hombre se ha expresado artísticamente. Si bien se trata de una relación recíproca, y allí están para atestiguarlo obras literarias como El código Da Vinci de Dan Brown, que toma como referencia para su intriga a La Mona Lisa de Leonardo da Vinci; La joven de la perla de Tracy Chevalier, una novela inspirada en la obra homónima de Johannes Vermeer; El jilguero, la novela de Donna Tartt inspirada en el cuadro homónimo de Carel Fabritius; o la novela de Arturo Pérez-Reverte La tabla de Flandes, inspirada en el óleo Mujer del canciller Rolin, de Jan van Eyck, por lo general son las artes plásticas las que se han inspirado en diferentes obras de la literatura.
Los ejemplos serían innumerables si comenzamos reparando en las ilustraciones y en las esculturas que se han basado en diferentes relatos mitológicos, ya sean griegos, nórdicos, egipcios, o de los pueblos de nuestra América. Un capítulo aparte lo ocuparían, sobre todo en Occidente, las manifestaciones plásticas que tienen su inspiración en los relatos bíblicos. Desde la Antigüedad hasta nuestros días la literatura se ha recreado en lienzos de numerosos artistas: Las penas del joven Werther, de Joseph Cornell, inspirada en la obra homónima de Johann Wolfgang von Goethe; La muerte de Ofelia, de Sir John Everett Millais, basada en el inesperado fin de la desdichada joven de la tragedia Hamlet de William Shakespeare; Romeo y Julieta, de Ford Madox Brown, basada en la tragedia homónima de William Shakespeare; Don Quijote, de Pablo Picasso, inspirado en El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra; los 12 heliograbados que realizó Salvador Dalí sobre Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas, la novela de Lewis Carroll; las múltiples ilustraciones de Gustave Doré sobre El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, o sobre La divina Comedia de Dante Alighieri; en fin, los ejemplos se podrían seguir multiplicando.
El intercambio artístico que tuve el gusto y la fortuna de establecer con el artista plástico Ariel Galain, responde a la segunda y más difundida modalidad señalada, la de las artes plásticas inspiradas en las obras literarias.
Las cosas sucedieron así: a comienzos de este año 2020, le envié a este pintor, colega en el campo de la docencia y ahora amigo, una selección de textos de mis poemarios publicados, Poesía de los pájaros pintados (2013); Muelles de la palabra (2015); Las flores del tiempo (2018), y algunos textos inéditos, porque estaba interesado en conocer mi obra poética. Para mi sorpresa, pronto comenzaron a llegarme, vía WhatsApp, una serie de dibujos, que son estos quince que hoy comprenden la colección titulada Palabras pintadas como los pájaros.
Con Ariel, estamos agradecidos mutuamente por el intercambio. Él manifiesta sentirse identificado con ciertas temáticas recurrentes en mis textos, como, por ejemplo, el Río Negro, las calles de una ciudad que nos ha visto crecer, algunos lugares emblemáticos, ciertos giros lingüísticos; en definitiva, el tratamiento poético que yo hago de algunos aspectos de una cultura que compartimos. Yo, por mi parte, disfruto muchísimo del detenimiento del instante interpretativo que supone su obra. Logro ver en sus dibujos una cercanía profunda con mi interpretación de los objetos, con mis recuerdos de los lugares, y también celebro el hecho de haber funcionado como un impulso para su libertad interpretativa y creativa.
Palabras pintadas como los pájaros
Fernando Chelle – Ariel Galain (2020)
Muelles de la palabra
La evanescencia de la palabra me salva del mundanal ruido,
las hay sentimentales, impresionistas, pintoras,
son muelles del verbo eterno
que nos roza en la garganta,
en los pulmones.
El himno gigante sigue anunciando
y corre, se ramifica y como siempre
se dilata en nuevas sombras.
Las páginas brillan,
ahora resplandecen y se modifican,
pero son páginas,
no humo, perfume, sonido o viento.
La palabra
cabalga sus nuevos corceles,
compañeros del poeta
que sigue cantando, gritando, viviendo,
ahora despojado del métrico corsé
y de la rima represora,
ahora lejos del mármol y las escalinatas
camina por las calles con todo el pecho al viento.
La palabra ya no quiere ser el queso de las ratas,
quiere estar ahí, inmediata y cotidiana,
enamorada de los guantes, las calles,
la sopa y las colmenas.
Preferí beber tus ismos,
zurcirte, engarzarte y presentarte
pura, directa y palpitante,
con un verbo libre que viaje
hacia asideros que lo terminen de nacer,
donde habitan mis cómplices,
mis hermanos.
La madeja
En la punta del ovillo estaba el llanto,
dormido, agazapado en las tinieblas del todo.
En ese lío a disiparse por calles grises y ríos negros
se escondía, el primer acorde del suspiro.
El sol en lo alto,
engendrado por el balbuceo sur de una vieja guitarra
y el grito verde y llano de la pradera,
fue luz original de la poesía.
El después es el ahora,
el tiempo donde devano los sueños
donde las palabras,
cada vez más precisas,
no intentan llegar a la otra punta.
Agua de río
La sombra de una caña se parte a la orilla del río
tiembla sobre las hojas de luz, sobre los gajos de sol
dispersos en una alfombra que pasa.
El tiempo allá arriba cruza raudo, en una nube,
muelles, manos, peces, agua, sangre, ojos,
todo va allí, en esa mancha que se transforma
que tiene prisa, que será río.
Esta fuerza fecunda que hace temblar la luz sobre su lomo
este tajo en la tierra, arrebato de nube y tiempo
es el transcurso irreversible hacia el olvido.
Arrepentimiento
Lo confieso,
he asesinado mariposas.
Solía salir junto a mi hermano
cuando el sol calcinaba la siesta
armado de una rama,
cuanto más frondosa mejor.
El día, que caía
cuesta abajo
a morir en el río
se fragmentaba en mariposas
las había amarillas
naranjas en su mayoría
y otras
que parecían tener un reloj entre las alas.
Venían volando por la claridad
esquivando invisibles
como si supieran
de la existencia del gigante
que las esperaba.
Venían zigzagueando
su tiempo de serpentina
regalando su frágil belleza
sin prever
la precipitación de rama
de naturaleza violentada.
Venían con el sol de las chicharras
en su baile arrítmico y silencioso
a morir a plena luz
en lúdico asesinato.
¡Qué pena da confesarlo!
he asesinado mariposas
he sido un vil soldado
que levantó sus armas
contra la belleza.
El loco
Que no sé qué fue de su vida,
paseaba un pato con ruedas
en medio de la muchedumbre
y reía.
Entablaba serias discusiones,
vaya uno a saber con quién,
y en ocasiones se enojaba.
Nunca lo volví a ver,
ni dirigiendo el tránsito
ni acariciando perros
o simplemente solo
perdido en su tristeza.
Algunos dicen que fue abogado
otros que boxeador
y que fueron los golpes los culpables de todo.
Lo cierto es que en la esquina falta algo,
dicen que se fue
dicen que esta acá
dicen que se ha muerto
dicen que volverá.
Que no sé qué fue de su vida
que nunca lo volví a ver.
Una tarde en la coqueta
Me fui cazando los recuerdos y alguna fragancia al pasar.
Me suele suceder cuando miro brillar los adoquines del barrio.
Llego al río,
al único,
a ese que es Negro como el abismo, pero dulce como el oboe.
Encallo en el puerto y me convierto en humo,
eso sí,
como ellos están atrás echo sobre mí un manto,
el manto de la vida,
el manto de los sueños,
ese que seguro no verán jamás.
Y ahí descanso, al menos hoy,
como descansa mi cigarro,
en su nervio de ceniza,
alada.
Fascinación nocturna
Como una misteriosa ofrenda de plata
fluyendo en el oscuro rumor del agua viva
allí, donde se mece el secreto de los juncos
en una geometría anárquica de sombras,
viertes la blanca ambrosía de las ranas.
Como un delirio susurrante de lustrados camalotes
donde descansan las huellas de las garzas
se disipa soñando con orillas
la cifrada urdimbre que derramas
desde la inmensa noche donde reinas.
Los Morteros
En los oscuros olivos gritan los cardenales rojos como el camino
llevan en sus picos el canto antiguo de la patria
no la de lanzas alzadas a caballo
la de la ancha soledad del poeta en la tarde
esa de silencio, arrollo y culebra
donde se ensancha el alma.
En la tarde del camino donde descansa el tiempo
donde sueñan las palabras el poema puro que parirán un día
hay un misterio de origen en el viento
soplando entre el maíz y la caña de azúcar.
Lluvia de enero
La lluvia es un repique de tiempo,
como un agua de barrio que
cae sobre la tierra de la memoria
y encharca los recuerdos
con su canto líquido y de altura.
Es un pincel celeste en las paredes,
un látigo de vidrio sobre las hojas
que se desprenden y caen sorprendidas
cargadas de misterio y de poesía.
Es un río caudaloso con los barcos de la infancia
donde la triste realidad de los periódicos
naufraga, en el milagro danzante de las aguas.
Patio de la abuela II
Estas palabras me preceden y me sucederán,
hoy las recuerdo viviendo en el patio de mi abuela.
La palabra caracol, con su diamante contenido en un sólido espiral
se arrastra como un día de lluvia sobre los paredones húmedos.
La palabra rosa es roja y estalla en la tarde llena de pétalos
como si fuera una dalia, así de redonda
así de luna llena en noche despejada.
La palabra veneno, en cambio,
no tiene luna y está llena de espinas.
Todos los árboles del mundo viven contentos y se agitan,
como las cometas sobre los muros, en la palabra hoja.
La muerte de Heber Sosa
Ya llegaron Los Pichones alegrando el carnaval
saludando a la barriada que también quiere cantar…
Coro de una murga de niños
Ni director de La Reina del Oeste
ni transportista en el ingenio azucarero
apenas padre de una murga de niños
y humilde obrero del papel.
Un día fuiste río y angustiada espera
carne de peces y lágrimas
cadáver sin rumbo y velas en altar.
Ni abuelo de una niña
ni nombre de una calle
solo un eterno padre joven
entre juncos y camalotes
entre barros y piedras
un joven hijo llorado
un hombre perdido y rescatado
sin más vida que esta historia,
compartida.
Roídas imágenes de un escolar
La lluvia ha sembrado un río de peces en el barrio de la escuela
y han puesto un toldo en el antiguo patio de los sordos
desde donde se escapó el verano en una bandada de murciélagos.
La anacrónica cinta azul de mi cuello,
brillosa, arrugada, ordinaria,
hoy tampoco es un moño y cuelga como corbata
como los murciélagos antes de la impertinencia.
Quizás ellos en venganza se llevaron en sus alas los colores
porque aquí en el gran patio de bancos recostados a salones
de padre de la patria olvidado en el oscuro fondo
todo es un agua gris que encharca la memoria.
Sin embargo, en el salón de canto, donde celebra el piano y danzan los pañuelos,
José Gervasio Artigas, desde la meseta en su criollo castaño,
mira pensativo el Uruguay.
Quizás esté viendo los colores que me faltan.
Pedazo de papel que me regaló el viento
Todavía en el patio las hojas murmuran con el viento
algunas, al desprenderse de las ramas,
caen arrítmicas y silenciosas, esquivando invisibles,
como esas mariposas que entregan al río su tiempo de serpentina.
Todavía en la falda del cerro mi abuelo toma mate silencioso como una sombra
bajo el árbol donde viven los pájaros
donde sus manos viejas de animal manso, rugosas como los troncos,
se encaprichan en componer las mañanas.
Todavía remonto las casas del barrio en esa cometa que construyó mi padre
desde donde veo el lomo brillante y sin ramas del tiempo
disiparse lleno de luz, lleno de ojos, lleno de gritos.
Todavía al invierno lo bebo con el vino de la amistad
alrededor de una mesa con pan, humo y carcajadas
donde la belleza natural de lo trivial y de lo corriente hace su imperio.
Todavía los plátanos cabecean en la plaza
cubren el banco donde me miro en sus ojos
donde escribo esta página,
amarilla.
Sarandí
Paysandú, Chuy, Tacuarembó,
Guaviyú, Cuareim, Batoví,
Caraguatá, Ituzaingó,
Uruguay.
Rubén Olivera
Río de los pájaros pintados
camalotes del Arapey
murmullo guaraní de una tacuara.
Arrayanes que cerca del Ayuí
ven asomar el mburucuyá del día
con el grueso zumbido del mangangá
y el agudo grito de los teros.
Tararira que se balancea
surubí pintado, gurí charrúa.
Rama de jacarandá
espinoso camoatí
uña de carancho
agua del ombú
rojo de la pitanga
Uruguay,
denso caparazón del tatú.
Desde los vidrios
Al poeta Elkin Jiménez Jaimes, presente en Aracataca,
cuando nació este verso que aquí recojo
Desde los vidrios de aquella habitación
donde las antenas de la chata ciudad
se veían igual a esqueletos de pescados
con boinas vascas de oscuras golondrinas,
yo soñé la partida.
Había algo de fuga en ese sueño
un intento de escape
de buscar el desexilio en el exilio
de ser, en definitiva,
como los pájaros.
Desaparecer de pronto de los ruidos del barrio
del banco de la plaza y el color de la feria
huir, aunque sin rumbo conocido,
lejos de las farmacias, las tiendas,
los almacenes y hasta de los liceos
que me vieron pasar.
La suma sacra de la palabra y la pintura, en un acto supremo a la belleza, nos exalta lo sublime, y conmueve tan profundo que justifica la, a pesar de lado oscuro, presencia del hombre en el universo.
¡Que explosión de hermosura!
TODO ES ASOMBROSO, PINTURA Y POESÍA, POESÍA Y PINTURA. UN EQUILIBRIO DESCOMUNAL.