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ESTUDIO CRÍTICO Y ANALÍTICO DE LA POESÍA DE FEDERICO GARCÍA LORCA (V)
Romance de la pena negra
Por Fernando Chelle
Continuando con los análisis literarios de la poesía de Federico García Lorca, estudiaré en esta oportunidad, el Romance de la pena negra. Es el séptimo poema del Romancero gitano (1928) y está dedicado al gran intelectual granadino, José Navarro Pardo, amigo personal de Federico y también contertulio en “El Rinconcillo”, la famosa tertulia que tuvo lugar en el desaparecido Café Alameda, de Granada, entre los años 1915 y 1929.
En una primera instancia, Federico García Lorca tuvo la intención de titular el poema como “Romance de la pena negra en Jaén”, así se lo hizo saber a su amigo Melchor Fernández Almagro, en una carta escrita en Granada, fechada a finales de enero de 1926. Posteriormente, decidió quitarle la localización geográfica al romance; quizá no lo vio como algo necesario, ya que en el desarrollo del texto se hace referencia a las “tierras de aceitunas”, que es el cultivo característico de ese municipio andaluz.
Romance de la pena negra
A José Navarro Pardo
Las piquetas de los gallos
cavan buscando la aurora,
cuando por el monte oscuro
baja Soledad Montoya.
Cobre amarillo, su carne
huele a caballo y a sombra.
Yunques ahumados sus pechos,
gimen canciones redondas.
—Soledad: ¿por quién preguntas
sin compaña y a estas horas?
—Pregunte por quien pregunte,
dime: ¿a ti qué se te importa?
Vengo a buscar lo que busco,
mi alegría y mi persona.
—Soledad de mis pesares,
caballo que se desboca,
al fin encuentra la mar
y se lo tragan las olas.
—No me recuerdes el mar
que la pena negra, brota
en las tierras de aceituna
bajo el rumor de las hojas.
—¡Soledad, qué pena tienes!
¡Qué pena tan lastimosa!
Lloras zumo de limón
agrio de espera y de boca.
—¡Qué pena tan grande! Corro
mi casa como una loca,
mis dos trenzas por el suelo
de la cocina a la alcoba.
¡Qué pena! Me estoy poniendo
de azabache, carne y ropa.
¡Ay, mis camisas de hilo!
¡Ay, mis muslos de amapola!
—Soledad: lava tu cuerpo
con agua de las alondras,
y deja tu corazón
en paz, Soledad Montoya.
*
Por abajo canta el río:
volante de cielo y hojas.
Con flores de calabaza
la nueva luz se corona.
¡Oh, pena de los gitanos!
Pena limpia y siempre sola.
¡Oh, pena de cauce oculto
y madrugada remota!
El tema del poema es la pena gitana, encarnada, representada, en el personaje de Soledad Montoya. Es un tema que ya está señalado desde ese título, que podríamos calificar casi de epónimo, porque la pena negra, la pena gitana, es como un gran personaje que está presente dentro del Romancero gitano, pero fundamentalmente en este poema. Por esa razón, este quizás sea para mí el poema más importante de la obra.
Me parece interesante recordar, antes de comenzar el estudio del texto, unas palabras vertidas por el propio Federico García Lorca en la conocida “Conferencia-recital del Romancero Gitano”. Esta conferencia, que fue publicada en el número 77 de la Revista de Occidente, en agosto de 1969, y que aparece en las obras completas del autor, no está fechada. Mi investigación me lleva a decir que es de 1934, unos cuantos años después de la publicación del libro. Esto lo descubrí leyendo los manuscritos mecanografiados de las conferencias y la obra en prosa, que se encuentran en los fondos documentales de la Fundación Federico García Lorca. Allí dice Federico, hablando del Romancero gitano, en general:
Un libro… donde no hay más que un solo personaje grande y oscuro como un cielo de estío, un solo personaje que es la Pena que se filtra en el tuétano de los huesos y en la savia de los árboles, y que no tiene nada que ver con la melancolía ni con la nostalgia ni con ninguna aflicción o dolencia del ánimo, que es un sentimiento más celeste que terrestre; pena andaluza que es una lucha de la inteligencia amorosa con el misterio que la rodea y no puede comprender.
Porque Soledad Montoya, no es que padezca la pena, sino que es la pena negra, podríamos decir que este es el poema más representativo de la obra. Soledad es una mujer arquetípica de la comunidad gitana, muy diferente a una mujer como la del Romance de la casada infiel, texto estudiado en la entrega anterior. Detengámonos en otras palabras al respecto, de la misma conferencia-recital:
En contraposición de la noche marchosa y ardiente de la casada infiel, noche de vega alta y junco en penumbra, aparece esta noche de Soledad Montoya, concreción de la Pena sin remedio, de la pena negra, de la cual no se puede salir más que abriendo con un cuchillo un ojal bien hondo en el costado siniestro.
La pena de Soledad Montoya es la raíz del pueblo andaluz. No es angustia, porque con pena se puede sonreír, ni es un dolor que ciega, puesto que jamás produce llanto; es un ansia sin objeto, es un amor agudo a nada, con una seguridad de que la muerte (preocupación perenne de Andalucía) está respirando detrás de la puerta.
Este poema, como todos los del Romancero gitano, es un romance, una composición poética de versos octosílabos con rima asonante en los versos pares. Está compuesto de 46 versos, separados en dos partes por un asterisco (en la edición original), la primera parte es una estrofa de 38 versos, y la segunda, una de 8. Este también es un romance que está estructurado, básicamente, en cuartetas, aunque no estén separadas en estrofas. Si miramos con atención, descubriremos que, dejando de lado los versos 9 y 10, que son los que encierran la pregunta que da lugar al diálogo, los demás versos están estructurados de forma cuaternaria.
Internamente, podemos encontrar tres momentos claramente diferenciados en el poema. El primer momento, del verso 1 al 8, es la presentación de Soledad Montoya en relación con el ambiente. El segundo momento es el núcleo del romance, es el más extenso y a su vez el más importante de este texto con características líricas, narrativas y hasta dramáticas; va desde el verso 9 hasta el 38, con el que se cierra la primera estrofa, y abarca el extenso diálogo que se da entre una voz poética mesurada y Soledad Montoya. Y lo digo de esta manera, porque no necesariamente tenemos que vincular la voz que dialoga con Soledad con la voz poética narrativa que presenta a la protagonista en el primer momento y que regresa en el cierre de la composición en el breve tercer momento -verso 39 al 46-, para volver a poner en relación la pena con los gitanos y hacer de Soledad Montoya un símbolo.
Primer momento
Las piquetas de los gallos
cavan buscando la aurora,
cuando por el monte oscuro
baja Soledad Montoya.
El comienzo del poema nos sitúa en una atmósfera coherente con lo que plantea el título. Se inicia en la noche, que es la hora del dramatismo, de las tragedias. Pero no estamos aquí en la alta noche, sino en un momento de transición hacia el amanecer. Podríamos decir que lo que encontramos en el comienzo del romance es una doble transición, la de la noche cerrada hacia la aurora, presentida en el canto de los gallos, y la de Soledad hacia la ciudad, ya que la gitana viene regresando del monte. Se abre el texto con una metáfora cinestésica bellísima. Porque, al menos para mí, esas piquetas de los gallos no solamente aluden a sus picos en la tierra cavando, sino también a sus cantos. Hay un doble vínculo allí, piquetas, por picos y también por lo agudo del canto.
Pero lo curioso es, ya sea que tomemos cualquiera de estos dos vínculos, que el canto de los gallos, o sus picos en la tierra, intentan encontrar la aurora, desenterrarla. Es como si la luz del sol, en esta visión poético-mítica de la realidad, estuviera clavada en la tierra y los gallos, elementos mínimos de la naturaleza, fueran los responsables de la aparición de lo más grandioso, de la aurora. Dice “cavan”, en presente, de manera que todavía la están buscando, no la han encontrado. El uso del presente en este poema es un acierto, porque nos acerca a la situación, nos la vuelve simultánea a la lectura, nos crea la sensación de estar allí en ese mismo instante. Hay una simultaneidad entre esa búsqueda de los gallos y el regreso de Soledad, que también, casualmente, está regresando de una búsqueda, ya que viene del monte de buscar a su persona, como dirá más adelante.
Hay un hipérbaton que posterga la aparición de la protagonista, de manera que cuando aparece, todo el peso de los versos anteriores recae sobre ese nombre tan significativo: Soledad Montoya. Esta mujer, cuyo destino parece estar marcado en su nombre, fue al monte en plena noche, ya que en el comienzo del poema, cuando se acerca el alba, ella viene bajando de la espesura. Este es un elemento que nos muestra el desasosiego que la embarga, lo angustiosa que resulta ser su búsqueda, porque se trata de una incursión nocturna, en el monte oscuro, donde poco se puede llegar a encontrar. De manera que ese monte oscuro, que ella lleva hasta en el apellido, no es algo solamente exterior, la oscuridad es algo que la rodea, pero también que la habita. De forma magistral, y con una gran economía de recursos, el poeta logró crear en la primera cuarteta del poema una situación, un ámbito exterior propicio; nos presentó una pena sin amanecer.
Cobre amarillo, su carne
huele a caballo y a sombra.
Yunques ahumados sus pechos,
gimen canciones redondas.
La creación del personaje está hecha, completamente, de forma metafórica. Hay una descripción física, pero con implicancias en el estado anímico de la protagonista. También hay un paralelismo psicocósmico, una analogía entre lo que es la pintura del personaje y el cosmos que la rodea, un ambiente natural que potencia el drama que está viviendo. Lo primero que se nos dice es que el color de su piel es como el del cobre. Aquí me gustaría detenerme en dos aspectos: en la referencia a los metales, que es una constante dentro del Romancero gitano, ya que, como sabemos, los metales son un material de trabajo para la gitanería; y también me parece significativo el adjetivo “amarillo” con que se alude al color de la piel. Porque este es un color que casi siempre está cargado de connotaciones negativas, si de piel hablamos. De manera que es válido pensar que quizás la tonalidad natural de Soledad no sea esa, sino que, como es víctima de un padecimiento, está más pálida, más enfermiza, más amarillenta. Por otro lado, se nos dice que esa carne “huele a caballo y a sombra”, que es una construcción completamente lógica desde el punto de vista gramatical, pero que la sentimos como ilógica desde el punto de vista semántico, ya que se puede oler a caballo, pero no a sombra. Sin embargo, como aquí estamos en el terreno de la poesía sí se puede oler a sombra, y la pena de Soledad es tan intensa que no solo se puede ver, sino que también se huele. Recordemos que Soledad viene del monte oscuro y que también lleva en ella la oscuridad, y eso es tan perceptible que es algo que se puede oler, es como si fuera una secreción de su cuerpo.
Pero el primer olor que se nos dice que emana el cuerpo de esta joven mujer, en ese verso con el verbo elidido, es el olor a caballo. Lo que no solo nos vuelve a traer, como sucedió con el cobre, el mundo de la gitanería, sino que nos sugiere que el cuerpo de esta gitana está cargado de una fuerza salvaje, instintiva y pasional, como la de un caballo. En los dos versos finales de la cuarteta se le suma a lo olfativo, el elemento visual. Siguen apareciendo elementos del mundo gitano: ahora nos encontramos con el yunque.
Es como si diferentes características de la vida gitana estuvieran presentes en el cuerpo de Soledad: el cobre, el caballo, el yunque. Pero es muy significativa la metáfora de asociar los pechos al yunque, porque se asocia algo erótico, algo que además está vinculado a la vida, que da vida, con un objeto que carece de ella. El yunque, si se quiere, podrá aludir a la plenitud física de la mujer, por la firmeza de sus pechos, pero no es algo cálido, todo lo contrario, es algo frío, algo que no tiene vida. Los pechos de Soledad Montoya, tristes, ahumados, como toda ella, están muertos en vida. Y no cantan, aunque sean duros como el yunque y redondos como esas canciones que solo pueden gemir. Porque hay allí, al final de la cuarteta, una magnífica hipálage cinestésica, que hace que el adjetivo “redondos” (característica propia de los pechos), se desplace y termine calificando de “redondas” a las canciones. Y hablo de hipálage cinestésica porque allí lo auditivo adquiere una forma para darle a la protagonista una imagen de sensualidad inherente. Lo contradictorio del caso, es que la plenitud física de Soledad, tristemente, no está acompañada de una plenitud vital.
Segundo momento
—Soledad: ¿por quién preguntas
sin compaña y a estas horas?
El segundo momento del poema se abre con la voz poética que interroga a Soledad. Es una voz que no se sabe de dónde viene, que no tiene una imagen física, que no responde a nadie. Esta es una técnica que la podemos ver en algunos romances tradicionales y también en algunos del propio Romancero gitano, como en el de la Muerte de Antoñito el Camborio, por ejemplo. Allí la voz del personaje, recordemos, le llama a su interlocutor Federico García, y el propio Federico García Lorca dirá en la “Conferencia-recital del Romancero Gitano” ya citada, que Antoñito es: “…el único de todo el libro que me llama por mi nombre en el momento de su muerte”. De manera que, si seguimos esa lectura, podríamos interpretar que esa voz incorpórea responde a la del propio poeta.
Pero bueno, como sea, lo cierto es que a la voz que dialoga con Soledad la podemos caracterizar como una voz amena, mesurada, consejera, entre otras cosas; pero a ciencia cierta no la podemos identificar como la voz de alguien en particular, porque bien -como dije cuando me referí a la estructura del romance- podría ser la misma voz que abre y cierra el poema, como podría no serlo. Lo cierto es que esa voz va a cambiar la técnica que el poeta venía utilizando en el romance y le va a imprimir un carácter dramático, al comenzar con el diálogo.
En la pregunta que abre el diálogo, la de los únicos dos versos que no forman parte de una cuarteta, encontramos una voz convencional que, desde el principio, va a representar la sensatez. Es una voz que demuestra simpatía y compasión por Soledad, y que se dirige a ella por el hecho de que le llama la atención que la muchacha se encuentre sola, en un lugar tan inhóspito y en una hora tan inapropiada.
—Pregunte por quien pregunte,
dime: ¿a ti qué se te importa?
Vengo a buscar lo que busco,
mi alegría y mi persona.
La respuesta de la protagonista no se corresponde con la preocupación de la voz que la interroga. Está cargada de rebeldía, de despecho y de orgullo. Lo importante del diálogo dentro del texto es que es una técnica que permite que Soledad se manifieste. Y lo que se va a establecer es un contraste entre la voz sensata que la interroga y la irreverencia absoluta de la gitana. La voz muestra una gran simpatía hacia Soledad, pero no puede hacer nada por ella, porque ante un requerimiento movido por la inquietud, lo que recibe es una respuesta desafiante y soberbia, de alguien distante, que no está dispuesto a admitir ninguna clase de controles. El contraste, el choque, se va a establecer porque esa voz amistosa le preguntará a Soledad por lo lógico, y la pena de la gitana suele trascender ese terreno. Para ella el andar sola en la noche es lo de menos frente a la pena negra que la atormenta.
La joven gitana no es dueña de sí misma, es la pena la que la posee. No es que esté apenada, ella es la pena misma. Y las redundancias en las respuestas de Soledad son una muestra de la falta de claridad que tiene y de la necesidad de obtener lo que no puede. Esto la desespera y hace que rechace cualquier tipo de tratamiento amistoso. Por dos veces cae en reiteraciones, cuando dice “pregunte por quien pregunte” y cuando dice “vengo a buscar lo que busco”. La pena la tiene enajenada. Al decir “vengo a buscar lo que busco” muestra claramente que no ha encontrado lo que busca. No dice vengo de buscar, dice vengo a buscar, esto es una muestra de que la búsqueda sigue. De todas formas, ella dice que viene a buscar su alegría y su persona, señal de que quiere vivir, de que no se da por vencida pese a lo que la atormenta.
—Soledad de mis pesares,
caballo que se desboca,
al fin encuentra la mar
y se lo tragan las olas.
Frente a la rebeldía de la gitana, la voz poética se muestra compasiva. Sin duda que le interesa la realidad de Soledad y se ve afectada por ella, porque la llama “Soledad de mis pesares”. Y como sufre por lo que le pueda llegar a pasar a la muchacha, la aconseja, le advierte de los peligros que puede llegar a correr si continúa con esa actitud soberbia e irreverente. La advertencia que le hace es que si no cambia de actitud lo que le espera es la muerte. Porque el caballo que se desboca termina en la mar y allí es devorado por las olas.
Es muy significativo que la voz poética haya elegido el símbolo del caballo para mostrar la pasión arrebatada de Soledad. El caballo es un símbolo de la pasión, de los instintos irracionales, y el mar es un símbolo de la muerte. Recordemos aquí los famosos versos de Jorge Manrique “nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir”. Esa voz poética llena de simpatía, de compasión, que representa el equilibrio, la sophrosyne, trata de ayudar a Soledad, pero claro, nada puede hacer, porque la pena negra es algo que escapa al control de esta muchacha y al de cualquier gitano.
—No me recuerdes el mar
que la pena negra, brota
en las tierras de aceituna
bajo el rumor de las hojas.
Esta cuarteta contiene la reacción de Soledad Montoya a la advertencia hecha por la voz poética con la que está dialogando. Hace referencia explícita al padecimiento de la pena negra. Soledad no quiere que le nombren el mar, porque sabe que su pena nada tiene que ver con el mar, sino que brota de la tierra. El mar es algo opuesto a su pena, a su raíz gitana. Es en las tierras de aceitunas, como las tierras de Jaén (recordemos que este poema se iba a titular en principio “Romance de la pena negra en Jaén”), donde brotan, tanto los olivos como la pena negra de los gitanos.
—¡Soledad, qué pena tienes!
¡Qué pena tan lastimosa!
Lloras zumo de limón
agrio de espera y de boca.
En esta cuarteta podemos comprobar cómo la voz poética que habla con Soledad ha ido evolucionando. De la preocupación inicial pasó a la advertencia y ahora, directamente, a la compasión, que la podemos apreciar en esas exclamaciones repetidas. Esto es lo único que puede hacer, verbalizar su compasión y corroborarnos a nosotros los lectores (o a los escuchas llegado el caso), que la pena que padece la gitana es algo verdaderamente triste, algo lastimoso. Esta es una pena interior y profunda que brota, que emana de Soledad, hasta por el llanto. Es agria, ácida y amarga, de ahí la metáfora “lloras zumo de limón”. Porque lo que llora es todo lo agrio que brota de la pena, y eso es una sustancia muchísimo más amarga que la de unas simples lágrimas. Es una pena agria, por la espera de algo que la aplaque, que la consuele, y también porque no se puede verbalizar, es una pena agria “de espera y de boca”, algo inherente a la condición de gitana de Soledad Montoya.
—¡Qué pena tan grande! Corro
mi casa como una loca,
mis dos trenzas por el suelo
de la cocina a la alcoba.
¡Qué pena! Me estoy poniendo
de azabache, carne y ropa.
¡Ay, mis camisas de hilo!
¡Ay, mis muslos de amapola!
Estas dos cuartetas contienen lo que podríamos llamar el desahogo de Soledad, el parlamento más extenso de la gitana y también su último parlamento. Es como si ante la manifestación de compasión que mostró su interlocutor en la cuarteta anterior, Soledad se sintiera segura para expresar lo que está padeciendo, para exteriorizar su dolor. La pena que siente no le permite actuar con racionalidad sino de forma desequilibrada, como lo expresa en esa comparación, que tiene tanto de lugar común, “como una loca”. Aunque aquí la comparación está reforzada con el verbo “corro”, y esto es positivo, porque ayuda mucho más a mostrar la angustia y el desasosiego que la domina.
De todas maneras, son dos cuartetas con un lenguaje mucho menos metafórico respecto del que veníamos viendo. El desequilibrio emocional de Soledad se ve en la forma de llevar sus trenzas y en sus correrías al interior de su casa. Porque es significativo el hecho de que ni siquiera en su hogar, en su propio ámbito, la abandone la pena. También son muy significativos los lugares de la casa que nombra, porque se trata de dos lugares extremos. Tanto en la alcoba, que es un lugar íntimo (que podría incluso simbolizar el inconsciente), como en la cocina, que es un sitio que denota actividad, elaboración, es perseguida por la pena. O sea que, tanto en la intimidad como en la actividad, Soledad Montoya no puede despojarse de la pena negra.
Esté donde esté no está en paz, y recordemos incluso que viene del monte, de manera que con esto podemos concluir que tanto en su casa como fuera de ella es víctima de la pena. De allí esa metáfora hiperbólica: “Me estoy poniendo / de azabache carne y ropa”. Porque la pena es algo espiritual, pero termina contagiando, manchando de negro azabache, a la carne e incluso hasta la ropa. Pareciera como si nada de lo que está vinculado a Soledad estuviera libre de la pena. En este mundo mítico-poético de la gitanería creado por García Lorca, Soledad puede oler a sombra, puede llorar zumo de limón y también puede ser víctima de una secreción espiritual inexplicable que tiñe su carne y su ropa del color del luto.
Los dos últimos versos paralelos del parlamento, los de las interjecciones de la gitana, muestran la angustia de esta ante lo perdido, ante lo contaminado. Comienza haciendo referencia a una prenda íntima, como las camisas de hilo, lo que ya de por sí tiene un vínculo con lo sexual, y enseguida se lamenta por sus muslos de amapola, lo que carga al poema de erotismo y sensualidad. Esos muslos rojos como las amapolas se irán poniendo negros. Uno siente que la plenitud física de esta gitana (recordemos la referencia anterior a los pechos), por culpa de la pena, no se corresponde con una plenitud vital, y es ahí donde radica lo angustioso de su realidad gitana, lo trágico. Ella es la pena misma, por eso dice “me estoy poniendo”. Consciente de esta situación es que la encontramos en el principio del romance en una búsqueda infructuosa, estaba buscando una forma de ser que no fuera pena, eso quería que fuera su persona.
—Soledad: lava tu cuerpo
con agua de las alondras,
y deja tu corazón
en paz, Soledad Montoya.
La voz poética vuelve a aparecer para cerrar este importantísimo momento del romance, con un consejo que tiende a ayudar a Soledad a que mitigue su sufrimiento. Desde su perspectiva racional, y frente a esta mujer que es toda pasión, la voz le aconseja que lave su cuerpo “con agua de las alondras”. Esto es una metáfora que alude al rocío, que es un agua natural, pura y fría, y que quizá, piensa la voz amistosa, pueda poner fin a la pasión de Soledad.
Lo que parece desconocer la voz poética es que el hallazgo de la paz no depende de la gitana. A mí me resulta muy importante que este momento, el principal del poema, se cierre con el nombre completo: “Soledad Montoya”. Por dos cosas: en primer lugar, porque es como si todo lo que se ha dicho anteriormente recayera sobre este nombre y, en segundo lugar, porque el nombre Soledad Montoya queda en el mismo verso que la frase “en paz”, y estos son dos elementos excluyentes. El deseo verdadero, genuino, de la voz, es que la paz llegue a Soledad Montoya, pero la paz y Soledad Montoya no son cosas conciliables.
Tercer momento
Por abajo canta el río:
volante de cielo y hojas.
Con flores de calabaza
la nueva luz se corona.
¡Oh, pena de los gitanos!
Pena limpia y siempre sola.
¡Oh, pena de cauce oculto
y madrugada remota!
El romance bien podría haber terminado en la cuarteta anterior y tener solamente dos momentos. Pero esta continuación de ocho versos era algo que se imponía, porque de no hacerse se corría el riesgo de que termináramos asociando la pena negra exclusivamente a Soledad Montoya, y eso no es así; este es un padecimiento común de la cultura gitana. Los cuatro primeros versos de este tercer y último momento del romance traen una cierta distención a un texto que estuvo cargado de dramatismo. La naturaleza y la vida, objetivadas en ese río, siguen corriendo, pero de alguna manera esto contrasta con lo inmodificable de la pena. Todo fluye, el tiempo, la vida, pero la pena permanece.
Con una bella metáfora se nos indica que está apareciendo la aurora de un nuevo día, pero esta luz no servirá para aclarar la vida de Soledad, que seguirá marcada por la pena. Podríamos establecer si quisiéramos hasta un contraste entre la luz del sol del nuevo día y toda la negrura que marca la pena en la vida de Soledad. Pero esta es la “pena de los gitanos”, no solo la de Soledad. Se trata de una pena en estado puro, que no depende de las circunstancias. No hay manera de compartirla, de que alguien pueda atenuarla, asumirla, acompañarla, es una “Pena limpia y siempre sola”.
Soledad Montoya fue el instrumento utilizado por el poeta para mostrarnos la encarnación de la pena gitana. Una pena que está activa, pero que, como su cauce es oculto, no hay manera de encontrarla ni de combatirla. El poema se cierra haciendo referencia al origen remoto y misterioso de un dolor esencial e intransferible, el de la pena negra, la pena de los gitanos.