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COALICIÓN DE PARTIDOS DESPLAZÓ AL FA
La derrota llegó tras múltiples señales
Por Rodolfo Demarco
Interpretando ideas manejadas por muchos otros, o sea, sin afán de originalidad, escribimos en agosto:
“El Frente Amplio dio lecciones en el sistema político uruguayo sobre cómo llegarle a la gente, cómo escucharla y abrir el diálogo, cómo atraer a sus filas a quienes pensaban diferente. Si no recupera de su memoria esas lecciones, adaptándolas a las condiciones actuales, si no antepone los principios a los intereses sectoriales y personales, el Frente perderá la mayoría parlamentaria en octubre y el balotaje en noviembre”.
“Difícilmente un partido gobernante gane si no asume la posibilidad de la derrota -que aunque le resulte dolorosa integra la alternancia de partidos característica de la democracia-, incurriendo en discursos triunfalistas en vez de desplegar una gran propuesta atractiva para la población. Será difícil si no supera el complejo de superioridad que puede llevarlo a subestimar la incidencia de sus errores en la opinión pública; si, en sentido contrario, se deja abatir por las encuestas y los indicios adversos, paralizando las ideas y las acciones imprescindibles para pasar a la ofensiva; difícil triunfar si las autocríticas son sustituidas por las excusas, los pretextos, las explicaciones a medias y las remisiones a errores ajenos del pasado, aunque estos deban ser señalados, porque la memoria debe integrarse como factor importante en una buena campaña. De todos modos una conducta que rectifique esos errores y minimice los efectos de los que ya han dejado su marca, aún puede llegar a tiempo para el Frente Amplio. Pero no caerá del cielo”.
Bueno, lo anterior fue escrito en agosto, sí, pero en agosto de 2014[1], poco antes de las penúltimas elecciones. Tras un muy amplio triunfo (13%) en el balotaje de aquel año, las advertencias citadas podrían considerarse exageradas. Sin embargo, transcurridos los años y recién finalizadas las Elecciones nacionales de 2019, no tendríamos gran cosa que modificar de aquellos comentarios. Máxime cuando, además de los errores que continuaron cometiéndose y del enlentecimiento económico de los últimos años, determinado fundamentalmente por un contexto regional de crisis, hubo que atravesar una situación dolorosa para el país, que impactó de manera particular y muy duramente en el Frente Amplio (FA): lo que se sintetizó como “el caso Sendic”. Fue un golpe para la credibilidad de la fuerza de gobierno. Se debilitó la fortaleza ética, un valor fundamental que ha sido una seña de identidad del FA.
Pero antes de todo eso, incluso antes del primer triunfo nacional de 2005, el Frente venía con un déficit en el análisis de los grandes cambios mundiales acaecidos desde fines del siglo pasado. En última instancia un déficit en el proceso de renovación ideológica. O de actualización ideológica, si se prefiere.
Es cierto que luego de la dictadura, con la dura experiencia vivida, el FA fue cambiando: revalorizó la democracia, se replanteó la relación Estado-mercado, la mayor parte de sus sectores convinieron tácita o explícitamente en que los cambios transcurrirían dentro del sistema capitalista (sin dejar de denunciar y combatir sus injusticias), reconocieron un escenario global muy diferente al de la era bipolar.
Sin embargo, el FA no procesó en toda su profundidad ese cambio. Avanzó mucho en el reconocimiento y, sobre todo, en el conocimiento de la realidad desde que la ciudadanía le confirió la responsabilidad de conducir el país, al que transformó profundamente, logrando que crezca ininterrumpidamente con mejora de la distribución. Pero no fue capaz de ir sintetizando ideológicamente, en la medida necesaria, el proceso político y de gestión de gobierno que fue protagonizando. Los documentos de los sucesivos congresos ponen de manifiesto ese déficit, marcado por algunas contradicciones u omisiones en ciertas definiciones. Dicho esto sin desconocer que se avanzó y que un programa no es un plan de gobierno ni el mapa para implementar la gestión, que es responsabilidad intransferible del Presidente y de quienes tienen funciones gubernamentales, ejecutivas y legislativas.
Acaso ese es ahora el gran asunto. No se trata de iniciar ese proceso de renovación, porque, como se acaba de señalar, el Frente ha ido cambiando. Pero sí está exigido a ahondarlo, a profundizarlo, a dar un salto en calidad. Hay diferentes opiniones sobre si el examen de lo sucedido en el ciclo electoral reciente debe iniciarse antes o después de las Elecciones departamentales. Dado que estas también forman parte de dicho ciclo, es más, lo terminan, y que para el FA es especialmente importante lograr un mejor resultado que en 2015, parecería atinado iniciar cuanto antes un camino de reflexión que evite errores ya cometidos (u otros) en la campaña hacia mayo de 2020.
Por lo pronto, y a propósito de debates pendientes, la orientación de esa cercana campaña dependerá mucho de la que se tenga respecto al gobierno que asumirá el 1 de marzo. En determinados círculos frenteamplistas se insinúan (y a veces se manifiestan drásticamente en las redes) visiones diferentes, o por lo menos no coincidentes acerca del posicionamiento ante la administración que encabezará Luis Lacalle Pou. Pero no se ingresará ahora en este asunto, ni en varios otros de gran importancia para evaluar el tema.[2]
CELEBRACIÓN EN LA DERROTA
Así y todo, esta rara avis de la política latinoamericana, este Fénix capaz de resurgir tantas veces de tantas pruebas a las que ha sido sometido y hasta de sus propios errores, logró modificar pronósticos que parecían irreversibles y transformar la noche de la derrota en una celebración de su fortaleza y de su vigencia, pese a todo.
La campaña de los últimos días, la batalla del “voto a voto”, fue, justificadamente, altamente valorada en el FA. Este volvió a encontrarse con una de sus más valoradas tradiciones: el contacto con el ciudadano. De todos modos, no es concebible que la militancia orgánica o espontánea que se hizo casa por casa, esquina por esquina, cuadra a cuadra, pueblo a pueblo, haya cubierto un área geográfica y social que ni en los períodos de mayor participación en la historia del FA fue posible abarcar en tan poco tiempo.
Pero se logró generar un nuevo clima, que revirtió el derrotismo emergente de la primera vuelta, estimuló a los frenteamplistas y contribuyó directamente a la remontada.
Tampoco podrá medirse cuánto incidieron las redes y los diferentes medios de comunicación, o la arenga militarista del Gral. Guido Manini Ríos (principal figura, y quien fuera candidato presidencial del nuevo partido de derecha Cabildo Abierto), los mensajes desde el Centro Militar y otros hechos acaecidos en las horas previas al balotaje. Seguramente ha incidido, y fuertemente, la incertidumbre que experimentó mucha gente ante las indefiniciones y señales contradictorias de la autodenominada “coalición multicolor”, integrada por los cinco partidos opositores, en un arco que va desde el centro derecha hasta la extrema derecha. Óscar Bottinelli manifestó que algunos pueden haber optado entre lo que no les gustaba y lo que les gustaba menos todavía. El mal menor, o algo por el estilo.
Pero ninguna interpretación de la levantada final del Frente, y por alta que sea la valoración de ese esfuerzo, debería ocultar o relativizar el hecho de que votó mal y que viene disminuyendo su electorado Elección tras Elección desde 2009. Ello sucedió, no sin avisos previos, pese a los logros de su gestión y a los cambios positivos para el país: después de estos quince años, el Uruguay es diferente, y mucho mejor.
Pero el aviso quedó dado. Hubo derrota. Su escuálida dimensión electoral, esa “agónica” diferencia de 1,52%, ubica el punto de partida bastante más adelante para la recuperación del FA de lo que pudo preverse tras el fracaso de la primera vuelta, en la que perdió la mayoría parlamentaria después de poseerla durante tres quinquenios. Pero poco importan ya las cifras. Empieza una nueva etapa y se renuevan los desafíos.
Habrá tela para seguir cortando.