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EL FACTOR SANGUINETTI
El mediocampo del sistema político nacional
Por Fernando Rama
Para el presente número de nuestra revista era mi intención continuar reflexionando sobre el sistema educativo uruguayo, haciendo especial hincapié en la formación docente; a mi juicio, la principal dificultad que debe resolverse. En estos momentos, sin embargo, todo está teñido por el acto electoral del pasado 27 de octubre: la encuesta cuyos resultados nadie puede refutar y que carece de margen de error. Es por ello que trataré de tejer algunas opiniones sobre el significado de lo ocurrido en la primera vuelta prevista por nuestro sistema electoral.
Muchos han insistido en las dificultades radicadas en el Frente Amplio (FA) para explicar un resultado que no colmó las expectativas de dicha fuerza política. Todos en Uruguay conocen los resultados, y para explicarlos se han vertido diversas causalidades.
Se han mencionado: la debilidad de la fórmula presidencial, la falta de autocrítica, las dificultades para difundir los logros de los tres gobiernos sucesivos del FA, entre otras. Se han mencionado, también: el impacto provocado por la insensatez de Raúl Sendic -ex Vicepresidente de la República-, con todas sus implicancias, la desprolija venta de PLUNA, los empujones internos en torno a las candidaturas, el desgaste que produce el tiempo en el poder, etcétera. “El poder aísla y corrompe”, decía José Martí hace más de cien años. Se trata, sin duda, de errores o debilidades cuya incidencia es indudable, en proporciones difíciles de cuantificar.
No obstante, creo necesario pensar en otros factores que directa o indirectamente han incidido. Factores externos al Frente Amplio y factores internos.
Entre los factores externos cabe mencionar la estructuración del sistema electoral uruguayo. La llegada del Frente Amplio al poder estuvo jalonada por la necesidad de superar los obstáculos interpuestos por los llamados partidos tradicionales: la obligatoriedad del voto y un sistema de balotaje muy exigente, al menos comparado con los sistemas vigentes en los países cercanos. Nadie discute la calidad de la democracia uruguaya, ubicada entre las pocas que pueden calificarse como plenas. Sin embargo, los organismos que aseguran que en Uruguay existe una democracia plena señalan que aún podría mejorar, de manera sustantiva, eliminando la obligatoriedad del voto. Es menester recordar que este requisito fue diseñado, a través de sucesivas reglamentaciones, específicamente para dificultar el triunfo del FA. Es muy probable, sin la obligatoriedad del voto, que el resultado del pasado 27 de octubre hubiera sido, con amplitud, favorable al Frente Amplio. Es también innegable que, con el 40% de los votos obtenidos en la reciente instancia, y la distancia respecto al segundo -el candidato del Partido Nacional, Dr. Luis Lacalle Pou-, dichos guarismos le hubieran dado la victoria a la fórmula Daniel Martinez–Graciela Villar, en otros sistemas electorales.
Puede aludirse, con razón, que ambos elementos -la obligatoriedad del voto y el sistema de balotaje impuesto- no impidieron que el Frente Amplio obtuviese el gobierno y la mayoría parlamentaria en tres sucesivas elecciones. Pero ello fue posible en virtud del impacto causado por la crisis de 2002, en la primera de esas tres elecciones, por el muy buen desempeño del primer gobierno del Dr. Tabaré Vazquez, y por el masivo aporte de votantes vinculados a la figura de José Mujica y el excelente desempeño de la conducción económica en manos del Cr. Danilo Astori, en las restantes. Por diversas razones, esas tres dimensiones de los pasados triunfos no tuvieron, en esta cuarta ocasión, el mismo impacto.
Un tercer factor que podemos calificar como externo se relaciona con el rol desempeñado por el “andebuísmo”. Los tres grandes canales privados de TV abierta -que proporcionan el grueso de la información que consume la opinión pública- fueron muy eficaces en colocar en el más alto sitial el tema de la inseguridad. Desde el asesinato más atroz hasta un simple accidente de moto formaron parte de un repertorio cotidiano durante cinco años. En paralelo, el Ministro del Interior, Eduardo Bonomi -propulsor de la mayor transformación de los recursos policiales que se conoce en la historia del país-, fue interpelado en ocho o nueve ocasiones. El resto de la información estuvo dedicada a los avatares sufridos por los planteles de Peñarol y Nacional, principales actores de un deporte parecido al fútbol que se practica en nuestro país.
Hablando de fútbol -en la misma línea que mi compañero Omar Sueiro en este mismo número-, bueno es recordar que en este deporte los triunfos dependen de la capacidad de elaboración que posea el mediocampo del equipo. Y creo que en esta materia, en este símil, la oposición tuvo al mejor mediocampista de nuestro sistema político. El más experimentado y conocedor de las entretelas del poder. Dejando de lado la idea de crear el “partido de la concertación” -que tenía varios propulsores en el campo opositor-, el Dr. Julio María Sanguinetti comenzó su distribución del juego reuniéndose con el Dr. Luis Lacalle Pou y el Dr. Jorge Larrañaga para comenzar a construir la “coalición” antifrenteamplio. Y fue sumando fuerzas con indudable éxito. Logró cierta recuperación del alicaído Partido Colorado -casi al borde de la desaparición, gracias a los años de predominio del Dr. Pedro Bordaberry-, logró el apoyo del insignificante Partido Independiente, contó con el sobrefinanciado Partido de la Gente, y realizó un magistral pase a la punta colocando al Gral. Guido Manini Ríos en el centro de una renovada coalición. Esta jugada la pudo hacer gracias a sus conocidas relaciones con los mandos de las Fuerzas Armadas, forjadas a la salida de la dictadura junto al Gral. Hugo Medina.
Su última jugada pre-electoral fue apoyar el demencial proyecto de reforma promovido por el Dr. Jorge Larrañaga, cuando se dio cuenta de que ese partido estaba perdido gracias a la movilización popular. Jugada no menor, porque gracias a ella la reforma logró concitar más apoyo del esperado. Le queda aún por delante la jugada de darle a la coalición antifrenteamplio un mínimo de credibilidad, distribuyendo el balón al jugador adecuado en el momento propicio.
El próximo 24 de noviembre se llevará a cabo la segunda vuelta de nuestras Elecciones. Sin pretensiones de infalibilidad -imposibles por parte de quien está muy alejado de la “interna” del Frente Amplio-, se me ocurren dos iniciativas que podrían ser de utilidad para revertir una situación notoriamente adversa. Una inmediata y otra de más largo plazo.
En el cortísimo plazo que queda para la segunda vuelta, creo que la fórmula Daniel Martínez–Graciela Villar debe fortalecerse nombrando ya mismo al futuro gabinete ministerial, para salir a recorrer el país en forma conjunta y manejando ideas-fuerza que puedan tener real incidencia en la opinión pública. Se trata de elaborar propuestas en todos los rubros y no solamente en materia de seguridad. Ideas sobran, pero hay que difundirlas con fuerza. No basta con apelar a las figuras del Gral. Liber Seregni, y el seregnismo, de José Batlle y Ordóñez, y el batllismo, o de Wilson Ferreira Aldunate y el wilsonismo.
Más a largo plazo, considero que el Frente Amplio debe enfrentar, de una vez por todas, la reorganización interna que muchos reclaman desde hace tiempo. Un plenario conformado por un 50% de las bases es un disparate mayúsculo, tan mayúsculo como para haber aprobado en dos ocasiones la nefasta actuación de Raúl Sendic.
Se necesita otro mediocampo capaz de pensar en grande y de abandonar los cambios de figuritas para preservar correlaciones de fuerza que no son reales. Se gane o se pierda la segunda vuelta, esta reconfiguración de los estatutos del Frente Amplio se presenta más urgente que nunca.
El artículo despega muy bien, toma vuelo pero inesperadamente se hunde en picada estrellanándose ante una realidad interna que el autor parece desconocer. Pase lo que pase los errores del FA no se encuentran en su actual Estatuto. Los errores de conducción política no son estatutarias. Funcionaron mal los liderazgos, no necesariamente las bases del FA. Éstas a veces demuestran más olfato político que los dirigentes. Esas bases alicaídas, postergadas siempre han sido algo más que mano de obra benévola electoral. Errores de gobierno hubieron y muchos. Rama pone nombre y apellido a uno solo: Raúl Sendic. Me parece que minimiza otros errores. Cabe preguntarse cómo asciende la figura de Sendic, su gestión como vicepresidente y presidente de ANCAP, hasta alcanzar la candidatura y ejercer la vicepresidencia de la República. ¿Qué tienen que ver los Estatutos con esta carrera política? Invito a Fernando Rama a que ponga nombres y apellidos a la élite que determinó esa carrera.
Es fácil ver la reproducción de las élites conservadoras en los partidos tradicionales. Pero no distinguir el camaleonismo del ruralismo devenido ahora en Cabildo Abierto, eso sí que es un disparate mayúsculo. ¿Cómo incidió el gobierno en la gestación de este fenómeno peculiar? Esto no tiene nada que ver con Estatutos. Sin embargo fue decisivo.
Obviamente tenemos diferentes lecturas de las metas y la organización que requiere el FA para cumplirlas. Como suele ocurrir, cuando las papas queman la dirección llama desesperadamente a la movilización de las bases. Es más, comenzó a articularse algo que nunca debió haberse perdido. Me refiero a la relación entre el FA y las organizaciones populares, territoriales, sindicales, etcétera. En quince años de gobierno el FA no generó anticuerpos contra su institucionalización. Si queremos pensar en grande pensemos en los fundamentos de la organización.
Coincido con Ud.
El artículo me hizo reflexionar sobre la necesidad o no de la obligatoriedad del voto; y sobre lo que habría tenido efecto en el pasado acto comicial, si el voto no fuese obligatorio; de eso deduzco que existirían dos conjuntos del pueblo: 1) el no politizado, el ignorante político, el lumpen, y 2) el intelectualizado políticamente, el militante consciente, o fanatizado. ¿Esa es la interpretación del autor del artículo o me equivoco?
Es cierto que en caso de no ser obligatorio, seguramente la oposición no hubise alcanzado tal votación, pero es la conciencia ciudadana, el simple hecho de ser responsables, entender que estamos representados y que tenemos derecho al pataleo si no se cumple con la ciudadanía. Me parece que la actitud de hacer de aveztruz frente a un hecho politico, EL HECHO POLITICO, que nos contine como ciudadnos, nos pone límites y organización, además de fijar el movimiento económico. Claro ue todo esto tiene que estar acompañado de una fuerte educación ciudadana o estamos fritos, como ahora.