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DESPUÉS DE LA CUMBRE SOBRE ACCIÓN CLIMÁTICA ONU 2019

 Publicado: 06/11/2019

¿Compromisos o promesas vanas?


Por Luis C. Turiansky


A cuatro años de la Cumbre de París de 2015, que tuvo el pomposo nombre de “Conferencia de las Partes en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático”, y a tres de la entrada en vigor del Acuerdo que allí se aprobó, los científicos señalan que el ritmo de deterioro del clima del planeta está ganando intensidad, por lo que se necesitan medidas más drásticas si se quiere reducir o eliminar las causas que resultan de la actividad humana.

Se trata sobre todo del calentamiento de la atmósfera, responsable del descongelamiento polar, que a su vez provoca la elevación del nivel de los mares, además de dar lugar a serios desórdenes meteorológicos en todo el mundo. Entre los factores que influyen y son producidos por el hombre figuran, en primer lugar, las emanaciones industriales, que elevan considerablemente la cantidad de dióxido de carbono (o anhidrido carbónico) y otros gases de “efecto invernadero” en la atmósfera. En consecuencia, los restos de energía térmica del Sol, tras reflejarse en la superficie terrestre, quedan retenidos en las capas superiores de la atmósfera, como sucede bajo los techos de vidrio de los invernaderos. Este fenómeno se ve agravado por la deforestación de los bosques vírgenes, que reduce la capacidad de absorción del anhidrido por la vegetación.[1]

Lo malo es que las medidas decididas en París en 2015 ya no bastan y se acorta el plazo que nos separa del punto límite en que los cambios se volverán irreversibles. Pero, además, ni siquiera los compromisos mínimos asumidos se cumplen en las fechas acordadas. Como siempre, el sistema económico dominante no reconoce otro incentivo para la acción que la ganancia inmediata.

UNA CUMBRE DIFERENTE

Es en base a estas consideraciones es que el Secretario General de la ONU, António Guterres, decidió convocar una Conferencia Cumbre sobre la Acción Climática en setiembre de 2019. Obsérvese el uso de la palabra “acción” en el título de la conferencia: sin duda alude a la urgencia que hay en adoptar medidas con el fin de evitar una posible crisis climática, cuyas consecuencias serían catastróficas para la humanidad. 

Es cierto que “planes de acción” en el ámbito de las organizaciones internacionales ha habido muchos, ya sea para marcar los más variados aniversarios o para responder a situaciones de emergencia, como catástrofes naturales, epidemias, hambrunas, conflictos armados y otras calamidades; muchas de ellas también atribuibles al genio humano. Esta vez, sin embargo, la elección de la palabra “acción” sin más complementos, sola en su crudeza interpelativa, indica que no se puede esperar y que, en lugar de análisis sesudos, lo que se necesita es actuar ya, sin demora.

Con ello sin duda el Secretario General quiere responder a las críticas que le llegan de todas partes sobre la ineficacia práctica de las Naciones Unidas para resolver los grandes problemas del mundo actual, lo que puede resumirse en la frase, “ya basta de discursos, hay que pasar a la acción”. Muchas veces, estas críticas soslayan que la ONU solo puede hacer lo que le encomienden los Estados Miembros. Son los pueblos los que deben presionar a los gobiernos para que adopten políticas acordes con los intereses nacionales y globales.

Una buena porción de las voces críticas proviene de los jóvenes. Es por ello que una parte de la Cumbre de las Naciones Unidas se dedicó a la juventud y sus incertidumbres de cara al futuro, a través de una “Cumbre de la Juventud”. Y no solamente debido al “efecto Greta” (al que me referiré más adelante),[2] sino para hacer justicia a las movilizaciones que tienen lugar en todo el mundo y que son un fenómeno característico de nuestra época. El estilo de estos jóvenes puede parecer a veces demasiado radical y agresivo, pero hay que ponerse en su lugar: ¿qué les espera? 

La conclusión de Philip Alston, Relator Especial de las Naciones Unidas sobre la Pobreza Extrema y los Derechos Humanos, es en tal sentido contundente: “El cambio climático amenaza con borrar los últimos cincuenta años de progreso en el desarrollo, la salud mundial y la reducción de la pobreza”.[3]

En marzo de 2015, Christina Sterbenz y Erin Brodwin expusieron en Business Inside que, para 2050, un plazo perfectamente alcanzable por los jóvenes de hoy, el número de habitantes de las ciudades probablemente habrá aumentado al triple, de modo que serán muchos más para disputarse los restos del aire puro o el agua potable cada vez más escasa. Cundirá el hambre, mientras los gérmenes resistentes serán capaces de matar unos diez millones de personas cada año. También serán más frecuentes los huracanes devastadores, al tiempo que aumenta la probabilidad de que los mares inunden las grandes metrópolis costeras actuales. Los autores no lo mencionan, pero uno puede imaginarse que el Uruguay, que no tiene montañas, pero sí caudalosos ríos y que ya hoy conoce regularmente inundaciones arrasadoras, será especialmente vulnerable, aunque tal vez no llegue al extremo de los pequeños países insulares del Pacífico. Imaginar la costa montevideana convertida en un islote con la fortaleza del Cerro encima produce escalofríos.

La revuelta generacional a la que asistimos tiene su origen en una realidad que resume esta frase espeluznante: “Sobrevivirá al cambio climático el que pueda pagarlo”.[4] Son las leyes de Darwin trasladadas a la realidad del capitalismo rampante. ¿Podemos extrañarnos de que estos “mileniales”, no siendo los autores de la sociedad en la que viven, nos detesten y no tengan miramientos al señalarnos con el dedo?

UN ENTORNO DESFAVORABLE

Pero, además, ¿está el mundo preparado para actuar unido en defensa del clima y el medio ambiente? ¿No hay temas más urgentes que tratar? Desde la desvinculación de EE.UU. de los tratados de reducción de las armas estratégicas concertados con la ex Unión Soviética, nuevamente la humanidad se encuentra bajo la amenaza de una carrera armamentista entre las potencias, con la posibilidad descabellada y siempre presente de un conflicto nuclear. 

Los focos de tensión son siempre los mismos, pero se extienden a regiones enteras, aumentando su peligrosidad: Medio Oriente y particularmente el caso de los palestinos y el Estado de Israel, la península de Corea, los grupos radicalizados islamistas, el conflicto ruso-ucraniano, los resabios de las guerras de Yugoslavia y del Cáucaso. Añádase la crisis migratoria, a la que bien puede acompañar una nueva edición de la crisis económica. Más de uno exclamará: “¡Qué me vienen con la crisis climática!

Por supuesto, las eventuales catástrofes de origen climático tendrán por corolario el recrudecimiento de las olas migratorias, con todos los problemas sociales y tensiones que conllevan. Es de suponer un aumento de los conflictos y la inseguridad en general.

A los motivos actuales de los conflictos bélicos podrían agregarse otros, relacionados con el empeoramiento de las condiciones climáticas. Además del petróleo, podrían estallar guerras por el agua, por la posesión de regiones montañosas, contra los movimientos migratorios, contra el terrorismo, y muchos otros motivos similares. Las guerras comerciales y los intereses geopolíticos agravarán aún más los peligros de conflagración mundial con uso de armas nucleares o sus variantes “estratégicas”. Entonces puede ser que sí termine la historia, varias décadas después de haberse publicado el famoso libro de Francis Fukuyama.

Por último, tampoco entre los científicos reina unanimidad de criterios en lo que se refiere a las causas de los cambios observados y sus consecuencias. Si por un lado se reconoce, por lo general, que existe una evolución negativa de las condiciones climáticas a escala planetaria, algunos valoran en menor grado el papel imputable a la actividad humana o sus efectos destructores del medio ambiente. Estas diferencias luego se reflejan en los comentarios publicados. Los lectores asiduos de nuestra revista tal vez recuerden la polémica que protagonizamos, en 2014, el profesor Ernesto A. Tarrab y yo, sobre el efecto del descongelamiento polar en la subida del nivel de los mares. [5]

Desde entonces son ya abundantes los datos de las mediciones que confirman no solo el ascenso de la superficie marítima sino también su aceleración. Por eso también el tema fue un motivo central de los debates de la Cumbre sobre Acción Climática de las Naciones Unidas. 

En Uruguay, país de suave geografía y clima agradable, y donde la industria aún no predomina como para hacer estragos en la naturaleza, los temas ecológicos no tienen popularidad. Si desde la otra ribera se nos acusa de degradar las aguas con desperdicios de la producción de celulosa, nos sentimos injuriados en lo más íntimo de nuestro patriotismo y seguimos plantando eucaliptos para alimentar a las pasteras, sin importarnos que sea un árbol eminentemente secador de terrenos. Sorprende por ello el fervor juvenil de las recientes acciones en defensa del clima, por ejemplo en ocasión de la Jornada Mundial el pasado 20 de setiembre. ¿Será únicamente porque el tema se puso de moda?

EL FENÓMENO GRETA THUNBERG

Es difícil de explicar cómo una niña sin la menor dosis de empatía ha conseguido, a tan temprana edad, ganarse el apoyo multitudinario de la generación joven para un discurso agresivo en el que no propone nada, simplemente pide cuentas: “¡Ustedes nos están robando la niñez y la juventud!” 

Greta Thunberg pertenece a una familia adinerada. Es hija de una cantante de ópera y de un actor y escritor. Puede permitirse abandonar la escuela sin temer por su futuro y también darse el lujo de viajar en un velero gentilmente cedido por la nobleza monegasca, “para no dejar huellas de carbono en la atmósfera” (aunque nada se ha dicho sobre los efectos ecológicos de la propia fabricación del navío ni de lo que se consumió a bordo). Padece un grave estado clínico que reduce sensiblemente su capacidad de comunicación. El hecho que ella misma lo haya descrito públicamente me exime del deber ético de soslayar este aspecto delicado de su personalidad, porque es importante para comprender su estilo. 

Las dificultades de expresión son visibles en su semblante cuando habla. Es de suponer que cuenta con la ayuda de un equipo de asesores, pero al parecer siempre gana su tozudez, porque lo que sale de su boca y de sus ojos, especialmente cuando las circunstancias la obligan a improvisar, viene cargado de odio y desprecio por la clase gobernante, a la que acusa de ignorancia y desidia.

Cuando lo dice a gritos en una plaza pública, cumple en cierto modo con un cometido movilizador. Pero cuando, tras aceptar la invitación de las Naciones Unidas, se dirige a los delegados presentes para insultarlos, su causa empieza a perder base racional.

Y, sin embargo, la juventud del mundo la ha adoptado como su nuevo ídolo y acatan al pie de la letra sus disposiciones o las de su entorno, y las convocatorias a nuevas acciones de protesta. La razón es muy simple: Greta es un símbolo. Su grito encarna el descontento y el asco que siente toda una generación trampeada por una sociedad donde solo reinan el dinero y la sed de lucro sin ninguna clase de escrúpulos, una juventud que ha perdido los estereotipos, pero no la aspiración a una vida mejor, donde reine la paz y la felicidad en lugar del oprobio y la destrucción del prójimo. Que este grito provenga de una niña con problemas de salud añade una nota emotiva, que permite asimilarla con un personaje de telenovela o de historieta de aventuras.

TODAVÍA ES TIEMPO

Lamentablemente, los resultados de esta última reunión cimera no responden a las expectativas. Desde luego, hay una lista de “declaraciones de intención”,[6] formuladas por gobiernos y empresas privadas; pero falta una palabra concreta (más allá de los discursos generales) de los principales contaminantes: China y EE.UU. Además, entre promesa y compromiso hay una diferencia sutil pero importante.

Si los jóvenes que participaron en la Cumbre de la Juventud declararon al final que asumían el papel de testigos de los compromisos e iban a “vigilar a los políticos” (We’ll be watching you fue la frase utilizada por Greta Thunberg en su discurso ante la Cumbre “de los grandes”), podría preguntarse: ¿compromisos?, ¿cuáles?

Es evidente que la lucha en defensa del clima y el medio ambiente no es de un día para el otro. Los amigos de Greta tendrán que aplicar su consigna de vigilar a los políticos incluso si no tienen ningún ejemplo ilustrativo, o precisamente por eso. Pero a la vez tendrán que afinar un poco más su puntería, porque no todos los cambios climáticos se deben a la actividad humana y tampoco es cuestión de culpar a los gobiernos o a toda la sociedad si llueve en vacaciones o hay sequía cuando crecen los pomelos (si bien es cierto que también los percances naturales, cuando se repiten, requieren atención).

Sin duda el aspecto más relevante es que, en este mundo entrelazado, la protesta juvenil se une con otras tantas reivindicaciones globales de orden económico y social para converger, en definitiva, en esfuerzos comunes por la transformación de la sociedad. Los aportes serán inevitablemente diversos y esto exige paciencia y tolerancia. No parece, por el momento, que esta cualidad sea lo característico en estos jóvenes coléricos, pero tal vez aprendan.

Nuestro movimiento sindical y el Frente Amplio tienen bastante experiencia en este terreno y podrían ofrecer su ayuda. Pero para ello sería necesario olvidar un poco la alta política y mezclarse con los chiquilines, lo cual no es tan evidente ni posible en todos los casos.

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