Compartir

ESPEJOS

 Publicado: 06/11/2019

“Guasón”: ¡Somos tan patéticos!


Por Andrés Vartabedian


“[…] Mi maldad es consecuencia de mi desgracia, de mi infelicidad. ¿No comprendes que mi perversidad es producto del constante desprecio que me hacen todos? […] ¿Cómo puedo ser generoso con los demás si los demás se muestran implacables conmigo? Si tú me precipitaras por estos barrancos helados, o me destrozaras con tus manos, ¿verdad que no lo considerarías un crimen? ¿Por qué, pues, he de respetar yo a quien me desprecia? Haz que el hombre, en vez de odiarme, me acepte […] y verás que en lugar del mal puedo atraer sobre él toda clase de beneficios y bendiciones. Pero sé muy bien que esto no puede realizarse, porque los sentimientos que animan al hombre son un muro invencible para nuestra unión. Yo no estoy dispuesto a someterme a la esclavitud más abyecta. Vengaré todas las injurias que se me hagan, y si no puedo inspirar amor, inspiraré terror. […]”

Mary Shelley - Frankenstein

 

Un aspecto importante del Joker (Guasón) de Todd Phillips, al menos para este comentador, es que trasciende en mucho el mero hecho de construirse a partir de, y en función de, Batman, su personaje, y la génesis de uno de sus antagonistas habituales, ya ultra-conocido y encarnado tantas veces para la pantalla grande -también en recordadas actuaciones, como en este caso-.

La construcción de este villano supera con creces la asociación directa al, aquí, niño y futuro héroe de Ciudad Gótica, transformándose él mismo en héroe. “Héroe”, no ya por sus hazañas y virtudes, ni por su asunción de acciones beneficiosas para nobles causas, sino en el sentido de verdadero protagonista, y en el de ese sujeto al que habrá quienes transformen en objeto de su más profunda admiración.

Joker trasciende el cómic. Joker trasciende a Batman. Batman se transforma en una mera referencia. Joker la torna insignificante.

Y allí veremos la máscara en su dimensión propia y única, singularizando su significación; y veremos al hombre detrás de la máscara: al enfermo y al desvalido, al insano y al humillado. Veremos al hombre sujetado a una historia, y veremos al hombre sujeto de su historia. Víctima y victimario. Impotente y cruel. Inocente y culpable. Un hombre lindo; un hombre engendro.

Ubicado entre fines de los años '70 y principios de los '80 -dos estrenos cinematográficos que aparecen en la cartelera de la ciudad corresponden al año 1981-, nos encontramos a Arthur Fleck, un hombre maduro, enjuto, desgarbado, que aún vive con su madre -y cuida de ella-, y al que la vida no parece sonreírle especialmente. Aspirante a comediante de stand up en Ciudad Gótica, su capacidad para la hilaridad está dada más por la enfermedad mental que padece, que por sus dotes para el humor.

Trabaja como payaso para una empresa que promociona locales comerciales, a través de esa figura de clown, o anima distintos eventos, de índole diversa. No solo no es bien pagado, sino que, además, recibe desprecios y maltratos de múltiples dimensiones. Si a ello sumamos que, en determinado momento, su obra social, dejará de cubrir los gastos de sus medicamentos, el panorama se torna anímicamente devastador. Pintará su sonrisa, sobre base blanca, con su propia sangre. Será tan solo una mueca. Alrededor todo es basura y contaminación. El entorno está corroído por las ratas, y todo parece ser cuesta arriba. Solo cuesta arriba.

El descubrimiento de un pasado más impiadoso con él que lo que ya conocía, atizará aún más el tono colérico y desaprensivo que irá adquiriendo. Su madre le ha ocultado ser hijo de Thomas Wayne, el multimillonario -ahora devenido en político en campaña- para quien ella trabajara en su juventud. Pero su madre parece sufrir de alucinaciones, por lo que se torna difícil llegar a la verdad. Condenarla es un riesgo que duda en asumir, o que asume con temor. Él quizá también las padezca. El destello de un amor asoma como un atisbo de alegre ilusión. “That’s life” (Así es la vida) canta Frank Sinatra en la televisión.

Los medios de comunicación y su poder de compañía y de invasión, también se darán cita en Joker. El “cubo atontador” tendrá su lugar de privilegio. El entretenimiento, la información y la burla conformarán una masa informe. Arthur pasará de espectador a invitado. El afuera invadirá el adentro. El hombre burlado, el denostado, el marginado, asumirá el centro. Tendrá voz y se hará escuchar. Su voz retumbará en las calles y en las avenidas. Su eco será réplica. Otros sin voz la harán suya. Los ofendidos, los indignados, los atontados. Cierta épica del mal tomará las cámaras. Será la luz de un nuevo camino; aunque pueda encandilar.

Hay un líder que no se asume como tal. He aquí su génesis. El Guasón se objetivará en “el mal”. Comenzará así su auto-reconocimiento. Sin comprensión cabal de lo que sucede en su entorno, ni pretensión de liderazgo, asoma tan insano y egoísta como las élites a las que intenta combatir el movimiento autogenerado. La opresión sufrida devendrá en destrucción desenfrenada. ¿Qué cambios perdurarán, si los hay? No lo sabremos. Cuando la violencia crece al límite de no tener reparos, perdemos todos. Y las puertas parecen ser únicamente de salida.

Quizá Todd Phillips psicologiza demasiado a su personaje -hay quienes le endilgan cierta pérdida de ambigüedad y enigma al ya clásico “payaso”-. Quizá Joaquin Phoenix sobredramatiza a su joker. Quizá existan demasiados subrayados editoriales en líneas claramente establecidas. Quizá. Quizá todo se tiña de la pintura sobredimensionada del clown. Pero Todd Phillips logra disimularlo de buena manera. Y logra, por momentos, que no percibamos la manipulación; que la asumamos sin cuestionarla. He allí el mérito. Nos sumerge en un ambiente ominoso y oprimente, carente de empatía, de ternura o solidaridad. Y nos vemos reflejados. Nos altera y perturba a partir de algunas tomas infrecuentes y su variación casi coreográfica, de la climática banda sonora, de la ralentización de ciertos movimientos y gestos, del manejo de la luz y su brillo. El lirismo se percibe solo como una búsqueda. La intención de lirismo no importa su logro.

Sin embargo, allí estamos dos horas después, intentando no ahogarnos en ríos de heridas y dolor; intentando salvar el amor y la razón; intentando aferrarnos a la esperanza; intentando no ser tan nosotros mismos. No será sencillo.

Cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia.

Un comentario sobre ““Guasón”: ¡Somos tan patéticos!”

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *