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RELACIONES NECESARIAS
Nuevas tecnologías, identidades digitales y escuela
Por Carmen Canavese
El proceso que desde el último cuarto del siglo XX y comienzos del XXI se ha generado en las apropiaciones y usos de las nuevas tecnologías, requiere una mirada para comprender un proceso que llegó para quedarse. Son los cambios que generaron los dispositivos tecnológicos en el mundo de las comunicaciones, y también el impacto socio-cultural en las apropiaciones que las diferentes generaciones han ido haciendo de los mismos. A su vez, si bien se van dando cambios vertiginosos en cuanto a producción y consumo, subsisten aparatos de los denominados tradicionales que conviven con los de reciente aparición, como así también prácticas de uso diferentes. Esto lleva a un necesario análisis del comportamiento de las audiencias, en tanto consumidores e, inevitablemente, también como prosumidores.[1]
Comenzando a desentrañar estos postulados y su inevitable vinculación, Luis Quevedo (2016) afirma al respecto:
“En los últimos veinte años la revolución digital ha provocado un cambio tan significativo e intenso que nos resulta difícil evaluar sus consecuencias y menos aún imaginar el panorama al que nos enfrentaremos dentro de cinco o diez años. El parque tecnológico que hoy nos rodea era desconocido casi en su totalidad en los años ochenta, y así como en aquel momento nadie pudo realizar un pronóstico sobre lo que hoy está presente en nuestras vidas, nos resulta difícil proyectar cualquier futuro más allá del próximo año. Sin embargo, el problema que nos ocupa no es tecnológico”.
Las generaciones actuales hacen uso de estas tecnologías, apropiándose de la inmensa variedad de ellas; sin embargo, muchos crecieron sin ellas. ¿Son las tecnologías las que producen los cambios culturales o son las demandas y prácticas culturales las que empujan al cambio tecnológico? Para dar respuesta a esta pregunta, atendiendo la afirmación de Quevedo en el citado párrafo: “el problema que nos ocupa no es tecnológico”, debemos decir que los cambios tecnológicos y las demandas culturales son fenómenos que se retroalimentan en el tiempo; en los albores de la actualidad, existe una estrecha dependencia entre uno y el otro. Sin embargo, la respuesta no es completa aún.
El ser humano, tras los dictados consumistas de la actualidad, ha buscado mayor confort, soluciones rápidas para las actividades diarias, sin quedarse fuera de las innovaciones, procurando alcanzar “la felicidad”. En procura de esto, se realizan prácticas que escapan a la lógica. Así es como se cambia de teléfono y computadora con cierta regularidad para obtener las últimas aplicaciones existentes, con aparatos nuevos y en perfectas condiciones de funcionamiento. Aplicaciones recientes, que mañana ya comenzarán su proceso de enlentecimiento en funciones, en memoria, en prestaciones, si no se reconvierten, son obsoletas en cuestión de meses.
La tecnología provoca postulados culturales, y las prácticas culturales actuales demandan cambios tecnológicos. El orden en que aconteció este proceso de retroalimentación en la realidad ya no es tan importante, porque es una cuestión socio-cultural-económica-tecnológica que inevitablemente crece y se potencia. Por lo tanto, el análisis se basa en entender el impacto y su apropiación, el comportamiento de las generaciones y los desafíos que surgen a diario y, especialmente, cómo se prepara la enseñanza para educar en estos entornos donde la digitalización es inminente.
Los dispositivos van provocando, a lo largo de la evolución humana, diferentes respuestas frente a posibles “necesidades” que el ser humano ha encontrado en su propósito de lograr más alternativas placenteras. Desde la modificación de los espacios geográficos en función de las necesidades de poblaciones que se desbordan, hasta logros científicos que van desplazando ciertos postulados que de repente se encuentran perimidos frente a las innovaciones que surgen; el hombre hace que esos descubrimientos se hagan “necesarios” a medida que los difunde. Estos medios han generado hábitos que se transformaron en una necesidad, y devienen de una historia de los medios de comunicación que no se puede eludir. El estar conectados con otros seres, conocer al instante las acciones de los afectos, obtener material para una tarea liceal, exhibir un trabajo, “bajar imágenes”, etcétera, son posibilidades que hacen que la vida sea más operativa en menos tiempo.
La población mundial se encuentra frente a “necesidades” que en otras épocas se desconocían. El ser humano está respaldado por una evolución tecnológica que da prueba de la búsqueda de ahorrar tiempo y energía en la creación de nuevos dispositivos para solucionar problemas. Las formas que encuentran los medios para generar nuevas demandas en la sociedad de consumo son muy agresivas, desde el momento que se accede a comprar un producto o a completar los datos personales en una red social, se habilita a que la información personal se halle en la nube.
Por lo tanto, Google no es inocente cuando ofrece un sinfín de posibilidades, artículos y artilugios de marketing; los usuarios lo han habilitado de antemano. Al concepto de “necesariedad” que manifiesta Varela (2016), se le puede agregar el de “comodidad”, ya que con un clic se accede a la exposición; una acción instántanea en la que no se dimensionan las consecuencias. Por ejemplo, cuando se creó la televisión, no se sabía qué hacer con ella. Probablemente, con la navegabilidad ocurra algo similar. Cuando los usos se hacen masivos, se vuelven incontrolables los efectos; son virales antes de ser evaluados, porque tan solo ocurren y se propagan con inmediatez.
La disponibilidad que se encuentra en YouTube, como en otras opciones de la web, y la “infoxicación” de producciones que ahí se encuentran, instalan en una misma línea de horizontalidad las diferentes alternativas, haciendo insospechable la magnitud de las mismas, una vez que son “subidas” y de libre visualización. Hay una “igualdad” alarmante de los contenidos puestos al alcance de todos; conviven estrechamente, por ejemplo, creaciones cinematográficas con contenidos amateur. De consumidores a prosumidores, la convergencia se aprecia en esa horizontalidad y visibilidad que habilita la interacción con otros dispositivos/pantallas. Cada vez se hace más necesario que en la educación, en especial entre los dedicados a la construcción de aprendizajes, se piense la necesidad de apostar a la alfabetización en competencias digitales, generando estrategias para que el internauta se formule preguntas al abordar toda “navegación”: ¿cuál es la afiliación de la fuente?, ¿la claridad, el objetivo, los temas de fondo y la actualización de la información?, sin dejar de lado la pertinencia, etcétera. De modo que las búsquedas sean más certeras, ya que YouTube “legitima” todos los contenidos por su sencilla accesibilidad, aunque la exposición y sus repercusiones pueda ser lapidaria, a su vez.
Sin embargo, la autora Mirta Varela (ob. cit.) tiene otra opinión:
“(...) una característica de las tecnologías de la comunicación es que no obedecen a una necesidad social: puede pensarse en necesidades muy generales de comunicación, de expresión y de creación artística (…) Lo que quiero decir es que la invención técnica sigue una evolución que le permite, en determinados momentos, “inventar” algunos objetos. Sin embargo, su función social y cultural no está inscripta claramente en ellos”.
Y es categórica cuando afirma su postura:
“(…) la técnica no determina completamente el uso social que se le dará a ella. Por eso resulta tan complicado leer las tendencias del presente y por eso no es posible «adivinar» el futuro limitándose a leer el cambio técnico. La relación y distinción entre técnica/cultura/sociedad resulta central para lo que estamos diciendo porque el ritmo del cambio tecnológico y social no se encuentran sincronizados (…) la historia de los medios nos enseña algo más y es que los viejos medios nunca mueren. Los que mueren son simplemente los instrumentos, las herramientas para acceder al contenido de los medios (los vinilos, los cassettes, los disquetes son parte del pasado). Estas tecnologías «delivery», como lo afirman algunos autores, se vuelven obsoletas y son reemplazadas; los medios, en cambio, evolucionan” (Henry Jenkins, 2006, citado en Varela, 2016).
Esta desconexión entre cambio tecnológico y cambio cultural existe y se percibe en los ejemplos que sustentan la historia de los medios de comunicación, lo que en la actualidad es difícil de apreciar dado el aceleramiento productivo y las exigencias de las demandas. Más allá de que la retroalimentación mencionada está presente en la cotidianeidad concreta, porque en los comportamientos del consumo y en las necesidades de la demanda, se sustentan las creaciones tecnológicas. La desconexión entre cambio tecnológico y cambios sociales, se hace evidente en los procesos de enseñanza-aprendizaje, siendo la Escuela el epicentro. Más adelante, analizaremos esta afirmación.
La sociedad asiste a una convergencia digital vertiginosa, donde cada espacio está inscripto en pantallas, donde se convive con dispositivos y prácticas tecnológicas “viejas” y “nuevas”, aunque la brecha tecnológica va marcando distancias insalvables. Quevedo (ob. cit.) da cuenta de ello al hacer referencia a la “portabilidad” como un distintivo característico de estos dispositivos en los últimos tiempos:
“La portabilidad, esa dirección hacia la cual evolucionaron los medios, unida al fenómeno de la convergencia digital, da como resultado significativos cambios sociales y territoriales, novedosos procesos de personalización, y constituye otra alteración en la percepción del tiempo y del espacio, tal como sucedió con cada avance tecnológico”.
Personal, portable y personalizado son los aspectos que caracterizan a los dispositivos usados a diario. Como dice Quevedo: un “hombre caracol” que lleva su vida a cuestas: lo simbólico, lo laboral, lo social, lo familiar... Objetos pasibles de ser trasladados sobre el cuerpo humano; no es una invención de la modernidad, sino un rasgo distintivo del ser humano desde el nomadismo. Llevar consigo aquellos objetos preciados, necesarios y útiles para enfrentar las peculiaridades del diario vivir. Los seres humanos continuamos con esa práctica, legitimándola a diario. Teléfono celular, computadora portátil, mp4... son portables, se trasladan y se personalizan, en cada llamada, aplicación, configuración, dato, imagen… hay una cuota de identidad muy importante. Así como las colectividades nativas trasladaban objetos ceremoniales con ellos, el “homo digitalis” hoy porta los suyos.
Así como pensamos en estos aspectos distintivos del ser humano, es imposible hoy considerar el funcionamiento de los intercambios y la comunicación entre las sociedades sin presencia de los dispositivos tecnológicos. ¿Pueden entenderse los cambios tecnológicos como si fuesen una dimensión autónoma y separada de la constitución más elemental de nuestra condición humana? Hay quienes niegan este cuestionamiento y dan cuenta de la negación diciendo que lo humano produce la técnica y la técnica, lo humano. Otra corriente afirma, que los cambios tecnológicos han cambiado totalmente los modelos de comunicación cotidianos, basándose en las alteraciones que la telefonía móvil ha generado en la comunicación. Lo que se ha modificado ha sido la vida vincular y el concepto de intimidad está totalmente en discusión. Otras posturas existencialistas, manifiestan la pérdida de la libertad humana a partir de la ubicuidad que permiten estos aparatos, como también la pérdida de la creatividad y de la imaginación.
El hombre se ha servido de la técnica para solucionar problemas, por lo tanto ha hecho uso de su potencial creativo resolviendo situaciones y conflictos. Ha heredado la apropiación de la tecnología y las aplicabilidades de las mismas, ha descubierto que a lo largo del tiempo algunas creaciones pierden importancia y otras se potencian.
La técnica concebida como la capacidad de construir conocimientos, aparatos, elementos, dispositivos, etcétera, no debería ser considerada como algo ajeno al ser humano. Nació de su capacidad, de su deseo de investigar, ensayar y producir. Las capacidades para lograrlo forman parte de lo natural, dadas las características biológicas, intelectuales, fisiológicas, emocionales del ser humano. La fabricación de los dispositivos necesarios para resolver situaciones, las adquisiciones y herramientas cargadas de conocimientos que los humanos han heredado, y la transmisión de generación en generación, como necesidad de reproducción de saberes, han provocado una apropiación de los aportes, creaciones e inventos. Porque la técnica es saber, la tecnología es conocimiento y al vivir en una sociedad internacionalizada e internalizada tecnológicamente, los lazos entre los medios de comunicación y el consumo van sufriendo transformaciones, como también migraciones.
Hay un aspecto no menor que acontece en estos espacios virtuales, y es la posibilidad de expresar sensaciones y emociones a través de “emoticones”. Expresar sentires en la “presencialidad” no ocurre ni en la misma rapidez ni en la misma intensidad, quizá por temor a que la vulnerabilidad quede en evidencia. Sin embargo, el “me gusta”, “compartir”, “etiquetar”, “crear grupos”… posibilitan esa entrega sin ser “totalmente” vulnerables.
Existen otros ámbitos que están evidenciando transformaciones: cada vez más el espacio virtual se llena de significación al permitir la agilidad de los contactos, trámites y de la apropiación del conocimiento. Bibliotecas virtuales, liberación de la propiedad sobre ciertos conocimientos en la web, cancelación de facturas online, pagos desde la PC e incluso desde el móvil, servicios de viajes a destinos lejanos, acuerdos inmediatos para abordar trabajos desde lugares remotos. La vida se encuentra “a un clic de distancia”.
Nuevas tecnologías y cultura letrada
Otro tópico inevitable de abordar tiene que ver con la relación existente entre nuevas tecnologías y cultura letrada. Los cambios en las técnicas de soporte de la escritura son coincidentes con transformaciones profundas en el plano de la cultura y la sociedad. Hoy se habla de las tecnologías digitales y el modo en que estarían reemplazando al libro, de cómo Google o Wikipedia puede que hayan reemplazado a las Bibliotecas de antaño; se hace más frecuente escuchar “la gente ya no lee libros”… La realidad es que los medios electrónicos no han suprimido los libros, al contrario, han cambiado los soportes donde se encuentran.
El libro como artefacto impreso también ha sufrido modificaciones. Especialmente, en la actualidad no hay ya un dispositivo que promueva la cultura y la difusión de mensajes que no haya atravesado modificaciones. Tanto en su acceso, como en su difusión y lectura.
Las sociedades actuales transitan épocas de cambios vertiginosos y de necesidad de interiorizar las adaptaciones que las actuales demandas provocan. El texto en la web brinda la oportunidad de ser explorado desde el lugar del interesado, seleccionando según sus preferencias lo que se desea consumir.
En tiempos del “remix”, el conocimiento nunca había estado tan al alcance de todos desde un formato libre de acceso y de uso. Las licencias libres permiten, como nunca antes, la posibilidad de circulación de la información. Las licencias Creative Commons buscan promover el acceso a la información, como también de libertad de divulgación favoreciendo el reconocimiento de las autorías, pero posibilitando la libertad de uso y la generación de recursos educativos abiertos, por ejemplo.
Hoy en día el hipertexto permite que cada uno pueda elegir su manera de “leer”. La manera de acceder a los textos es mediante la práctica “nómade”, siendo reflejo de cómo es la apropiación de la escritura y de los textos visuales en estos tiempos. Se mira televisión, se visita Youtube, se navega por la web, se ingresa a Facebook, se suben fotos a Instagram, se participa de “vivos” en varias redes y se constituyen comunidades en WhatsApp. Los consumidores de información, imágenes, noticias... actúan como migrantes. A veces hay profundización en los contenidos, según intereses, y otras veces se mira con “ojos de turista”, continuando la marcha.
Dentro de las referencias al espacio virtual, no podemos negar que las pantallas llegaron en el siglo XX para quedarse, conquistando espacios medulares de la vida desde su funcionalidad, operatividad, prestancia y posibilidad, entre otras alternativas que ofrecen.
¿Cómo se vinculan estas pantallas como dispositivos y estos cambios tecnológicos en la educación?
Ya no se discute la pertinencia o no dentro del salón de clase, sería ir con el discurso en contra de las acciones. Desde el momento que un alumno se inscribe en una institución, pasa por una pantalla; desde el momento que un profesor planea una actividad para los alumnos, pasa por una pantalla; desde que un docente busca material o llama a la familia de los alumnos, pasa por una pantalla; cuando cumple con actividades propuestas, usa pantallas… Acompañan la vida del ser humano occidental, por lo tanto. Incorporar esos dispositivos en el aula, resignificándolos, es la meta dentro del ámbito educativo.
Desde hace más de 20 años muchas cosas han cambiado a través de la incorporación paulatina de las pantallas. Contar en el salón de clases con un Led para proyectar el trabajo para y desde los alumnos, poseer computadora y que los alumnos usen sus celulares y tablets, cuenten con conectividad para crear grupos de trabajo en plataformas como Crea 2, acceder a información, consultar los periódicos, ingresar a museos virtuales, etcétera. Con estos accesos la comunidad educativa se enriqueció, y los libros digitales, como otros recursos en la web, abren un abanico de posibilidades de trabajo permitiendo diferentes alternativas de acceso y reproducción del conocimiento, como también emplear diferentes estrategias para la adquisición de competencias.
El libro no ha desaparecido, cambió su formato y su forma de acceder a él. Las generaciones actuales son las que más escriben y leen, comparativamente con otras épocas de la historia. Como profesionales de la educación, desaprovechar esta realidad sería cometer un error histórico en la evolución de la enseñanza y del progreso de las generaciones en la apropiación del conocimiento. Los actores de la educación, docentes, estudiantes y familia, pueden emprender búsquedas significativas y producciones de calidad, haciendo uso del sin fin de posibilidades que ofrecen las bibliotecas, páginas, blogs, etcétera.
Tampoco es menor considerar otra punta importante en este acceso al conocimiento, que tiene que ver con los comportamientos y los espacios o territorios demarcados para el acceso: las audiencias juveniles. Entender las tramas comunicacionales que se tejen en las subjetividades juveniles en el universo digital requiere de una mirada adulta comprensiva para entender el sentido que tienen estas “comunidades imaginarias”, sus intercambios y participación.
En otros momentos no demasiado lejanos, las identidades construidas durante la modernidad se desarrollaron sobre la base de la pertenencia de los individuos a unidades de sentido consolidadas, tales como la familia y el Estado Nacional. Estos espacios se establecieron como terrenos seguros donde los seres humanos podían echar sus raíces y sentirse partícipes de algo más amplio, a partir de la constitución de normas y códigos comunes.
El proceso de globalización comienza a desbloquear estos esquemas basados en los territorios… Se va des-localizando la identidad, la pertenencia directa a la familia, los barrios, las instituciones. Si bien aún constituyen elementos de identificación, sus influencias y sus significados entran en procesos de negociación con identificaciones fluctuantes, provenientes de los medios de comunicación, la cultura global y las nuevas tecnologías de intercambio.
De aquel espacio moderno creado por la ingeniería de las ciudades, rígido y resistente, al surgimiento del llamado ciberespacio, hay una modificación cualitativa que genera un nuevo orden de existencia, que no es ni real ni falso, sino "virtual".
En este contexto, pensar lo joven hoy es buscar huellas que permitan abordar el devenir de la constitución de identidades menos estables y determinadas en relación a una multiplicidad de variables entre las que las redes de intercambio informático, los consumos culturales y la preponderancia de la sensibilidad -en contraposición con la lógica ordenada, racional, propia de la cultura letrada- aparecen como fuertes indicadores de un paradigma de nuevos tipos de relaciones sociales.
El estatuto de pertenencia a comunidades imaginarias se produce a partir de formar parte de diferentes grupos que desde la virtualidad construyen perfiles con rasgos identitarios, pasibles de ser modificados según se considere oportuno en función de la particularidad de dicha comunidad. Lo que lo hace tan apreciable es justamente la posibilidad del cambio, sin acusaciones ni deslealtades con el ser, se construyen “perfiles” con rasgos distintivos, reales o virtuales, sin perder la esencia personal. Forma parte del estar en esas comunidades lo que nos da un sello, una cualidad. La cual se va puliendo, jerarquizando, adaptando, cambiando… según sean los descubrimientos que se tejen en esos vínculos. No hay límites, como tampoco hay responsabilidad de estar y responder; cada uno maneja sus tiempos y emite los juicios que considere. De todos modos, ser cambiante no significa que no se forje una identidad; existen tantas como sean las comunidades imaginarias a las que se pertenece. La identidad se concibe como un rasgo propio del momento, definible, perfectible, adaptable y mutante. Se construye, se forma parte y se está según el grado de significanción que la persona le otorgue.
“Los cambios apuntan a la emergencia de sensibilidades desligadas de las figuras, estilos y prácticas de añejas tradiciones que definen «la cultura» y cuyos sujetos se constituyen a partir de la conexión/desconexión con los aparatos. En la empatía de los jóvenes con la cultura tecnológica, que va de la información absorbida por el adolescente en su relación con la televisión a la facilidad para entrar y manejarse en la complejidad de las redes informáticas, lo que está en juego es una nueva sensibilidad hecha de una doble complicidad cognitiva y expresiva: es en sus relatos e imágenes, en sus sonoridades, fragmentaciones y velocidades que ellos encuentran su idioma y su ritmo. Estamos ante la formación de comunidades hermenéuticas que responden a nuevos modos de percibir y narrar la identidad, y de la conformación de identidades con temporalidades menos largas, más precarias pero también más flexibles, capaces de amalgamar, de hacer convivir en el mismo sujeto, ingredientes de universos culturales muy diversos” dice Martin Barbero (2002).
Tomando este eje, donde se van generando amalgamas flexibles con otros, se advierten ciertos protagonismos, perfiles, insignias, lugares, estatus… según sea el espacio, el lugar y los “otros residentes” con los que se constituyen dichas comunidades. Comunidades con características bien diversas y con identidades permeables al tiempo. El mundo “real” se desdobla en muchas caras y muchas implicancias. De cada ser, hay varias imágenes: lo que los demás piensan, lo que se muestra, lo que ven y lo que se es en realidad; en el día a día son varios los “yo”, virtuales y reales, cohabitando un cuerpo.
Hay una esencia única, que se constituye de sentires, valores, principios y vivencias de una historia personal. En cada espacio que habitamos asumimos roles personales: madre, hija, hermana, vecina, estudiante… Llevándolo al ámbito laboral, se convive con la profesora que todos los días va a su puesto de trabajo, que a su vez encarna el perfil de funcionaria pública, de docente y de par con otros compañeros. Recorriendo el día por otros sitios: oficinas, instituciones públicas y privadas, donde también se constituyen comunidades. Sin contar el otro espacio (no menos importante), el virtual, donde también se adoptan perfiles, se muestra una parte (o muchas) de la historia como sujetos, como seres públicos, pero también de la tan hablada privacidad, “que clama” por hacerse pública, en esos vínculos horizontales que reportan ciertas conexiones, entre ellas la polémica ubicuidad. Lo mismo ocurre en la cultura adolescente.
Es un “adentro y afuera que nunca termina”, está implícito y explícito, la presencialidad se desdibuja o se multiplica en diferentes ámbitos. Desde donde se sitúe la mirada es donde van a encontrarse las respuestas. ¿Cuál es el adentro y el afuera? ¿De qué se es habitante y de qué migrante? Se forma parte de inmensidad de redes, reales y virtuales, donde no se analiza la que es más válida. La corporalidad del estar o la presencialidad virtual, tienen sus grados de compromiso que la legitiman. En estos tiempos, ambos modos de ser y de estar tienen su importancia porque se relacionan complementariamente, ya que el eje es una individualidad vital. El mundo adulto muchas veces actúa desde la acusación, la virtualidad no es una forma real de estar; sin embargo, estar físicamente en un sitio o en una actividad cotidiana no es sinónimo de presencialidad, ocupar un espacio no implica cohabitarlo y apropiarse de él. Hay varios aspectos para considerar con respecto a las “presencias y ausencias” que se abren en infinidad de comunidades donde hay cita a diario.
En esta ubicuidad de la que hablamos, hay una gran simultaneidad, porque se encuentra en muchos sitios a la vez, en diferentes roles y escenarios, que no son taxativos, sino permeables y mutables. En esta telaraña, en este “enredamiento”, se participa de manera simultánea de diferentes ámbitos y comunidades, en cada uno de los cuales los jóvenes (y no solo ellos, pero ellos como vanguardia) asumen perfiles y modos de comportamiento diferenciales y singulares.
En estos tiempos, donde la pertenencia a espacios determinantes y rígidos quedó atrás, el grado de permanencia no necesariamente implica perdurabilidad, sino mayormente nomadismo, sin obligación de respuesta inmediata, sin compromisos en el grado de interacción. Estas comunidades no tienen paredes rígidas que limiten su grado de interacción ni de concurrencia, y esa especificidad tiene su significación. Los integrantes están ahí, están siempre aunque su grado de involucramiento y/o respuesta no sea inmediata. La telaraña se va tejiendo sin un orden y sin necesidad de recordar las normas permanentemente. Los diálogos son horizontales, sin jerarquías, a veces sin comienzo ni final, sin protocolos, sin convencionalismos; con un grado de entendimiento que emplea recursos que no necesariamente implican palabras.
Lo complejo en estos tiempos es lograr acompasar unos ritmos y unos espacios que existen pero que transitan por sendas distintas. Por una senda deambulan los jóvenes inmersos en un mundo donde la tecnología es parte de su cercana cotidianeidad, y por otra senda está la Escuela como institución que subsiste con ciertos cánones que están en otros tiempos y afincados a la territorialidad, incursionando en la virtualidad, dando pasos trastabillantes aún.
Los jóvenes poseen una manera de adaptarse y de navegar en las redes que la escuela debe aprovechar y no cuestionar a modo de amenaza o “peligrosidad al acecho”. La escuela con sus arcaicos formatos fordistas (disposición de los bancos, lugar del pizarrón y del escritorio del maestro, timbre, guardapolvos y/o uniformes, materiales de trabajo…) no está cambiando al ritmo que sí ocurre en las generaciones de estudiantes. La escuela teme perder su lugar de poder ideológico en las sociedades. Es ahí donde está la peligrosidad; la amenaza se cierne sobre esas estructuras rígidas, esa resistencia a acompasar los cambios y la transformación para acompañar los nuevos paradigmas educativos, atendiendo la conectividad, el trabajo colaborativo y el aprender enfrentando nuevos desafíos.
Es una voz a gritos que la escuela y los docentes en épocas de cambio se encuentran con más incertidumbres que certezas. Si bien hay persistencia de formatos tradicionales, se está transitando hacia la incorporación de plataformas, grupos de trabajo, actividades interdisciplinarias, uso de blogs, etcétera. Para poder trabajar con estas herramientas se necesita la disposición humana, tecnológica y organizacional para que eso ocurra. Los sistemas “asignaturistas” de los formatos secundarios no contemplan los espacios de planificación entre colegas para poder trabajar en proyectos que incluyan estas herramientas. Las nuevas tecnologías cambiaron las formas de aprender y se clama por una necesidad: conciliar el cambio real con las demandas de los jóvenes para enseñar a estas comunidades de migrantes digitales. La escuela debe continuar brindando el espacio para aprender en grupo, en red, en equipo. Propender hacia un aprendizaje abierto, inclusivo y ubicuo, que pueda personalizarse en la complejidad educativa y social.
A modo de conclusión
Los actores educativos debemos reconocer el desafío que todo lo mencionado representa, pero no debemos temerle. La mencionada “infoxicación”, la sobreexposición a la información y a las imágenes que presenciamos en nuestra vida a diario, donde su presencia es inminente y un paisaje de estos tiempos, para muchos es un mal de este siglo y no contribuye a potenciar el conocimiento y la difusión de cultura, ya que la cantidad puede confundir, distorsionar y alejar de la realidad a los internautas. Algunos autores la consideran “una nueva forma de contaminación”, donde tanta información genera “desinformación”.
Es real: el aluvión de información sobrepasa ampliamente la capacidad de procesamiento del ser humano y en especial del mundo adolescente, generando muchas veces frustración, incertidumbre, desasosiego... Es aquí donde la escuela tiene una deuda importante para contribuir a paliar estas brechas existentes: potenciar las competencias humanas para el análisis y la jerarquización de información, frente a la abundante oferta del mundo digital. La educación tiene que modificar sus estructuras con objetivos sólidos, enseñando el manejo de competencias digitales, para que en el tránsito por las instituciones educativas los alumnos vayan incorporando estrategias de búsqueda, selección, jerarquización, análisis, comparación y comprensión de las fuentes de conocimiento, elaborando su propia postura frente a la información, permitiendo dar opiniones con fundamentos.
Allí la escuela estaría enmendando su distancia respecto a las demandas actuales y haría frente a una realidad que preocupa, como lo es el acceso a la vastedad de información que nos desborda y que nos encuentra con escasas herramientas procedimentales. Atendiendo los cometidos ya mencionados, las instituciones educativas lograrían capacitar jóvenes con espíritu crítico y analítico para enfrentar la sobrecarga informativa, enseñando para la vida.
Muy lúcidas reflexiones Carmen!!
Felicitaciones