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ESTUDIO CRÍTICO Y ANALÍTICO DE LA POESÍA DE FEDERICO GARCÍA LORCA (VII)

 Publicado: 02/09/2020

Vuelta de paseo


Por Fernando Chelle


Hoy estudiaré, continuando con los análisis literarios de la poesía de Federico García Lorca, Vuelta de paseo, el poema con que se abre el poemario “Poeta en Nueva York” (1930). 

 

Vuelta de paseo

ASESINADO por el cielo.
Entre las formas que van hacia la sierpe
y las formas que buscan el cristal,
dejaré crecer mis cabellos.

Con el árbol de muñones que no canta
y el niño con el blanco rostro de huevo.

Con los animalitos de cabeza rota
y el agua harapienta de los pies secos.

Con todo lo que tiene cansancio sordomudo
y mariposa ahogada en el tintero.

Tropezando con mi rostro distinto cada día.
¡Asesinado por el cielo! 


El tema central del poema es el avasallamiento de la naturaleza y la opresión del ser humano en la gran ciudad. Es un texto en donde Nueva York aparece como un infierno creado por el hombre, una ciudad apocalíptica, hostil, donde la naturaleza está aplastada, cercenada, vencida por el mundo industrializado y la sociedad moderna.

Se trata de la composición más breve del poemario, compuesta únicamente por doce versos de arte mayor (polimétricos), divididos en cinco estrofas, la primera de ellas de cuatro versos, y las restantes de dos versos cada una. La rima es asonante (e-o) a lo largo del poema, en la primera estrofa aparece en el verso uno y en el cuarto, y en el resto de las estrofas en el último verso, o sea, en los versos pares.

Al reparar en la estructura interna del poema lo primero que notamos es su circularidad, en la medida de que comienza con el mismo verso con que termina, aunque, con la diferencia, de que el verso de cierre es exclamativo. El primer momento del poema está constituido por la primera estrofa, que duplica en cantidad de versos a las demás. Es la más importante, porque muestra el estado anímico del yo lírico, su conflicto existencial, y funciona como una frase subordinante para las tres estrofas centrales (segundo momento poético), caracterizadas estas por enumerar una serie de elementos que, al igual que el yo, son víctimas, han sido afectados, por el ambiente opresivo de la gran ciudad. El tercer momento del poema, el más breve, que funciona como un marco de la creación y le da circularidad al texto, está constituido únicamente por los dos versos finales. 

Primer momento

ASESINADO por el cielo.
Entre las formas que van hacia la sierpe
y las formas que buscan el cristal,
dejaré crecer mis cabellos.

Es muy significativo que esta primera estrofa, que hace referencia al estado existencial del yo lírico, comience con un verbo en participio pasado, porque es una muestra de que la acción a la que refiere el verbo ya se ha ejercido sobre la voz lírica. Pero más significativo aún es el agente de dicha acción (el que cometió el asesinato), “el cielo”. Porque aquí el cielo, de forma metonímica, estaría representando la voluntad de Dios, ya que, como sabemos, para la tradición judeocristiana, en el cielo está la morada de Dios. Lo extraño es que aquí la divinidad lejos de tener una actitud benévola y salvadora como la que tradicionalmente se le atribuye, se nos presenta como adversa, terrible, destructora. 

Es destacable la gran economía de recursos utilizada por el poeta en esta primera estrofa, porque en apenas cuatro versos encontramos tres oraciones. En las dos primeras el verbo está elidido, y debemos suponer un verbo de estado, como por ejemplo “estoy” o “me encuentro” o, mejor todavía, un verbo de movimiento, ya que se trata de un paseo, como, por ejemplo, “voy”. Es un estar y un transitar entre formas antitéticas del entorno y, simbólicamente, entre lugares antitéticos de la existencia. Por un lado, las formas que van hacia la sierpe, hacia el subsuelo, hacia lo terrenal, sinuoso y oscuro de la existencia y por otro lado hacia aquellas formas que buscan el cristal, la de los inmensos rascacielos neoyorquinos que se confunden con el cielo. Pero, como vimos, no se trata aquí de un cielo de pureza sino de ese sitio que ha asesinado al poeta. 

En el último verso de la estrofa aparece el único verbo del poema, “dejaré”, cuyo sujeto es el yo lírico. Se trata también del único verbo conjugado en futuro de toda la composición, lo que muestra la firme resolución que ha adoptado el poeta. Es una actitud de rebeldía frente a la opresión del entorno en el cual está inmerso, un acto natural frente a todo lo artificial que lo oprime en la sociedad moderna. Pero nosotros como lectores, no podemos dejar de percibir esa actitud indócil de la voz lírica como insuficiente y, si se quiere, hasta absurda, frente a lo dominante en el entorno. 

Segundo momento

Con el árbol de muñones que no canta
y el niño con el blanco rostro de huevo.

Con los animalitos de cabeza rota
y el agua harapienta de los pies secos.

Con todo lo que tiene cansancio sordomudo
y mariposa ahogada en el tintero.

Es importante aclarar que la división en momentos que suelo hacer de los poemas que estudio, responde a la distribución del material lírico (o narrativo llegado el caso) que se encuentra en los textos. Pero muchas veces, y este es el caso, la división está más vinculada a una finalidad práctica en el análisis literario, que a un cambio en lo que respecta a lo temático. Digo esto porque, como señalé cuando me referí a la estructura interna de la obra, las tres estrofas centrales son dependientes sintácticamente del “dejaré crecer”, del cuarto verso. Cada una de las estrofas del segundo momento funciona como un complemento circunstancial a la voluntad expresada por el verbo del último verso del primer momento. 

Lo que encontramos en las tres estrofas centrales es precisamente el avasallamiento de la naturaleza y la opresión del ser humano en medio de la gran ciudad. Nueva York es un universo decadente, apocalíptico, donde lo natural parece haber perdido la batalla frente a lo industrial y lo moderno. 

Las tres estrofas centrales tienen una estructura homóloga y anafórica. Comienzan con la preposición “con”, que introduce un complemento circunstancial, al que se le suma una oración de carácter adjetivo con la que se cierran los versos. 

Y veamos esos elementos que comparten con la voz lírica la opresión y el hostigamiento de la gran ciudad. El primero en aparecer es el árbol, un símbolo tradicional de vida, pero que aquí representa todo lo contrario. Pareciera como si fuera un símbolo de la decrepitud, de lo mortuorio. Este es un árbol mutilado, que ni siquiera es visitado por los pájaros, por eso es que no canta, que no se manifiesta vitalmente. El niño, que podría ser asimilado como un símbolo del futuro, por su potencialidad de ser, aquí también aparece desnaturalizado, con un rostro de huevo, con un rostro blanco, enfermizo e inexpresivo. Los animales pequeños, indefensos, a los que el poeta se refiere con el diminutivo “animalitos”, mostrando de esta forma su afectividad, su mirada solidaria y compasiva, también están sufriendo como el árbol, o el niño. Están mutilados, disminuidos, tienen la cabeza rota. Hay una imagen antropomórfica muy diciente, la del “agua harapienta de los pies secos”, porque el agua, que es otro elemento de la naturaleza, como los demás señalados, aparece aquí desnaturalizada; es como si también estuviera, como el poeta, asesinada por el cielo. 

Finalmente, en el noveno verso, el poeta generaliza y se refiere a todo aquello que ha sido afectado por la vida antinatural de la gran ciudad, como a “todo lo que tiene cansancio sordomudo”. Es muy significativo el adjetivo con que se califica a todos estos elementos de la naturaleza personalizados, porque al ser sordomudos, están prácticamente privados de comunicación, como lo está el niño con su cara de huevo, o el árbol con sus ramas mutiladas, despojadas de la presencia de los pájaros.

La imagen de la mariposa ahogada en el tintero es una de las más fuertes y significativas del poema y es la que, de alguna manera, resume la desgracia de todas las imágenes anteriores. Porque la mariposa no es otro simple elemento de la naturaleza que ha sido afectado por la gran ciudad, sino que ella es un símbolo de la fantasía creadora, representa el vuelo de lo artístico, de lo poético, pero aquí, en este mundo desnaturalizado, aparece ahogada en un tintero, en un elemento antinatural, que funciona en el poema como un símbolo inequívoco de la burocracia y la deshumanización de la gran ciudad. 

Tercer momento

Tropezando con mi rostro distinto cada día.
¡Asesinado por el cielo! 

El breve tercer momento del poema es el de la desesperanza. Es el de la absoluta soledad del yo lírico, tan alienado en medio de la catástrofe moderna, que tropieza con su propio rostro. Se trata de un rostro distinto cada día, un rostro que no tiene identidad, como el del niño del sexto verso. El gerundio “tropezando”, además, nos sugiere un continuo caminar cansado, dolorido, en medio de la destrucción de lo natural.

El poema termina con el mismo verso del comienzo, porque en este mundo el poeta no tiene escapatoria, está atrapado en un universo que lo sofoca, que lo ahoga, que lo asesina. Esta vuelta de paseo ha sido un cíclico transitar por lo degradado, por lo destruido, por lo mortuorio. Por eso el verso final, a diferencia del primero, está entre signos de exclamación, porque la voz lírica después de haber comprobado la destrucción, el avasallamiento y la opresión, es más enfática en reconocer su tragedia.

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