Martina Maqués
Compartir
A LA SEÑORA PELOSI LE GUSTA IR A CHINA
Marco Polo en femenino
Por Luis C. Turiansky
China está de moda. Son incontables los políticos que han viajado últimamente a ese grande y exótico país, mientras Rusia echa a perder su ya deteriorado prestigio internacional al pretender imponerse militarmente en el espacio ucraniano. Por cierto, fiel a su lema “comerciar sin condiciones y no intervenir en los asuntos internos de otros países”, los dirigentes chinos han procurado hasta ahora no pronunciarse con demasiada transparencia sobre el conflicto en que se han metido sus amigos rusos.
Una de las consecuencias del paso dado sin mucha reflexión política por la Sra. Pelosi fue, precisamente, el empeoramiento de las relaciones con Estados Unidos y, como consecuencia, era inevitable que China le echara la culpa de lo que está pasando ahora en Europa oriental. Recientemente, en el marco de un debate que tuvo lugar en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el embajador chino ante el organismo, Sr. Zhang Jun, criticó, sin dar nombres, a “quienes promueven la ampliación del pacto militar del Atlántico Norte hacia el este”, precisamente los Estados Unidos y sus principales aliados. “Las divergencias siempre tienen un motivo”, dijo, “y la expansión de la OTAN es algo que no se puede obviar al tratar las tensiones con Ucrania. Es algo que sigue la estela de la Guerra Fría, ya superada, y no corresponde a nuestra época” (citado en forma similar por varias fuentes periodísticas).
Sin embargo, los representantes de la República Popular pasan por alto que el régimen político estadounidense no es precisamente de tipo parlamentario, sino más bien presidencial, por lo que la identificación de la jefa de una de las cámaras del Parlamento como representante del Gobierno no cuaja. Recordemos que el principio de separación de poderes, ideado por el barón de Montesquieu, surgió en los albores de la Revolución Francesa como doctrina política a los efectos de proteger a la nación de la intervención incontrolada del absolutismo monárquico, por entonces la forma más común de resolver los diferendos políticos. Dicha doctrina fue adoptada seguidamente por la Revolución Americana, tanto la del norte como la del sur y, en nuestro país, rige hasta hoy.
En cambio, China es un caso típico de concentración del poder en una sola instancia, generalmente la representación directa del pueblo en los órganos legislativos, sistema que adoptaron, por regla general, los regímenes surgidos de las revoluciones del siglo XX. Recuerdo, como si fuera hoy, la explicación que nos diera al respecto el profesor Barbagelata en sus inolvidables clases de Instrucción Cívica a nivel liceal (para ser más exactos, ocurrió en los años 50 del siglo pasado), y su definición de “régimen convencional” para designar a aquellas formas de funcionamiento en las que el máximo del poder reside en el órgano legislativo.[1] A muchos nos gustó la idea, y lo dijimos. En eso sonó la campanilla y el reconocido jurista nacional se limitó a aconsejar: “mejor sigan pensando”. Es lo que algunos hemos estado haciendo hasta hoy. Sabemos, por ejemplo, que no hay Parlamento perfecto y que tampoco ha de menospreciarse el rol de soberano que cabe al electorado, encargado de elegirlo.
Antecedentes que cuentan
Pero volvamos al caso de la visita de la Sra. Pelosi a la provincia rebelde china. Ya había tenido oportunidad de ir a China como tal en 1971, acompañada por otros dos congresistas norteamericanos, a solo dos años de los sucesos que se conocen como “masacre de Tiananmen”, nombre que paradójicamente quiere decir “Plaza de la Paz Celestial”. Ya entonces había dado prueba de que no tenía pelos en la lengua y su punto fuerte no era precisamente la diplomacia. Durante la estadía de la delegación, naturalmente catalogada de oficial, los tres se dirigieron a la plaza en cuestión y desplegaron una pancarta en recuerdo a las víctimas de los sucesos que la hicieron famosa en el mundo. Los tres representantes de la política estadounidense fueron detenidos y seguidamente expulsados del país.
Es natural, en consecuencia, que la Casa Blanca haya tratado de presionar para que la excéntrica diputada abandonara la idea de visitar Taiwán sin autorización de las autoridades chinas.[2] Pero ella no se dejó amilanar y partió, infringiendo con ello uno de los principios sagrados del sistema chino, a saber, que a los órganos de gobierno en pie cabe la representación oficial de toda China, sin excepción.
Esto está relacionado con la culminación, en 1949, de la guerra civil, que llevó a los comunistas de Mao Tse Tung al poder. La representación de la ex República de China, dirigida por el partido Kuomintang,[3] de orientación nacionalista, junto con su principal líder Chiang Kai Shek, se retiraron a Formosa (hoy Taiwán), desde la cual siguieron asumiendo la representación oficial de toda China, con la anuencia de las potencias occidentales. Les correspondió asimismo el estatuto de miembro permanente del Consejo de Seguridad, donde incluso podían ejercer el derecho de veto en las votaciones, junto con EE.UU., la URSS, el Reino Unido y Francia. Se trató aquí de un caso francamente abusivo de las reglas de juego, por el cual un estado establecido en una isla de escasas dimensiones en el Mar de China ejercía funciones internacionales semejantes a las de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial.[4]
«Eppur si Muove» (Galileo)
Esta situación prosiguió hasta 1971, cuando, a instancias de Henry Kissinger, el malabarista de la política internacional norteamericana bajo la presidencia de Richard Nixon, Estados Unidos acordó conceder a la República Popular todos los derechos inherentes a su condición de potencia mundial que, hasta entonces, eran ejercidos arbitrariamente por su rival político, el Kuomintang. La ex República de China tuvo que abandonar las Naciones Unidas y romper sus relaciones diplomáticas con los demás Estados, a fin de que dicho papel fuera ejercido en exclusividad por la República Popular.
Las cosas cambiaron en general, tras la muerte de Mao. China entró en el proceso de mundialización capitalista, pero sin liberalizar las instituciones. Los dos principios arriba mencionados, la unicidad de la jurisdicción estatal y la estructura centralista de funcionamiento, siguieron funcionando y alcanzaron su clímax. En materia de las relaciones internacionales, China busca ubicarse mundialmente a través de sendos acuerdos de libre comercio, uno de ellos en vías de negociación con el Uruguay. Como ha ocurrido en otros casos similares,[5] no sería de extrañar que la parte china imponga en su formulación una cláusula asegurando la obligación de respetar la doctrina de “una sola China” en el marco de las relaciones económicas futuras. La sacarán de los archivos el día que un gobernante uruguayo se proponga comerciar también con Taiwán, donde se fabrican excelentes dispositivos de tecnología moderna, autos y muchas otras cosas bellas de interés para nuestro modesto mercado. Podría suceder que, para ello, la República Popular exija de la parte uruguaya una declaración de aceptación del principio de unicidad del Estado chino, so pena de denunciar el tratado de libre comercio tan trabajosamente logrado.
Fuera de esto, será necesario acomodarse siempre a la estrategia global de China, algo que los últimos acontecimientos han puesto en evidencia en toda su complejidad. Volvemos a lo mismo: sin duda no será con actos corajudos ni declaraciones contundentes que convendrá informar a la parte china sobre lo que pensamos los uruguayos. O bien, concluir que el famoso TLC no es necesario.
La mundialización en su proceso de transformación actual
A pesar de las diversas etapas, no siempre amistosas, que caracterizaron las relaciones entre las dos ex potencias socialistas mundiales, China y la URSS (y después, la sucesora de esta última, la Federación de Rusia), ambas son estratégicamente muy cercanas en lo político, algo que las tensiones actuales con EE.UU. y la OTAN resaltan aún más. Esto se encargó de aclarar el citado representante permanente de China ante la ONU, cuyas palabras figuran al comienzo de este artículo.
Es indudable, por consiguiente, que, por encima de las divergencias y la existencia de una elemental lucha competitiva entre dos potencias mundiales, Putin y Xi Jinping tendrán más en común que, por ejemplo y actualmente, Putin y Biden o Xi Jinping y Biden.
Y esto nos lleva al aspecto más preocupante de las posibles consecuencias de la aventura más reciente de doña Nancy en el Lejano Oriente. Como es sabido, la visita un tanto clandestina de la presidenta de la Cámara de Representantes de EE.UU. dio lugar a medidas de emergencia de corte militar por parte de la Fuerza Aérea China que, prácticamente, bloquearon la isla del resto del mundo. Esto trajo el peligro de una cruenta guerra mundial en las propias narices de la huésped norteamericana. El ejemplo ruso de intervención unilateral en Ucrania a partir del 24 de febrero de este año y que aún dura, junto con todas sus posibles consecuencias, ¿no sería para China Popular un estímulo a los efectos de hacer algo parecido en Taiwán? Al fin y al cabo, pese a la gran campaña mundial de apoyo a Ucrania, el abastecimiento de esta en armas y municiones y otras medidas semejantes, que han llevado a expresar el comentario sarcástico de que Occidente, según se dijo, “estaría dispuesto a defender a Ucrania hasta el último ucraniano”, de hecho nada impide a Rusia proseguir su campaña bélica con otro nombre ni hace pensar que EE.UU. o la OTAN (reforzada ahora con Suecia y Finlandia, tradicionalmente neutrales) intervengan directamente en el lado pro ucraniano. Seguramente, ideas de este tenor surgen, de vez en cuando, en la cabeza del presidente chino Xi Jinping, y también, por supuesto, en las de los taiwaneses, estos a la sombra de un conflicto nuclear. Es precisamente Asia el único lugar del mundo donde la bomba atómica se probó realmente.
Tanto más nos tiene que preocupar cuando una persona política, de la parte que sea, se empeña en hacer lo que no debe, o sea, descender del cielo como un ángel y tratar con las autoridades locales que aún responden a la designación histórica del Estado, sin recabar la autorización del gobierno legítimo del país, con sede en Pekín. En efecto, si descartamos los restos del viejo colonialismo y el caso particular del Reino de Tibet, la jurisdicción de la República Popular es indiscutible en todo el territorio chino continental.
Ahora, como para apaciguar las pasiones, la Oficina de Asuntos de Taiwán del Consejo de Estado de la República Popular China y su Oficina de Información han publicado un “libro blanco” titulado “La cuestión de Taiwán y la Reunificación de China en la Nueva Era”. La hipótesis de una “reunificación nacional” podría, efectivamente, evitar lo peor. Pero las experiencias recientes de gestión china de los resabios coloniales “devueltos” y a cargo de la República Popular (Hong Kong, Macao y territorios adjuntos), así como la interpretación del postulado “Una China, dos sistemas” en los territorios respectivos, y la aplicación forzada en ellos de la legislación vigente en la República Popular, hacen dudar de que existan condiciones para responder a la necesidad histórica sin transgredir las promesas formuladas (bajo las condiciones de un régimen fuertemente centralista, que suponíamos democráticas cuando lo discutíamos libremente en Uruguay y no en China, siguiendo los sabios consejos del profesor Barbagelata).
En el caso chino más que el ruso, los comentaristas de izquierda suelen mantener una lucha interior en su consciencia a la hora de criticar las realidades con que se topan, tal vez porque en China persiste aún la retórica de su tradición revolucionaria. Algo por el estilo debe haber torturado la mente de la Alta Comisionada saliente de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, la ex presidente de Chile Michelle Bachelet, que esperó casi hasta el último minuto de su mandato para publicar el informe de su visita a la región uygur de la República Popular China, teatro de graves violaciones de los derechos humanos y cívicos de esta minoría étnica. Pues sí, a todos nos pasa, pero pese a ello, la buena Michelle fue fiel a su mandato y a su promesa de honestidad, y el informe, finalmente, salió publicado. Una lección más que nos entrega.
Al menos el clásico antecesor de la señora Pelosi, Marco Polo, para alegrar los almuerzos europeos, trajo de China las pastas, hoy indispensable componente de la cocina italiana. ¿Qué recuerdo se trajo la jefa de los diputados estadounidenses?
El texto aporta mucha información valedera. Estoy viviendo en España y observo una absoluta obsecuencia de todos los gobiernos europeos con el de EEUU. EEUU forzó a Rusia a invadir Ucrania. La última líder europea con visión propia respecto a los EEUU fue Ángela Merkel. Obsérvese que ella había resuelto el tema del gas trazando un gasoducto de Rusia a Alemania que venía funcionando perfectamente. Tan esa así que Alemania y Rusia trazaron un segundo gasoducto paralelo a este para aumentar el aporte en gas. Quedó pronto para inaugurarse un mes antes de la invasión. Ahora toda esa inversión es pérdida total. ¿Quién va a sustituir el gas ruso?…sí acertaste! los EEUU.
No creo que Pelosi haya ido a Taiwan sin el consentimieto de Biden. El «paseíto» de Pelosi, enojó a los chinos. Las maniobras militares de los chinos asustaron a los taiwaneses. Hace 3 días Taiwan le compró armas por 1.100.000.000 U$S ( mil cien millones de dólares). Fue una excelente jugada comercial otra vez de los EEUU. En el complejo armamentísitico de EEUU aún siguen brindando.