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VIOLENCIA

 Publicado: 07/09/2022

En el paisito


Por Fernando Rama


Es evidente que nuestra sociedad no se encuentra entre las más violentas del orbe. Podemos dejar de lado los países que se encuentran en guerra, como Ucrania tras la invasión rusa, Palestina desde hace décadas, Siria, el Líbano y varios países africanos. Tampoco superamos a países latinoamericanos donde la violencia es crónica, como es el caso de México, El Salvador, Ecuador y muchos otros. También es posible mencionar que, gracias a la Asociación del Rifle, en Estados Unidos proliferan los dementes que a cada rato ultiman a víctimas inocentes en un supermercado, una escuela u otro lugar cualquiera.

Estas comparaciones son válidas en tanto observemos el panorama general, global. Sin embargo, si nos comparamos con nuestra propia historia reciente, es evidente que los niveles de violencia se han incrementado, en algunos rubros de manera alarmante. La crónica policial suele ocupar casi la mitad de las novedades del día. 

En primer lugar, alarma el aumento de los homicidios a pesar de los esfuerzos del gobierno por relativizar dicho incremento. No todos los asesinatos se vinculan con una única causa, pero son habituales aquellos que se ocasionan en disputas familiares o en enfrentamientos entre bandos contrarios no ligados al narcotráfico.

Tal vez lo más alarmante es el número de feminicidios. Una mujer se encamina a la comisaría de su barrio a denunciar por novena vez la violencia doméstica de que es víctima hace muchos años y en el trayecto su expareja la mata a plena luz del día y luego se autoelimina. Otra mujer, que vive en Concordia con una nueva pareja, viene a Salto a visitar a su madre y es asesinada por otra expareja que viaja desde Montevideo para cometer el feminicidio. Este lamentable caso se agrava por el hecho de que la señora cursaba un embarazo de siete meses. Surge entonces una serie de especulaciones sobre la disponibilidad de tobilleras electrónicas y se genera una discusión sobre las fallas en la tramitación de esos dispositivos. Pero las vidas perdidas ya no son otra cosa que vidas irrecuperables.

Me refiero a estos dos casos por lo llamativo de las circunstancias, pero no son por cierto los únicos. Se verifican muchos otros donde la agresión irreparable se da en el contexto de la intimidad del hogar, que es lo habitual. Asimismo, la singularidad llamativa se da cuando una mujer mata a su marido, lo entierra en el fondo de su casa y cobra la pensión del occiso durante dos años. O el reciente caso en que un individuo asesina a su mujer y a su hijo de cinco años para después suicidarse. En solo dos días, 23 y 24 de agosto, se verificaron siete homicidios.

El narcotráfico es sin duda una fuente la violencia, aquí como en todos lados. Los consabidos ajustes de cuentas dejan por el camino decenas de víctimas, en su mayoría personas jóvenes, con toda una vida por delante. Durante la interpelación a los ministros del Interior y de Relaciones Exteriores, Heber y Bustillo, acaecida hace muy poco, el senador Manini Ríos realizó un fuerte llamado de alerta sobre el crecimiento del narcotráfico. Particularmente graves fueron los casos de Morabito y el más reciente de Sebastián Marset. No puede dejarse de lado el hecho de que se trata de personajes que disponen de mucho dinero y pueden corromper con extrema facilidad, pagar los mejores abogados y lograr milagrosos pasaportes.

La situación carcelaria es otra fuente de violencia insoslayable. La periódica exhibición de los llamados “cortes carcelarios” indican que los mismos no se fabrican para jugar partidas de esgrima. Las cifras son conocidas y a las muertes violentas debe agregarse el fallecimiento de personas privadas de libertad por causas médicas. Sabido es que la asistencia en salud y educación en la mayoría de las cárceles deja mucho que desear y trasuntan una realidad que exige partidas presupuestales que nunca llegan.

Sabido es que por el puerto de Montevideo salen cargamentos de droga de otras procedencias. Se trata, entonces, de un punto clave en el combate al narcotráfico. El escáner que permite una mayor vigilancia se rompió hace, al menos, tres años y, desde entonces, no ha sido posible adquirir uno nuevo, de última generación, cosa que el gobierno no se ha dignado siquiera a considerar en su afán de disminuir el déficit fiscal. 

El ministro Heber dice estar preocupado por el tema de la violencia y anuncia planes. Planes que nunca se sabe en qué consisten y que van cambiando cada vez que se registra un pico de homicidios.

Todo parece indicar, entonces, que seguiremos entretenidos en el largo relato de la crónica policial de los noticieros andebuístas.

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