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EL ARTE Y LA SOLIDARIDAD ANTE LAS TRAGEDIAS DEL MUNDO

 Publicado: 01/03/2017

Noche de circo y borrasca


Por Nelson Mezquida


Al fin del año 2016 buscaba un hecho que, durante ese tiempo, resultara alentador frente a todas las catástrofes y malas noticias recibidas con el telón de fondo de la guerra en Siria y de la infamia de la destrucción de Alepo.

En esos días, un amigo de Facebook publicó una lista de 100 hechos considerados positivos y beneficiosos para este pobre mundo, ocurridos en 2016. Pero no tenían el carácter esencialmente humano que yo quería rescatar.

En definitiva, seguí sin tratar el asunto que me inquietaba. Pero la idea se reflotó en la noche del 11 de enero, cuando fuimos a ver, por tercera vez, un espectáculo de Cirkus Cirkör.

El nombre de este grupo puede llevar a pensar que sus presentaciones ocurren bajo carpas. Pero no es así. Se realizan en escenarios teatrales. En Estocolmo las hemos visto en la sala Dansens Hus y en Montevideo, en el Teatro Solís.

Preocupados por llevar a los nietos a que conocieran a un grupo que siempre da buenos espectáculos, compramos las entradas. Yo sin tener idea de lo que trataba el acto, llamado Limits. Fui con el convencimiento de que sería de primera.

Entré a la sala sin siquiera mirar el programa.

Antes de comenzar la función, en la boca del escenario se proyectaba la imagen de un mar agitado. Olas azules cubrían todo el espacio. Luego una voz recitaba que en el mar no existen límites y los artificiales que se crean deben superarse. No solo a ese límite se hacía referencia, también a los físicos y mentales que se deben transponer.

La acción es circense, pero se integra con danza, música y canto. Bailarines que son acróbatas, malabaristas, equilibristas, trapecistas, payasos. Un conjunto para dar vida  a la pieza concebida por Tilde Bjöfors[1], fundadora del grupo hace 20 años. La obra surge por la conmoción y el dolor que provocó la ola de inmigrantes que llegaron a Europa en octubre de 2015. Por los 300 000 que acogió el viejo continente, mínima parte de los 60 millones de desplazados de sus hogares. Los  que huyen de las guerras de Afganistán, Irak, Siria y del mar de conflictos que es Medio Oriente. Por los que llegaban desesperados, lanzados al cruce del Mediterráneo para realizarlo de cualquier manera, buscando salvar la vida. Por el dolor de saber que miles se han ahogado en el cruce, y que se siguen ahogando, y por los 17 000 que han muerto por los caminos de Europa sin poder llegar a un lugar de acogida. Por otros que han marchado por días y días con los pies descalzos.

Por los niños, a los que, al decir de Xisca María Pérez[2], les ha sido robada hasta la sonrisa por las mafias campantes en los refugios en Grecia. Y agrega: "En Atenas, los refugiados están cada vez peor. Hace un frío tremendo, la comida escasea y muchos no disponen de ropa de abrigo. Llevan meses ahí, sin hacer nada y con un futuro incierto, por lo que su estado psicológico y emocional es cada vez más frágil y vulnerable"[3].

Ese es el tema que con la combinación de movimientos de danza, acrobacia, canto, música, proyecciones e interacción con el público se desarrolla en la magnífica sala de Dansens Hus.

Cuatro hombres y dos mujeres componen el grupo que en la escena pasan el límite de sus posibilidades físicas y mentales.

La escenografía magnífica, cambiante y que apela a recursos de "maquinaria" teatral o circense, contribuye al logro de expresar el dolor y la desesperación por la tragedia de los muertos en el mar y en los caminos. Por ejemplo, con el recurso del abigarramiento en dos planos de prendas colgantes simbolizando los cuerpos deshechos por la muerte. Cambia la escena y estamos frente al bombardeo de Alepo o cualquier otra ciudad. Las bombas que estremecen con sus explosiones y que destruyen los hogares, y en medio de eso podemos sentir el terror de los que sufren el bombardeo. El cuerpo de una de las trapecistas contorsionándose violentamente en el aire nos da la sensación de la desesperación. La música creada e interpretada por un solo músico contribuye a crear el estremecimiento.

Las acciones se suceden, siempre referidas al circo, pero siempre creadas con un sesgo distinto.

La contorsionista, hace su espectáculo pero no en la forma habitual sobre una superficie plana, sino que se eleva en un aro de los llamados Hula Hula. En torno a ese aro, rodeándolo, colgándose, dejándose caer de un borde a otro de la circunferencia, esta magnífica artista brinda su espectáculo.

Otro es un "forzudo" que sostiene a su partenaire en el aire con una sola mano, parado sobre la cama elástica en una escena y en otra sobre la tabla cimbreante de un trampolín, el que en otro número es un payaso que hace malabar con tubos de cartón. Lo que sorprende es que al tirarlos al aire y recogerlos producen un sonido rítmico. Este mismo artista es el encargado de mostrar como se superan los límites de la mente, sosteniendo un cubo mágico de Rubik, que resuelve con los ojos vendados mientras desarrolla una explicación de como lo consigue. Dando letras a los colores con los cuales sin ver va formando palabras hasta que consigue la solución. Palabras alusivas al conflicto bélico, al drama de los que huyen.

Asombrosa es la actuación de dos acróbatas que se elevan cinco o seis metros, impulsados por un trampolín colocado en el suelo, y que en el aire dan varias vueltas para caer de pie, o de espaldas, sobre la tabla cimbreante.

Los desesperados en el mar son representados por las trapecistas que se elevan por el mar azul buscando un lugar por donde salir a flote, también tratando de subir por un plano inclinado en la que el conjunto realiza la proeza de subirlo en ascensos desesperados, una y otra vez, mientras la contorsionista, apoyada en sus piernas, se mantiene en el plano echando su cuerpo atrás.

Es la búsqueda para traspasar el límite que devuelva la vida, la paz y la esperanza.

Son numerosos los momentos que arrancan aplausos, en un espectáculo que dura dos horas.

Ver a los artistas de Cirkus Cirkör me ha llevado a mencionar lo que pensaba escribir a fin de 2016: la acción de los héroes que fueron a las costas del Mediterráneo, sobre todo a las de Grecia, a tratar de salvar las vidas de los que caían al agua. (Entre esos voluntarios un salvavidas uruguayo residente en Londres.) Durante un tiempo las mafias actuaron sin problemas recargando los botes con desesperados que se amontonaban en ellos, algunos confiados en los chalecos salvavidas, que les vendían los mafiosos, ignorando que estaban rellenos de papel. Otros se ahogaban al llegar cerca de la orilla. Saltaban al agua sin poder nadar a una profundidad que es de tres metros.  Muchos fueron salvados por los que solidariamente llegaron desde distintos puntos de Europa. En ese grupo se encontraron los Médicos sin Fronteras y otros. Se debe señalar que guardacostas italianos y españoles salvaron a centenas de estos fugitivos. Y las acciones de salvataje continúan, porque cuando escribo esto se siguen ahogando por decenas en el Mediterráneo. Y seguirán muriendo.

Como anécdota final, buscando el optimismo, contaré lo que nos pasó al llegar al teatro. A esas horas se había desatado una tormenta. El aguanieve caía barrida por el viento. Quisimos aparcar lo más cerca posible de la entrada del teatro. Había un pequeño lugar libre. Allí metimos el auto, seguros de que estábamos en un lugar prohibido y de que sin duda nos caería una multa. Pero el viento y la nieve nos mortificaban. El suelo, por la nieve que se derretía de inmediato, era un charco. Descendimos del auto y un caballero sueco se nos acercó y nos indicó que estábamos en la zona destinada a los diplomáticos. Pero no hay ningún cartel que lo indique, alegamos; mentimos porque no nos habíamos preocupado de buscar ninguno en medio de la borrasca. Y el interlocutor dijo algo que traducido al montevideano suena más o menos así: "Estos no han sido capaces de poner un cartel". Y agregó: "Sigan adelante que yo voy a sacar mi auto y dejaré un lugar libre."

Por suerte en el mundo siempre se encuentra a alguien que te hace una pierna. Que te devuelve algo de fe en la bondad de los humanos.

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