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FEMINICIDIOS

 Publicado: 01/03/2017

Un complejo asunto sobre el que es imperioso reflexionar y actuar


Por Fernando Rama


Apenas han transcurridos dos meses del año y ya se han registrado cinco hechos tipificados como femenicidios. Es posible que al leerse estas líneas el guarismo haya aumentado. Hay un cierto consenso en cuanto a que las tasas de este tipo de delito están entre las más elevadas entre los países sudamericanos.

Dos crímenes recientes han cobrado una relevancia especial. Un recluso alojado en el Penal de Libertad asesinó a su pareja durante una visita conyugal. Trascendió que el mismo preso ya había cometido un acto similar, y en circunstancias parecidas, con otra pareja. Otras informaciones periodísticas señalan que se trata del primer episodio ocurrido en estas circunstancias. De todos modos en este caso particular se produjo una grave falla en la prevención del delito.

Una bailarina de la comparsa Mi Morena, Valeria Sosa, recibió un disparo por parte de su ex pareja, un policía que empleó el arma de reglamento para ultimar a la mujer. Lo hizo delante de los hijos, a quienes llevó a casa de sus padres, y luego se entregó a la policía. Valeria Sosa ya había asentado dos denuncias por violencia doméstica. En este caso también es posible señalar la falencia de medidas preventivas elementales. Se ha indicado que a pesar de las denuncias realizadas por su pareja, la fuerza policial no le retiró el arma de reglamento al responsable del crimen, cosa que sí habría sucedido en muchos otros casos.

La Red Uruguaya contra la Violencia Doméstica y Sexual reclamó al presidente Tabaré Vázquez declarar la “emergencia nacional”. La existencia de una organización social que cuenta con amplio apoyo en la población es importante, pero no alcanza como medida de prevención, aunque tiene enorme valor para colocar el tema del feminicidio en la agenda de los problemas a resolver. El lema de las numerosas demostraciones públicas de protesta, “Ni una menos”, se ha tornado ampliamente conocido.

Estas consideraciones preliminares tienen por objetivo justificar la obligación de reflexionar en voz alta sobre el tema, tratado de realizar algún aporte constructivo.

La primera reflexión tiene que ver con el registro estadístico de los casos. La contabilización de los feminicidios tiene, a nuestro juicio, un componente de subregistro similar al que se verifica en los casos de suicidio. Específicamente en los casos en que el homicidio de la mujer es seguido por el suicidio de su matador resulta difícil incluir dicha incidencia en las estadísticas oficiales. Por otra parte la aniquilación física de la mujer por parte de su pareja es un hecho extremo, el resultado final del maltrato físico, psicológico y sexual en la intimidad de la relación de pareja. Este maltrato puede ser extendido, sin forzar demasiado las cosas, a las relaciones fuera de la pareja, en la vida social cotidiana.

La complejidad del tema estriba en las dificultades para detectar la causalidad de los hechos registrados y, en función de ello, actuar con eficacia para disminuir las cifras de feminicidios. No es un fenómeno tan sencillo como la prevención de los accidentes de tránsito, para poner un ejemplo.

Es posible detectar –y esta es una apreciación puramente subjetiva de quien esto escribe– la existencia en nuestra sociedad de lo que podríamos llamar un “machismo hipócrita”, es decir un machismo que no se revela abiertamente, que se niega en la cultura y en la sociedad, pero que se manifiesta en los hechos.

Hay quienes asocian el alto índice de abuso contra la mujer entre nosotros con los niveles de violencia generalizada que se observan en otros ámbitos, como en el fútbol, escenario más conocido y difundido; pero también en el tránsito y en otras modalidades de la convivencia ciudadana.

El consumo abusivo de sustancias, de alcohol en primer lugar, también desempeña su papel, no tanto como causalidad inmediata sino como disparador de situaciones de conflicto que desembocan en la desgraciada circunstancia a la que nos referimos. Se puede mencionar, igualmente, el influjo de la violencia desplegada en los medios de comunicación y en las redes sociales, con su crecimiento exponencial.

Otro aspecto del problema consiste en analizar el comportamiento de las instituciones estatales en el tratamiento del tema. El hecho de que en muchos casos la víctima haya realizado reiteradas denuncias policiales indica que existen fallas a la hora de prevenir los desenlaces más penosos. Da la impresión que en algunos casos se actúa con exceso de celo y en otros casos resulta imposible detectar la gravedad potencial de la denuncia. Ello ocurre a pesar de que desde hace mucho tiempo se han instaurado comisarías especialmente dedicadas al tema y de que se han introducido mejoras técnicas como la pulsera electrónica. Creo que los casos más difíciles de abordar son aquellos en que el victimario actúa con especial alevosía ocultando con cierta habilidad intenciones que son elaboradas con sumo cuidado y durante bastante tiempo.

El papel del Poder Judicial en la temática también ha sido puesto en cuestión. La excarcelación en los casos de violación y, por supuesto, de feminicidio consumado o latente, debería ser desterrada. Más complicado parece ser tipificar con precisión el delito de feminicidio mediante una reforma del Código Penal, pero es evidente que las actuales disposiciones son insuficientes.

Un tercer componente institucional que debería tener un papel más activo es el sistema educativo. A mi juicio los programas de estudio debieran tratar el tema en forma específica, tanto en primaria como en secundaria. Es más, me animo a afirmar que esa es la principal medida de prevención que es posible adoptar. El sistema educativo debiera dejar de lado la enseñanza por asignaturas y pasar a desarrollar una programación en base a problemas. Y uno de los asuntos a promover debiera ser el trato respetuoso hacia las mujeres, así como la instrucción a las adolescentes de los peligros que encierra el trato abusivo, en cualquier dimensión, por parte de los varones. Porque es en estas primeras relaciones donde se estructuran conductas que muchas veces se mantienen a lo largo de la vida.

Es necesario señalar, como imprescindible coda, la incidencia que los episodios de feminicidio tienen sobre los niños. No es difícil imaginar la terrible experiencia que vivieron los hijos de Valeria Sosa que referíamos al principio. Y aun cuando los niños no presencien los hechos, también es fácil comprender la repercusión de estos desgraciados episodios sobre su vida futura.

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