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LOS NIÑOS URUGUAYOS, LAS VACAS Y LOS MONOS

 Publicado: 01/03/2017

Desafío y posibilidades: los estímulos a las vocaciones en la sociedad del conocimiento


Por Rodolfo Demarco


Cuentan quienes han viajado a Australia y Nueva Zelanda que los impactos del clima sobre la producción agropecuaria constituyen un tema habitual en las conversaciones no solo de los productores y trabajadores rurales, sino de la población en general. En el Uruguay, en cambio, el frío, el calor, la lluvia o la sequía son motivo de atención cuando se trata de planificar un paseo o de comentar los efectos de las inclemencias climáticas sobre nuestros organismos. Poco se piensa en el pasto, en el ganado o en los cultivos.

Pero no solo el mozo del bar, el pistero de la estación de combustibles, el peluquero o el médico no hablan del campo, sino que carreras como abogacía siguen siendo preferidas por los jóvenes frente a otras directamente vinculadas a la producción, por ejemplo, la agropecuaria, que está tan estrechamente vinculada a la historia del país.

En las escuelas suelen ser más frecuentes las visitas al zoológico que a un establecimiento ganadero, a un tambo, a una granja o a un viñedo. Como consecuencia, por ejemplo, los niños uruguayos pueden saber más del mono y del león, criaturas que jamás verán en los campos de su país, que de la vaca o la oveja. Para no hablar del extendido desconocimiento sobre otra riqueza natural abundante y casi inexplotada, como la ictícola.

Es un asunto que competiría al sistema educativo ya desde primaria. No las visitas escolares al agro, sino la preocupación del sistema educativo por ampliar el horizonte a los niños.

Desde el sistema político, el sindicalismo, la empresa, el periodismo y hasta la cátedra se repiten anacrónicas opiniones sobre la “primarización” de las exportaciones uruguayas. El vacuno seguiría siendo, de acuerdo a esas visiones, un commodity que se cría solo gracias a las exuberantes pasturas naturales. Otro tanto acontecería con los cultivos. Se desconoce, o no se aclara debidamente, la incorporación de ciencia y tecnología en nuestra producción agropecuaria: una vaca de 2017 poco tiene que ver con una de hace diez años. La primera tiene una fenomenal incorporación de conocimiento humano, y este es un proceso que seguirá profundizándose. La vaca contemporánea que produce carne o leche de calidad, hoy depende también del software, de la biotecnología, de los últimos avances en la química. No es como una amatista extraída del suelo de Rivera.

No se está prestando suficiente atención a nuevos procesos de investigación y creación, y a inéditos caminos que se van abriendo para el despertar de vocaciones, para el emprendedurismo, para el despliegue de renovadas posibilidades laborales.

Esto deberá cambiar: apostar a la incorporación de valor mediante la capacitación parece ser el camino del Uruguay. Un Uruguay de poco más de tres millones de habitantes que en muchos rubros no puede competir en cantidad, sí puede hacerlo apostando a la calidad, es decir, al conocimiento y su aplicación creativa. Por ese camino el país puede, por ejemplo, producir alimentos para varias decenas de millones de personas, o abastecer con sofisticado software a universidades, empresas y organismos internacionales. Existen insospechadas posibilidades de desarrollo en la agropecuaria, por supuesto, pero también en la informática, en la química (en especial la industria del medicamento, pero no solo) y en nuevos servicios que el país podría brindar con altos niveles de eficiencia.

Un informe del Instituto Uruguay XXI divulgado el 21 de febrero pasado da cuenta que el sector servicios globales (no incluye al turismo, de gran desarrollo últimamente en el país) daba trabajo directo a casi 70.000 personas en 2014 (año de cierre de los datos del estudio) y "son en la actualidad tan importantes en la canasta exportadora uruguaya como otras actividades tradicionales como el turismo y las exportaciones de los principales productos agropecuarios”.

No hay una muralla china entre las diversas áreas de la generación de riqueza. Los conocimientos y sus aplicaciones están interrelacionados como nunca antes. I+D+i (investigación, desarrollo, innovación) expresa una característica esencial de esta etapa del desarrollo científico‑tecnológico, que interrelaciona diferentes disciplinas de tal forma que un informático, sin ser técnico agrario o médico, puede trabajar para el agro o para la medicina. Pero además se abren espacios (que habrá que aprovechar) para las cadenas internacionales en la producción y la generación de conocimiento.

Todo esto conforma un proceso muy dinámico y cambiante. Una transformación educativa ‑como la que el país está requiriendo- habrá de tenerlo en cuenta. Se está reflexionando al respecto, hay ideas, iniciativas, en algunos casos concreciones (aunque muchas veces parciales o insuficientes), pero falta que ese potencial de cambio supere las trabas, como las que se han analizado y criticado en numerosos artículos de vadenuevo.[1]

La ampliación de horizontes de las nuevas generaciones es un asunto relevante. Está estrechamente relacionada con la confianza en las posibilidades de este pequeño lugar del mundo, alejado de los países centrales, pero que podría llegar a cualquier lado con alimentos de calidad, con software avanzado o con productos químicos de última generación, como los que desde hace poco se están enviando a decenas de países desde el Parque de la Ciencia instalado en la ruta 101. Apenas son muestras de lo que es posible. Lo que no resulta posible es volver al Uruguay de la “sustitución de importaciones”, de los grandes galpones fabriles, de la fabricación de heladeras, carrocerías de ómnibus y una batería de aparatos metalmecánicos que solo mediante subsidios pudieron llegar a ser “industria uruguaya”.

El desafío va por otro lado, por encontrar (buscar) los nichos de mercado, por supuesto, pero también por incentivar cada vez más la incorporación de valor a los rubros productivos tradicionales y la promoción de otros múltiples sectores, ya consolidados o con posibilidades de desarrollo. Esto ha venido sucediendo en los últimos años. Pero no es suficiente. Crecer ampliando estos caminos y abriendo otros nuevos es un desafío para el país, para los gobiernos, para empresarios y trabajadores, para las organizaciones de la sociedad civil, para la academia y, por supuesto, para la educación, hasta ahora un talón de Aquiles en la construcción del Uruguay de las próximas décadas.

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