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LA IDENTIDAD ACORRALADA

 Publicado: 01/03/2017

Luz de luna: el azul de algunos negros


Por Andrés Vartabedian


Chiron es el nombre del protagonista de Luz de luna -de aquí en más, simplemente Moonlight, su más poético nombre original-; sin embargo, Chiron también es llamado por sus apodos durante buena parte de su vida: “Little”, en su niñez, y “Black”, en su edad adulta. A partir de esos tres apelativos -señal clara de que hablaremos de identidad en este filme-, es que Barry Jenkins (1979) estructurará su relato en tres capítulos; cada uno de los cuales, precisamente, llevará uno de aquellos como título.

Moonlight nos permitirá descubrir una Miami difícil de concebir si, por únicas referencias, solo poseemos la visión turísticomediática de beachshopping y glamour. Nos instalará en uno de sus barrios más desamparados, al que drogas, precariedad, racismo y violencia le otorgan su sello distintivo. Un barrio -Liberty City- con población netamente afroamericana negra, en el que, justamente, crecieron tanto el director de la película, Barry Jenkins, como su colaborador en el guión, Tarell Alvin McCraney. Allí mismo filmarán; una suerte de re-conocimiento, búsqueda de realismo y homenaje al mismo tiempo. Un barrio en el que parece no existir la vida “blanca” -ni un solo caucásico ingresa en cuadro en todo el desarrollo del filme-, y en el que asoma extremadamente difícil desarrollarse como sujeto sin asumir -con convicción o sin ella- alguno de los códigos que se promueven o se imponen en él.

Es allí, en ese contexto opresivo desde diversos ángulos, que crecerá Little (Alex R. Hibbert), pequeño en tamaño, pequeño a la luz de las circunstancias vitales que le tocaron en suerte -pobre, sin padre a la vista, con madre adicta al crack, y hostigado constantemente por sus compañeros de escuela-; pequeño en sus posibilidades de desarrollo de un modo diferente al resto. “¿Qué es un marica?”, le pregunta a Juan, un dealer local que lo ampara paternalmente luego de que sus historias se cruzan casi por casualidad. “¿Yo soy marica?”, continúa reflexionando.

Juan (Mahershala Ali, ganador del Oscar a Mejor Actor de Reparto) se acercará a este niño, prácticamente solo y solitario, desde su propia historia de vida. En determinado momento de su relato, incluirá la frase que una vieja le acercara mientras él la molestaba, correteando y gritando a su alrededor, en su Cuba natal: “A la luz de la luna, los chicos negros parecen azules”. De ahí en más, pensaremos menos en el color de esa piel bañada por la luna, y en el lirismo del momento o de la propia frase, que en la acepción de “tristeza” que comporta el vocablo “blue” en su idioma original. La melancolía será un distintivo de Moonlight.

En este primer capítulo, Little -Chiron- comenzará a adquirir, en distintos planos, la conciencia de su situación, no sin extrañeza y asombro. Su inocencia infantil comenzará a asumir conscientemente el sufrimiento. También descubrirá que el mar puede ser refugio de seguridad y libertad. Jenkins se permitirá cierta densa poesía desde imagen y sonido, alterando el realismo. Esa distorsión manifiesta es también la que genera Little en su entorno de tinte violentamente homogeneizante.

Así crecerá, y se transformará en el adolescente Chiron (Ashton Sanders). Los silencios serán mayores, y los planos comenzarán a cerrarse sobre él como se cierra el mundo ante sus inquietudes, siempre en soledad. La presión de ser diferente -asumir su homosexualidad- y de vivir acorralado solo devendrá en mayor soledad. Y a la violencia a la que es sometido constantemente, y que se impregna cual sangre coagulada en su cuerpo, responderá con agresividad. No habrá soluciones allí, las consecuencias solo serán negativas. Pero ante la encerrona, la rebeldía puede ser un signo de vitalidad. Las distorsiones desde lo visual y lo sonoro parecen incrementarse, y hay un cierto “ruido” de confusión y búsqueda. Estados alterados. Las composiciones de Nicholas Britell desde la banda sonora continúan incomodando, aun asumiendo su belleza. Es justamente eso: una belleza incómoda, por momentos perturbadora.

En este segundo capítulo, la mano se transformará en un poderoso símbolo. Es la misma mano la que colabora en el abrazo, proporciona placer y, al mismo tiempo, golpea y derriba. Tiembla y hace temblar. La mano amigaamante puede ser también la que ataca como enemigo. El dolor es más que físico. La misma mano sello -pacto de semen entre hombres-, esa mano de la pasión y de la contención, puede transformarse en mano de decepción angustiante; puño que encierra y desvanece el único atisbo de algo parecido a la paz. Remedo ilusorio y traidor.

Y Chiron crecerá... y se transformará en Black (Trevante Rhodes): tercer capítulo. Su complexión física, su vestimenta, su dentadura de oro y su automóvil nos dirán de su evolución. Ciertos patrones parecerán haberse repetido como disco que gira indefinida e irremediablamente, aun rayado. Sin embargo, comenzaremos a percibir ciertas diferencias en el tratamiento de imagen y sonido que nos aproximarán al desenlace desde otra percepción. Nos alejaremos de la alteración de estados, y la presión exterior ya solo asomará interior. El capítulo se torna íntimo. Y Jenkins se permitirá cierto humor desde la banda sonora; tono lúdico que distiende el ánimo. El pasado reaparecerá como posibilidad de reconciliación, propia y ajena. Posibilidad, al menos. También de asunción. Cierta desestabilización inicial quizá conduzca a la tan desconocida estabilidad. Solo quizá.

Moonlight es poderosa, dura y sensible al mismo tiempo. Su contundencia al golpear no olvida el respeto y la ternura. Sin sensiblería ni panfletos, reivindica desde la naturalidad de su mostrar. Sin vanas imposturas ni impostaciones. Decir sobre negritud, drogas, pobreza y homosexualidad sin estridentes editorializaciones ni comprensibles lugares comunes, no era tarea sencilla. Lo logra.

El camino hacia la libertad y la realización personal está colmado de decisiones. Dado que toda opción suprime otras, se impone la plena conciencia sobre cada una de ellas y sus consecuencias. Ser responsablemente libres. Sin embargo, en el devenir constante de nuestra existencia, no todos poseemos las mismas posibilidades de elección. El desafío en nuestra construcción individual consiste en hallar el necesario equilibrio entre la historia que nos sujeta y la asunción de ser los sujetos de la historia.

Si ese rumbo no asoma sencillo, habrá que apropiarse de los intersticios.

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