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DEL ERROR AL DESASTRE
Querían creer
Por Eduardo Platero
Querían creer, pese a la contundencia de la Huelga General, que gozaban de apoyo popular. Supongo que estaban convencidos de que la central sindical, la CNT, ejercía una dictadura comunista prepotente sobre los trabajadores a quienes el golpe había liberado. En esa creencia se mantuvieron el tiempo suficiente como para que el error del 27 de agosto de 1973 se convirtiera en desastre.
No tengo las cosas demasiado claras respecto a cómo prosiguió el pago en la Intendencia. En aquella época se hacía en varios días y se pagaba en varios lugares. Lo que sí tengo claro es que las papeletas oficiales no aparecieron y que nosotros seguimos reafiliando con las nuestras en todos los lugares de pago. A excepción del propio Palacio municipal en donde reafiliaban los delegados de cada oficina y con cierta discreción.
Pero el desconcierto era tan grande que ni siquiera le llevamos esas nuevas reafiliaciones a la Píriz Pacheco. Ya habíamos sobrepasado con creces el número exigido. Lamentablemente, esas afiliaciones, que por seguridad no quisimos conservar en Adeom (Asociación de Empleados y Obreros Municipales), fueron a parar a casa de una compañera que terminó por quemarlas, junto con las Actas de la Asamblea y todos los papeles valiosos, porque en 1975, cuando el “300 Carlos” (principal centro de torturas delas Fuerzas Armadas), vio que estaban allanando enfrente de su casa y preguntando por ella. En 1984 lo único que quedaba era una de las tablas de fibra que ya nadie sabía para lo que habían servido. La conservé un tiempo y al final no supe más de ella. Solo yo y unos pocos podíamos recordar en ella lo que había sido aquella jornada.
Insensibles, o mejor dicho, ignorando el rechazo evidente, continuaron durante meses. Manejando con cuidado las papeletas que ya no se entregaban siempre al pagar sino que se trataban de “colocar”. Algunos patrones las pusieron en los sobres en tanto otros las distribuían en mano. El resultado fue el mismo, la gente se reafiliaba a su viejo sindicato cenetista. Bancarios, sindicato que siempre fue unos pasos adelante respecto a la utilización de los medios nuevos, resolvió de un tajo la carencia de papeletas: hizo imprimir diez mil, idénticas a la oficial. Y seguimos imprimiendo de manera tal que, en Montevideo, disponíamos de abundante material. Pasó de ser una amenaza a ser una herramienta con la cual llegábamos a los compañeros. Muchas veces restableciendo vínculos que los despidos habían roto.
El resultado de la jornada del 27 de agosto llevó a que la CNT centralizara en mí la coordinación con todos los sindicatos. Esa fue la Mesa del barrio La Teja a la cual concurrí y sucedió la anécdota con la señora que barría la vereda. Cuando se decidió el levantamiento de la Huelga General, tanto yo como Antonio Iglesias, dirigente sindical de los trabajadores del vidrio, estábamos presos en el Cilindro (estadio cerrado municipal).
El Canario Félix Díaz, dirigente sindical portuario, me puso a disposición algo así como cuatrocientos mil pesos que habían llegado de la Federación Sindical Mundial (FSM) y me indicó que utilizara una agencia que estaba trabajando con bancarios. Así entré en contacto con Otto Rojas quien la había creado recientemente pero tenía experiencia y contactos con los medios. En la primera reunión discutimos dos cosas: mi leyenda y las consignas centrales. La leyenda era simple y, como todas, podía servir hasta la primera patada en el culo; de allí en adelante la cuestión era aguantar en silencio. Yo sería “corredor” de la Agencia que me “pagaría” una comisión por cada aviso que publicara y cobrara. Por cierto, algo bastante endeble, pero no había otra explicación para que de golpe comenzara a aparecer propaganda de distintos sindicatos, canalizada por la misma agencia y con idéntico texto. Afortunadamente sirvió un tiempo razonable.
Los textos elegidos no tenían nada de original. Uno decía “Trabajador, ¡afíliate a tu sindicato!” Y el otro, plagiando a Alejandro Dumas, decía: “Nosotros por el Sindicato y el Sindicato por todos”, con la firma de cada organización. Poníamos avisos pagos en los diarios “El País” y “La Mañana” e imprimimos murales que pegábamos a escondidas. Todavía quedan algunos en el PIT-CNT (denominación de la actual central sindical, continuadora histórica de la CNT), rescatados de la Biblioteca Nacional ya que, como todo impreso, debían tener “Depósito Legal”. Fue un mensaje clarísimo y los compañeros lo entendieron perfectamente. Se les pedía que reafirmasen la existencia de su sindicato cenetista y lo hicieron. En algunos casos, como Bancarios y el Sunca (sindicato de la construcción), sacaron avisos propios. Recuerdo como muy bueno el del Sunca, que aludiendo a lo que construían, agregaba que también construían a su sindicato.
A mediados de setiembre el Departamento 2 de la Policía, “Inteligencia y Enlace”, se llevó detenidos a Rojas y De Arzadum como responsables de la campaña y hasta “que se presentase Platero”.
Consulté qué hacer; se consultaron los diversos contactos y la respuesta fue que no pasaba nada grave. Con lo cual, con mi bolsito “de ir preso” y quienes me hicieran el aguante para ver qué pasaba, me presenté una tarde. Me pasaron a carcelaje en donde ambos rehenes me quisieron matar ya que estaban dispuestos a seguir presos y esperé. Esperamos; horas más tarde liberaron a Rojas y De Arzadum y yo quedé esperando. El carcelaje del Departamento era en el segundo piso del local que había sido de una tintorería. Tenía un aviso en verso muy popular que nosotros, en broma, modificamos haciendo referencia a que “no la preferíamos”. Era todo un piso con puerta al frente y lo primero que veías al entrar era un perchero con clavos del cual pendían, largas y siniestras, varias capuchas negras. En el medio un rotoso escritorio en donde montaba guardia el encargado con un cuaderno en el que te anotaba cuando entrabas o salías “en comisión”. No era asunto suyo averiguar o anotar para qué salías. Debo decir, para ser fiel a la verdad, que en las múltiples veces que me tuvieron allí, no vi a nadie del Departamento 2 encapuchado o torturado. Pero había otros Departamentos y en dos ocasiones me tocó estar con compañeros que estaban siendo interrogados a los golpes.
Se suponía que debíamos estar incomunicados entre nosotros pero el local no lo permitía. En el primer tercio quedaban los restos de una pared de no más de medio metro de alto y eso se tomaba como separación. Pero el baño estaba en el fondo y era único, con lo cual al final nos mezclábamos todos. La casa no daba de comer y tampoco otra cama que el suelo irregular por lo que debe haber sido el asiento de las distintas lavadoras. Así que nos arreglábamos con lo que le entraba a los que llevaban algunos días. También mojaba el guardia, porque tampoco a él le daban nada de comer. ¡Aún recuerdo las tortas de ricota que mandaba Rosita Dubinsky para uno de sus hijos! No una vez, creo. Fueron varias, este estaba con un lote que habían prendido como círculo de la Juventud Comunista. Uno de ellos, ex alumno de la Sagrada Familia y con buen oído, nos cantaba el coro de la Novena de Beethoven: ¡nunca me sonó como en esos momentos!
Volviendo al asunto, al otro día me interrogó formalmente el Comisario Telechea en su escritorio, cosa tranquilizadora, porque donde hay vidrios no hay trompadas. Escuchó impertérrito mi “leyenda” y me dijo que se la elevaría al Director, en ese momento Víctor Castiglioni. Al otro día, vuelvo al escritorio de Telechea que me comunicó que quedaría en libertad y que “el Director me aconsejaba que no siguiera con ese corretaje”. ¡Nunca pensé que me pudiese salir tan barato!
Tuve un último encuentro con Rojas en su agencia. Justo había llegado de Buenos Aires Adela Gleiger trayendo una botella de Old Smugler. En aquella época se empezaba a fabricar buen whisky en Argentina y tanto esa marca como la Criadores eran excelentes. En la paz de haberla librado y con la alegría de un encuentro casual entre compañeros nos despachamos la botella entre cuatro o cinco y me fui tan fresco como una lechuga.
Hay veces en que uno siente la Vida en toda su potente alegría.
En tanto, la batalla ya había tomado impulso propio y pronto pasó a segundo plano porque dio comienzo la otra confrontación: las Elecciones Universitarias. Con más visión política que los gorilas que lo rodeaban, el presidente de facto Juan María Bordaberry en su discurso de fin de año dio por terminados ambos episodios. Pero ellos la siguieron hasta mediados del 74.
Para ese entonces los sindicatos cenetistas tenían más “reafiliados” que los afiliados que habían registrado para el Congreso del 71. Y la “extinta” CNT contaba con un sindicato más. Una plantación de especies culinarias de Tacuarembó, con algo así como cuarenta trabajadores, había repartido las papeletas con el pago.
Los trabajadores, que hasta el momento no se habían ocupado de nada sindical, las recibieron, las llenaron y luego de deliberar decidieron afiliarse a la CNT a la cual suponían con existencia pública todavía. Delegaron en tres compañeros la misión y los enviaron a Montevideo para formalizar. Uno de ellos era pariente de Espino, Secretario General del Soima (sindicato de trabajadores de la madera), y acudió a su ayuda para contactarse. Espino, con quien siempre tuve una afinidad espontánea, me los trajo luego de explicarles la situación y asegurarles que yo era quien representaba a la extinta. Él, por su parte, me garantizaba a mí que no era una trampa. Con toda solemnidad instruí a los compañeros acerca de los pasos que debían dar ante la Píriz Pacheco y los recibí como nuevo sindicato cenetista.
Pese al discurso de Bordaberry, quienes idearon la maniobra para crear una base sindical que los apoyara continuaron en su empeño. Esta vez, en el Interior y, nuevamente, tratando de hacer pie en municipales en donde contaban más bases de las que sospechábamos. Con el apoyo en vehículos y dinero, y con funcionarios que decían ser del Ministerio de Trabajo (y a lo mejor lo eran) recorrieron a todas las Adeom del Interior llevando papeletas y dando la opción: o se reafiliaban fuera de la Federación Nacional de Municipales para crear una Federación del Interior o cambiaban los estatutos para convertirse en un club social.
Únicamente en Maldonado convencieron a Burgueño, en ese entonces Presidente de Adeom, que optó por la variante Club Social. Los demás, en forma unánime, nos consultaron y tomaron las papeletas para reafiliarse pero no dieron el otro paso. La Federación de Municipales del Interior, destinada a fundarse en un Congreso a realizarse en abril en Durazno, la convertimos en una reafirmación de la vieja y cenetista Federación Nacional de Municipales. Tal vez cuente la historia en otra oportunidad, porque en Durazno nos apropiamos de ese Congreso para frustración del yanqui que corrió con todos los gastos de la campaña, repartió whisky y promesas y estaba allí, esperando para afiliarlos a las ORIT (organización que respondía CIA, Central de Inteligencia de Estados Unidos) y sellar el evento con un homenaje público al prócer uruguayo José Artigas en el cual hablarían el gringo y el Intendente. Cuando le arruinamos el pastel se negó a pagar la cena final, que se hacía en el club más pituco, porque estábamos nosotros. Gentilmente Perdomito, uno de los organizadores por Adeom Durazno, nos pidió que nos fuésemos y lo hicimos despidiéndonos mesa por mesa. Fue el golpe final, cada mesa de la que nos despedíamos, se levantaba tras nosotros. Nos fuimos con casi todos y terminamos festejando en la cantina de Aebu. Esa misma noche y a la chita callando nos rajamos. Lo único que había cambiado era la Presidencia de la cual Lindner generosamente se desprendió para que asumiera en su lugar Pedro Camilo, de Adeom San José, blanco de Wilson Ferreira Aldunate (líder del Partido Nacional perseguido por la dictadura) y dispuesto a bancarse lo que viniera.
Meses después y pese a los fracasos, intentaron un Congreso Fundacional de una central “nacionalista”. También les fracasó, no por intervención nuestra sino por la descarada puja entre los distintos personajes del amarillismo que no se pudieron poner de acuerdo en el reparto de las prebendas que traía el yanqui.
Somosita, necesitado de dinero, le vendió a Félix Díaz las Actas de ese fracasado congreso y el Canario las hizo publicar. En el 75, en el marco de la embestida contra el Partido Comunista, Somosita marchó preso por eso. Seguía tan alcahuete y arrastrado que en el batallón del Ejército 5º de Artillería lo bautizaron “Rataplín”, la rata más pequeña. “Rataplán” le pusieron a Guridi, el que editaba “9 de Febrero”. No “El Lobo” que estaba preso desde el 72 y fue un gran compañero respetado por todos. Rataplán también le vendió información al Partido y marchó preso en el 75. Ambas ratas continuaron alcahuetes y colaboracionistas en el Penal.
En resumen, la reafiliación resultó un gran fracaso. Al punto tal que la ORIT decidió retirarse de Uruguay. No encontraron ningún sitio en donde hacer pie.
Con los años, la CIOLS (Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres ) que no había tenido control sobre esa ORIT que manejaba la CIA, volvió al Uruguay y ayudó al renacimiento de la vida sindical pública.
“Cambia, todo cambia”.
Se llevaron la paliza en lo sindical y las Elecciones Universitarias tuvieron un resultado demoledor.
En ambos casos terminaban por encerrarse a discutir nuevos planes. Mientras tanto incrementaban la represión.
¡El garrote los unía!
ALGO QUE NO DEBE QUEDAR COLGADO
Mencioné que no fue casualidad que la reafiliación la iniciaran con el pago de Limpieza del Municipio de Montevideo. En realidad, Limpieza Cantón Central, Talleres Centrales, Servicio Fúnebre y creo que Cementerio Central. Todo el núcleo que habitualmente cobraba en la calle Gonzalo Ramírez.
Habíamos tenido una fractura en el Cantón Central y eso los indujo a pensar que por allí podían empezar a fundar un sindicato “democrático y patriótico”. Cuando la Huelga, la represión se empeñó especialmente en aquellos sitios más visibles. Dentro de ellos, naturalmente, el Cantón Central de Limpieza donde estaban los camiones recolectores.
Todo el esfuerzo apuntaba a sacar camiones municipales a la calle para dar la impresión de que la Huelga se quebraba.
La operación comenzó con un cerco policial a dos cuadras del Cantón cuya misión era aislarlo; los dos compañeros de la Directiva que pertenecían al Sector estaban identificados y los interceptaron cuando pretendían llegar. Mario Trápani intentó correr y lo bajaron de un balazo. Un tiro muy similar al que mató a Líber Arce, por la espalda en la nalga. La diferencia fue que a Líber, primer mártir estudiantil bajo el gobierno del presidente Jorge Pacheco Areco, la bala calibre 22 se desvió hacia adentro y le cortó la femoral y a Trápani, en cambio, la bala calibre 9 se desvió hacia afuera dejándole un surco que recorría todo el pulpón. El impacto lo derribó y así lo prendieron y llevaron a Jefatura en donde estuvo dos días con una infección galopante. Lo curamos cuando nos llevaron al Cilindro. Exequiel Alonso, el “Gaucho”, corrió en otra dirección y logró entrar y esconderse en la caja de un camión particular que estaba para llevar podas. Con ellas lo cubrieron y así pudo salir. Cuando llegó la unidad del Ejército 4º de Caballería, con Gilberto Vázquez al mando del operativo, se encontró con una situación que no esperaba: los camiones estaban saboteados.
Fue una pésima decisión que no tomamos sindicalmente y que el responsable del Partido Comunista, recién designado y sin consultar, autorizó a instancias de los designados para tal tarea, que creyeron que era el momento. Esa posibilidad, con carácter general para el transporte (raptarlos o sabotearlos) se había manejado para el hipotético caso de que hubiese lucha armada. La Huelga General era una acción de masas, el sabotaje es una acción de especialistas. Y en las condiciones de la Ley de Guerra Interna caía dentro de las disposiciones de Ginebra. El sabotaje de civiles se castiga con el fusilamiento de rehenes. Así pasó en el sonado caso de “Las Fosas Ardentinas” en Roma. Aquí el general Esteban Cristi lo había propuesto como manera de acabar con la Huelga, pero esa vez no tuvo andamiento. Esa vez.
El posible sabotaje se había manejado por parte de Idilio, que agonizaba y con mucha reserva. Pero él no estaba; Honorio Lindner se estaba ocupando de su internación con nombre falso, Elbio Quinteros, el Secretario de Organización, estaba preso y yo me vine a enterar cuando ya se había hecho y horas antes de que allanaran Adeom y marcharan conmigo y con todos quienes me estaban protestando. Justamente, creían que habíamos desalojado el Cantón Central para “entregarnos” cuando, en realidad y por fuera de la decisión sindical, lo habían hecho para quitarles una pieza clave a los motores.
Vázquez, torturador en el 72 y luego en el 75, esta vez procedió con inteligencia. Le comunicó al intendente Víctor Rachetti y este arregló con Homero de León, importador de automotores, que repuso lo que faltaba. Puso en fila a los que tenía dentro del Cantón y los quintó. Se llevó como a setenta y a los que quedaban les anunció que, o salían los camiones, o habría fusilados.
Cuando se rompe el vínculo central, lo que aflora es la solidaridad de sector. Esto fue lo que aprovechó un amarillo profesional nombrado por el Gral. Herrera que nos complicó la vida cuando el Pachecato (como se identificaba al gobierno de Pacheco Areco) y al que, finalmente, habíamos reducido y aislado. En esa confusión se ganó a dos del Comité de Base y pactaron salir a cambio de la vuelta de los quintados.
Salieron algunos camiones, sin peones porque estos se rajaban en cuanto estaban en la calle. No a limpiar, porque la Cantera seguía ocupada, sino a mostrarse y en tanto tuvieron combustible.
Pero, la brecha quedó abierta y costó cerrarla. Reafiliamos a todos menos a los traidores y finalmente tuve un encuentro con quien había quedado como Capataz General a cambio de su entrega.
Fue como tres meses después de la reafiliación. Necesitábamos reorganizar ese sector y, para ello, frenar la persecución a los compañeros más visibles.
Luego de contactos indirectos y consultando únicamente con el “Pilo” Juan Santini, que como Secretario Regional del Partido Comunista había tomado personalmente la conducción en municipales, fijamos un encuentro mano a mano.
Fue en el Yí-Ca, un boliche en el cruce de las calles Yí y Canelones, en donde paraba con su barra a tomar Espinillar ya que estaba ganando bien y repartía las horas extra entre los suyos. Nos apartamos de su rueda y conversamos. Él nos respetaba, aceptaba las sanciones sindicales y políticas y a cambio de no perseguir a los nuestros pedía que no le complicáramos la tarea, que no lo ensuciáramos en el barrio y “que no se la diéramos”. Cosa que si bien podíamos y habíamos contemplado, hubiese atraído una represión salvaje. Convinimos y ambas partes cumplimos.
No hostigó más a nuestros delegados y cumplió su tarea sin que discutiéramos sus órdenes en tanto correspondiesen. El amarillo quedó medio asilado y recobramos el control de ese centro básico.
Creo que con esto alcanza por ahora. De las Elecciones Universitarias fui únicamente testigo pero también la festejamos como una demoledora demostración del aislamiento de los golpistas.
Ambas confrontaciones definieron una larga etapa de forcejeo más soterrado. Nosotros tratando de aprovechar lo ganado impulsábamos un Paro General (el mismo que recién se pudo realizar en 1983) y reclamando permiso para realizar el primero de mayo. Ellos, ordenando sus filas, colocando al General Julio Vadora al frente como Comandante en Jefe y con el grado de Teniente General. Luego de voltear al General Hugo Chiappe Posse, que no era de la patota pero asumió por “el orden de derechas”. Trajeron a Vadora desde los Estados Unidos quien, y sus primeras declaraciones afirmó que restablecería la verticalidad del mando. Reclamó un grado por encima de los otros generales, que se le creó, y una nueva unidad directamente a su mando: el Batallón 15º, que nació con el uniforme a manchas. En sus cónclaves decidieron que nadie hablase por su cuenta y fijarse metas a su juicio cumplibles y que les depararían prestigio y credibilidad. Tendremos que ocuparnos de lo que llamamos “Las tres tareas de la Buena Voluntad” remedando un popular programa televisivo.
Pero, será en otra.