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DOS EPÍGONOS DE CARL SCHMITT Y SUS TRANSACCIONES PARA OCULTARLO

 Publicado: 01/11/2017

Neoliberalismo y realismo en política internacional


Por Fernando Britos V.


Un par de proyectos políticos de envergadura germinaron entre las ruinas que dejó la Segunda Guerra Mundial. No estaban circunscriptos en ninguna disciplina en particular, aunque se encontraban sobre representados en el campus de la Universidad de Chicago, en los Estados Unidos. Estos proyectos se erigieron a partir de una crítica al liberalismo rooseveltiano al que acusaron de mala preparación para enfrentar los desafíos de un mundo de posguerra que sus popes percibían como traicionero y temible: el mundo de la Guerra Fría que, para los gobernantes, aparecía como un estado de emergencia permanente.

DEL MODERNISMO REACCIONARIO AL CONSERVADURISMO

Muchos intelectuales que se consideraban a sí mismos como gente de principios y conservadores, lejos de sentirse a gusto en el nuevo orden mundial que había consagrado a los Estados Unidos como la superpotencia universal, se sentían incómodos con las políticas dominantes después de la Segunda Guerra Mundial. De hecho, muchos científicos europeos, especialmente alemanes y austríacos de estirpe conservadora, que se habían refugiado en los Estados Unidos huyendo de la crisis económica mundial de 1929 y del ascenso del nazismo, estaban disgustados con el triunfalismo y la poca seriedad del liberalismo triunfante de su patria adoptiva y se preguntaban qué podrían hacer para contrarrestar la ingenuidad y la falta de sofisticación que atribuían al medio intelectual que les rodeaba.

Uno de estos emigrados fue el abogado y político Hans J. Morgenthau (1904–1980) de origen judeoalemán, que llegó a ser una de las figuras más importantes del siglo XX en el campo de la política internacional. Otro fue el economista Milton Friedman (1912‑2006), nacido en Brooklyn, hijo de inmigrantes provenientes de Europa Central. Ambos participaron en la Conferencia Sobre Teoría de 1954, patrocinada por la Fundación Rockefeller, que es considerada como la incubadora del neoliberalismo. Allí se hicieron homenajes a otro expatriado, el austríaco Friedrich A. von Hayek (1899‑1992), el fundador de la Sociedad Mont Pèlerin[1] que había sido concebida para reformular el liberalismo clásico y revisar la teoría política. Para sus contemporáneos, la obra famosa de von Hayek, “Camino de servidumbre” (1944), guardaba gran relación con la de Morgenthau, “El hombre científico y el poder político” (1946).

Existían algunas diferencias y varias similitudes entre el “neoliberalismo” del primero y el “realismo” en relaciones internacionales del segundo. Ambos programas eran claramente transnacionales (estaban destinados a aplicarse en todo el mundo como lo hemos experimentado crudamente los latinoamericanos); ambos estaban preocupados por la teoría política de la posguerra y fuertemente influidos por ideólogos alemanes, especialmente por Carl Schmitt[2] (aunque se las habían arreglado para disfrazar prudentemente esas influencias que eran impotables entonces por su estrecha comunión con el nazismo); ambos procuraban reformular el conservadurismo derechista maquillándolo con un lenguaje moderno (hasta podría decirse modernista), orientado hacia el futuro y cargado de buenas intenciones (ocultando cualquier nostalgia por un pasado autoritario, contrarrevolucionario y ultramontano).

Philip Mirowski[3] cita a un autor que caracterizó el amplio espectro del pensamiento político alemán entre la Primera Guerra Mundial y la era nazi como un constructo intelectual denominado “modernismo reaccionario”, asociado con figuras dispares como Hans Freyer, Ernst Jünger, Werner Sombart, Oswald Spengler y nuestro conocido Carl Schmitt. El denominador común del modernismo reaccionario era el intento de reconciliar los impulsos nostálgicos del romanticismo alemán con el racionalismo modernista embanderado con los avances tecnológicos.

Entre quienes habían tomado distancia de estas posturas, aún sin ser de izquierda, se cita al novelista Thomas Mann, que había manifestado su decepción ante el predominio de “un romanticismo altamente tecnológico” en su país. Entre tanto, los nazis se apropiaron y reformularon el entusiasmo con la tecnología del siglo XX y las perspectivas científicas que obraban en el pensamiento alemán y las amalgamaron en una modernidad alternativa, un modernismo biopolítico[4] ‑con su desprecio por el racionalismo, el individualismo, el parlamentarismo y el feminismo‑ para levantar el racismo, la eugenesia, la productividad y la fascinación por una agresiva política de masas como doctrinas de intervención social.

Algunos componentes del arsenal ideológico del modernismo reaccionario fueron los siguientes: por el lado del “modernismo” estos intelectuales alemanes exaltaban el espíritu creativo y rechazaban cualquier límite que se pudiera poner a sus ambiciones. Esta concepción tenía raíces obvias en la búsqueda kantiana del ser auténticamente libre pero adoptaba la línea nitzscheana del triunfo de la voluntad sobre la mera razón que elevaba al espíritu por encima de las limitaciones mundanas o físicas. La fascinación por las técnicas del poder, la conquista del poder, el ejercicio del poder por el superhombre, eran las manifestaciones de esta postura que, de este modo, evitaba la tentación de caer en un puro solipsismo[5].

Esas tesituras superidealistas se desarrollaban en el marco de la crítica al positivismo filosófico y al marxismo, en defensa de categorías absolutas existentes más allá de cualquier justificación racional. En el modernismo reaccionario dichas posturas estaban estrechamente articuladas con el romanticismo político que siempre rechazó el dominio de la razón en los asuntos políticos y sociales, que procuraba expulsar a la ciencia de esos ámbitos, que despreciaba la política cotidiana y la participación en ella de los “seres superiores” porque encarnaban el espíritu de la nación y por ende no debían rebajarse a la altura de las masas.

Por otra parte, en esas manifestaciones siempre aparecía un texto oculto y subyacente acerca de fuerzas poderosas que producían sus efectos por detrás o por debajo de las apariencias. El manejo de esas fuerzas, que impulsaban a la nación hacia un grandioso futuro histórico, solamente podía corresponder a ciertos espíritus selectos, telúricos, todopoderosos. Se trata ni más ni menos que el anti–intelectualismo de los intelectuales derechistas.

Con la derrota del nazismo los modernistas reaccionarios se llamaron a silencio y sus tesituras por un tiempo no fueron de recibo, pero esto no quiere decir que esa ideología no haya calado hondo en los medios conservadores de todo el mundo. En América Latina y especialmente en el Uruguay los derechistas, simpatizantes locales del fascismo, sufrieron un proceso de transformación: los admiradores de Franco y la Falange se transformaron, de partidarios de la cruz y de la espada, en meros “hispanistas”, y quienes se habían entusiasmado con el histrionismo mussoliniano y la Blitzkrieg triunfante, se fueron convirtiendo en partidarios de los Estados Unidos y su democracia liberal desde que se hizo evidente que las potencias del Eje perderían la guerra. Este proceso está clara y documentadamente expuesto en el primer tomo de la minuciosa investigación realizada por Carlos Zubillaga[6].

Algo parecido sucedió en todo el mundo, sin perjuicio de lo cual los rastros del modernismo reaccionario y especialmente la influencia de algunos teóricos, como el jurista Carl Schmitt, perdurarían en las ciencias sociales y políticas. Esas doctrinas retornarían, en el Uruguay, bajo el gobierno autoritario de Jorge Pacheco Areco, desde 1969, y con la dictadura cívico-militar desde 1973 hasta 1985, de la mano de intelectuales con alma de rata como Edmundo Narancio, Álvaro Pacheco Seré, Aparicio Méndez y Fernando Bayardo Bengoa, entre otros.

En definitiva, el modernismo reaccionario fue el sustrato ideológico en el cual germinarían dos vástagos ominosos: el realismo en política internacional ‑del abogado y político judeoalemán Hans Morgenthau que se había refugiado en los Estados Unidos‑ y el neoliberalismo del abogado y economista Friedrich von Hayek ‑el aristócrata austríaco que se nacionalizó británico‑. Uno desde Chicago y el otro desde Mont Pèlerin fueron el sustento de las políticas e intervenciones sociales que soplaron sobre el mundo y que periódicamente arremeten con renovados bríos derechistas.

Por eso es conveniente echar un vistazo a estas doctrinas, a las transformaciones cosméticas que han sufrido y a su relación carnal con el modernismo reaccionario que personificó el hombrecito de Plettenberg, el jurista nazi Carl Schmitt. Su retiro de la cátedra, en 1945, al negarse al proceso de desnazificación, no impidió el desarrollo de una literatura extensiva sobre su pensamiento legal, político y económico. Morgenthau y von Hayek, cada uno a su manera, fueron sus epígonos. Asimismo, cada uno de ellos, por su lado, crearon una “comunidad epistémica”[7] o centros de investigación privados para difundir y defender sus teorías.

Ambos popes llegaron a coincidir en la tesitura de que la política no podía reducirse a la razón aunque como se ha dicho crearon sus círculos de promoción (las comunidades epistémicas). Como los dos se habían amamantado en la tradición del modernismo reaccionario germánico, partían de la base de que no se podía confiar en que los intelectuales o las masas actuaran racionalmente y, por lo tanto, la teoría social debía dejar de lado el liberalismo primitivo y adoptar doctrinas específicas para asegurar que se aplicasen las medidas que cada uno de ellos consideraba racionales. Según la tradición reaccionaria ambos eran definidamente antipositivistas y se las arreglaban para apelar a “la naturaleza humana” para promover lo que ellos interpretaban como ciencia. Cabe señalar que los dos habían pasado por una fase temprana de su desarrollo ideológico en la que denunciaban el “cientificismo”.

Los dos creían que las actividades políticas en un estado liberal no eran cuestión de las masas sino de la intervención de expertos que, al mismo tiempo, se mantendrían al margen de la sordidez política. Ambos eran declarados enemigos del utilitarismo, aunque por distintas razones, y en total coincidencia con su carga genética de modernismo reaccionario, planteaban que las crisis del liberalismo se solucionaban mediante un Estado fuerte al estilo schmittiano. Sin embargo, pasada la mitad del siglo XX, se abriría una brecha entre la idea de un Estado ideal que sostenía el realismo y la que impulsaba el neoliberalismo.

Morgenthau y Schmitt habían chocado, en la Universidad de Berlín, cuando el segundo hizo una dura revisión crítica de la opera prima del primero publicada en 1929. Incluso, después de la guerra, Morgenthau acusó a Schmitt de haberle robado algunas de sus ideas originales. Sin embargo, el decisionismo[8] típicamente schmittiano es uno de los fundamentos del llamado realismo[9] en la teoría política que jugó un papel tan importante en la Guerra Fría y rige el manejo imperialista de Estados Unidos como superpotencia. Las reminiscencias de las doctrinas nazis que se perciben en la teoría realista ha hecho que sus divulgadores hayan ocultado las similitudes entre Morgenthau y Schmitt y prefieran buscar antecedentes en Max Weber (la racionalidad de los medios y los fines) y en Friedrich Nietzsche (la voluntad de poder) que consideran menos quemantes que los del jurista nazi.

EL POPE DEL NEOLIBERALISMO

En el caso de von Hayek, su arraigamiento en el modernismo reaccionario alemán es evidente pero sus exégetas han desarrollado una profusa literatura hagiográfica, destinada a ungirlo como “el más grande de los filósofos de la libertad”, como lo calificó nada menos que el padre de los “Chicago Boys”, Milton Friedman[10], ocultando las terribles consecuencias que la concepción de libertad que promueve el neoliberalismo ha traído aparejada para los pueblos: el zorro libre en el gallinero libre.

Los think tanks derechistas como The Heritage Foundation, el Cato Institute y la Friedrich Naumann Stiftung (que en Uruguay acunan a los sectores más reaccionarios y derechistas del espectro político, como el herrerismo y sus variantes, el lacallismo aguerrondismo, etcétera) se cuidan muy bien de aludir a las transformaciones que sufrieron las posturas de von Hayek a lo largo de su trayectoria.

En Viena von Hayek se apoyaba inicialmente en el positivismo de Ernst Mach[11] y trabó relación con Rudolf Carnap, Otto Neurath y otros destacados intelectuales del Círculo de Viena que eran socialistas, o con Ludwig Wittgenstein, que no lo era, pero a quien también trató. En 1932, von Hayek se fue a Londres al aceptar una cátedra en la London School of Economics. Entonces empezó a desarrollar una actividad dirigida no contra los marxistas sino contra los científicos que promovían el socialismo como una extrapolación lógica de la visión científica del mundo.

Mirowski (Op.cit., 219) sostiene que entre las actividades de von Hayek que marcaron variantes en sus posturas y una franca derechización debe incluirse su participación en la fundación de la Sociedad para la Libertad en la Ciencia junto con el húngaro‑británico Michael Polanyi (1891‑1976) ‑personalista y partidario de la economía de libre mercado‑ que en el invierno de 1940 congregó a un grupo de intelectuales británicos, la mayoría de los cuales pertenecía a la rama de las ciencias naturales y trabajaba en universidades, con el propósito declarado de combatir la difusión del marxismo entre los académicos de Gran Bretaña y lo hizo activamente como herramienta de la Guerra Fría hasta su disolución en el verano de 1963.

Entre 1940 y 1949, su periodo de Cambridge, von Hayek incursionó en toda una serie de disciplinas desde la ciencia política a la economía, pasando por la psicología y la filosofía. De hecho elaboró su propia versión del “anti‑intelectualismo de los intelectuales” a partir de su idea de que la mente humana no es capaz de comprender adecuadamente sus propias operaciones y afirmaba que la razón no puede aprehender, por sí misma, que los mercados son la forma superior de organización social.

Con esta “filosofía de lo inefable” podría haberse aproximado a Ludwig Wittgenstein pero en cambio prefirió recurrir a una tradición filosófica alemana, que procuraba diferenciar las Naturwissenschaften (ciencias de la naturaleza) de las Gesichteswissenschaften (las humanidades), como operaba en la escuela neokantiana de Heinrich Rickert y Wilhelm Windelband. A partir de entonces empezó a denunciar el “cientificismo” con términos reconocibles para quienes estuvieran familiarizados con la filosofía germana pero que no eran bien aceptados en su auditorio anglosajón.

En 1974, cuando recibió el Premio Nobel, su prédica contra los intelectuales ‑“los profesionales de la venta de ideas de segunda mano”, como los calificó‑ y contra las autoridades de las universidades conservadoras que habían probado “ser incapaces de eliminar a los defensores del socialismo” y que promovían una “visión hiperbólica de la democracia”, ya había sido recibida y aceptada en los círculos del poder. Su reclamo de 1967 (en su libro “Estudios en filosofía, política y economía”) había coincidido con otro escudero de la Guerra Fría, Karl Popper, y como él y muchos de sus predecesores alemanes, sugería que la sociedad libre (“abierta” según la terminología popperiana) conlleva en ella misma las fuerzas que la destruirán. Es decir que el libre desarrollo de las ideas, que es la esencia de la sociedad libre, acarrearía la destrucción de sus fundamentos.

A cierta altura, después de la Segunda Guerra Mundial, von Hayek optó por emplear las ciencias naturales para “naturalizar” el mercado y por ende para presentar la planificación y en particular la planificación socialista como antinatural. Este intento por conjurar cierto tipo de ciencia, sintonizada con su política derechista, pone en evidencia la influencia del modernismo reaccionario sobre el neoliberalismo. Esta reconciliación de von Hayek, a nivel cognitivo, tiene tres componentes (Mirowski, Op. Cit., 221): 1º) presenta una “ciencia unificada” a la que había estado oponiéndose durante décadas, pero esto no es una renuncia a su postura anterior sino una coincidencia con lo que Karl Popper presentaba como ciencia verdadera; 2º) von Hayek tomó aspectos del proyecto cibernético, los que procuraban reducir el pensamiento a “un mecanismo”, y se afilió a “las ciencias de la complejidad” tomando conceptos de Weaver[12]; 3º) después de un tiempo empezó a recurrir a “la evolución” para explicar cómo se había llegado a un orden complejo inefable, que él identificaba con el mercado. A partir de ese momento la clave de lo inefable pasó de la filosofía alemana a una metáfora biológica.

LA POLÍTICA DEL NEOLIBERALISMO

Las tesis sobre liberalismo y democracia de Carl Schmitt fueron adoptadas por el padre del neoliberalismo, en el sentido que ambos términos resultan antitéticos en determinadas circunstancias. Así von Hayek sostenía que liberalismo y democracia no son equivalentes dado que lo opuesto a liberalismo es el totalitarismo y lo opuesto a democracia es el autoritarismo. Según él, un gobierno democrático puede ser totalitario y un gobierno autoritario puede actuar según principios liberales. También manifestaba su típico elitismo al sostener que debido al “poder ilimitado de las mayorías” las democracias podían resultar esencialmente antiliberales.

En su periodo de Chicago, entre 1950 y 1962, von Hayek desarrolló plenamente su teoría política (Ebenstein, Op.Cit., 167). Sus ideas acerca de la naturaleza le llevaban a creer que las masas jamás llegarían a comprender “la verdadera arquitectura del orden social”. Además, teniendo en cuenta que los intelectuales seguían intentando intervenir en su todopoderoso mercado para lograr un mundo más justo y humano, von Hayek planteó la clave política esencial del neoliberalismo: se necesitaba un Estado fuerte para neutralizar lo que él consideraba como las patologías de la democracia. Los ciudadanos debían ser inducidos a olvidarse de sus “derechos” y reclamaciones para aprovechar las oportunidades que daba la mayor fuente de información asequible para la humanidad: el mercado. Por medio de un Estado “fuerte” la elite neoliberal definiría y establecería el tipo de mercado que para ellos (no para la ciudadanía) era el más avanzado.

El austro–británico era el eco de las consignas que Carl Schmitt había promovido contra la República de Weimar y para legitimar el ascenso de Hitler: solamente un Estado fuerte puede preservar y engrandecer un mercado libre; únicamente un Estado fuerte puede generar descentralización genuina y dominios autónomos libres. Si pensamos que lo único importante es el ejercicio de la libertad por la mayoría ‑decía von Hayek‑ podemos estar seguros de crear una sociedad escuálida con todas las características de la falta de libertad. Los neoliberales habían reemplazado el Führerprinzip de Schmitt por la figura del emprendedor capitalista, que personificaba la voluntad de poder actuar sin rendir cuenta alguna a la racionalidad o a la comunidad.

Pasarían más de 20 años para que la teoría política neoliberal se pudiera concretar en uno de sus más sangrientos laboratorios latinoamericanos. En 1973, bajo la batuta criminal de Henry Kissinger, en lugar de Hitler, Chile tendría su Pinochet y los “Chicago Boys” se encargarían de aplicar todas sus recetas de choque. Por su lado, von Hayek nunca reconoció su vínculo primigenio con el modernismo reaccionario alemán y ocultó su abultada deuda intelectual con la figura sombría de Carl Schmitt. Aunque había hecho una adaptación de las ideas de ultraderecha apuntadas contra la democracia liberal de Weimar, desarrolló un gambito especial: su “doctrina de la doble verdad”. Según esta, una elite sería entrenada para comprender la necesidad schmittiana de restringir la democracia mientras que las masas serían acunadas con canciones sobre un supuesto retorno al estado de bienestar y acerca de “la libertad de elegir” que promueve el mercado.

Uruguay, como muchísimos países, sufrió las consecuencias de la “doble verdad”, la maligna estafa neoliberal, desde antes de 1973 hasta 2005. Sus resultados son evidentes. Para no citar sino dos: la debacle de las AFAP, que perjudican a los trabajadores porque destruyeron el sistema previsional de solidaridad generacional, y el retraso de la enseñanza pública producto de la limitación presupuestal y de las políticas regresivas que se impusieron por décadas, acompañadas por la promoción desaforada de la enseñanza privada. En todos los casos se ocultaron los verdaderos propósitos bajo la promesa de “la libertad de elegir” promoviendo el individualismo: elegir mejores jubilaciones mediante cuentas personales de inversión, elegir la mejor enseñanza para los hijos, tropos que ocultaban los verdaderos propósitos rapaces del neoliberalismo.

La organización que creó von Hayek para promover “la doble verdad” se reunió por vez primera en Mont Pèlerin, Suiza, en abril de 1947. A diferencia de la mayoría de los intelectuales, a mediados del siglo XX, la Sociedad Mont Pèlerin (SMP) no pensaba que las universidades, las sociedades académicas o los promotores de intereses corporativos (los lobbies) fueran los instrumentos apropiados para llevar a cabo sus propósitos.

Sus integrantes formaban una sociedad de debates, una cofradía cerrada, cuyos miembros eran personalmente escogidos por von Hayek y más adelante a través de un procedimiento riguroso de selección (así ingresó Ramón Díaz Gaspar en una fecha indeterminada). El propósito original de la SMP era la creación de un espacio para que personas influyentes desarrollaran tesituras divergentes del liberalismo clásico y que estuvieran protegidas del ridículo y las críticas que esperaban recibir sobre sus propuestas. Aparte de un nombre anodino, que ocultaba sus verdaderos fines, la SMP desarrolló una serie de organizaciones concéntricas que actuaban como fachadas sucesivas (como matrioshkas) para incidir sobre ámbitos específicos de poder. Por ejemplo, aunque nunca se lo hubiera reconocido públicamente, la SMP mantenía estrechos vínculos y dominaba a ciertas instituciones académicas como el Departamento de Economía de la Universidad de Chicago (el nido de los “Chicago Boys”), la London School of Economics, el Institut Universitaire des Hautes Etudes Internationales de Ginebra, la Universidad de Freiburg en la RFA y la Virginia School.

Un segundo círculo por el que se ponían en acción las políticas impulsadas por la SMP se concentraba en fundaciones dedicadas a la promoción de la educación y las doctrinas neoliberales, por ejemplo, el Fondo Volker, una institución dotada por un megamillonario estadounidense, originalmente filantrópica, que se transformó en una de las fundadoras de la SMP y desarrolló entidades filiales como la Intercollegiate Society of Individualists (ISI), que más adelante fue rebautizada con un nombre más inocente como Intercollegiate Studies Institute, y la Fundación para la Educación Económica.

Un tercer círculo lo constituían los centros de investigación privados o think tanks , en principio el Institute for Economic Affairs, el American Enterprise Institute, el Schweizerisches Institut für Auslandsforschung(Instituto Suizo para Estudios Internacionales), que luego se multiplicaron por todo el mundo con denominaciones similares.

A su vez, estos centros desarrollaron su propia red de protección y fachadas, a menudo bajo la forma de centros satélites u ONGs especializados en el abordaje rápido de temáticas puntuales para ayudar con “argumentos”, “encuestas” y presuntos estudios a políticos “amigos”, a especialistas en la aplicación de políticas neoliberales, en sus campañas propagandísticas o electorales y, desde luego, para alimentar a los medios de comunicación que les pertenecen o que forman parte de su red.

Los centros satélites procuran borrar las huellas de la “información” que suministran, de los intereses que promueven, de la financiación que los mantiene; se especializan en “operaciones de objetivo único” que pueden apuntar a campañas electorales, campañas de desprestigio de quienes se les oponen, campañas religiosas, ambientalistas, sanitarias, reivindicativas o cualquier otra que por su forma puntual permita ocultar su vinculación con una plataforma política amplia y omnicomprensiva como es la del neoliberalismo.

Los miembros de base de estos centros satélites, así como los participantes benévolos en estas operaciones, no suelen percibir la extensión de la red o la relación entre los distintos círculos de la política neoliberal porque estos han sido concebidos para que el origen de la energía, la financiación y las ideas promovidas no se pueda inferir más allá de los límites del círculo en cuestión.

MORGENTHAU, MODERNISTA REACCIONARIO Y LOS DIÁLOGOS REALISTAS

El realismo en relaciones internacionales a menudo vincula sus orígenes con el filósofo británico Herbert Butterfield (1900‑1979) y su compatriota, el feroz opositor del empirismo, el historiador E.H. Carr (1892‑1982), pero según Mirowski (Op. cit., 227) nadie y mucho menos Hans Morgenthau en su intento de establecer una genealogía del realismo, ha anotado que en 1919 Carl Schmitt proponía una “investigación de la realidad” como antídoto apropiado para el romanticismo político. De modo que el realismo de Morgenthau, tan influyente en la política internacional del imperialismo, puede interpretarse como un intento relativamente exitoso para trasladar una versión aparentemente menos agresiva del modernismo reaccionario a los medios gubernamentales de los Estados Unidos. Desde su retiro en Plettenberg, Schmitt sostenía, después de 1945, que el recurso a las típicas formas liberales de resolver conflictos se apoyaba en una ficción.

En sus textos de las décadas de 1940 y de 1950, Morgenthau seguía el hilo del modernismo reaccionario, denunciaba el “positivismo” y no solamente el positivismo legal de su amigo Hans Kelsen (1881‑1973)[13]. Equiparaba el utilitarismo con el cientificismo y observaba que el ideal del cientificismo aplicado a la política implica la desaparición de ésta. El fundamento de estas denuncias se remontaba directamente a quien había sido su crítico implacable cuando ambos estaban en Berlín: Carl Schmitt. Este sostenía que negar la existencia del poder como un fenómeno separado implicaba la negación de la cuestión esencial de la política.

Se dice que sostener una “verdadera” teoría política habría sido impopular entre el público estadounidense, de modo que en la obra de Morgenthau los vínculos con el modernismo reaccionario alemán están disimulados y en muy pocos momentos indica en forma explícita su deuda con él, por ejemplo cuando señala que el poder corrompe, no solamente a los actores de la escena política sino también a los observadores, como lo habrían sostenido –dijo– los destacados representantes del romanticismo político, Adam Muller y Carl Schmitt.

Tanto Morgenthau como von Hayek consideraban que los intentos de la entreguerra para construir un Estado liberal (prototípicamente la República de Weimar) habían sido un desastre y no solamente en el terreno internacional. El diagnóstico de ambos correría por vías paralelas pero el punto de destino sería bastante diferente. La ponencia que presentó Morgenthau durante la Conferencia auspiciada por la Fundación Rockefeller (que también patrocinó a von Hayek en los Estados Unidos), en 1954, señalaba que la política internacional es desarrollada por hombres racionales a través de medios racionales, hasta que resulta que dicha política es desviada de su curso racional a causa de errores de juicio y preferencias emocionales, estas últimas especialmente cuando la política internacional está sometida al control democrático. Este era un típico tema schmittiano que dejaba en evidencia la crisis del Estado liberal.

En “El concepto de lo político[14], Schmitt había escrito que aunque el liberalismo no ha negado radicalmente al Estado, tampoco ha desarrollado una teoría positiva sobre el mismo y solamente ha intentado atar lo político a lo ético y subyugarlo a la economía. Precisamente este último ha sido el camino recorrido por el neoliberalismo aunque von Hayek podría haber suscrito fácilmente afirmaciones de Morgenthau en el sentido que si se le confiara el poder a las mayorías, las salvaguardas liberales serían innecesarias, pero como no se puede confiar en eso, sus libertades deben ser restringidas precisamente en aras de la libertad[15].

Morgenthau rechazaba la afirmación de los catedráticos de Derecho que sostenían que eran capaces de comprender la dinámica de los asuntos internacionales basándose en presupuestos schmittianos. La cuestión ‑decía‑ no es tratar de contestar qué es la ley sino qué es lo que debería ser y esa respuesta no puede ser dada por un abogado sino solamente por un estadista.

En una jugada similar a la de von Hayek en la década de 1940, Morgenthau intentó desmarcarse de sus rivales acusándolos de cientificismo, haciendo de este cargo una razón por la que las ciencias sociales y especialmente los entusiastas conductistas que dominaban el campo de las ciencias en la década de 1950 debían mantenerse bien apartados del estudio de las relaciones internacionales: en la esfera internacional –fulminaba– la reducción de los problemas políticos a proposiciones científicas es imposible.

Especialistas como William Scheuerman[16] opinan que “Morgenthau nunca fue realmente capaz de pensar creativamente acerca de la posibilidad de un nuevo orden global porque tenía demasiado bagaje intelectual schmittiano”. Lo mismo podría decirse de von Hayek.

Las diferencias y las similitudes originales entre los realistas de Morgenthau y los neoliberales de von Hayek son elocuentes. Ambas doctrinas tenían una inflexión hacia el modernismo reaccionario y partían de la premisa que las concepciones liberales del Estado estaban condenadas a fracasar y que la corrupción del Estado se manifestaba en las patologías de la democracia parlamentaria. Sin embargo, los neoliberales se abrieron camino hacia una posición que planteaba como solución la infiltración y copamiento del aparato estatal por un conjunto de cuadros de elite que se encargaría de recrear y estructurar una sociedad regida por el mercado (ejemplo típico pero no único los Chicago Boys en Chile con la sangrienta dictadura de Pinochet).

Los realistas primigenios no tenían necesidad de promover medidas tan drásticas y brutales porque imaginaban que una elite de diplomáticos podrían desarrollar sus acciones en la esfera transnacional y aplicar la lógica de la contención y el equilibrio de poder que primó durante la Guerra Fría y que ahora recorre el mundo bajo la forma de la estrategia de emplear las fuerzas militares como presión, en todo el orbe, y blandir el riesgo de una catástrofe termonuclear.

Morgenthau no fue sino el “realista”, original pero el gran realista y figura de primera magnitud fue Henry Kissinger y nada pinta mejor sus tesituras que la conversación que mantuvo con el presidente Richard Nixon, el 16 de setiembre de 1973, cinco días después que Pinochet y sus secuaces dieran el golpe de Estado en Chile.

Nixon: ¿Hay algo nuevo que sea de importancia?

Kissinger: Nada grave. Lo de Chile es cuestión de consolidación y por supuesto los periódicos son sangre por todos lados porque un gobierno procomunista ha sido derrocado.

Nixon: ¡Es que acaso eso no es nada, ¿qué acaso eso no es algo de importancia?!

Kissinger: simplemente están de luto, en vez de celebrar, me refiero, en el período de Eisenhower hubiésemos sido héroes.

Nixon: bueno, pero como tú bien sabes, nuestra mano no debe detectarse en este caso.

Kissinger: Sí, de eso no hay duda. Me refiero a que les ayudamos [ilegible] crea las condiciones tan grandes como sea posible.

Nixon: Muy Bien. Y eso es lo que se va a hacer."

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