Compartir
EL MUNDO QUE NOS ESPERA EN 2019
¿Un año más qué importa?
Por Luis C. Turiansky
Naturalmente, en Uruguay será un año de elecciones. Pero este tema se lo dejo a los que viven allá, porque donde yo estoy ni siquiera puedo votar. En todo caso no está mal encuadrar esta primera preocupación actual de los uruguayos dentro de lo que sucede más allá de las fronteras.
AH, LA ECONOMÍA
En el plano económico y financiero, las predicciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) son contradictorias: “La expansión sostenida que comenzó a mediados de 2016 sigue su curso y se proyecta que el crecimiento mundial de 2018–19 se mantenga al nivel de 2017. Sin embargo, al mismo tiempo, la expansión es menos equilibrada y es posible que en algunas economías grandes ya haya tocado máximos. Los riesgos para el crecimiento mundial han aumentado en los últimos seis meses y la posibilidad de sorpresas positivas se ha disipado.” (FMI, Perspectivas de la economía mundial, octubre de 2018).
Obsérvese la insistencia con que el organismo especializado de la ONU se dedica sobre todo al crecimiento de la economía. Es lo único que le interesa. Es que el crecimiento (el de las ganancias, claro) es lo que mueve a la máquina capitalista. Sin él, el mismo capitalismo dejaría de existir. Ahora bien, ¿de qué crecimiento se habla cuando, según los cálculos de la organización Oxfam, el 1% de la humanidad se ha quedado proporcionalmente con el doble de lo recibido en el mismo período por el 50% más pobre?[1]
En todo caso, la opción de presentar dos soluciones alternativas aparece como una loable intención de objetividad, pero sobre todo salva a los autores de cualquier error fortuito o imprevisto.
Los grandes bancos mundiales, en efecto, no cesan de lanzar gritos de alarma. Sin duda están más directamente involucrados por una posible recesión que el organismo internacional, más sensible este a las necesidades políticas. En efecto, desde la gran crisis financiera de 2008-2013, el fantasma de un nuevo descalabro pesa en las instituciones encargadas de manejar en la práctica la economía global y especialmente el sector financiero. Los analistas del sector bancario se niegan por supuesto a formular predicciones precisas, al menos en público, pero lo que trasciende es la sensación de que, si la crisis no se produce este año, será para el 2020, pero que se viene, se viene.
En este contexto, el premio Nobel de economía Paul Krugman se queja, en New York Times, 27-12-2018 (Bad Faith, Pathos and G.O.P. Economics – “Mala fe, patetismo y la economía republicana”), de la influencia nefasta de las opciones políticas en las posiciones de los economistas estadounidenses bajo la égida trumpista: “Lo que hay que saber a la hora de hablar de economía y política es que, en los EE.UU. de hoy, hay tres clases de economistas: los economistas profesionales liberales, los economistas profesionales conservadores y los conservadores profesionales que son economistas.”
El último grupo nombrado sería el responsable de que los mismos que criticaban la política de la administración Obama de lucha contra el desempleo por malgastar los dineros públicos creando inflación (la que, acota Krugman, no se produjo), hoy saludan la reducción de los impuestos y la demanda de disminución de la tasa de interés “cuando los índices de desempleo han disminuido a menos del 4 por ciento”.
La solución, según este economista de renombre y columnista de New York Times, estaría en la “economía real”, sin epítetos políticos. Sin embargo, las dificultades económicas tienen lugar en el marco de un empeoramiento evidente de las relaciones internacionales y diversos factores eminentemente políticos pueden influir en la erupción de una desestabilización generalizada.
OTRA VEZ EL PETRÓLEO
El pasado 7 de diciembre, la Reunión Ministerial de Miembros y No Miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEC) acordó en Viena retener la producción de bruto durante el primer semestre de 2019, hasta el límite de 1,2 millones de barriles diarios, con lo cual se espera un aumento del precio a 52,61 dólares EE.UU. el barril. Aunque tal vez esta alza controlada no produzca una crisis semejante a la de 1973, cuando la OPEC decidió “castigar” a los países importadores por motivos políticos, sin duda tendrá consecuencias en los mercados mundiales y la producción en general, sobre todo porque una decena de países no miembros (entre ellos Rusia) se han plegado (con reticencias en el caso de Rusia).
Esto pone de relieve una vez más la importancia estratégica del petróleo en la economía mundial, pese a los esfuerzos efectuados, hasta ahora poco eficaces, para liberarse de la dependencia a los combustibles fósiles. La OPEC y sus aliados volverán a examinar la situación en abril, por lo que especialmente los países importadores, como el Uruguay, deberán seguir atentamente la evolución.
EL CEPO DEL BREXIT
Gran Bretaña se debate en la búsqueda de una salida negociada de la Unión Europea (“Brexit” para los íntimos), en cumplimiento del pronunciamiento popular de 2016, pero choca contra la falta de voluntad de cooperación de sus interlocutores. La primera ministra Theresa May trajo al Parlamento británico un proyecto de acuerdo con Bruselas que no convence a nadie. Pero el tiempo corre y el Gobierno se comprometió a poner en marcha el proceso de separación a más tardar el próximo 29 de marzo. De no llegar a un acuerdo, el Reino Unido deberá romper sus amarras con la UE sin acuerdo alguno, lo que se ha denominado “Hard Brexit”, es decir, la “salida dura” (a diferencia de “Soft Brexit” o “salida blanda”). La salida sin compromisos (o incluso dando un portazo) tendría no obstante efectos desastrosos, tanto para la economía británica como para el resto de la UE.[2]
Dado el peso de la economía unieuropea[3] (el mayor producto interno bruto por habitante en el mundo), el desenlace de este diferendo no puede dejarnos indiferentes.
LAS “GUERRAS COMERCIALES”
Contribuye a la desestabilización la aparición y profundización de contradicciones entre las potencias mundiales. Un caso particular y especialmente atendible es lo que se ha dado en llamar “guerras comerciales”, estrategia a la que el presidente norteamericano parece muy propenso.
¿Que los productos siderúrgicos importados de Europa son más baratos, lo que va en detrimento de la proclamada renovación industrial del “cinturón de herrumbre” estadounidense según las promesas electorales? No hay problema, les imponemos aranceles y encarecemos su importación. ¿Que China nos invade con sus productos baratos de dudosa calidad? Los torpedeamos con impuestos y obstáculos no arancelarios.
Aunque parezca extraño, la misma política puede aplicarse también en el terreno de la defensa. La OTAN, fundada por Estados Unidos y directamente dependiente del Pentágono, es un ejemplo. Donald Trump suele exasperar a sus aliados europeos con sus reclamos en favor de una mayor participación financiera en los gastos militares comunes y el aumento de los rubros correspondientes en los presupuestos nacionales de los países miembros. Esto, por supuesto, tendría que repercutir en el aumento de las exportaciones norteamericanas de armas a los interesados. La respuesta de algunos dirigentes europeos que declaran la necesidad de un sistema defensivo propio de la Unión Europea tiene apenas, por ahora, un peso puramente retórico.
Pero hablábamos de guerras “comerciales”. También hay, desgraciadamente, guerras de las otras, guerras de verdad.
TENSIONES Y CONFLICTOS EN CURSO O LATENTES
La OTAN, que debía haber desaparecido tras la proclamación en Malta del fin de la “guerra fría” entre Estados Unidos y la URSS en diciembre de 1989, sigue funcionando hasta hoy como el principal instrumento de intimidación e intervención de Estados Unidos en el mundo, eventualmente con el apoyo de otros miembros dóciles de la alianza. Es significativo que el período que va desde aquella histórica cumbre Bush-Gorbachov sea particularmente violento y caracterizado por conflictos bélicos casi sin interrupción. El saldo de muerte y destrucción en Yugoslavia, África del Norte, Siria, Irak, Afganistán y Yemen, sin olvidar al eternizado conflicto israelo-palestino (para no citar sino los casos más notorios), es comparable al de las grandes guerras del pasado, que el anunciado “fin de la historia” iba a erradicar para siempre.
La llegada del año 2019 encuentra a la humanidad ante los mismos desafíos. Parecería como si los mensajes anuales de los grandes líderes, incluido el Secretario General de las Naciones Unidas, tuvieran que ser necesariamente proezas de inventiva, para no repetir todos los años las mismas frases.
Esta vez, sin embargo, la situación ha empeorado sensiblemente. Rusia desarrolla proyectiles supersónicos “indefendibles” y EE.UU. abandona los acuerdos alcanzados en 1991 y 1993 en las Conversaciones sobre Limitación de las Armas Estratégicas (SALT por su sigla en inglés). Estamos otra vez ante la posibilidad de desencadenar un infierno planetario por un simple error de cálculo o una distracción, ni qué hablar de que cualquier diferendo menor puede por la lógica de los acontecimientos desembocar en una guerra global, incluyendo el uso de las peores armas jamás inventadas por el genio humano.
EL AGOTAMIENTO DE LOS RECURSOS PLANETARIOS
Mientras tanto, el sistema dominante prefiere dejar la Tierra inhabitable para las generaciones futuras con tal de no perder la posibilidad de aumentar sus ganancias. En Katowice, centro de la riqueza hullera polaca, la Cumbre de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, conocida como “COP24”, no alcanzó los resultados esperados y tuvo que conformarse con celebrar como un gran éxito que se hubiera logrado el consenso en que “hay un problema” y “hay que hacer algo”. ¡Y pensar que, antes de la reunión, los expertos decían que era la última chance, porque el “punto de no regreso” estaba cerca!
La responsabilidad del sistema económico que nos afecta no se limita a la propia supervivencia del género humano, también ataca a otras especies y a la vida en general. Ante semejante cuadro, el título provocativo de este artículo debería entenderse como un llamado de alerta para la acción. Porque no es cierto que “un año más qué importa”, cada año que pasa nos acerca más a la catástrofe.
(Los desconformes podrán buscar una predicción mejor en el horóscopo).
No es común que sea el propio autor el que agrega un comentario, pero lo hago para salvar un olvido que considero importante señalar: uno de los sucesos mayores de 2018 fue el encuentro de junio entre el lídear norcoreano Kim Jong-Un y el presidente Donald Trump, acompañado por el acercamiento sin precedente entre los dirigentes de ambas Coreas. Un artículo mío al respecto salió en el Nº 118, de julio de 2018, de nuestra revista. Hoy el presidente estadounidense parece haberlo olvidado, pero por entonces todo el mundo saludó el hecho como altamente promisorio. Cansado de esperar, Kim Jong-Un viajó a Pekín a pedir el apoyo de China. Ojalá que 2019 vea una reanimación positiva de las negociaciones sobre la desnuclearización de la península coreana y la adopción de un Acuerdo de Paz, para poner fin a uno de los conflictos latentes más peligrosos que persisten en el mundo.