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DISTINCIONES RELEVANTES

 Publicado: 09/01/2019

Ética, conducta política, metaética


Por Fernando Rama


El término “ética” se ha utilizado casi a permanencia en el ambiente político uruguayo. Casi todos los integrantes del sistema de partidos se han referido a temas vinculados a dicho término. Todos los partidos poseen un comité de ética, si bien el Frente Amplio tiene un órgano propio que utiliza una denominación, a mi juicio más apropiada, designado como Tribunal de Conducta Política.

El disparador de toda esta sobreabundancia de temas vinculados a la moral fue, según creo, la comisión creada a los efectos de investigar la gestión de ANCAP y, en especial, la conducta de Raúl Sendic primero y Eduardo De León más tarde. Abunda la información sobre esta temática, que acaba de terminar con la suspensión de los derechos electorales de ambos personajes en el reciente Plenario del Frente Amplio. En paralelo han aparecido múltiples casos de conductas no morales en los restantes partidos, en especial en casi todas las intendencias del Partido Nacional. Incluso adquirió visibilidad un organismo que casi nadie conocía, como es el caso de la JUTEP, Junta de Transparencia y Ética Pública, destinada a definir los casos de violación a la transparencia y la ética en el ejercicio de la función pública.

En la campaña electoral que se avecina es previsible que el tema recorra a lo largo y a lo ancho la discursividad política de todos los candidatos, junto a las consabidas quejas en torno al sistema educativo, la seguridad, la salud y otros temas de una agenda que se irá construyendo a medida que se sucedan los acontecimientos. No sería de extrañar que nuevos casos de corrupción, estafa, falta de transparencia y “ainda mais” aparezcan vinculados a tal o cual candidato. Es previsible una campaña difícil, dura, agresiva y compleja para todos los actores políticos y sociales del país.

Suele subdividirse el dominio de la ética en tres niveles: el de la metaética, el de la ética normativa y el de la ética aplicada. La ética se dedica al estudio de los actos humanos, pero sólo de aquellos que se realizan por la voluntad y libertad absoluta de la persona. Por otra parte la ética en general no es coactiva en el sentido de que no impone sanciones legales o normativas. Esto establece una clara diferencia con los sistemas jurídicos en aquellas sociedades donde está establecida la división de poderes y rige el llamado estado de derecho.

El caso de la estafa perpetrada por la familia Sanabria mediante las maniobras fraudulentas del Cambio Nelson entra en la esfera de lo estrictamente jurídico, en el sentido de que un juez adoptó sanciones de acuerdo al Código Penal y habilitó la intervención del aparato represivo del Estado. Se trata, obviamente, de una falta ética, pero en este caso la moralidad tiene un papel totalmente secundario.

La mayoría, si no todos, los otros casos que han tomado estado público pertenecen al dominio de la ética normativa y aplicada. Teniendo en cuenta que la actividad política es una profesión está –o debería estar –en dicho renglón, donde existen códigos deontológicos. Un buen ejemplo son los comités destinados a sancionar los desvíos de la buena práctica profesional, como es claro en el caso de los médicos. El mentir acerca de un título universitario que no se posee, el empleo abusivo de tarjetas corporativas, el financiamiento del patrimonio personal utilizando estaciones de servicio particulares para solventar los gastos de la Intendencia de Soriano, son todos casos de violaciones deontológicas que sólo pueden ser sancionadas por los respectivos partidos políticos. Es en ese sentido que no conviene hablar de tribunales de ética en general, sino que es más apropiado, como lo ha definido el Frente Amplio, establecer un Tribunal de Conducta Política, que juzga acciones que no siempre están relacionadas directamente con la ética. Por ejemplo, en el caso de figuras políticas que no acatan resoluciones adoptadas, en determinadas circunstancias, por el partido político.

Más complejos son los aspectos vinculados a la metaética, es decir, a la definición racional de aquello que es o no éticamente correcto. En este sentido nos encontramos con una extensa lista de posturas que se han desarrollado a lo largo de la historia humana, desde Platón y Aristóteles en la antigua Grecia, o desde Confucio, el taoísmo y el budismo en China, hasta las posturas de Spinoza y Kant, para mencionar sólo algunas.

La formulación de las etapas del desarrollo moral llevada a cabo por Lawrence Kohlberg, un discípulo de Piaget que se dedicó a profundizar en el tema desde un ángulo psicológico, epistemológico y sociocultural, es un buen ejemplo de la complejidad del tema. Se trata de una extensión de los estudios psicológicos al dominio moral. La obra de Kohlberg, su teoría, pretende ser una reconstrucción de la ontogénesis del razonamiento sobre la justicia.

Es posible definir cuatro valores fundamentales, dos de ellos absolutos o no condicionados circunstancias externas –la justicia y el respeto– y otro a dos fundamentales pero condicionados por circunstancias externas, como son la vida y la verdad. Estos dos últimos son condicionados en el sentido de que en determinadas circunstancias el valor de la vida puede ser ignorado, como sucede en el caso de la eutanasia. Asimismo el valor de la verdad puede ser ignorado en el caso de la mentira piadosa, por ejemplo.

Esta distinción es lo que llevó a Kohlberg a centrar sus estudios en la justicia [1], ya que la construcción de los dilemas hipotéticos que permiten establecer las etapas del desarrollo moral es más segura cuando se construyen en torno a este valor.

Kohlberg parte de una serie de premisas que esquematizamos a continuación. Su fundamentación implicaría extender este artículo más allá de lo aconsejable.

La primera premisa implica que los conceptos morales no pueden ser asumidos como de valor neutro, sino que son tratados como normativos, positivos o relevantes como valores en sí mismos.

La segunda premisa supone que la fenomenología de las valoraciones éticas implica una referencia a procesos conscientes.

El tercer presupuesto se refiere al universalismo, lo que implica que el desarrollo moral posee características que se encuentran en cualquier cultura o subcultura. No puede, por lo tanto, ser entendido en forma relativa.

El prescriptivismo implica que las asunciones éticas no son reducibles a juicios sobre hechos, concepto este que refuerza el ideal del universalismo moral.

El quinto presupuesto se refiere al cognitivismo o racionalismo, es decir a la idea de que los juicios morales no son reducibles, al menos en su totalidad, a situaciones emotivas. En otras palabras, las razones para la acción son diferentes a las motivaciones.

La sexta premisa, denominada formalismo, alude a la noción de que las cualidades formales de los juicios morales no necesariamente tienen que coincidir con apreciaciones sustantivas sobre las materias que traten.

En séptimo lugar, los juicios morales reposan en reglas generales o principios. No son simples evaluaciones de acciones particulares.

La octava premisa de Kohlberg se basa en el constructivismo, lo que implica que los juicios morales son construcciones humanas generadas a través de la interacción social. No son proposiciones conocidas a priori, no son innatas ni son, tampoco, generalizaciones empíricas de los hechos que ocurren en el mundo.

Todas estas presuposiciones o premisas tienen como corolario la primacía de la justicia. Los juicios morales y sus principios implican la noción de un equilibrio, de un balance o reversibilidad de los argumentos.

En base a estas premisas Kohlberg describe, mediante la investigación de grupos humanos concretos a lo largo de su desarrollo, seis etapas, la última de las cuales se considera el óptimo alcanzable.

Por supuesto que las mencionadas premisas han sido discutidas y cuestionadas desde diferentes ángulos. En este sentido hay dos discusiones interesantes. Una se refiere a la incidencia de la atmósfera socio-moral, que para muchos tendría incidencia en los juicios morales –y en las acciones que de ellos derivan-, cosa de Kohlberg rechaza. La otra discusión proviene de corrientes feministas que le reprochan al autor que sus estudios, llevados a cabo en Estados Unidos, Israel y Turquía principalmente, se basan en muestras constituidas por varones. Según esta crítica lo central en las valoraciones morales debería ser la noción de cuidado, de solidaridad activa, y no la noción de justicia. Señalamos estas críticas al solo efecto de ilustrar la complejidad de la construcción de una metaética.

Un comentario sobre “Ética, conducta política, metaética”

  1. Tema complejo si los hay. Agradezco al autor el panorama general planteado y me pregunto: ¿ en que medida existe una conciencia moral publica que de algún modo planea y condiciona nuestros comportamientos? Me interesa.

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