Compartir
CRÍMENES DEL TERCER REICH ENVUELTOS EN ANATOMÍA Y PSEUDOCIENCIA
Historias de crímenes, memoria, justicia y reparación
Por Fernando Britos V.
Los crímenes del nazismo impactan y perduran. Los números son abrumadores pero la memoria es fundamental para devolver a las víctimas su identidad y su historia. Transformar los números en nombres es fundamental porque los crímenes de lesa humanidad, propios del terrorismo de Estado de todas las épocas, demoran décadas en ser descubiertos y la justicia suele remolonear enredada en los entresijos del olvido y las mentiras de los perpetradores. Esta nota se concentra en el legado de los anatomistas nazis y los dilemas éticos que todos enfrentamos hasta la actualidad.
EL ANATOMISTA DE PLOETZENSEE
Hermann Philipp Rudolf Stieve (1886–1952) fue un médico, anatomista e histólogo alemán. Nació en Munich en 1886 en el seno de una familia protestante. Era hijo de un historiador y hermano menor de un diplomático y mayor de un asistente social. Se graduó de secundaria en 1905. Estudió medicina en Munich y en Innsbrück (Austria), hizo el servicio militar y se recibió de médico (equivalente a una licenciatura) en 1912. Empezó a trabajar en anatomía en 1913. Cuando la Primera Guerra Mundial, atendió pacientes en el frente y enseñó en la escuela militar de medicina de su ciudad natal. Recibió diversos reconocimientos y premios y ocupó una cátedra de anatomía y antropología en la Universidad de Leipzig (donde daba sus clases embutido en la toga académica negra).
Fue un fanático nacionalista, enemigo de la República de Weimar y la democracia. Integró varias organizaciones ultraderechistas y paramilitares que fueron el germen del nazismo. Una vez en Leipzig se unió al DNVP (Partido Nacional del Pueblo Alemán) y al Freikorps. También participó en la Orgesch (Organisation Escherich), un grupo paramilitar y antisemita que funcionaba como un ejército privado en Baviera hasta que fue disuelto por mandato de los Aliados en 1921. En 1920 apoyó el putsch de Kapp, un fallido golpe de Estado militar derechista.
Poco después se doctoró y fue designado profesor de anatomía en la Universidad Martin Luther de Halle/Wittenberg y director del Instituto de Anatomía por lo que, a los 35 años, fue el más joven de los directores de departamento en una universidad alemana. Al mismo tiempo se incorporó a los Cascos de Acero (Stahlhelm) el brazo armado del DNVP. En 1933, cuando Hitler llegó al poder, fue electo Rector del Consejo Universitario y la universidad cambió de nombre, a instancias de Stieve.
Como la mayoría de los docentes alemanes apoyó la expulsión de los judíos de la Facultad. Aunque era firme partidario de Hitler fue uno de los pocos administradores universitarios que no se afilió al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP). Stieve también promovía el lenguaje germánico y apoyaba la intención de reemplazar los nombres y las palabras de origen inglés o latino, por términos germánicos. De hecho cuando los Cascos de Acero fueron asimilados a las SA pasó a integrarlas en forma pasiva.
Stieve se había dedicado a estudiar los ovarios y el sistema reproductivo femenino. Era su obsesión. Estaba especialmente interesado en estudiar cómo el estrés afectaba a la fertilidad. Hacía experimentos con animales (gallinas encerradas con un zorro cerca para ver si seguían poniendo huevos). Pero él deseaba estudiar órganos humanos y fue capaz de conseguir que le donasen úteros y ovarios de los cuerpos de mujeres accidentadas o que le enviaran cirujanos que los habían extirpado. Su odiada República de Weimar le había privado de una de las fuentes históricas de vísceras humanas frescas: la de los cuerpos de criminales ejecutados porque el gobierno había hecho un uso mínimo de la pena de muerte y sobre todo no había condenado a ninguna mujer a la pena capital. Así, en 1931, Stieve se quejaba en una carta de la dificultad que enfrentaba para conseguir ovarios de mujeres sanas.
Desde 1933 los nazis arrestaron masivamente a sus opositores políticos y muchos fueron ejecutados, de modo que nuevamente se reanudó la provisión de cadáveres frescos. El historiador de la medicina de la Universidad de Toronto, William Seidelman, sostiene que “las cámaras de ejecución de las cárceles, en todo el Tercer Reich, fueron verdaderos mataderos y los restos eran remitidos a los institutos de anatomía de las universidades alemanas y probablemente austríacas”[1].
Stieve había aceptado una cátedra en la Universidad Humboldt de Berlín y la dirección de su Instituto de Anatomía que funcionaba en el hospital universitario de la Charité (Charité – Universitätsmedizin Berlin). De inmediato celebró un acuerdo con la administración de la siniestra prisión de Ploetzensee, entonces en los suburbios al noroeste de la capital (que hoy está en medio del coqueto barrio residencial de Charlottenburg-Nord) a los efectos de que le enviaran los cuerpos de todos los ajusticiados (fusilados, ahorcados y decapitados). La mayoría eran presos políticos y otros trabajadores esclavos, polacos y rusos, ejecutados por haber tenido algún contacto con mujeres alemanas.
Durante los doce años del Tercer Reich la cosecha de cuerpos fue de unas 3.000 víctimas en Ploetzensee, muchas más de las que Stieve necesitaba para sus investigaciones. Se dice que él se quedó con 182 cadáveres, 174 de los cuales eran los que más le interesaban: mujeres de entre 18 y 68 años que en las dos terceras partes de los casos eran de origen alemán. Dos de esas mujeres estaban embarazadas cuando fueron ejecutadas.
Stieve llevaba un registro minucioso de las mujeres ejecutadas, que incluía la información que le exigía a los carceleros acerca de la actitud de ellas cuando se les comunicaba que habían sido condenadas a muerte y cómo se habían comportado en los días u horas previas a la ejecución, pero también cómo se habían adaptado a la vida carcelaria y cómo y cuándo se habían producido sus menstruaciones.
Basado en esas informaciones escribió más de 230 artículos para revistas científicas acerca del tema que le obsesionaba: el efecto del estrés sobre el sistema reproductivo femenino. Según Stieve, las mujeres que se enfrentaban a la pena de muerte ovulaban en forma irregular y a veces experimentaban lo que él denominó “sangrados de shock” y amenorreas. En sus artículos aseguraba que el Método Ogino-Knaus, que el Vaticano veía como aceptable y “natural”, era ineficaz debido a las variaciones del ciclo menstrual. Hoy en día, aunque se reconocen los errores que cometió Stieve en la comprensión de la fisiología femenina, se admite que sus objeciones al Método Ritmo son correctas.
Stieve se hizo cargo de todos los cuerpos que “producía” Ploetenzensee y tenía una estrecha relación con los encargados de la prisión. Por ejemplo, en 1942, se había modificado la rutina carcelaria de modo que las ejecuciones pasaron a llevarse a cabo por la noche. Pero eso no le convenía y consiguió que volvieran a cumplirlas por las mañanas de modo que él pudiera disecar los cadáveres tan frescos como fuera posible. Según parece su influencia sobre los verdugos llegó a ser tan grande como para programar la ejecución de las presas de acuerdo con sus ciclos menstruales. Esto le permitía observar los despojos en los momentos precisos en que él deseaba hacerlo. Por otra parte, existen informes de que facilitaba que oficiales de las SS violasen a las prisioneras para estudiar en sus cadáveres la migración espermática (aunque en ninguno de sus artículos se refirió a la esperma)[2].
Solamente uno de los cuerpos que Stieve disecó fue sepultado en un lugar conocido: el de Mildred Fish Harnack ajusticiada en febrero de 1943. Mildred, escritora, traductora e historiadora estadounidense, casada con el jurista alemán Arvid Harnack, integraba la Orquesta Roja (Rote Kapelle) como llamó la Gestapo a la organización comunista de la resistencia antinazi. Fueron descubiertos a fines de 1942. Su esposo fue condenado a muerte y ejecutado, y ella a seis años de prisión por espionaje. Sin embargo, Hitler en persona cambió la pena por la muerte y fue decapitada en Ploetzensee y disecada por Stieve. Sus restos yacen en el cementerio Waldfriedhof Zehlendorf (que se creó entre 1931 y 1933) porque una estudiante de Stieve, sin que éste lo advirtiera, se los llevó en un bolso de feria y los hizo inhumar allí.
Otros integrantes de la Orquesta Roja pasaron por la mesa de disección de Stieve, tras ser decapitados en la prisión vecina a fines de 1942. Por ejemplo el teniente Harro Schulze-Boysen, su esposa Libertas y Liane Berkowitz. Sus restos nunca fueron encontrados. En 1943, el cadáver de Elfriede Scholz, la hermana del novelista Erich Maria Remarque, cayó en manos de Stieve después de ser ajusticiada por “difundir versiones derrotistas y socavar la moral de las fuerzas armadas” porque habría dicho que la guerra se perdería.
El profesor era hombre meticuloso y llevaba un registro de lo que llamaba “el material” de sus investigaciones. En 1946 hizo una lista que recién se hizo pública setenta años después. Sin embargo sus actos habían quedado al descubierto mucho antes. Cuando los cuerpos de Harnack, Schulze-Boysen y su esposa, estaban sobre la mesa de disección, el 22 de diciembre de 1942, una de las ayudantes de Hermann Stieve, Charlotte Pommer, los reconoció[3] y abandonó inmediatamente su formación en anatomía. Pommer (1916-1995) describió la forma en que trabajaba Stieve y su total falta de escrúpulos. Ella no era nazi y se fue a ejercer en otro hospital de Berlín. Más adelante adhirió a la resistencia, ocultó al hijo de uno de los involucrados en el atentado contra Hitler en 1944 y fue encarcelada en las últimas semanas de la guerra. Después de la guerra dio cuenta de las atrocidades que presenció.
Stieve llegó a sostener que él había rechazado los cadáveres de varios de los conspiradores en el atentado contra Hitler, en 1944, pero sin embargo no tuvo problema alguno en disecar el cuerpo de su amigo el profesor Walther Arndt. Arndt era un médico especialmente dedicado a la zoología, autor de más de 250 artículos científicos y libros. Llegó a ser el director del célebre Museo de Historia Natural de Berlín, donde trabajó desde 1921.
En setiembre de 1943, Arndt viajó con una antigua compañera de estudios, Hanneliese Mehlhausen, y le comentó que el Tercer Reich caería como le había pasado a Mussolini, destituido por el Gran Consejo Fascista en esos días. Confiando en su vieja amiga, manifestó que los dirigentes nazis podrían ser juzgados. La buena de Hanneliese, que era nazi, informó al partido y éste a la Gestapo. Arndt también le comentó a algunos colegas que el incendio del Reichstag de 1933 había sido una conspiración de los nazis para imponerse. Entonces, uno de sus colegas, el entomólogo Wolfgang Stichel (1898-1968), que era miembro de las SS y mantenía una rivalidad profesional con él, lo denunció de inmediato.
El profesor Arndt fue arrestado el 14 de enero de 1944 y sometido a la llamada Corte Popular el 11 de mayo siguiente. El juez Roland Freisler lo condenó a muerte el mismo día. A pesar de los pedidos de clemencia que formularon varios científicos que trabajaban con él, fue guillotinado en la prisión Brandenburg-Görden el 26 de junio del mismo año. Tenía 53 años y esa misma tarde cayó en manos de su “amigo” Stieve, que lo disecó y se guardó el corazón en formol como recuerdo. La hermana de Arndt fue obligada a pagar 300 marcos para cubrir los gastos de la ejecución y 20 centavos para cubrir sellos de correo. Como puede verse, Stieve no solamente recibía los cuerpos de los ajusticiados en Ploetzensee.
Cuando cayó el Tercer Reich los familiares de las víctimas del nazismo empezaron a averiguar qué había pasado con los cuerpos de los ejecutados en las prisiones y mazmorras de la Gestapo. En la mayoría de los miles y miles de casos la documentación había sido destruida y las piezas corporales y muestras de tejidos no tenían identificación. Pero como ya dijimos, Stieve había preparado una lista aproximada de sus disecciones en 1946 y se la dio a un pastor protestante que trataba de ayudar a los familiares. La lista no fue conocida hasta que Sabine Hildebrandt la publicó hace tres años.
Después de enjuiciarse a los principales capitostes nazis en Nuremberg, fueron juzgados unos pocos médicos. En uno de esos juicios, llamado Juicio de los Médicos, 23 de ellos fueron acusados de crímenes contra la humanidad, siete fueron condenados a muerte, algunos absueltos y otros condenados a términos de prisión, incluso perpetua, que pronto fueron conmutadas, y liberados a los pocos años. Como se sabe Mengele, escapó y vivió ocultándose en el Río de la Plata y Brasil durante décadas.
Mientras tanto miles de médicos que habían prestado sus servicios al régimen hitleriano no fueron molestados y siguieron trabajando en su profesión e incluso experimentando como lo habían hecho bajo el nazismo. El 44 por ciento de todos los médicos se había afiliado al partido nacionalsocialista. La comunidad médica alemana, especialmente en la República Federal, cerró filas para impedir ulteriores juicios aduciendo que si éstos continuaban se resentiría la salud pública y la enseñanza y se perderían adelantos científicos. Nunca intentaron depurar su profesión y aplicaron concienzudamente lo que el canciller Konrad Adenauer dijo: “hasta que no se tenga agua limpia no se puede tirar el agua sucia”. En 1948 se decía que de los 90.000 médicos de Alemania solamente unos 300 o 400 psicópatas habían incurrido en crímenes de guerra. De este modo, muchos miles de siniestros personajes, como Stieve, siguieron desempeñándose tranquilamente en sus cátedras y laboratorios.
Este fue, especialmente, el caso de los anatomistas. Stieve nunca pasó por un juzgado y en una ocasión manifestó, en su defensa, que un anatomista solamente trata de registrar los resultados de incidentes que pertenecen a las experiencias más tristes de la historia de la humanidad. En modo alguno necesitó sentirme avergonzado –dijo– por el hecho de haber sido capaz de desvelar nuevos conocimientos a partir de los cuerpos de las personas ejecutadas, conocimientos que eran desconocidos antes y que ahora son reconocidos en todo el mundo. Al mismo tiempo negó que las víctimas de la pena de muerte sobre las que había desarrollado sus investigaciones fueran presos políticos. Gran mentira dado que está probado que sabía perfectamente quiénes eran, de dónde provenía su “material” y frecuentemente reclamaba cuerpos frescos.
Sucede que muchos médicos británicos y sobre todo estadounidenses estaban fascinados por los conocimientos de Stieve y pensaron en apropiarse de lo que ese “extraordinario investigador” había podido hacer aprovechando la oportunidad única que le había brindado trabajar con el régimen asesino de las prisiones nazis. A mediados de la década de 1930, los anatomistas británicos ya aludían con envidia a “las valiosas fuentes de materiales” de las que disponían sus colegas alemanes.
Después de la guerra, investigadores e instituciones de los países aliados se apresuraron a capitalizar los avances de la ciencia alemana, ignorando cualquier precepto ético. Esto no solamente se hizo en Alemania sino también en Japón en relación con los experimentos bacteriológicos y las vivisecciones de prisioneros. Los crueles experimentos con seres humanos conllevaban el perdón a los perpetradores e inclusive su contratación para continuar sus trabajos en los Estados Unidos como veremos más adelante con un ejemplo: el del doctor Lindenberg.
Desde mayo de 1945, Stieve siguió al frente del Instituto de Anatomía de la Universidad Humboldt. La Academia Alemana de Ciencias, en Berlín, lo distinguió como miembro. Lo mismo hizo la Academia Alemana Leopoldina y también la Real Academia Sueca de Ciencias. El hospital Charité instaló un busto de Stieve y designó con su nombre una de sus grandes salas de conferencia.
Décadas después se reavivó la polémica acerca de la descalificante violación ética que supone utilizar los conocimientos obtenidos mediante acciones criminales o sobre víctimas de crímenes de lesa humanidad. Sin embargo, en 1952, apenas falleció Stieve de un infarto, la Academia Bávara de Ciencias y Humanidades (plagada de ex nazis) publicó un obituario rechazando las críticas a su labor. Acusaciones falsas y maliciosas -dijeron los académicos-, porque el finado nunca había pisado un campo de concentración ni había solicitado nada a la administración de las prisiones. Los cuerpos disecados habían sido los de criminales comunes legalmente sentenciados o víctimas de accidentes. Él mismo había expresado su voluntad de donar su cuerpo a la ciencia, pero como su viuda se opuso fue sepultado entero.
Cuando se cumplió el centenario de su nacimiento, en 1986, fue elogiado como un gran anatomista que revolucionó las bases de la ginecología a través de su investigación clínica. Hace diez años dos historiadores alemanes de la medicina reseñaron sus trabajos y concluyeron que Stieve no fue un asesino ni un nazi fanático pero que los resultados de sus investigaciones estaban seriamente afectados por el contexto ético y político[4]. En los medios alemanes perdura el ocultamiento de los antecedentes ultraderechistas, “Ur-fascistas”, de Stieve. El hombre violento de los Cascos de Acero que seguramente se aplicó con singular delectación, más allá de cualquier interés científico, a la disección de presos políticos ejecutados y especialmente a mujeres, alemanas en su mayoría (porque las “no arias” no le interesaban), empleó seres humanos como animales de laboratorio, observados y muertos según sus instrucciones.
EL LEGADO DE LOS ANATOMISTAS NAZIS
Las investigaciones de Stieve, aún sin citarlo abiertamente, suelen ser utilizadas por los enemigos de la legalización del aborto y la salud sexual y reproductiva, especialmente cuando argumentan sobre “violación y embarazo”. Los fanáticos que se oponen a que las mujeres violadas interrumpan un embarazo suelen decir que el estrés hace improbable la concepción, precisamente lo que él sostenía, basándose en las dificultades para la ovulación que creía haber detectado en las presas que enfrentaban la pena de muerte en Ploetzensee.
No fue el único anatomista en aprovecharse de esa plétora de cuerpos humanos. Se estima que entre 12 y 16 mil personas fueron ejecutadas entre 1933 y 1945, condenadas por delitos menores. A partir de 1933, los anatomistas alemanes aprovecharon los cuerpos de los miles de presos políticos ejecutados en las prisiones nazis. Treinta y un institutos y departamentos de anatomía dispersos por todo los territorios ocupados por el Tercer Reich (Alemania, Austria, Checoeslovaquia y, después, Polonia) participaron en esa vendimia sangrienta y hoy en día, setenta años después de la caída del nazismo, las universidades europeas siguen descubriendo en archivos polvorientos y depósitos en los sótanos colecciones de especímenes, piezas anatómicas, tejidos, que corresponden a las víctimas de los criminales nazis y sus cómplices, los acopiadores.
Con el correr de los años salen a luz casos que ya son desvelados por la generación de los nietos de los perpetradores. Los médicos que se beneficiaron de las atrocidades nazis para sus “investigaciones” eran personas normales, por lo general no eran psicópatas y muchos ni siquiera eran nazis. En la medida en que seamos capaces de entender lo que sucedió se gana en perspectiva y esto sucede en todos los sitios y épocas en que se han cometido crímenes de lesa humanidad. Cuando los horrores de los campos de exterminio se conocieron se llegó a juzgar a alguno de los médicos que habían trabajado en ellos y solamente un anatomista fue a prisión en el marco del juicio de los cuarenta carniceros del campo de Auschwitz (celebrado en noviembre de 1947).
Ese fue Johan Paul Kremer, oficial de las SS y anatomista de la Universidad de Münster donde había llevado a cabo experimentos hambreando animales. Cuando pasó a revistar en Auschwitz empezó a practicar sus experimentos con humanos. Seleccionaba a los prisioneros próximos a morir de hambre, les mataba mediante una inyección letal de fenol y extraía tejidos que enviaba a su laboratorio en Münster. También trabajaba con Mengele seleccionando a los prisioneros cuando desembarcaban del tren para mandarlos directamente a la muerte. Lo hizo con 10.717 hombres, mujeres y niños en los cuatro meses que estuvo en Auschwitz-Birkenau durante 1942. Por eso fue condenado a muerte en Polonia en 1948 pero cumplió diez años de prisión y fue liberado, por lo que volvió a Münster.
Otros anatomistas permanecieron confortablemente refugiados en la academia. Fue el caso de Julius Hallervorden (1882-1965), un neurólogo afiliado al nazismo, que en 1938 llegó a ser el director del Departamento de Neuropatología del Instituto Kaiser Wilhelm para la Investigación Cerebral, uno de los más destacados centros mundiales para la investigación psiquiátrica cuyo edificio había sido financiado, en la década de 1920, por la Fundación Rockefeller.
En junio de 1945, Leo Alexander -el psiquiatra estadounidense de origen austríaco que colaboró como perito en los Juicios de Nuremberg- visitó a Hallervorden en su clínica y éste le mostró su colección de 110.000 muestras cerebrales provenientes de 2.800 personas. Don Julius le contó que junto con el director del instituto, otro nazi, Hugo Spatz (1888-1969), habían recogido directamente las muestras de las víctimas del Programa Aktion T-4, como se denominaba la eutanasia sistemática y forzosa de discapacitados y enfermos mentales que los nazis llevaron adelante desde 1934.
Hallervorden y Spatz habían recorrido permanentemente los seis centros de eutanasia del T-4 (ubicados en Alemania y Austria) para estar presentes en el momento de los asesinatos y extraer, ellos mismos, los cerebros. Alexander informó que Hallervorden le dijo que había manifestado a los directores del T-4 que si iban a eliminar a tanta gente sería bueno rescatar materiales útiles para la ciencia, los cerebros, de modo que cuando le preguntaron cuántos necesitaría les respondió que “cuantos más, mejor”.
Nadie hizo caso a la denuncia de Alexander. Peor aún, desde 1945 Spatz y Hallervorden siguieron al frente de su instituto, se les permitió que le cambiaran el nombre a Instituto Max Planck para la Investigación Cerebral y se los reubicó en Frankfurt para que continuaran trabajando en la zona de ocupación estadounidense. Los dos anatomistas nazis se dieron a conocer por el descubrimiento de una enfermedad neurodegenerativa, el “síndrome de Hallervorden-Spatz”, que, cuando trascendió su actividad durante el Tercer Reich, pasó púdicamente a denominarse “síndrome de neurodegenaración asociado con la pantotenatoquinasa”. En 1982, 17 años después de fallecer Hallervorden, fue homenajeado en la República Federal de Alemania como el gran hombre de la neuropatología germana y mundial.
Es más, su principal residente (Oberarzt) y colaborador médico, entre 1937 y 1939, Robert Lindenberg (1911-1992), que había sido patólogo de la Luftwaffe hasta 1945, fue llevado a los Estados Unidos, en el marco de la Operación Paperclip (que contrató científicos nazis, muchos de ellos criminales), para trabajar en proyectos bélicos del Departamento de Defensa de EE.UU.
Lindenberg se desempeñó de 1945 a 1947 en el Centro Químico del Ejército en Edgewood como neuropatólogo, experimentando en armas químicas y bioquímicas. Se transformó en una eminencia, y fue catedrático de la Universidad de Maryland y jefe de Neuropatología del Estado. Llegó a intervenir como perito en la investigación sobre el asesinato del presidente Kennedy, certificando que una sola bala había causado la muerte del mandatario.
OBSESIÓN E ILUSTRACIÓN CIENTÍFICA
Eduard Pernkopf (1888-1955) fue un profesor de anatomía austríaco que llegó a ser rector de la Universidad de Viena. Se hizo famoso por su monumental atlas de anatomía topográfica en siete secciones incluidas en cuatro volúmenes. El Topographische Anatomie des Menschen fue preparado por Pernkopf y cuatro pintores y acuarelistas, todos fanáticos nazis. En las últimas décadas del siglo XX se descubrió que el anatomista y sus artistas habían trabajado sobre los cadáveres de 1.400 prisioneros políticos.
Pernkopf nació en Austria pero en un pueblo muy cercano a la frontera con Alemania. Era el más joven de tres hijos del médico del pueblo y su aspiración era transformarse en músico profesional. Sin embargo, al fallecer su padre en 1903, la familia enfrentó grandes penurias económicas y el joven Eduard decidió estudiar medicina, que aparecía como una ocupación más redituable. En 1907 empezó a hacerlo en la Universidad de Viena. En ese mismo año, otro joven austríaco, apenas unos meses menor que Pernkopf, llegó a la capital del Imperio Austro-Húngaro para estudiar bellas artes: Adolf Hitler. Ambos se empaparon entonces del antisemitismo y el racismo que campeaba en la sociedad vienesa. El joven Eduard se incorporó a una fraternidad estudiantil agresivamente racista, Die akademische Burschenschaft Allemania, fundada en 1815, que reunía a la juventud germánica y era uno de los bastiones principales, ideológicamente hablando, de las tesis de supremacía racial y nacionalismo agresivo.
En 1912, Eduard se recibió de médico. Mientras Hitler se fue a Alemania, él se quedó en Viena trabajando como ayudante del profesor Ferdinand Hochstetter (director del Instituto de Anatomía). Durante ocho años fue profesor de anatomía en distintas instituciones austríacas y médico militar por un año durante la Primera Guerra Mundial. En 1920, de vuelta en Viena, se desempeñó como profesor asistente de Hochstetter y empezó un rápido ascenso que en dos años lo consagró como catedrático titular.
En 1933 tuvieron lugar dos hechos importantes en la trayectoria de Pernkopf: sucedió a Hochstetter como director del Instituto de Anatomía y se afilió al Partido Nacionalsocialista Alemán, aunque esto último debió hacerlo en forma semiclandestina porque el gobierno derechista austríaco había prohibido al nazismo.
En la ceremonia que lo instaló como director, Pernkopf se arrodilló aparatosamente ante su mentor Hochstetter y le besó la diestra agradecido. En 1934 se incorporó a la Sturmabteilung, las SA, la formación paramilitar de los nazis. En 1938, cuando la anexión de Austria por la Alemania nazi, Pernkopf resultó recompensado con la designación como decano de la Facultad de Medicina.
En ese cargo puso en práctica inmediatamente medidas racistas y exigió a los miembros de la facultad que establecieran su origen étnico como “arios” o “no arios” y juraran lealtad a Adolf Hitler. Enseguida elevó una lista de quienes no habían prestado el juramento y el 77 por ciento de los docentes de la Facultad de Medicina fue expulsado (incluyendo a todos los judíos y a tres Premios Nobel). En total echó a 153 de los 197 docentes.
Apenas cuatro días después de ser designado dio un discurso, ante el mismísimo Führer, el 12 de marzo de 1938, el día en que Hitler había entrado triunfalmente en la Viena anexada al Reich. Pernkopf proclamó las teorías y políticas nazis de higiene racial y exigió a sus colegas que las aplicaran en la enseñanza y la investigación. Se debería promover a aquellos cuya carga hereditaria era más valiosa -sostuvo el flamante Decano-, cuya constitución y herencia asegurara una descendencia saludable. Además se trataba de evitar la descendencia de los racialmente inferiores. Esto último se podría lograr mediante la exclusión de los seres inferiores para evitar su propagación mediante la esterilización y otras medidas. Ni más ni menos que una ratificación del programa de eutanasia forzosa (el Aktion T-4) para eliminar “las vidas carentes de valor”, que se venía desarrollando y que en ese momento se extendía a Austria y que fue un anticipo del genocidio de judíos, romaníes y otras etnias al que se abocarían los campos de exterminio.
El decano Pernkopf empezó su alocución con un estentóreo Heil Hitler e hizo un panegírico del Führer: “un hijo de Austria que ahora había vuelto para llevarla de regreso al seno de las naciones germanoparlantes”. Agregó: “nosotros, los médicos, con toda nuestra vida y nuestra alma, deseamos servirle con alegría”, y después sobrevino el rugido del saludo nazi.
UN ATLAS ANATÓMICO DE MALIGNA BELLEZA
Pernkopf había empezado a trabajar en su atlas en 1933, a partir de un manual de disección para estudiantes que había desarrollado años atrás. Buscó textos y atlas para la tarea pedagógica que tenía asignada, pero ninguno lo satisfacía y lo que comenzó como un simple material de apoyo para las clases adquirió nuevas dimensiones, más ambiciosas, perfeccionistas: hacer un mapa exhaustivo del cuerpo humano. El sueño fue materializándose hasta adquirir magnitudes colosales que demandaban hasta 18 horas por día, disecando cuerpos, dando clase y evacuando las tareas administrativas.
Pernkopf se encargó, en solitario, de dirigir las disecciones, de preparar los cadáveres para que modelaran en las ilustraciones. Era un maestro de la precisión, un genio vivisector, que desollaba sin lesionar músculos, venas o cartílagos, que podía descubrir un cráneo en sus diferentes capas. Rápidamente aprendió que las ilustraciones debían hacerse mientras la carne estaba fresca. Una vez que las entrañas eran expuestas por varias horas perdían su color vívido.[5]
Formó un equipo de cuatro ilustradores, los artistas nazis Erich Lepier (1898-1974) -que se convirtió en el líder de los otros artistas-, Ludwig Schrott, Jr. (1906-1970), Karl Endtresser (1903-1978) y Franz Batke (1903-1983). Ellos iban produciendo las imágenes de las regiones disecadas. El anatomista se levantaba a las cuatro de la mañana a completar o continuar el trabajo de la noche anterior, dejaba anotaciones taquigráficas a las cinco para que su esposa las mecanografiara y se iba a disecar. Penkopf era un obsesivo, fumaba 15 cigarros de hoja por día. Además de ser lector de Schopenhauer, dedicaba todo su esfuerzo, disciplina y lealtad al atlas y al Partido Nacionalsocialista.[6]
Lepier, el primero de los artistas que contrató Pernkopf, era un estudiante de arquitectura autodidacta que había tenido que abandonar la carrera por la muerte de su padre. Los otros tres tenían cierta formación artística. Pero ni siquiera los cuatro daban abasto para seguir el ritmo infernal del gran disector, que era además un perfeccionista absoluto. El padre de Schrott y la mujer de Batke también dieron una mano con algunas láminas. Los ilustradores solían firmar las planchas y agregar una pequeña esvástica como rúbrica o las runas de las SS (en el caso de Endtrasser). Batke fechó las láminas que produjo en 1944 haciendo que las últimas dos cifras fueran las runas SS.
Pernkopf quería que las láminas fueran perfectas en sus detalles y con un colorido más vivaz (como de realidad aumentada) para que calificaran como obras de arte. También se ocupó de la calidad del papel para las impresiones. Pronto recibiría una jugosa oferta de una editorial alemana (Urban & Schwarzenberg) para publicar el atlas, y el primer volumen apareció en 1937. Era tan grande que ocupó dos tomos, uno dedicado a anatomía general y otro que abarcaba tórax y extremidades superiores. En 1941 apareció el segundo volumen, también en dos tomos (abdomen, pelvis y miembros inferiores).
Cuando la Alemania nazi invadió la Unión Soviética, en junio de 1941, la Wehrmacht tuvo que incorporar a todos los hombres aptos que pudo encontrar en el Reich y eso afectó la producción del atlas de anatomía topográfica. El único de los ilustradores que se salvó de la leva fue Lepier, que tenía várices ulceradas (aunque se ofreció voluntario como vigía antiaéreo). Batke volvió al año siguiente después de recuperarse de las heridas que sufrió en el frente germano-soviético.
En 1943, Pernkopf llegó a la cúspide de su carrera: fue nombrado rector de la Universidad de Viena y allí siguió hasta mayo de 1945. El 10 de mayo fue expulsado de la dirección del Instituto de Anatomía y huyó hacia la zona de ocupación estadounidense en Alemania. Después fue destituido de todos los cargos en la universidad. En agosto fue arrestado por los norteamericanos y mantenido hasta 1948 como prisionero de guerra en el campo de Glasenbach, donde debió hacer trabajos forzados. Sin embargo, no fue acusado de crimen alguno y cuando lo liberaron a poco de cumplir 60 años volvió a Viena, cansado y demacrado, para retomar la producción del Atlas.[7]
El Instituto de Anatomía había sido bombardeado y él destituido. Entonces, un distinguido psiquiatra y neurólogo judío austríaco, Hans Hoff (1892-1969), que había sido expulsado por él en 1938 y obligado a exiliarse en Irak y en los Estados Unidos, le cedió dos habitaciones en el Instituto de Neurología que había vuelto para dirigir. Pernkopf se reunió con los artistas originales, que habían sido prisioneros de guerra, y empezó a trabajar en su opus magna aprovechando los pequeños espacios que le concedió Hoff. Sin embargo, el entusiasmo de sus ilustradores había desaparecido, eran nazis derrotados y amargados que se peleaban entre ellos, especialmente con Lepier a quien acusaban de haberla pasado cómodamente en Viena. Dos nuevos ilustradores se incorporaron y el tercer volumen, que abarcaba cabeza y cuello, se publicó en 1952.
En el momento de su muerte, en 1955, trabajaba a todo vapor para completar el cuarto volumen. Dos de sus colegas (Alexander Pickler y Werner Platzer) completaron el trabajo y se publicó en 1960. Pocos años después la editorial publicó una versión condensada, en dos volúmenes, con todas las coloridas planchas pero sin la mayoría de los textos explicativos, que se consideraban redundantes, y habiendo borrado cuidadosamente los símbolos nazis que los artistas habían incluido en los originales. Esta es la versión que obra en la biblioteca de las facultades de Medicina de todo el mundo.
El Atlas de Pernkopf es considerado una de las obras anatómicas más importantes de todos los tiempos, a la par del atlas anatómico que Andreas Vesalius tituló De Humani Corporis Fabrica y publicó en 1543, en Basilea, Suiza, dedicándolo a Carlos V. Vesalius utilizó el término “fábrica” por las connotaciones arquitectónicas del cuerpo humano. “El Atlas de Pernkopf -opinó un experto- es de una hermosura cegadora, una exaltación, un himno, todo al mismo tiempo. Página tras página, el cuerpo humano se deshoja, lo invisible se hace visible y algunos de los secretos más profundos se revelan. (…) Es sorprendente, pomposo, surreal, la evidencia de hueso y músculo, la realidad animal de quiénes somos debajo de la piel. Esos paisajes incomprensibles y aterrorizantes nos demuestran que la vida es, por principio y a final de cuentas, un proceso biológico”.[8]
INVESTIGACIÓN CON HUMANOS Y TECNOLOGÍA ACTUAL
Desde que terminó la Segunda Guerra Mundial ha habido solicitudes para que se investigue en torno a la experimentación con sujetos humanos hecha en la Alemania nazi y en el Japón. Los avances han sido casi irrelevantes. Medio siglo después del fin de la guerra, en 1995, el director de Yad Vashem (el Centro Israelí para la Rememoración del Holocausto) pidió formalmente a las universidades de Viena y de Innsbrück que investigaran el origen de los modelos que empleó Pernkopf para su Atlas. El pedido fue rechazado pero aún antes la cuestión había formado parte de la polémica sobre la ética de la investigación científica. Recién en 1997, el rector de la Universidad de Viena, Alfred Ebenbauer, decidió enfrentar el pasado y formó una comisión investigadora cuyo informe fue dado a conocer el 1º de octubre de 1998: el Instituto de Anatomía bajo el mando de Pernkopf recibió alrededor de 1.400 cadáveres provenientes del cadalso de la Corte Regional de Viena, entonces a cargo de la Gestapo. De esos cuerpos, 1.377 aparecen en más de 800 láminas del Atlas.
Ya en mayo de 1995, el profesor Ernst Edzard, catedrático de Medicina de Rehabilitación de la Universidad de Viena, había llamado la atención acerca de las consecuencias de la toma de la misma por los nazis, en 1938, y el papel jugado por Pernkopf y los experimentos con seres humanos.[9] Al año siguiente, el doctor Howard Israel, odontólogo de la Universidad de Columbia (EUA), sostuvo que los cuerpos utilizados para el Atlas de Pernkopf pertenecerían a presos políticos ejecutados por los nazis. Además, examinando láminas de las primeras ediciones, observó los símbolos nazis y las características de los cráneos que parecían pertenecer a presos de la Gestapo.[10]
Estas manifestaciones desencadenaron la controversia y en general reavivaron la reflexión ética acerca del uso de los hallazgos o presuntos hallazgos de los científicos alemanes que fueron obtenidos mediante atroces violaciones de los derechos humanos. Antes que el Yad Vashem fue el doctor Israel quien se dirigió a la Universidad de Viena para pedir la dilucidación del origen de los sujetos disecados por Pernkopf.
Desde entonces el debate se ha centrado en establecer si es aceptable o no el uso del Atlas con fines de enseñanza visto el origen criminal de los materiales. Algunos especialistas en bioética consideran que cualquier uso del Atlas hace del usuario una especie de cómplice de los crímenes nazis.
Las facultades de Medicina, hoy en día, utilizan solamente cadáveres donados voluntariamente pero los disectores saben que, históricamente, sus sujetos fueron personas depauperadas, criminales y aún sujetos ejecutados a efectos de disecarlos o cadáveres robados de los cementerios.
La tecnología actual, tal como el Visible Human Project, basado en la disección tomográfica realizada en los Estados Unidos, permitiría superar los atlas convencionales de anatomía topográfica, incluyendo el de Pernkopf. El proyecto empezó en 1986 y concluyó su primera etapa en 1995 con el relevamiento imagenológico de dos cadáveres, uno masculino y otro femenino.
El cadáver masculino fue encapsulado y congelado en una mezcla de gelatina y agua para estabilizarlo y cortarlo en láminas de un milímetro de espesor, en plano axial. Esto arrojó 1.871 rebanadas que fueron fotografiadas en forma analógica y digital. Después de un escaneo de alta resolución se generó un archivo de imágenes de 65 gigas. El cadáver femenino fue rebanado en secciones de un tercio de milímetro que generaron un archivo de 40 gigas.
“Rebanar” o “cortar” no expresan exactamente lo que se hizo con los cuerpos. En realidad se fueron removiendo capas milimétricas con medios abrasivos, un método preciso pero destructivo en la medida en que después de fotografiada cada capa resulta destruida para hacer la siguiente. La información se suplementó con tomografías computadas y resonancias magnéticas de los cuerpos completos. Todo se llevó a cabo en la Universidad de Colorado.
El cadáver masculino era de Joseph Paul Jernigan, un asesino de 38 años, que fue ejecutado mediante inyección letal en Texas, en agosto de 1993. Él había aceptado donar su cuerpo para la investigación médica sin conocer la existencia del proyecto Visible Human. La Universidad de Viena objetó el procedimiento por razones éticas al señalar que la profesión médica no debía tener relación alguna con la pena de muerte y que el consentimiento informado que habría dado Jarnigan estaría invalidado por las circunstancias, dado que el preso ya había sido condenado a muerte.
El cadáver femenino, en tanto, corresponde a una mujer de 59 años cuya identidad se mantiene en el anonimato. Los medios de comunicación la han descrito como un ama de casa que falleció a consecuencia de un infarto de miocardio y cuyo esposo solicitó que fuera sujeto del proyecto. Ya en este siglo otros donantes se han incorporado para obtener más información imagenológica, cuya definición sigue aumentando.
Sabine Hildebrandt, la profesora de anatomía de la Universidad de Michigan, que ha investigado a Pernkopf y otros anatomistas del Tercer Reich, sostiene que el Atlas de aquel es aún uno de los mejores en términos de exactitud y en mostrar grandes niveles de detalle en estructuras neurovasculares que tienen importancia directa en los procedimientos actuales de disección.[11]
Algunos de los científicos que han denunciado las actividades de Pernkopf y otros anatomistas nazis piensan que el Atlas puede utilizarse en la medida en que se recuerde y reivindique a las víctimas y se tenga presente el sufrimiento del pasado y del presente “de modo que los médicos sean ciudadanos del mundo más compasivos y sensibles”, dice Garrett Riggs, un neurólogo e historiador de la medicina estadounidense .[12]
Por otra parte, Pieter Carstens, profesor de derecho público de la Universidad de Pretoria, Sudáfrica, sostiene que no caben dudas acerca de que Pernkopf, como responsable del Instituto de Anatomía, fue decisivo para conseguir los cadáveres de las víctimas del terror nazi que disecó para crear su Atlas. En este sentido -dijo Carstens- fue un perpetrador indirecto en la ejecución de las víctimas y en cambio fue un perpetrador directo en el proceso subsiguiente de abuso de los cuerpos.[13]
El ensayista, veterinario, abogado y filósofo británico Charles A. Foster ha señalado que, desde el punto de vista de la bioética, el crimen fundamental de Pernkopf fue la violación de la dignidad de los sujetos. ¿Cómo puede ser -se pregunta Foster- que algo tan hermoso sea, al mismo tiempo, algo tan tremendamente despreciable? Aquí radica la paradoja del Atlas como un legado del Tercer Reich: el hecho que Pernkopf y sus ilustradores, al adherir a la ideología nazi y beneficiarse con las atrocidades cometidas, crearon un atlas de anatomía nazi en el cual los opuestos irreconciliables aparecen forzosamente reconciliados. Crearon hermosas ilustraciones anatómicas pero ello sólo fue posible mediante el ilegal y no ético procedimiento para procurarse los restos anatómicos de víctimas asesinadas por el maligno régimen nazi. Por ende, la belleza y el mal se fusionaron y esta fusión no solamente pervierte y disminuye el estado y contenido del Atlas Pernkopf sino que también explica la razón por la que debe ser rechazado. Solamente se debería permitir mostrarlo, muy de vez en cuando y solamente por muy buenos motivos, en el curso de la enseñanza de la historia, la ética médica y la legalidad de la medicina, para que sus lecciones sean bien aprendidas y su historia jamás se repita.
CUERPO A CUERPO: EL OCULTAMIENTO SE RESQUEBRAJA
En las últimas décadas del siglo pasado los médicos nazis y otros derechistas que habían participado en el Tercer Reich ya no gobernaban las facultades de Medicina e institutos o departamentos de Anatomía. La generación de los “hijos”, aquellos nacidos en torno a la mitad del siglo XX, no se habían mostrado muy dispuestos a investigar lo que habían hecho sus padres, la mayoría de los cuales habían fallecido con todos los honores y reconocimientos, como si la Segunda Guerra Mundial y los crímenes del nazismo nunca hubieran sucedido.
Cuando algunos estudiantes de medicina e investigadores, en Alemania (particularmente en la RFA), empezaron a preguntar acerca de la actuación de los anatomistas y otros científicos activos durante el Tercer Reich y el origen de colecciones de piezas anatómicas, tejidos y preparaciones histológicas, se encontraron con un mutismo profundo y una indiferencia abismal. Los profesores de la generación de “los hijos de los nazis” rechazaban la curiosidad de los estudiantes (mayoritariamente pertenecientes a “los nietos”) reprendiéndoles por ser Nestbeschmutzer, “los que ensucian el nido”.
Pero el ocultamiento empezó a resquebrajarse cuando Götz Haydar Aly[14] (n. 1947) un periodista, historiador y doctor en ciencias políticas alemán, un hombre del 68, empezó a reclamar acceso a la colección de especímenes anatómicos del Instituto Max Planck. Cuando finalmente Aly pudo hacerlo, identificó en esas colecciones parte de los cuerpos de víctimas del Programa Aktion T-4 de eutanasia forzosa y empezó una campaña para que esos restos recibieran sepultura. Era una idea novedosa y removedora.
Aly había venido estudiando la historia del Holocausto y la participación de las elites en las políticas destructivas de los nazis. Su tesis más conocida es la de que la Alemania nazi fue una “dictadura de conveniencia” que hasta fines de la Segunda Guerra Mundial mantuvo un amplio apoyo popular, en especial por la movilidad social ascendente, las políticas fiscales redistributivas y la ampliación del Estado de Bienestar. Explicó que todo esto se costeó, en su mayor parte, por la confiscación de las propiedades de los judíos alemanes y del saqueo sistemático de los países ocupados.
Aly sostiene que la razón por la que el régimen nazi disfrutó de ese apoyo masivo por los alemanes no fue a consecuencia de su violento antisemitismo sino debido al disfrute del botín que los nazis sustrajeron de los territorios conquistados. También demostró que la Wehrmacht estuvo involucrada en el saqueo de las poblaciones sometidas y cómo, en muchos casos, fue la iniciadora de las políticas confiscatorias primero y exterminadoras después. Además expuso que los políticos conservadores y la burocracia estatal alemana así como los principales banqueros, que no eran nazis, fueron cruciales en la formulación de las políticas de saqueo y exterminio masivo.
Volviendo a la investigación de Aly en el Instituto Max Planck para la Investigación Cerebral, admitió que en sus colecciones había tejidos de víctimas de eutanasia (comprendidos los de 700 niños) pero su director rechazó su solicitud de dar sepultura a esos restos. Sin embargo la evidencia era sólida y gradualmente los estudiantes alemanes de medicina hicieron suya esa causa. En la Universidad de Heidelberg -explicó Gerrit Hohendorf- no querían una investigación independiente o que los estudiantes trataran esos asuntos aunque ellos supieron que en el Hospital Psiquiátrico de Heidelberg se había aplicado la eutanasia a pacientes infantiles.
Las manifestaciones y reclamos fueron creciendo hasta que, en 1989, en torno a la Universidad de Tubinga, los reclamos estudiantiles trascendieron a los medios de comunicación. Aparecieron numerosos artículos denunciando el uso en la enseñanza de la medicina de especímenes recolectados por los anatomistas nazis. Aly escribió un artículo denunciando al infame Hallevorden y advirtió que ninguno de los anatomistas alemanes había repudiado las prácticas nazis y sepultado sus colecciones mal habidas.
También aparecieron dos obras importantes: el especialista alemán en historia del nazismo, Michael Kater, produjo “Doctors under Hitler” y el historiador de la universidad Oxford Brookes, Paul Weindling, publicó un primer volumen sobre salud, raza y política alemana. La Universidad de Tubinga pidió perdón por las atrocidades cometidas en su ámbito por los nazis y, finalmente, la Asociación Max Planck[15] se avino a sepultar los restos de las víctimas del nazismo. En mayo de 1990 se celebró un oficio fúnebre solemne para hacerlo.
Pero eso no fue suficiente para acallar los reclamos. Los historiadores protestaron porque los especímenes humanos habían sido inhumados en una fosa común, sin identificar a las víctimas, sin establecer cómo y cuándo habían muerto, quiénes y cómo habían obtenido las muestras y qué uso se les había dado.
En 1992, el gobierno alemán ordenó que las universidades estatales investigaran sus colecciones anatómicas. Algunas universidades pidieron perdón, como la de Tubinga y otras hicieron como la Asociación Max Planck: se deshicieron de los restos inhumándolos en una fosa común. “Se manejaron como si los cuerpos de las víctimas estuvieran contaminando a las universidades alemanas”, dijo Weindling. Aun varias universidades ignoraron la orden gubernamental o alegaron que sus instalaciones habían sido bombardeadas durante la guerra y las colecciones y registros fueron destruidos: “la evidencia criminal estaba irremediablemente perdida”, decían.
Ese esfuerzo para hacer una investigación a fondo de las colecciones anatómicas se vio opacado por el clima de euforia pan germanista que sobrevino a partir de 1989, con el colapso de la República Democrática Alemana y posteriormente con la disolución de la Unión Soviética. La euforia reunificadora iba acompañada, en el terreno de la investigación histórica e historiográfica, por una intención de minimizar y olvidar la gravitación del nazismo (cuando no de justificar o de negar los crímenes), y en el caso concreto de la investigación de colecciones anatómicas primó la indiferencia. Dos décadas después -al ser entrevistado cuando cumplió 96 años- un profesor austríaco de anatomía dijo que en 1992 a nadie le importaba el uso que se había hecho de los cuerpos de las víctimas en el Instituto de Anatomía de Viena.
Durante la ocupación de Alemania por los Aliados, once directores de los 31 institutos universitarios de anatomía en Alemania, Austria, Polonia y territorios ocupados por el Tercer Reich, fueron interrogados. Cuando en 1992 el gobierno alemán ordenó investigar las colecciones, solamente 14 de los 31 institutos hicieron un examen cuidadoso de sus materiales didácticos. Los 17 restantes hicieron una inspección superficial o sencillamente no hicieron nada. Esto demostró la persistencia de grandes problemas de ocultamiento de crímenes, indiferencia y desconocimiento del consentimiento informado en la investigación actual con seres humanos.
En la Universidad de Jena, por ejemplo, las colecciones fueron abiertas para una investigación independiente en 2005, pero solamente diez años después aparecieron doce bloques de parafina conteniendo muestras histológicas de cuatro personas ejecutadas por los nazis.
En la Universidad de Viena hubo que esperar hasta 1999 para que se llevara a cabo un simposio que hizo énfasis en el tema. El rector anunció la conformación de una comisión investigadora, pero los interrogados seguían negando que los modelos de Pernkopf -por ejemplo- fueran presos políticos asesinados, hasta que la comisión documentó el origen de los cuerpos que él había disecado.
También salieron a luz los crímenes de Heinrich Gross, el psiquiatra que dirigía la guardería infantil de Spiegelgrund y realizó atroces experimentos con niños en el Hospital Psiquiátrico de Viena, a raíz de los cuales 772 pequeños fueron asesinados. Gross fue juzgado en forma tan benévola que después de la guerra volvió a Spiegelgrund (cuyo nombre había sido convenientemente cambiado), prosiguió sus investigaciones sobre los tejidos cerebrales de sus víctimas y actuó como perito forense en los tribunales austríacos hasta que se jubiló. En 1975 fue condecorado con la Cruz de Honor de las Ciencias y las Artes.[16]
En el año 2002, los especímenes humanos de la Universidad de Viena fueron sepultados en el cementerio judío de la ciudad. En 2003 las condecoraciones honoríficas le fueron retiradas póstumamente a Heinrich Gross. La historia oculta de la anatomía nazi empezó a desvelarse en este siglo. Los investigadores persiguen ahora una identificación precisa de las víctimas y la reparación simbólica o material, siempre que sea posible, como verdadera culminación del trabajo de la memoria. La época de la indiferencia y de hacerse los distraídos en relación con los crímenes del nazismo se ha terminado y actualmente es una lección valiosa para todos los casos en que se enfrentan crímenes de terrorismo de Estado, porque es preciso hacer justicia a fondo en bien de la sociedad y su futuro.
En materia de investigación sobre seres humanos, incluidos naturalmente los tests psicolaborales y otras técnicas psicológicas, el punto clave es el de la existencia del consentimiento informado. En el caso de la investigación anatómica, el argumento utilitarista para la disección de cadáveres es que los cuerpos de personas que fallecen sin que sus restos sean reclamados permiten grandes adelantos científicos y el perfeccionamiento de la enseñanza médica. Esto superaría la “inconveniencia” ética y por otra parte los muertos no se habrían enterado del destino de sus restos.
Cuando el consentimiento informado no se aplica estrictamente, los cuerpos y tejidos destinados a la investigación o la enseñanza de la medicina resultan ser, invariablemente, los de los más pobres y marginales. Los neozelandeses Gareth Jones y Maja Whitaker[17] han reclamado el establecimiento de una norma internacional del consentimiento informado y sostienen que los anatomistas deben dejar de utilizar cadáveres que no son reclamados. Esto requeriría cambios legales en muchos países, desde Bangla Desh a los Estados Unidos, pasando por Uruguay, para evitar que los cadáveres no reclamados pasen automáticamente a las mesas de disección.
Los países donde no existe una tradición bien establecida respecto a la donación de órganos y cuerpos, enfrentan un problema ético más grave, especialmente en el caso de cadáveres para disecar, puesto que al no disponer de ellos localmente tienden a importarlos de otros donde abundan los cuerpos no reclamados.
Jones y Whitaker sostienen que siempre existe y siempre existirá una tensión entre la obtención de una cantidad y calidad de piezas o cuerpos humanos, tanto para investigar como para la docencia, y el respeto estricto de las normas éticas. Los anatomistas hace tiempo que han fracasado o vacilado ante la necesidad de establecer un equilibrio adecuado en esa antinomia, y eso permite explicar qué fue lo que permitió a los anatomistas nazis perpetrar sus crímenes, directa o indirectamente, y a sus sucesores ocultar o menospreciar las acciones necesarias para prevenir la repetición de las prácticas aberrantes.
En general la anatomía, en todo el mundo, ha presentado insensibilidad o indiferencia ética ante los contextos sociales y políticos de su práctica. Seguramente es una reflexión que habrá que desarrollar en forma permanente y no solamente en relación con el trabajo de los anatomistas sino con el del manejo criminal de los cuerpos de las víctimas del terrorismo de Estado.
En este sentido, en nuestro país, ha vuelto a aflorar el tema del manejo criminal y desaprensivo de los restos humanos, especialmente los de las víctimas del terrorismo de Estado. Al respecto dice el Informe de Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos (2004) en el caso de Roberto Gomensoro: “Del expediente iniciado por el Juzgado Letrado de 1ª Instancia de Paso de los Toros el 19 de marzo de 1973 surge que, el día 18 de marzo de 1973, el Suboficial Romero del Batallón de Ingenieros Nº 3, informa que en campos del Sr. Torres había aparecido un cuerpo flotando sobre las aguas y que, constituidas las autoridades en el lugar, proceden a retirar de las aguas el cuerpo sin vida de una persona del sexo masculino completamente desnudo, que se encontraba envuelto en un tejido de alambre, con piedras atadas al mismo y en estado de descomposición. (Fuente: Expediente Ficha B, Nº 65/ 973, del Juzgado Letrado de Primera Instancia de Paso de los Toros, Tacuarembó, caratulado Hallazgo de Cadáver). La reapertura de dicho expediente promovida por el Servicio Paz y Justicia y por el Grupo de Madres y Familiares en el marco de las actuaciones de la Comisión para la Paz, permitieron determinar que el cráneo, única parte de los restos que habían sido ubicados hasta el momento, había sido conservado por el Médico Forense (Emilio Laca Lanza, ya fallecido) que intervino en aquella ocasión y que permitió, 29 años más tarde, identificarlo mediante pericias biogenéticas y establecer de esa manera que aquel cuerpo aparecido en 1973 correspondía al de Roberto Gomensoro. Sus restos recuperados fueron inhumados en el mes de setiembre de 2003”.
DEVOLVER EL NOMBRE A LAS VÍCTIMAS
El médico forense de Tacuarembó que extrajo y conservó durante 29 años el cráneo de quien había sido Roberto Gomensoro, “para estudiarlo”, tuvo terribles predecesores entre los anatomistas nazis. Fue el caso de August Hirt (1898-1945), médico y capitán de las SS.
En junio de 1943, dos antropólogos (el capitán de las SS Bruno Beger y Hans Fleischhacker de la Universidad de Tubinga) seleccionaron 86 prisioneros judíos en Auschwitz por cuenta de la organización nazi Ahnenerbe[18] , que apoyaba los planes del profesor de anatomía August Hirt, quien se proponía crear una colección de especímenes esqueléticos judíos.
En 1941 Hirt fue designado director del Instituto de Anatomía de la Reichsuniversität Strassburg. Beger y Fleischbacker seleccionaron a 57 hombres y 29 mujeres, prisioneros judíos que habían sido enviados al campo de exterminio desde ocho países. Los presos fueron examinados de acuerdo con las pautas raciales nazis: su piel, su cabello y el color de los ojos fueron anotados y codificados mediante tablas especiales. La forma de sus cabezas, sus frentes, sus narices, bocas y orejas fueron cuidadosamente medidos.
Desde Auschwitz fueron trasladados al campo de Natzweiler-Struthof, ubicado en Francia a 50 kilómetros de Estrasburgo, utilizado por los nazis para recluir a miembros de la resistencia y donde Hirt ya había estado experimentando los efectos del gas mostaza con los presos. Allí se hicieron radiografías de los cráneos y se les efectuaron análisis de sangre a todos los prisioneros. En agosto de 1943 los 86 fueron gaseados en una cámara anexa al campo, la misma que Hirt y sus SS empleaban exclusivamente para estudiar los efectos de los gases venenosos. Después, los cuerpos fueron llevados a la Reichsuniversität Straßburg y puestos a disposición del profesor Hirt.
Este anatomista estaba interesado en aumentar la colección de cráneos de la Universidad y por eso escribió al director de la Ahnenherbe que “aunque existen colecciones de cráneos de casi todas las razas y personas, nos faltan los de los judíos (...) con los de los comisarios judeo bolcheviques, que son asquerosos pero característicos tipos subhumanos, tenemos la oportunidad de conseguir una documentación científicamente tangible a partir de sus cráneos”.
Al mismo tiempo competía con el Museo de Historia Natural de Viena, desde donde otro anatomista, Hermann Voss[19] , solicitaba cráneos de judíos para sus colecciones y para su negocio, que consistía en hacer mascarillas de los rostros y moldes de los cráneos de los prisioneros ejecutados por la Gestapo para venderlos a los museos.
En realidad Hirt no pudo llevar a cabo sus planes. Sobre fines de 1944, cuando el frente se aproximaba a Estrasburgo, los cadáveres fueron envasados en formol y ocultados en los sótanos del Instituto de Anatomía. Himmler ordenó la destrucción de toda evidencia de los crímenes, pero Hirt tampoco pudo hacerlo. Las cabezas de setenta de los cuerpos habían sido seccionadas y quemadas. Los militares franceses que controlaban la ciudad desistieron de identificar los restos y los inhumaron en una fosa común.
En enero de 1945, después de la liberación de Estrasburgo, el Daily Mail de Londres anunció el descubrimiento de los cuerpos en el Instituto de Anatomía pero no se sabía a quiénes pertenecían ni con qué objeto se encontraban allí. Hirt había escapado a Alemania y se escondió en Tubinga. Escribió que en cualquier instituto de anatomía se encontraban cadáveres puesto que eran esenciales para entrenar en disección. El 2 de junio se suicidó disparándose en la cabeza, pero eso no se supo en diciembre de 1953 cuando se celebró un juicio de crímenes de guerra en Metz. Hirt fue condenado a muerte en ausencia.
En el Juicio de los Médicos de 1947, un asistente en anatomía de Hirt, Henri Henripierre, dijo que había conservado una lista escondida de los números tatuados en los brazos de los cuerpos que pasaron por el instituto. Sin embargo nadie lo relacionó en ese momento con los crímenes de Hirt. Por otra parte, las autoridades francesas habían documentado que los funcionarios del instituto, muchas veces olvidaron remover de los cadáveres los números tatuados en los brazos de los presos de Auschwitz.
El periodista, historiador y antropólogo cultural Hans-Joachim Lang (n. 1951) había estudiado los crímenes cometidos por Hirt cuando escribía en el Schwäbisches Tagblatt. Solamente otro autor, Serge Klarsfeld (y su esposa Beate), había intentado identificar a las víctimas del anatomista en su libro Le Mémorial de la déportation des Juifs de France (publicado en 1978), pero no había logrado precisión.[20]
En 1998, el doctor Lang encontró archivos de la Reichsuniversität Strassburg en el Museo Memorial del Holocausto, en los EUA. Allí descubrió un papel manuscrito con números. Era la lista que Henripierre había hecho en secreto. A partir de esto y con la ayuda de los archivos de Auschwitz y del Yad Vashem, Lang fue capaz de identificar los 86 cuerpos del Instituto de Anatomía. Recuperó su identidad, sus ocupaciones, sus biografías y las incluyó en su célebre libro Die Namen der Nummern, que se publicó en alemán en el año 2004. Las biografías de estas víctimas pueden consultarse en línea, en el sitio Web del Museo Memorial del Holocausto de los EUA.
En noviembre de 2005 los restos de esas personas fueron sepultados en el cementerio judío cercano a Estrasburgo y se colocaron placas recordatorias con los 86 nombres, tanto en el cementerio como en la puerta del Instituto de Anatomía del Hospital de la Universidad de Estrasburgo. En un artículo aparecido en los Annals of Anatomy, en 2013, Lang sostuvo que la memoria acerca del destino de las víctimas no les otorga dignidad, como a menudo se sostiene. No son las víctimas las que perdieron su dignidad sino quienes les persiguieron. No permitamos que los perpetradores tengan la última palabra.