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NUEVAS PERSPECTIVAS PARA LAS GUERRAS FUTURAS
La guerra atómica “soft”
Por Luis C. Turiansky
Serguéi Lavrov, ministro ruso de Relaciones Exteriores, ha comentado que el tema de la guerra mundial está sobre todo en manos de los occidentales, puesto que, dijo:
“Rusia no está en guerra con la OTAN, pero esta sí se comporta como si estuviera en guerra con nosotros”. (Serguéi Lavrov para el canal saudí Al Arabía, reproducido en el diario Heraldo de España, 29.04.2022).
El ministro tenía en mente la promesa hecha por el ministro de Defensa norteamericano en Kíev, de intensificar la ayuda militar en armas y municiones a Ucrania. Entre otras cosas, Lavrov advirtió que dichas armas serían objetivos legítimos de las fuerzas rusas, con lo cual cabía preguntarse si los EE.UU. no perseguían el objetivo de una guerra generalizada. Naturalmente, el señor Lavrov pasa por alto que fue Rusia la que invadió Ucrania, y no al revés.
No es de extrañar, en consecuencia, que las agencias internacionales traigan nuevamente al tapete el tema de la guerra con armas nucleares y sus posibles consecuencias. En tal sentido, ha surgido en los medios una nueva teoría destinada a tranquilizar los espíritus, afirmando que una guerra nuclear podría ser incluso de intensidad reducida. Así, por ejemplo, el corresponsal de asuntos de seguridad de la BBC se pregunta, básicamente, si Rusia podría utilizar armas nucleares tácticas en la guerra de Ucrania ("Ukraine war: Could Russia use tactical nuclear weapons?", por Gordon Corera en BBC News, Reino Unido, 26.4.2022). Si bien el artículo se refiere a Rusia, sus datos son perfectamente aplicables también al armamento que poseen EE.UU. y la OTAN.
Sutilezas militares
En el lenguaje militar, la “estrategia” se refiere a los objetivos globales de una guerra, mientras que la “táctica” se ocupa de las operaciones concretas, como quien dice el quehacer diario. Ambos tipos requieren armas específicas, en función de la envergadura de la acción a desarrollar; por consiguiente, son “armas estratégicas” las designadas a decidir el destino de la guerra como tal, mientras que las “armas tácticas” se usan, digamos, para ganar una batalla. Se supone que las primeras producirán más muertes y destrucción, en tanto las otras estarán más bien dirigidas a objetivos concretos y su efecto será menos destructivo. En lugar de hacer polvo a una ciudad entera, como ocurrió en Hiroshima y en Nagasaki, una bomba atómica de intensidad “táctica” se limitará a un aeropuerto, una base militar, un búnker, un nudo ferroviario o carretero, y blancos semejantes.
Puede parecer superfluo hacer esta diferencia, pero no hay que olvidar, tampoco, que el arsenal nuclear es muy costoso y a alguna mente lúcida se le ocurrió que no valía la pena usar, para destruir una estación de trenes, una bomba de potencia equivalente a cientos de megatones de TNT,[1] lo que cuesta un dineral. De modo que no se trata de evitar una devastación total o salvar decenas de miles de muertes en la población civil, todo ello sin efecto práctico alguno para el desenlace final, sino gastar menos dólares del erario público.
Ahora bien, ¿qué efecto tienen? Tanto EE.UU. como Rusia han ensayado artefactos nucleares de potencia reducida, y los resultados concretos están envueltos en el más absoluto secreto. Tras la invasión a Irak en 2003, misiones de la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y la Media Luna Roja han rastreado los campos de batalla y desactivado diversos implementos sin explotar, que representaban un peligro inminente para las personas de paso por el lugar, en especial niños. En la mira estaban también los dispositivos prohibidos, como las armas químicas. No se menciona si también se detectaron explosivos nucleares, pero se han denunciado casos de patologías producidas por la radiación entre iraquíes que vivieron bombardeos de las fuerzas invasoras. Puede ser que estos sean, por cierto, los célebres “medios de destrucción masiva” que habría poseído el régimen de Saddam Hussein y que nunca se encontraron.
Por otra parte, tampoco corresponde hacerse ilusiones acerca de una pretendida guerra atómica tan “suave” que sería inofensiva. Es probable que el grado de destrucción masiva de las armas tácticas sea relativamente inferior al de sus hermanas con vocación estratégica, pero su efecto en los seres vivos de las zonas bombardeadas (y no hay por qué limitarse a los humanos exclusivamente, también el ganado y los cultivos sufrirán las consecuencias) tendrá resultados fatales. En el fondo, solo de trata de liquidar a los hombres dejando en pie las propiedades. A modo de ejemplo, sin duda la potencia de la explosión del reactor de Chernóbil en 1986 fue muy inferior a la de estas “minibombas”, pero todavía hoy los bosques aledaños están contaminados por la radiación.
Y declaraciones no tan sutiles
El general Lloyd Austin, ministro de Defensa norteamericano, con todo el volumen corpóreo que lo caracteriza, fue tajante en su declaración a los periodistas al detenerse el 25 de abril del corriente en Cracovia, Polonia, durante el viaje a Kíev que efectuaron él y el secretario de Estado Antony Blinken:
“Nuestro deseo es ver a Rusia tan debilitada, que no pueda volver a hacer lo que hizo al invadir Ucrania”. (citado, entre otros, por The Washington Post, EE.UU., bajo el título irónico de: "The U.S. has a big new goal in Ukraine: Weaken Russia" (“Los Estados Unidos se han fijado un nuevo gran objetivo en Ucrania, debilitar a Rusia”, por Olivier Knox, 26.04.2022, en inglés).
En consecuencia, olvidémonos de la caridad con las víctimas de la guerra, la solidaridad y todas esas palabras bellas, de lo que se trata es de vencer a Rusia en el plano global por agotamiento, por lo que, si la guerra es larga, tanto mejor. Después será cuestión de arreglar los diferendos con China, ¿no es cierto, General?
Del lado ruso, la propaganda dirigida al interior no se detiene tampoco en reglas de cortesía diplomática. El mismo The Washington Post informa, el 03.05.2022, de un programa especial del canal televisivo ruso Rossya 1 en el que se ilustra mediante simulaciones de laboratorio cómo es posible, con un ataque atómico, borrar del mapa a Gran Bretaña e Irlanda. La versión en inglés del artículo puede verse en "Russian TV shows simulation of Britain and Ireland wiped out by a nuke". El término “nuke” es una forma cariñosa utilizada en la jerga periodística para referirse al armamento nuclear. El programa habría sido difundido el 1º de mayo, y no precisamente para celebrar el Día de los Trabajadores.
Hay que saber que, a partir de 2020, oficialmente Rusia se rige por una Nueva Doctrina de Disuasión Nuclear, por la cual se especifican los casos en que la defensa del país requeriría el uso de armas atómicas. A diferencia de la postulación clásica, por la cual dicho uso se limitaba a la necesidad de responder a un ataque nuclear enemigo, ahora el sistema de defensa ruso tiene permitido el recurso nuclear “en caso de agresión exterior o amenaza a la supervivencia del Estado” (EFE, 02.06.2022). Estados Unidos ha proclamado una estrategia similar. La interpretación de estos términos corresponde, en cada caso, al jefe de Estado respectivo, asesorado o no por los mandos militares. Cabe preguntarse, de paso, si la mentada “supervivencia del Estado” se refiere a su forma actual o, en general, a su existencia como tal.
Las piezas en el tablero
Por lo visto, las llanuras de Ucrania han sido escogidas para decidir una de las grandes batallas geopolíticas del siglo XXI. De ahí que las preocupaciones de las naciones involucradas y limítrofes, así como del resto del mundo, en torno al armamento que se utilizaría en última instancia, se justifican plenamente.
Si nos atenemos a los datos proporcionados por Gordon Corera en la nota de BBC News antes citada, el número de ojivas nucleares disponibles en el mundo para armar los misiles existentes puede estimarse como sigue:
Creyentes: ¡recen, por favor!