Compartir
LA LARGA CARRERA ELECTORAL URUGUAYA
Pronósticos reservados
Por Rodolfo Demarco
El 30 de este mes se realizarán en Uruguay las elecciones primarias (habitualmente llamadas “internas”) para dirimir quién será el candidato único de cada partido a la Presidencia de la República en los comicios nacionales del 27 de octubre, en el que también se elegirá el parlamento.
PREOCUPACIONES CIUDADANAS Y NÚMEROS ELECTORALES
En la campaña hacia las primarias, al tiempo de darse -con mayores o menores niveles de confrontación- la puja dentro de cada partido con más de un precandidato, se van proyectando programas y propuestas para octubre y el casi seguro balotaje del 24 de noviembre, con especial acento en los temas que más concitan la atención de los ciudadanos.
La seguridad es un reclamo generalizado de la población, pero incide menos de lo que suele creerse en las decisiones electorales. Jorge Larrañaga organizó una exitosa convocatoria a plebiscito para incorporar militares a las tareas de seguridad pública, pero el respaldo ciudadano que obtuvo no se ha reflejado, como sus impulsores esperaban, en los números de las encuestas. Edgardo Novick hizo del tema su leitmotiv, al punto de intentar “pegarse” a la figura del exalcalde neoyorkino Rudolph Giuliani, pero no pudo evitar que su partido esté en vías de disgregación.
Son solo dos ejemplos del escaso rendimiento preelectoral que hasta ahora ha tenido el tema. Eso no significa que la seguridad no preocupe, pero la mayoría de la población no cree que la oposición tenga propuestas más efectivas. Por otra parte la Policía aparece en todos los sondeos de opinión pública como una de las instituciones mejor valoradas por los uruguayos.
La educación es otro de los temas que más preocupan a los uruguayos. Pero, también aquí, la mayoría no piensa que un cambio de gobierno se traduzca en mejoras sustantivas en el aprendizaje de los jóvenes. En general la ciudadanía no cree que las soluciones vengan de un partido sino, más bien, de “que todos se pongan de acuerdo”.
Naturalmente que hay otros temas igualmente importantes para la sociedad, aunque por diversos motivos influyen menos en el estado de ánimo de la gente y tienen menor incidencia en las decisiones electorales. Tal el caso de la salud, sobre la cual, aunque tiene problemas de funcionamiento en algunas áreas, existe una alta valoración de la inclusión en el sistema de toda la población. Y lo mismo cabe decir de las múltiples políticas sociales que se han creado, cuyos servicios pueden funcionar mejor o peor, pero apuntan a dar satisfacción a demandas que antes no eran atendidas. Y hay asuntos clave para el desarrollo del país, como la ciencia y la tecnología, que aparecen distantes de las preocupaciones del ciudadano medio.
La libertad es, aunque no sea prioridad para las encuestas en tiempos electorales, uno de los valores más apreciados por la gente. Uruguay se encuentra al tope del ranking latinoamericano en libertad y democracia (es una de las pocas democracias plenas en el mundo) y goza de prestigio internacional al respecto. Pero en la subjetividad de las personas, el aprecio por la libertad no se traduce en una valoración de la democracia tan alta como años atrás, acaso, en parte, porque no se considere que esté comprometida. De todos modos Uruguay sigue liderando en el continente en la adhesión de los ciudadanos al sistema democrático. Por las situaciones referidas u otros motivos, los partidos y los candidatos no ubican el tema al tope de sus consignas electorales. Sí mantiene fuerza en el mensaje del Frente Amplio (no así de la mayoría de la oposición) la reivindicación de “verdad y justicia” con relación a los crímenes de la dictadura, que continúa siendo un asunto de alta sensibilidad, incluso entre los jóvenes nacidos en democracia.
La economía fue, es y será determinante para definir elecciones en cualquier lugar del mundo. Uruguay no es una excepción. Más que en los datos medidos por organismos del Estado o consultoras nacionales e internacionales, que en general arrojan resultados muy buenos en la comparación latinoamericana y también con relación a los resultados históricos del país, lo decisivo a la hora del voto es, más que en el caso de la seguridad, la “sensación térmica” sobre la marcha de la economía. O sea, el ingreso y el empleo, básicamente. Podrían agregarse los impuestos o el funcionamiento de la macroeconomía, pero en última instancia se trata del trabajo y su remuneración, y de la pasividad. Porque, parafraseando a José Pedro Damiani, cuando decía que las hinchadas no festejan balances, los ciudadanos tampoco celebran superávits fiscales o el mantenimiento del grado inversor, aunque tengan una estrecha relación con su situación económica.
Un país que creció mucho y redistribuyó por encima de la media internacional, experimenta actualmente una mayor lentitud en su crecimiento y en la evolución de las condiciones de vida de los habitantes (que, de todos modos continúan mejorando). Esto genera malestar y preocupación.
Ya sea por merma en la capacidad adquisitiva de los ingresos de las familias y las personas, o por temor a que en los próximos tiempos las dificultades sean mayores, malestar y preocupación son dos sentimientos que conspiran contra uno de los capitales más valiosos que construyeron los gobiernos del Frente Amplio (FA): confianza. Confianza en la situación del país y de la población.
EL TEMOR AL CAMBIO Y LOS URUGUAYOS
Pero aunque la confianza en el país esté debilitada, ello no se traduce por ahora, ni mucho menos, en una significativa predisposición a buscar “otra cosa” por fuera de la institucionalidad democrática. Pero una sociedad en la que se extiende el “bajón”, donde declinan las esperanzas de prosperar, de mejorar en las condiciones de vida, de trabajo, de empleo, es una sociedad donde una fuerza política que ejerció el gobierno por quince años está en problemas. El Frente está en problemas.
Suele decirse, y lo avalan los hechos (no unánimemente pero sí como tendencia), que el gobierno desgasta a los partidos en democracia (entre otras cosas porque en democracia la gente sabe que es posible cambiar). Después de tres períodos de su ejercicio por el mismo partido, una parte importante de la ciudadanía desea cambiar de gobierno. Cabe reiterarlo: no es una ley; sí una tendencia o, si se prefiere, una regla general.
Se da la paradoja de que, por un lado, el Frente contribuyó decisivamente a reinstalar en la conservadora sociedad uruguaya la confianza institucional: aunque cambien los gobiernos, este país, con muchos o pocos problemas, seguirá siendo una comarca apacible, estable, democrática, en la que seguirá valiendo la pena vivir. Y por otro lado esa confianza, que se asienta en la solidez institucional, puede ahora jugarle en contra al FA. “Gobernaron y no se terminó el mundo, como muchos nos decían; ahora, intentando mejorar, podemos darle el lugar a otros, y si éstos no cumplen, volveremos por ustedes dentro de cinco años.” Así podría razonar un uruguayo descontento dirigiéndose a un dirigente frenteamplista.
DOS POSIBLES LINEAMIENTOS PARA UNA CAMPAÑA DIFÍCIL
¿Qué puede ir contra ese impulso a sustituir un partido que ha gobernado quince años? El riesgo de que ese cambio no resulte tal y, sobre todo, que signifique un retroceso en materia de logros económicos y sociales, de derechos conquistados, de garantías y seguridades en los diversos campos de la vida económica, social e institucional.
Más allá de enojos, malhumores y vaivenes del “índice de confiabilidad del consumidor”, mucha gente, consciente o inconscientemente, puede sentir temor ante un cambio de gobierno. Ya no aquel temor con el que por décadas los adversarios de la izquierda pretendieron amedrentar a la población (el “cuco” del comunismo y su amplio repertorio de disparates), sino un temor diferente: el de arriesgar lo ganado. La duda, la desconfianza, son sentimientos legítimos ante la posibilidad de que se reviertan las seguridades y las fortalezas construidas por el país en estos años de gobiernos frenteamplistas. Y esas dudas y temores pueden acrecentarse cuando los uruguayos observan la región, en que las crisis de sus grandes vecinos convierten la estabilidad económica del país en un logro que por sí solo podría reivindicar su conducción.
De todos modos es imprescindible para el partido de gobierno revertir el estado de ánimo de mucha gente, en especial personas que votaron al FA y están “desencantadas”. La izquierda deberá mostrar y demostrar los avances; exhibir, recordar, explicar los logros.
Y el otro gran lineamiento de la campaña del Frente tal vez deba ser el reconocimiento claro de los errores, de las fallas, incluso las faltas éticas (sin apelar atolondradamente a la comparación con décadas de administraciones coloradas y blancas), y de la necesidad de revertir lo que está mal y se debe rectificar o de lo que hay que emprender en los próximos años porque no se ha hecho o porque se ha realizado insuficientemente. O sea, proponer y convencer, no partiendo de 2005 o de 2002 -aunque haya que recordar la dramática situación de entonces-, sino de 2020.
¿Será posible para el partido de gobierno tener éxitos en esta doble tarea? Si nos atenemos a los antecedentes históricos nacionales e internacionales, será más que difícil, como se señaló anteriormente. Pero el FA es una fuerza con rasgos muy especiales, que ha hecho gala de inesperadas reservas, que ha sido capaz de revertir procesos que parecían parte de la identidad nacional, como el bipartidismo en su formato tradicional, e iniciar una nueva era de reformas profundas.
En medio de su ciclo de grandes cambios, José Batlle y Ordóñez perdió las elecciones. No necesariamente le va a pasar lo mismo al FA. Pero las enseñanzas de la historia hay que tenerlas en cuenta (por más que los tiempos hayan cambiado drásticamente en el país y en el mundo, y sea difícil la comparación ya no solo con la época del primer batllismo sino con la de pocas décadas atrás). El FA tiene el desafío de entender las nuevas realidades y orientar de la mejor manera posible para sus intereses una campaña electoral que será muy distinta a las anteriores.
TRADICIONES Y NOVEDADES
Esto deberá realizarse en una etapa donde es indudable el debilitamiento de los sentidos de pertenencia partidarios. Y con relación a este aspecto, el que sufre más relativamente es el FA, justamente, porque es el más “tradicionalizado” de los partidos uruguayos.
La decepción con la política (con los partidos y los políticos) puede ser una de las causas del crecimiento (habrá que ver si se confirma) de las opciones no "tradicionales" (FA, Partido Nacional, Partido Colorado y, en menor medida, Partido Independiente y Unidad Popular, las únicas que actualmente tienen representación parlamentaria). Podría aumentar considerablemente -medido en función de la tradición uruguaya- el número de partidos en el parlamento.
Y también se registra la irrupción -con más fuerza que en anteriores oportunidades- de figuras que, dentro o fuera de los partidos con historia consolidada, atraen a sectores de la ciudadanía seguramente “enojados” de diferentes maneras con la política, mayoritariamente ubicados a la derecha del espectro político-ideológico. O que de manera difusa buscan alternativas que, según podrían desear, no se parezcan a lo existente y conocido. No será objeto de análisis en esta oportunidad el alcance y características de este fenómeno. Pero vale la pena constatar su complejidad, su multicausalidad y sus, por ahora, inciertas consecuencias electorales.
DEL 30 DE JUNIO AL 27 DE OCTUBRE, Y DESPUÉS…
Hasta el 30 de este mes la prioridad de los partidos uruguayos será lograr que vayan a votar los “cercanos”. A partir de entonces empieza otra historia, aunque su desenlace puede tener mucho que ver con lo que pase en las “internas”. Desde julio habrá dos carreras: una por la obtención de la mayor representación posible en el parlamento, y otra por ganar la Presidencia de la República (seguramente en la segunda vuelta o balotaje, para lo cual será determinante que el candidato tenga capacidad para captar votos más allá de su propio partido y de sus afinidades ideológicas).
Así parece estar planteada la decisión ciudadana en las próximas elecciones. En las muy difíciles elecciones que deberá afrontar la fuerza gobernante y que tampoco serán fáciles para la oposición.
A menos de un mes de las primarias, todavía es arriesgado decir en qué condiciones largarán los partidos su carrera hacia octubre, donde, a diferencia de junio, el voto será obligatorio (también lo será en el balotaje). Seguramente en los meses siguientes el tablero político se irá moviendo cada vez más, sin que deban descartarse situaciones hoy imprevisibles; la campaña cambiará significativamente respecto a la que se desarrolla ahora; la zona central del espectro político-ideológico ciudadano será arduamente disputada, pero desde los extremos también -esta vez más que nunca- podrían llegar sorpresas. La ciudadanía le arrojará a los partidos y sus dirigentes, a los analistas y a las encuestadoras una montaña de datos inesperados cuya interpretación no será sencilla.
Y al país, ¿qué le deparará el resultado de las elecciones? Una interrogante de difícil respuesta en esta compleja realidad política, enmarcada, además, en tiempos regionales y globales desafiantes, preñados de inestabilidad, volatilidad e imprevisibilidad.
Más vale parar por aquí, por ahora.
Muy bueno, aunque estamos a mitad de la carrera. A mi parecer falto un poco de analisis de los jovenes y de la derecha conservadora hacia donde apunta