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VADENUEVO DE COLECCIÓN: DEL NÚM. 72 (SETIEMBRE DE 2014). LA BÚSQUEDA DE NUEVOS PARADIGMAS EN LAS CRISIS DE LA CONVIVENCIA
Violencia, mediación y resolución de conflictos en el Uruguay
Por Alicia Sadetzki
El tema de la mediación como vía para la resolución de los conflictos, por su enorme magnitud en todos los aspectos, obliga a abordarlo con la perspectiva más integral posible y, al mismo tiempo, con una mirada transversal.
Hay progresos en esta materia en Uruguay. Desde hace años existen centros de mediación barriales del Poder Judicial, donde un mediador asiste a dos o más personas en un proceso de conflicto, por lo general de índole vecinal. En la enseñanza secundaria se están implementando algunas experiencias. En mayo pasado se realizó en Montevideo un Taller sobre Mediación y Justicia Penal Juvenil para magistrados, fiscales, defensores y mediadores.[1] En junio se dispuso por decreto la creación, en el Ministerio del Interior, de la Oficina de Supervisión de Libertad Asistida (OSLA), encargada de funciones de apoyo a las medidas sustitutivas de la privación de libertad.[2] También acaba de instalarse en Uruguay el Observatorio Latinoamericano en Política Criminal y Reformas Penales (OLAP), bajo la dirección académica del Instituto Max Planck, de Alemania.[3]
Esto generará sin duda una acumulación de conocimientos empíricos y teóricos, y sus resultados de alguna forma se usarán en los distintos países, por los diferentes poderes del Estado, para tareas de mediación y resolución de conflictos. La necesidad de ello resulta imperativa en distintos países por la vigencia de legislaciones obsoletas y también porque la prisionización ha crecido en América Latina de una forma insostenible, y a la vez como una forma negativa de resolver los problemas sociales. Se encarcela a más personas, con penas más duras, y en general sin programas de rehabilitación.
Tal vez uno de los ejemplos más preocupantes y difíciles de resolver sea el caso de Colombia, donde en las cárceles conviven paramilitares, guerrilleros, delincuentes comunes, etcétera, y la población carcelaria asciende a 125.000 personas en un país de 48 millones de habitantes. Harían falta programas de rehabilitación para esas 125.000 personas, que ya han cometido delitos que incluyen muchos de enorme violencia, para que no salgan a engrosar las filas del crimen organizado. En el Encuentro del OLAP, citado en la nota 3, se expresó que algunos jueces están bajo tratamiento sicológico por la gravedad de los delitos cometidos por estas personas, en hechos de una violencia apenas imaginable.
Todo ello tiene relación con las crisis que sufren la administración de justicia y los sistemas penitenciarios. En muchos países, la justicia se encuentra colapsada y es cada vez menos eficiente. Al mismo tiempo, el objetivo de reinserción social de los delincuentes se frustra en la mayoría de los sistemas penales; la reclusión, en vez de servir para ese propósito, termina dando origen a nuevos conflictos y agravando los problemas sociales. Todos los métodos basados en la coerción, la represión y la opresión se justifican por la voluntad de suprimir o controlar los conflictos sin lograr más que aplazar su resolución, y en los hechos originan conflictos nuevos o más graves.
La conflictología como disciplina, en sentido moderno, surgió hace unos veinticinco años. Aunque su origen tuvo relación con las tensiones de la Guerra Fría, hoy su sentido, además de su preocupación por lo bélico, incluye encontrar respuestas a los grandes problemas de las sociedades en distintos tipos de conflictos, desde los familiares y vecinales, hasta los institucionales, escolares, de trabajo, de las instituciones de salud, de reclusión, etcétera. En conflictología se trabaja tanto en la prevención de los conflictos y durante su desarrollo, como también después de ellos, y la finalidad es resolver los problemas interpersonales que se plantean en un medio determinado.
"Conflictología" o "Resolución de conflictos" designa hoy, en la comunidad universitaria internacional, una ciencia dedicada al tema del conflicto. Incluye diversos estudios sobre la paz, la sociología del conflicto, los mecanismos diplomáticos, los aspectos filosóficos, etcétera. La conflictología no tiene por objeto juzgar ni sancionar, sino resolver. Los conflictos pueden resolverse fundamentalmente por dos vías: la de la comunicación y la del poder y la autoridad. En el ámbito familiar, en los conflictos intrafamiliares, la violencia surge ante un conflicto mal resuelto, donde impera el poder, que en general es patriarcal.
Grandes exponentes y participantes de la disciplina y la actividad de la resolución de conflictos en el mundo son: Johan Galtung (sociólogo noruego residente en España), el estadounidense John Paul Lederach, Eduard Vinyamata,[4] Alejandro Nato[5] y Marines Suares, los dos últimos de Argentina. Suares está dedicada especialmente a los conflictos familiares. En algunos casos, han contribuido en gran medida a procesos de paz en diferentes países; en el caso de Vinyamata, entre otros conflictos, apoyó al gobierno de Ecuador en el tema de las "maras".
Señala Vinyamata que, aunque hace décadas se realizaban acciones contra las guerras y la violencia en distintos países, no existía una disciplina que analizara los fenómenos conflictuales, el porqué de la violencia, ni la explicación de las reacciones de los seres humanos frente a la violencia. Explica que, contrariamente a lo que suele argumentarse, el conflicto no deriva de nuestra naturaleza genética agresiva, sino que “es el resultado del error en el desarrollo de nuestras relaciones, de nuestra evolución como personas”. Según Vinyamata, las categorías morales que nos forjamos pueden incidir negativamente en la resolución de los conflictos porque se antepone la moral al conocimiento de los fenómenos humanos y sus consecuentes conflictos. Por ello resulta fundamental el estudio y análisis del origen de los conflictos; y se puede afirmar que conflictos pequeños, como los familiares o comunitarios, pueden tener similares causas que grandes conflictos internacionales. Podría decirse que hay motivaciones similares en cuanto a las emociones, como los rencores, el odio, o el ánimo de venganza.
Todo proceso de mediación y resolución de conflictos lleva a plantear conceptos como los de reparación, perdón, reconciliación, comunicación, entendimiento, aceptación de las diferencias, tolerancia. Estos conceptos, desarrollados en distintas culturas, se han aplicado durante la historia por personas representativas de la comunidad, ya fueran sacerdotes, ancianos o dirigentes vecinales.
En algunos países, entre ellos Argentina y España, existe la mediación prejudicial, especialmente en los temas de familia, y para facilitar y agilizar el acuerdo de las partes.[6]
La figura del mediador es la de un tercero que, en una situación conflictiva, ayuda a las partes a que encuentren ellas mismas la mejor solución. El mediador es un facilitador: desde su rol hace preguntas que pueden hacer reflexionar mejor a las partes. La mediación es voluntaria y confidencial; tiene que existir entre los involucrados un “contrato”, aunque sea informal, de respeto al proceso de mediación.
Los mediadores en general son nombrados por el Poder Judicial y funcionan en su órbita; también pueden trabajar en escuelas, liceos o universidades, en otras instituciones o en los barrios. En el caso de Uruguay existen en los centros barriales del Poder Judicial, que facilitan la resolución de problemas entre vecinos.
La mediación no tiene por objeto dar la razón a una parte frente a la otra: se trata de propiciar un cambio de actitud de las personas de modo que se escuchen y acepten sus diferencias, pero estén animadas a buscar una solución para convivir de manera más armoniosa y sustentable, donde exista comprensión y aceptación de la posición del otro.
La violencia
La violencia surge como una capacidad deformada de nuestras reacciones para superar dificultades y desarrollar esfuerzos de sobrevivencia. Tiene que ver estrechamente con el miedo a perder el poder. Por ello suceden las guerras, por ello los hombres matan a sus propias parejas: por miedo a que los dejen, a que otro ocupe su lugar. Esto, al mismo tiempo, implica la no libertad: esas personas son prisioneras de sus propios miedos, y en el caso de los agresores de sus parejas terminan perdiendo literalmente su libertad. El ser humano reacciona con violencia por la interpretación que hace de los estímulos: el sujeto construye su realidad adjudicándole significados, y en función de ellos se estructuran sus conductas. Por ello mismo el cambio es posible. La persona agresiva tiende a percibir los datos de la realidad como amenazantes, y frente a tal construcción cognitiva reacciona con conductas de ataque.
En Mediación se habla de violencia de dos tipos: la directa y la indirecta. La violencia indirecta es la de carácter estructural; es decir, la que imponen las sociedades al privar a una parte de la población de la satisfacción de sus necesidades. Se genera así la exclusión social y se fomenta la caída en redes del crimen organizado.
La violencia directa puede ser ejercida contra otros o contra uno mismo, como en el caso del suicidio. En Uruguay se alcanza a casi 700 suicidios anuales: cerca de dos por día.
En nuestra sociedad es de gran dimensión, como es notorio, la violencia hacia la mujer, hacia los niños, y también hacia la tercera edad. Se estima que en el mundo, y Uruguay no escapa a ello, hay entre 4% y 6% de adultos mayores maltratados. Este maltrato consiste en abuso patrimonial, maltrato físico y psicológico. El Ministerio de Desarrollo Social uruguayo (MIDES) cuenta con un "Plan Nacional de Envejecimiento y Vejez" ("Inmayores") para atender a esta población adulta mayor maltratada.
Como es sabido, en el caso de las mujeres y los niños hay violencia física, psicológica, trata de personas, pornografía infantil (esta última tiene en Uruguay índices elevados dentro de la región). También se recluta a niños para la venta de drogas o para cometer otros delitos.
Se puede decir que la violencia se da en todas las clases sociales, y que el “amor” coexiste con la violencia. De otro modo no se daría este ciclo, sobre todo en la violencia familiar, y particularmente en las parejas.
En cuanto al abuso contra los niños, es un fenómeno milenario. En el caso del incesto, la edad promedio de las víctimas es de 11 años. En general los abusos sexuales se cometen por allegados a la familia, y por padres y padrastros.
En la explicación de la violencia se ha trascendido el modelo médico y se habla de un modelo sociológico: en las causas de la violencia intervienen los factores económicos familiares, el estrés socioeconómico, la distribución de poder dentro de la sociedad y la familia, la violencia institucional y política, etcétera.
El psicólogo estadounidense Urie Bronfenbrenner dice que la realidad familiar, la realidad social y la cultura pueden entenderse como organizadas en un todo articulado, unidas dinámicamente por subsistemas. La prevención de la violencia podría realizarse educando para el desarrollo de vínculos menos posesivos, capacitando a los profesionales en este tema y creando una red de recursos para concienciar a la comunidad.
La violencia institucional
Es la que se instaura sobre todo en los establecimientos de internación total, como los psiquiátricos, internados de niños, cárceles y geriátricos. Estos últimos también se consideran actualmente establecimientos de reclusión para personas privadas de libertad, así como los psiquiátricos, pues los internados no pueden salir del lugar, en general solo pueden hacerlo con permiso de sus familiares o acompañados por ellos (aunque sean adultos mayores con excelente estado mental), y hasta se llega a vedarles el derecho de hacer llamadas telefónicas.
La violencia institucional también se manifiesta en centros de estudio, hospitales y otros centros de salud; algunas veces se ejerce violencia por un personal autoritario y otras veces son los usuarios quienes la ejercen contra los profesionales, como en los casos tan repetidos en los últimos tiempos de madres de alumnos que agreden a docentes. Creemos que en tales casos deberían aplicarse sanciones alternativas, por ejemplo la de pedir un perdón a la escuela en su conjunto, cumplir tareas de limpieza o decoración del establecimiento, etcétera. Estas medidas de reparación son las que efectivamente pueden allanar una verdadera reconciliación, y al mismo tiempo pueden ser ejemplarizantes para los hijos de la persona agresora y los demás niños de la escuela.
También existe la violencia entre niños y jóvenes en los centros de estudio o en el barrio, y el acoso laboral, incluido el sexual.
Sobre la violencia en establecimientos de internación de menores, cárceles, psiquiátricos y geriátricos, no hay duda de que disminuye abruptamente si se realizan buenos programas educativos y recreativos y se selecciona muy estrictamente al personal. Por supuesto que la tendencia actual de reducir el hacinamiento carcelario es un elemento indispensable para que no haya violencia agregada por los pocos metros cuadrados de que dispone la persona privada de libertad y la situación psicológica que implica estar encerrada durante años, aunque se hagan tareas al aire libre.
La Organización Mundial de la Salud mira con gran preocupación la violencia autoinfligida (el suicidio), pues representa un porcentaje muy alto en el total de las muertes violentas.
Soluciones posibles
Ahora bien: ¿existen fórmulas para vivir en un mundo feliz, en términos opuestos a los que plantea irónicamente Aldous Huxley en "Un mundo feliz"? Sí que los hay, aunque no son fórmulas; son criterios viables, pues el ser humano posee, al mismo tiempo que la capacidad de destruir o de hacer daño, también las de amar, de construir y de sensibilizarse por el dolor del otro. Por esto mismo las personas agresivas pueden cambiar y se puede educar para que se formen personas más pacíficas.
Una de las claves es una formación menos individualista, que permita salir de los mensajes del mercado, ser cada vez mejores en lo que se refiere a lo externo, a los cánones de belleza y de poder, fuera de los mensajes estereotipados de que el triunfo consiste en poseer y de que por allí pasa el camino de la felicidad. Sin embargo, los ricos también son muy infelices en muchos casos, así como las clases medias.
Eduardo Kalina y Mariana Perel, ambos argentinos, siquiatra y periodista, la segunda, en su libro "Violencias: un enfoque circular", relacionaban, en 1988, el peligro atómico con la violencia cotidiana y hablaban de la proliferación de un egoísmo narcisista. Sin lugar a dudas, un cuarto de siglo después podemos sostener que persisten situaciones similares. El siglo XXI muestra, por ahora, que todos los sistemas desarrollados hasta el momento no hacen más felices a las personas: por el contrario, cada vez se suicidan más y, por otro lado, la solidaridad está en profunda crisis. Los individuos cada vez se sienten más solos sin que se desarrollen estrategias para modificar estas situaciones; cada uno quiere reservar su reducto individual en una sociedad individualista que no le permite contar con los suyos, con los vecinos, y a veces tampoco con las instituciones existentes, para que lo apoyen en las situaciones de vulnerabilidad social o psicológica. Decía Kalina: “Si todos contaminan, yo contamino; si todos agreden, yo agredo".
Muchos filósofos, como Edgar Morin en “El camino de la esperanza”, hablan de centros barriales, o de convivencia, en que los vecinos se conozcan y se ayuden. Nada tan sencillo como esto, pero tan difícil de implementar, pues, para las sociedades capitalistas en que vivimos, esto entra en grave contradicción con sus objetivos principales: el consumo, el individualismo, la exclusión y la insolidaridad.