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DE LUCHAS OBRERAS Y EMPRESAS VOLÁTILES
“La guerra silenciosa”: el capitalismo paroxístico
Por Andrés Vartabedian
“No es indecente si una empresa cierra porque pierde dinero. Lo que es indecente es que cierre mientras está ganando”.
Stéphane Brizé
“La historia empezó con una imagen que vi en televisión […]. La de dos directivos de la compañía Air France a quienes los empleados les arrancaron las camisas en una protesta […] La primera impresión que tuve fue de asombro. Es lo que la televisión muestra, lo que mejor sabe hacer. Entonces quise ver qué había ocurrido antes, los hechos que habían conducido hacia el hecho violento. Mi idea fue salir a buscar, a investigar, qué es lo que había ocurrido antes para llegar hacia esas imágenes televisadas que no tienen memoria. Al ver esa violencia, sin el pasado, la gente se asombra y asume que esos de ahí son los malos, cuando en realidad son los más débiles. No cuento lo que pasó con Air France, pero esa imagen me sirvió para investigar y crear una historia, la de una fábrica de artículos automovilísticos. Así que vuelvo a fabricar la imagen violenta y durante esas dos horas cuento cómo llegamos a esa violencia”[1], comenta Stéphane Brizé (Rennes, Francia, 1966).
No hay tiempo para acomodarse en la butaca, conocer personajes, atisbar desarrollos dramáticos... Todo ello se hará paralelamente al devenir de la historia. La situación es urgente. Es necesario evitar el agravamiento de la crisis. Brizé nos instala directamente en el meollo del drama, en el centro de la acción: los obreros están perdiendo su fuente de trabajo. Ello no admite entretenerse en aspectos secundarios del problema ni dilatar el ingreso al nudo gordiano de la cuestión. Hábilmente, nos obliga, casi, a tomar partido. Tampoco será difícil. Razones no faltarán.
No son solo 1100 puestos de trabajo. Son 1100 personas. 1100 personas y las a ellas vinculadas las afectadas. 1100 individuos de distintas edades, distintas formaciones. A muchos de ellos les será muy difícil reinsertarse en el mercado laboral. Pero todas las situaciones importan, cada uno cuenta. El sindicato -o los sindicatos, para ser más precisos, de acuerdo a la realidad francesa- no se cruzará de brazos. Ya está discutiendo, negociando -¿existe chance?-, buscando alternativas, acusando a la empresa de incumplir acuerdos. Acuerdos que los obreros han respetado, acuerdos en los que los obreros han cumplido los compromisos asumidos. Acuerdos que no parecen ser “acuerdos”. Para ello se necesitan todas las partes.
Durante dos años los obreros han trabajado 40 horas semanales pero han cobrado por 35. Durante dos años han trabajado cinco horas extra en forma gratuita. Durante dos años los obreros no han hecho efectivos sus bonos anuales. Ello formaba parte del convenio con la empresa, la que les había asegurado -a través de dicho ajuste- que mantendrían sus empleos, al menos, por cinco años.
Sin embargo, la casa matriz de Perrin Industries, con sede en Alemania, ha decidido cerrar su fábrica de autopartes en Agén, la pequeña ciudad francesa. Esperaban obtener una rentabilidad del 7% pero esta ha alcanzado únicamente al 3,5; unos 17 millones de euros de ganancias en el último año. No hay discusión posible: la competitividad en el rubro no se puede sostener.
Las 5 horas semanales extra durante dos años representan unas 470 horas por obrero, lo que significa alrededor de 4600 euros promedio ahorrados por Perrin; los que multiplicados por 1100 obreros, harían un total estimado de 8 millones de euros a favor de la compañía. Si a ellos se suman los dos años de bonos sin cobrar -6 millones-, la cifra alcanzaría los 14 millones de euros. La empresa argumenta que ese dinero logró sostener la situación durante estos dos años, que nadie se benefició de ese dinero más que el conjunto; que de otro modo hubiera sido imposible, siquiera, permanecer en funciones ese tiempo.
Sin embargo, dos años atrás, esos números -les aseguraron a los trabajadores- sostendrían la empresa, al menos, por cinco años. Lo reiteramos como se reitera el argumento por parte de los líderes sindicales durante las “negociaciones”. Lamentablemente para los empleados, parece haber sido un error. No hay posibilidad de seguir trabajando en esas condiciones. Quizá relocalizándose la compañía logre los números deseados por sus accionistas. No lo dicen explícitamente, pero sabemos que hay países en los que las condiciones laborales y los derechos obreros -o lo no derechos- permiten obtener mayores ganancias. En cualquier caso, los afectados podrán recibir la indemnización correspondiente. Perrin Industries parece estar dispuesta a negociar los montos, no otra cosa.
Con el nervio propio de la urgencia, de los tiempos que apremian, Stéphane Brizé acompañará la lucha obrera por el sostenimiento de su fuente de trabajo. Con cámara en mano, muchas veces encima, a veces a cierta prudencial distancia, cual cronista detrás de los hechos que se suceden, ingeniándoselas para filmar los acontecimientos como se pueda más que como se desee, ingresando -también cual si hubiera sido autorizado- al pequeño gran mundo de la fábrica, de la movilización obrera, de las diversas reuniones entre los diferentes actores del conflicto, de las asambleas, Brizé nos hará experimentar la tensión de la angustiante situación, la frustración que se gana luego de cada instancia de acercamiento tanto a autoridades empresariales como nacionales, a las que se acude en busca de posibles soluciones, las pequeñas -por momentos, muy pequeñas- “victorias” obtenidas en el empedrado camino, el intento de sostener los ánimos y que no se pierda el control -se sabe: cualquier exabrupto es un bumerán en términos de difusión y búsqueda de apoyo popular, mediático, a su causa-. Para darnos imágenes mejor enfocadas, más “limpias”, y para obtener cierta calma en el pulso narrativo, Brizé apelará al relato del noticiero, también ficcional. A través de él intentará ponernos en contexto de los avances y retrocesos que están experimentando las negociaciones y de los movimientos que irá sufriendo -sí, siempre “sufriendo”- el conflicto. Cada tanto, se tomará algunos segundos, algún minuto, para situarse mínimamente en el contexto familiar de alguno de esos obreros o, al menos, permitirles hacer referencia al mismo. Es que también hay una vida más allá de la fábrica, el paro, la huelga, la ocupación. Esa otra vida que pesa tanto dentro de la fábrica, el paro, la huelga, la ocupación. Y que al transcurrir de los meses se ve afectada y se trastoca más y más. No lo perdamos de vista, aunque vayan como pequeños apuntes.
Dentro de todo ese panorama, de tensión casi constante, una figura sobresale: es el líder sindical Laurent Amédéo (un estupendo, y vociferante, Vincent Lindon). Él se transforma en la cara y la cabeza visible de la resistencia obrera, su principal portavoz, el ser mediático, el teléfono abierto 24-7, el pequeño gran “héroe” de la insistencia, la argumentación y las “batallas ganadas”; y, por lo mismo, luego, ante los traspiés que comienzan a sucederse y las dilaciones en la resolución del problema -insostenibles para algunos, que cada vez son más-, se transformará en el chivo expiatorio de las acusaciones intraobreras, en el responsable de los desbordes, de que la tajada de la indemnización no sea mayor, en el personalista avasallante que pretende manipular a su antojo a los sindicatos en su conjunto. Las divisiones estallan ante las cámaras, como los gritos, las descalificaciones y las acusaciones; muchas de ellas injustas; muchas de ellas producto del desborde de la angustia y la ansiedad de un horizonte alcanzable; todas debilitadoras de la lucha. Al mismo tiempo, todas humanas. Brizé parece tomar partido a la vez que intenta no juzgar.
Una decisión más parece transformar el resultado en más vívido, más naturalista, más realista: Brizé acompañará a Lindon de actores no profesionales. Pero no solo eso; no solo son actores amateurs: la mayor parte desempeñará los roles que llevan a cabo en su vida cotidiana; los obreros serán obreros, los abogados, abogados, los gendarmes harán de gendarmes -y reprimirán cual gendarmes-, incluso los gerentes cumplirán su labor de gerentes. Ello, sumado a su cámara agitada e incansable -quizá demasiado reiterado como recurso-, transformará el registro de la acción en casi documental. La verosimilitud se planta definitivamente en escena. Si el tema abordado, de acuciante actualidad, podía lograrlo casi per se, la forma elegida completa definitivamente el crudo cuadro.
Y si algo faltaba para acrecentar el dramatismo de la acción, la urgencia del reclamo, lo inquietante del porvenir, la incomodidad de la situación, el crescendo de cierta violencia, la toma de las calles y las fábricas, allí están las composiciones de Bertrand Blessing para alterarnos aún más, para provocarnos, para hacernos parte de la desestabilización que gana terreno. El volumen que Brizé elige acrecentará el poder del golpe: del golpe de efecto, del golpe en el mentón; tanto, que terminaremos estrellándonos en el silencio y el fundido en negro. Un respiro que no es tal.
Ya no sabremos si el rescoldo de la esperanza en la acción obrera como oposición a este capitalismo transnacional, deslocalizado y sin rostro humano podrá colarse por algún intersticio de esta lógica que parece devorarlo todo. Estamos en guerra y está claro quién va al frente.