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AL PIE DE LAS LETRAS

 Publicado: 01/05/2019

Poemas


Por Sergio Altesor


Mirando el crecimiento de mis uñas

Eran mis dedos como bichos autónomos

con sus uñas completas, su cuenta decimal,

y eran mis ojos que miraban los dedos

sobre el camastro de cáscaras de arroz.

Sobre mí mismo cayó todo el otoño,

la melaza del sol en la ventana,

el fresco de la noche sin un poncho capaz,

el tabaco para pensar poemas

y los sonidos de las puertas de hierro,

las compuertas del mundo.

 

Por la ventana de su calabozo

el galleguito cantaba tangos sensibleros

para mi sensiblero corazón.

 

Quedamos más amigos desde el día

que nos llevaron a los dos a interrogar

y chocamos las cabezas al rodar por el piso.

Después todas las tardes me contaba

su historia de amor

que yo escuchaba atentamente como si no tuviera

ninguna historia de amor propia,

pero sí de amor propio.

 

De los dedos iban creciendo uñas con los meses,

mis ojos las miraban crecer como a diez plantas.

Allí no había tijeras y orinar era un triunfo

porque un sorete de oficial había ordenado

que nos quitaran las latas de mear.

 

Entonces, como ahora, también había futuro,

pero el camino era tan largo.

Si cerrabas los ojos ibas hacia adelante,

hacia regiones del pensamiento liberadas,

hacia vos o hacia el tiempo que tendría que venir

con la misma certeza de las estaciones,

los procesos naturales que maduran las frutas.

   

La poesía

 

La poesía es un tremendo salto en el vacío

y de ese salto no hay quien salga vivo,

pero siempre es un salto hacia adelante

y de esos saltos nacen los días nuevos,

los días que hoy quisieran

alejarse de esta mano como de cinco víboras,

como huyendo y bullendo,

escabulléndose de los grandes silencios

y de las largas cacerías en que anda el pensamiento.

   

Eje del archipiélago

 

Cuando estoy en tu boca

giran las islas alrededor de mí.

Cuando estoy en tu boca soy el eje del mundo

y todo el archipiélago y sus barcos

y los pájaros posados en sus bosques

se desplazan lentamente al principio

para después girar girar girar

alrededor de mí

hasta que la velocidad se torna cósmica

con el desplazamiento de las masas terrestres

alrededor del eje que vos creás en mí.

   

Veinticinco de junio sobre la carretera.

 

El agua de los bosques en el atardecer

refleja una luz color de miel

mientras el autobús devora los caminos

y en los audífonos la música de Andreas

Vollenweider llena un espacio dorado

donde las nubes flotan

seguras en la nada.

 

Mujer que quedó atrás,

perfume a lo largo del camino,

agradable dolor a lo largo del pene

y pensamientos

que se deslizan por la ruta

y por los valles color mostaza.

 

Un bajo eléctrico, un sintetizador

y el sinuoso metal de los platillos

mientras la hierba pasa,

las granjas rojas pasan,

las iglesias rurales y los patos

pasan.

   

El silencio

 

No hay más palabra dicha

que aquella que ha callado.

Piedra que cae en el agua de un aljibe.

 

El norte está hecho de silencio.

Los pájaros que vuelan

en el cielo del cuadro Los cazadores en la nieve

son unos silenciosos cuervos negros.

El invierno es silencio, garrapata

prendida inmóvilmente de la carne de un preso.

El preso que camina inmóvilmente

a lo largo de su celda a lo largo del invierno.

Todo es silencio y fuerza. Flor negra contenida

antes de florecer.

Los carceleros golpearían las rejas

en mitad del sueño,

llevarían a alguno de nosotros

para hacerlo morder en las perreras,

nos atarían las manos a la espalda

a la hora de acostarnos,

nos patearían la lata de mear,

pero el silencio continuaba, impávido y profundo,

dulce como una horca,

lar

go como un olvido imposible de olvidar.

 

Si me dices te quiero

guardo silencio,   miro

la crueldad del viento meciendo un abedul

y la absoluta falta de palabras

en el medio del parque.

 

Hay palabras y hay ojos llenos de periodismo,

dicen y miran sólo lo publicable.

 

En otro invierno, otro país, son otros

pero el silencio es siempre el mismo,

la misma forma de saber, la misma voz

de piedra en el agua de un aljibe.

 

Sin el vacío no hay paso y sin silencio

no hay significado.  

   






Sergio Altesor (Montevideo, 1951) es escritor, periodista y artista plástico. Estudió en el University College of Arts, Crafts and Design de Estocolmo, en el Instituto de Lenguas Románicas de la Universidad de esa ciudad y en la Facultad de Humanidades de Montevideo. Publicó por primera vez en 1967 en las revistas Los huevos del Plata y en El lagrimal trifurca. Encarcelado en 1971 por sus actividades políticas, escribió su primera colección de poemas en el penal de Punta Carretas y en la cárcel militar de Punta de Rieles. En 1976 fue deportado a Europa y se estableció en Suecia, país donde publicó Trenes en la noche (1982, ilustrado con xilografías del autor) y Archipiélago (1984). En 1995 publicó en Montevideo Diario de los últimos días del archipiélago. Dos años después obtuvo el Premio Municipal de Poesía con Serpiente (1999), obra que en el año 2000 ganó el Premio Nacional de Literatura. Ese año le fue otorgado el Premio Posdata 2000 de narrativa por su novela Río Escondido (Montevideo, 2000). La editorial Yaugurú publicó en 2012 El sur y el norte, que en 2014 se hizo acreedor del Premio Nacional de Literatura. En lengua sueca publicó el cuento largo Det stora svarta en la antología Malmöboken (2006) y la colección de textos híbridos Telegrambyrå (2008). Como artista visual ha realizado múltiples exposiciones individuales y colectivas. Fue docente de dibujo experimental y grabado en Konstskolan (Estocolmo), de talleres de redacción en el Departamento de Comunicación de la Universidad ORT-Uruguay, asesor del Departamento de Artes Plásticas de la Dirección Nacional de Cultura (Ministerio de Educación y Cultura, Uruguay) y editor de cultura del semanario Manos. Escribe en habitualmente en El País Cultural y colabora con otras publicaciones.

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