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LAS VICISITUDES DE LAS POLÍTICAS DE “ERRADICACIÓN DE ASENTAMIENTOS” EN ÉPOCAS DE AJUSTE NEOLIBERAL
Por arriba, una tragicomedia de enredos; por debajo, la tragedia social de siempre
Por Néstor Casanova Berna
Plata más, plata menos
Según informa la prensa, el Poder Ejecutivo finalmente piensa otorgar un reducido monto de recursos para “erradicar” los asentamientos irregulares. A esto retrucan las autoridades del Ministerio de Vivienda, que juzgan tales asignaciones como insuficientes, reclamando un sustancial incremento. Esta tragicomedia de enredos palaciegos entretiene los titulares de El Observador,[1] mientras el tiempo pasa y las “soluciones” tardan en encaminarse. No vale la pena gastarse en examinar tales números, ya que se omite toda información rigurosa sobre la verdadera magnitud social y económica del problema.
Más allá de las estrecheces de la inversión pública y social en tiempos de restauración neoliberal, lo cierto y efectivo es que se han discontinuado líneas de trabajo consolidadas otrora casi como políticas de Estado. Es que las políticas de vivienda no se implementan de un día para el otro, sino que se ajustan y desarrollan de modo incremental y sostenido, al amparo de una política general proclive a su consolidación. Nada de esto es observable en la actualidad, en donde lo que campea es un recorte antipopular: la llamada vivienda de interés social no es una prioridad para este elenco gubernamental.
Pero el énfasis periodístico, al centrarse en una disputa por recursos presupuestales para “erradicar” asentamientos irregulares sirve, en realidad, para encubrir el fondo oscuro de la realidad política de la presente etapa de ajuste. Al mencionar estruendosamente un aspecto, se omite consignar la real dimensión de todo el ajuste en la política social de vivienda. Mientras tanto, la tragedia social de siempre es que ahora se nutren, desde el poder y desde la desigualdad socioeconómica, los mecanismos que agudizan el problema de la infravivienda y la segregación socioespacial urbana.
Notas de la tragedia
En una reciente publicación, en donde se relatan experiencias de trabajo socioeducativo en contextos críticos, los autores consiguen caracterizar su labor del siguiente modo:
“Es la experiencia de trabajar en una montaña de arena sacando baldes mientras otros alimentan la montaña con camiones”.[2]
Todo aquel que haya trabajado en una actividad de promoción social puede comprobar, con desazón, que su labor, por más empecinada y comprometida que pueda ser, siempre resulta insuficiente frente a los mecanismos que generan, día tras día, más desigualdad, más injusticia y más segregación. Es que son los mismos mecanismos que apuestan a la distribución inequitativa del ingreso, que criminalizan la movilización social y que alientan la segregación urbana en implantaciones ricas y excluyentes para privilegiados, y otras, pobres, para los más. Son los que vuelcan los camiones de arena gruesa de los problemas sociales.
Una de las notas de la tragedia es que el mismo mecanismo que alienta la construcción de barrios privados es el que arroja a los asentamientos a los excluidos de extramuros: hay inversión inmobiliaria excluyente y suntuaria para que la meritocracia del mercado deje sus marcas infamantes sobre las zonas erróneas de la ciudad. El mismo mecanismo que concentra el ingreso en el sector agroexportador, que se mueve raudo para eludir impuestos y fugar capitales al exterior, es el que empobrece a los sectores que aún consiguen trabajar. El mismo mecanismo que se asegura herramientas de política económica concordantes con sus intereses, consigue despojar a las mayorías, arrojándolas a los vertederos territoriales urbanos.
Otra de las notas de la tragedia es que esta permanece, aún en su contundente monumentalidad, oculta a la conciencia social y hurtada a ese fantasma ubicuo y fluido que da en llamarse opinión pública. Los medios masivos de desinformación notician con las maniobras cortesanas por un peso más o peso menos, cuando en realidad no han cesado los descomunales camiones de arena gruesa de concurrir, día tras día, a construir esa montaña problemática, cuyos efectos no se tiene el más mínimo interés en mitigar. En vez de ello, la noticia con que se entretiene el respetable es apenas cómo se llegarán a erigir los carteles preelectorales de futuras obras que llegarán tarde, mal y acaso nunca...
Las sinrazones de la tragicomedia del poder
Como la conciencia social o, en su reemplazo vicario, la opinión pública, no consigue afrontar la tragedia social que nos aqueja en los términos en que se manifiesta, entonces es que a los inquilinos actuales del poder político les resulta viable presentar las cosas según un peculiar modo de asunción. Así, los problemas de déficit de viviendas, de segregación socioespacial y de desintegración urbana no interpelan de ningún modo a que el gobierno tome cartas en el asunto como sujeto obligado: las cosas son así, y en el mejor de los casos, el gobierno asistirá a los más desesperados con la caridad infamante del asistencialismo. A los detentadores de siempre del poder económico, la política prescindente del gobierno les asegura la expropiación de la parte del león de la economía social y cuidan de refugiarse alejados de las amenazas de los criminalizados por su condición de desposeídos: para estos, el gueto y la cárcel, alternados, constituyen sus asignados territorios.
La maquinaria desinformativa no se contenta con ocultar la tragedia en su magnitud específica, sino que se aplica, con envidiable talento mistificador a sobresimplificar los ya equívocos “problemas específicos que demandan medidas políticas particulares”. El complejo socioeconómico del habitar social comprende tres dimensiones:
A) Una dimensión social, que demanda la sutura de múltiples heridas en el tejido social infligidas por la exclusión;
B) Otra dimensión, que es económica y que involucra una redistribución social equitativa del ingreso y la riqueza;
C) Por fin, una tercera dimensión arquitectónico-urbanística, que transforma a la ciudad excluyente en una trama abierta e inclusiva.
Pero todas estas complejas dimensiones se sobresimplifican en una sumaria provisión de equívocas “soluciones habitacionales”.
Y cuando, en el sentido común del respetable, se discute apenas las cantidades abstractas de “soluciones habitacionales” a proveer, sin hacer mención al suelo urbano en que se implantan, sin tener en cuenta la ciudad a la que de alguna manera se integran, entonces las discusiones palaciegas por unos pesos más o menos adquieren el protagonismo político deseado. Las sinrazones de la tragicomedia del poder ocupan entonces los titulares de la prensa. El sistema, entonces, se retroalimenta.
Más claro, imposible