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CLUB DE DEBATES RUSO SE REÚNE EN SOCHI

 Publicado: 01/12/2021

El mundo actual según Putin


Por Luis C. Turiansky


En un mundo convulsionado y de perspectivas inciertas, están de moda los foros de debate. En el ámbito anglosajón se introdujo el término, un tanto guerrero, de think tank, que puede traducirse como “tanque de ideas”. Rusia, que pretende volver a ser un modelo político como lo fue su antecesor soviético, no podía quedarse atrás. En 2004, por iniciativa gubernamental, se organizó en Valdái, cerca de la ciudad de Nóvgorod, un primer encuentro de diálogo con participación extranjera, luego bautizado “Club de Valdái”. 

Según describe el portal oficial de la entidad, a partir de 2014 lo que era al principio más que nada una tribuna para defender la política oficial rusa ante invitados extranjeros, pasó a ser un lugar de encuentro periódico entre rusos y huéspedes extranjeros, a los efectos de “debatir temas de actualidad mundial”, aunque sin salirse de los cánones del Kremlin. Este año, del 18 al 21 de octubre, tuvo lugar su 18ª sesión, esta vez en Sochi, el célebre balneario para ricos situado en el extremo oriental del Mar Negro. El tema: “Conmoción mundial del siglo XXI – el individuo, los valores y el estado”.

El último día, siguiendo la tradición, el presidente Vladímir Putin se dirigió a los participantes. El texto íntegro de su intervención fue luego difundido en ruso e inglés por la Presidencia de la Federación de Rusia en el portal oficial. En la versión inglesa me baso para hacer los comentarios que siguen.

A modo de preámbulo, un muestrario de proverbios 

Tal vez para endulzar el ambiente con una nota simpática, en previsión de lo que vendría después, el presidente empezó citando un proverbio chino que, según dijo, es común repetir como chiste en Occidente: “Dios prohíba vivir en épocas de cambios”, que sugirió sustituir por el significado literal del pictograma chino para la palabra “crisis”, que forma una combinación de los conceptos riesgo y chance. En su opinión, podría agregársele el proverbio ruso “Haz de combatir las dificultades con la mente, y los peligros con tu experiencia”. 

Seguidamente, como era de esperar, la enumeración de temas a tratar consistió en la mención de los males que hoy son comúnmente tratados en casos así, es decir:

- El cambio climático y la degradación del medio ambiente;

- La actual pandemia de Covid-19, que ahonda aún más las divisiones existentes entre las naciones y, dentro de ellas, entre los ricos y los pobres; 

- Los problemas socioeconómicos resultantes de la crisis del sistema capitalista vigente, el que, según los especialistas, ha llegado a sus últimas instancias, siendo su efecto más elocuente la profundización de las diferencias sociales, tanto dentro de cada nación como comparativamente entre ellas.

De paso, algunas notas de mala conducta

Frente a estos desafíos, que habrían provocado en otras épocas, dijo, “guerras devastadoras”, el orador destacó que el mundo había desperdiciado la oportunidad de rescatar la colaboración internacional cuando se dio por terminada la Guerra Fría mediante las declaraciones que pronunciaron, tras su encuentro junto a la costa maltesa, el 3 de diciembre de 1989, los presidentes Mijaíl Gorbachov y George W. H. Bush.[1]

Según V. Putin, Occidente persiste en adjudicarse la victoria de aquel giro histórico, y este empecinamiento entorpece seriamente el camino hacia un entendimiento durable. También puede apreciarse la imagen burlona con que se refirió a la crisis del capitalismo occidental, señalando que los pretendidos vencedores, “tras subirse al Olimpo, de pronto comprobaron que allí también el suelo se les movía bajo los pies y ahora les tocaba el turno, pero nadie quiso pasar por alto ese momento de triunfo que consideraban merecido, aunque fuese efímero”.

Sin duda tiene razón, pero pasa por alto que también Rusia tiene sus contenciosos, como la anexión de Crimea y los problemas que encuentra la oposición para ejercer las libertades públicas en la propia Rusia. Por otra parte, se explayó sobre las dificultades ajenas como si la crisis no afectara en absoluto a Rusia, y sin distanciarse tampoco de las prácticas económicas destructivas y la política hegemónica de los países que critica, aunque tiene para ellos reservada, como veremos, una propuesta de entendimiento. 

Si de programas se trata

Rusia Unida”, el movimiento de apoyo a Putin, no se identifica con ninguna ideología, pero se declara “centrista, nacionalista y conservador”. Le ha bastado hasta ahora el acento puesto en el nacionalismo y en la nostalgia por los tiempos gloriosos de potencia mundial, lo que podría aplicarse incluso al pasado imperialista del régimen zarista. En cuanto al período soviético, el actual presidente ruso ha declarado reiteradamente que considera la disolución de la Unión Soviética “un hecho trágico” para las naciones que la conformaban, pero esto no significa que defienda las virtudes del socialismo, más bien se refiere a la grandeza de entonces, hoy debilitada. 

Por otra parte, el presidente tampoco oculta su pasado y todo el mundo sabe de su carrera en los servicios secretos, incluida su estadía en Alemania, donde aprendió el alemán lo suficiente como para poder, años después, charlar sin intérprete y trabar amistad con la actual canciller saliente Angela Merkel, la cual, siendo oriunda de la República Democrática, también se defiende en ruso bastante bien.

Todo esto complica la tarea de posicionarse respecto de su personalidad, sobre todo entre aquellos acostumbrados toda la vida a apoyar a “los rusos” frente a las calumnias occidentales. Parecería, sin embargo, que el hombre ha decidido aclarar las cosas también en este terreno, en previsión de una nueva ofensiva política.

Inesperadamente, en efecto, dedicó buena parte de su intervención a presentar un resumen de la historia de Rusia desde la Primera Guerra Mundial hasta nuestros días, tema a todas luces polémico. Las opciones ideológicas volvieron a estar presentes también en la parte conclusiva, en la que consagró un espacio relativamente extenso a criticar las “tendencias progresistas”, hoy en expansión.[2] Su punto de vista es francamente negativo:

Los defensores del llamado «progreso social» pretenden hoy hacer que la humanidad adopte cierto grado superior de conciencia de nuevo tipo. ¡Enhorabuena, icemos las banderas y adelante!, como acostumbrábamos a decir aquí. Lo único que podría acotar es que sus postulados no son nada nuevo. A algunos les parecerán novedosos, pero en Rusia ya los conocemos bien: después de la revolución de 1917, los bolcheviques, basándose en los dogmas de Marx y Engels, también afirmaban que iban a cambiar los modos y costumbres de entonces, no solamente el orden político y económico, sino inclusive la ética, a fin de instaurar los fundamentos de una sociedad más sana. Pero la destrucción de los viejos valores, la religión y las relaciones entre las personas, hasta llegar a la disolución de la familia (sí, también tuvimos eso), incluida la delación de los seres queridos, todo esto se llamó progreso y también lo apoyaron muchos en el mundo, porque estaba de moda, tal como sucede hoy. Además, los bolcheviques eran absolutamente intolerantes hacia los que opinaban distinto”.

Es cierto que, en general, hace falta un análisis crítico global y objetivo de la experiencia soviética como tal. A lo sumo, existen comentarios aislados y, por supuesto, una abundante literatura alusiva, empezando por “El doctor Zhivago” de Boris Pasternak, autor galardonado después con el premio Nobel de literatura. Pero lo que nuestra época necesita sobre todo es rescatar la idea de transformación del mundo sin el lastre dejado por los excesos de los revolucionarios de entonces y sus sucesores (curiosamente, Putin habla de Marx y Engels, pero no menciona a Lenin).

Una propuesta de nuevo consenso internacional

A la luz de esta profesión de fe hecha pública por el presidente Putin, sus advertencias acerca del estado del mundo van dirigidas a frenar y, de ser posible, detener de forma conjunta la ola de protestas que recorre el mundo como expresión de la insatisfacción general con el estado actual de la economía y la sociedad, en especial la oprobiosa concentración de la riqueza mundial en una minoría ínfima de beneficiarios. El mismo Putin lo reconoce, al afirmar, en otro pasaje: “Todo el mundo coincide en que el modelo actual de capitalismo, en el cual se basa la estructura social de la mayoría de países, ha llegado a su término y ya no ofrece ninguna solución frente a tal multitud de diferencias cada vez más intrincadas”.

El objetivo de esta nueva cooperación, sin duda con el apoyo de las clases dominantes de Rusia, consistiría en abrir la posibilidad de dialogar en torno a los males del mundo, pero sin llegar a cambiar radicalmente la estructura social basada en la propiedad privada de los medios de producción. Por ello, el orador proclama, como nuevo principio-guía, que “toda revolución es dañina”, ya que, alega, “no se debe destruir la civilización de la cual provenimos”. O sea: cambios sí, pero controlados, y sin afectar la base económica del sistema.

De este modo, junto al terrorismo y todas sus variantes políticas y religiosas, ya declarados “enemigo mundial número uno” tras el atentado a las Torres Gemelas de Nueva York en 2001, se requiere de la “comunidad internacional”, especie de nuevo mantra en boca de los políticos, pero que nadie define ni aclara su composición, que construya un muro de contención para detener la ola de protestas que se eleva cuando los problemas sin solucionar se vuelven insoportables.

Es cierto que hoy bastan las “redes sociales” para organizar acciones callejeras masivas, pero las mismas solo serán un reflejo de las propias debilidades de dichas redes, capaces de reunir gente con ideas afines, pero carentes de un espacio de diálogo con otras fuerzas, por lo que son, por lo general, bastante inoperantes cuando se trata de cambiar toda una sociedad. En todo caso, por el momento molestan. 

De este modo, el señor Putin se coloca en el lado reaccionario de la historia, sabiendo, no obstante (por algo hizo sus primeras armas en la KGB), que su propuesta de nuevo “consenso internacional” es insostenible a largo plazo, ya que su meta declarada es defender en primer lugar el interés ruso. En consecuencia, tarde o temprano, la deseada colaboración, de lograrse, comenzará a resquebrajarse para abrir paso a nuevas rencillas, diferendos y hasta alguna que otra guerra “de baja intensidad” tampoco se puede excluir. En cambio, si se mira el lado pragmático, finalmente Putin habrá ganado tiempo para, de ser posible, apuntalar su posición personal y la de la clase social que representa. Tal el efecto esperado de la inversión.

Sí, hace falta un cambio, pero no como quiere Putin

En nuestro país, y no solo en él, se vive una etapa de reflexión colectiva en la izquierda, en nuestro caso tras la derrota electoral que puso fin a quince años de gobierno que se consideraban exitosos. Puesto que el Frente Amplio se define como “progresista”, es natural que se reclame una revisión de dicho concepto, a fin de poner a tono el “acervo ideológico” con los cambios que tienen lugar en el mundo. Al respecto, el senador Enrique Rubio acaba de publicar un encomiable trabajo, basado en una rica documentación y de contenido inspirador.[3]

La intervención de V. Putin en Sochi es un aliciente más en pro de este esfuerzo renovador, ya que nos presenta sucintamente la política de una de las principales potencias mundiales y nos hace ver que, aun en el marco de la apertura al pluralismo de ideas que nos caracteriza a los uruguayos, difícilmente congeniaremos con él. Tengamos presente su constatación de que el progresismo avanza en el mundo (fenómeno alarmante, según él). Por este motivo, no se justifican los temores de E. Rubio acerca de la necesidad de buscar otro término, más comprensible para los lectores de otras latitudes.

En realidad, debería hablarse de “los progresismos” en plural, porque lo que se da en el mundo es una diversidad creciente de tendencias particularistas, que movilizan a sectores específicos de la sociedad, aquellos que se sienten discriminados o especialmente golpeados por la crisis: tenemos, por ejemplo, la cuestión del “género”, a la postre subdividido a fin de abarcar a un sinnúmero de preferencias individuales, todas designadas con letras y el signo “+” al final, en previsión de que su número aumente hasta hacer imposible una sigla; luego están los continuadores de la lucha por los derechos humanos de los descendientes de esclavos, principalmente los afrodescendientes, junto con los aborígenes americanos y de otros rincones del mundo. El panorama es vasto e inexplorado. También los africanos contemporáneos se movilizan en apoyo de sus hermanos de otros países enfrentados al racismo moderno, muchas veces sin comprender la esencia del problema, que es más clasista que racial.

Esta atomización de la lucha reivindicativa conviene a los designios de las clases dominantes y, a la vez, coincide con el rechazo de la política tradicional, muchas veces inspirado en la negación posmoderna de las ideologías universales o “metarrelatos”. Dice E. Rubio en el libro mencionado: “En verdad, las dinámicas de cambio social progresista se conjugan mal con esta cultura posmoderna” (p.174). Es que poco se ha hecho, en el plano teórico, para contrarrestar el individualismo, la relativización de la verdad y la puesta en duda de la capacidad cognitiva de la razón humana, elementos presentes todos ellos en el discurso posmodernista.[4] Es cierto que tal vez no sería bien visto si un grupo político interviene en una polémica filosófica, como fue usual en tiempos del marxismo-leninismo militante, pero nadie impide a sus intelectuales que sí lo hagan y con fundamento.

Sucede que 90 años después de que Antonio Gramsci desarrollara, en las cárceles del fascismo italiano, el concepto de “hegemonía cultural”, los dueños del sistema capitalista global siguen dominando, a través de los medios de información, la literatura, el cine y otras formas de expresión, el pensamiento y los sentimientos de gran parte de la humanidad.

Dejemos pues al Sr. Putin con sus preocupaciones del juego geopolítico y tratemos más bien de hacernos entender. Puede ser que la propia pandemia de coronavirus haya aleccionado a los humanos sobre la función de la unidad frente a los peligros que nos acechan.

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