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DE AUTOEXPLOTACIONES OBRERAS E IMPLOSIONES FAMILIARES

 Publicado: 01/12/2021

“Lazos de familia”: emprendimiento del fracaso


Por Andrés Vartabedian


Lo han llamado “precarización del trabajo”, “uberización de la economía”... Hay quienes, desde la aprobación ideológica, lo intentan disfrazar denominándolo “emprendedurismo” (en una fallida e innecesariamente “literal” traducción de la voz inglesa “entrepreneurship”), restándole, de ese modo, todo viso de explotación laboral… Podríamos seguir.

Lo cierto es que, desde hace algunos años, más aún en el espectro de las economías desarrolladas, se ha generalizado la idea: “¡Sé tu propio empresario!” “¡Sé el empresario de ti mismo!” “¡Haz de ti tu propio jefe!”, o ya ingresando en el campo de las “sutilezas”: “Ser emprendedor es más que ser tu propio jefe”; más, aun: “No seas tu propio jefe, sé un CEO”. Sutil cinismo, pareciera por momentos. Puro capitalismo o capitalismo puro y duro, podríamos denominarlo; una más de sus tantas variantes. A estas zonas del mundo, la idea llega a través del “derrame” habitual, con cierta tardanza y sumida en resistencias y adaptaciones localistas. (Afortunadamente, podría sostener alguno de nosotros).

El viejo Ken Loach (Nuneaton, Inglaterra, 1936) lo plantea de forma concreta y descarnada. Tan descarnadamente como se maneja el capitalismo en relación a su mano de obra; ese capitalismo al que ha criticado y enjuiciado desde sus orígenes como cineasta. Por lo tanto, “algo habitual”, podrían decir quienes conocen su trayectoria; algo nada habitual para este mundo -cine incluido- cada vez más edulcorado y políticamente correcto, podría decir yo. Al fin y al cabo, para ver y apreciar una película no es necesario conocer la filmografía de su realizador. De todos modos, ¡qué bueno sería que, a sus 85 años, alguien pudiera comenzar a conocerlo a partir de Lazos de familia y así iniciar su propia búsqueda retrospectiva! Desde Agenda secreta y Riff-Raff, por ejemplo, hasta Yo, Daniel Blake, pasando por Tierra y Libertad, Pan y rosas, Solo un beso, El viento que acaricia el prado o La parte de los ángeles, entre tantas otras, incluso con calidades dispares.

En esta oportunidad, el drama social que nos presenta gira en torno a una familia obrera de Newcastle y los sinsabores que comienzan a vivir a partir de cierta decisión laboral que toma el padre, que afecta directamente a la madre y sus condiciones de trabajo -con aval de esta; a regañadientes, pero aval al fin- e, indirectamente, a toda el núcleo familiar y sus interrelaciones personales a través de la modificación en los tiempos de interacción y convivencia real.

Ricky (Kris Hitchen) decide comprar una camioneta con la que abrir su propia empresa unipersonal -una franquicia, le llaman- para realizar repartos a domicilio. La idea es poder ahorrar lo suficiente para dejar de alquilar; es que cuando estaban a punto de lograrlo, allá por 2008, una de las tantas “crisis del sistema” -de esas que afectan a todos, a casi todos, pero a algunos, habitualmente los mismos, mucho más- les arrebató el anhelo. La orilla se fue alejando y hubo que empezar nuevamente, ya con fuerzas menguadas. El tiempo ha pasado y Ricky no conserva la juventud de otrora -ley natural, ¿verdad?-, por lo que obtener un trabajo ya no resulta tan sencillo, por mejor obrero o empleado que haya demostrado ser a lo largo de su vida. Además, es un tipo orgulloso, de esos que suele confundir orgullo con dignidad, y no acepta seguros de desempleo. Su esposa trabaja, pero no se trata únicamente de que el dinero sea insuficiente, Ricky parece no poder permitirse que el suyo no sea el principal ingreso del hogar. Cierta visión patriarcal, tradicional en su mirada de las responsabilidades de hombres y mujeres y en cómo concebir a estas y sus roles, comenzamos a percibir en su accionar.

Es así que aparece esta oportunidad de generar ciertas “ganancias” a partir del reparto de productos a domicilio. Sin embargo, esta “oportunidad” tiene sus limitaciones y sus riesgos -nada que no corresponda a todo negocio, a cualquier emprendimiento empresarial, se podrá argumentar-. “La diferencia entre una empresa tradicional y el emprendimiento es la incertidumbre”, ha sostenido algún empresario. Ese reparto, esa “entrega” domiciliaria, comporta el trabajar para una de las firmas de delivery más importantes del país, de esas que hacen llegar cualquier compra realizada vía internet “a la puerta de tu hogar en cuestión de minutos”; todos los riesgos con los que se pudiera topar él y su vehículo en el ejercicio de su empleo, correrán por cuenta de aquel, su dueño-chofer; para conseguir la camioneta Van indispensable y así obtener el “suficiente” dinero para sus planes de futuro, Abbie (Debbie Honeywood), su esposa, deberá acordar vender su auto como una de las formas de ejecutar la “inversión” y él deberá trabajar entre 12 y14 horas por día; el seguro de la importante compañía no cubre todos los productos pasibles de ser repartidos, por lo que ciertos “inconvenientes” con ellos pueden derivar en cuantiosas pérdidas para el novel emprendedor; lo mismo sucede con cualquier día libre solicitado por cualquier motivo -incluso enfermedad-, o si se sufre un accidente, si es que no se obtiene un reemplazo -reemplazo que el mismo novel emprendedor deberá proveer-: todo ello importará multas, sanciones económicas… Sanciones, por otra parte, que cobrará la importante compañía, ya que esos inconvenientes pueden dañar su imagen, desprestigiarla y, por ende, menguar su cartera de clientes; lo que conduciría a lo más importante: la pérdida de dinero. La gran empresa proveerá las rutas de entrega de los productos adquiridos y el control, eso sí: todos los productos se encuentran vigilados, por diversos sistemas informáticos, segundo a segundo, al igual que la camioneta, la apertura de sus puertas, los tiempos de detención que presenta, etcétera, etcétera. Es que, en definitiva, de eso se trata la “franquicia”: se concede la “explotación” de algún producto o actividad, controlando todas sus facetas -por supuesto-, asegurándose las ganancias, pero reduciendo al mínimo los costos. Algunas leyes laborales parecen no tener lugar de aplicación en ese mundo, resultan “extraterritoriales”.

Indudablemente, cuanto más horas trabaje Ricky, más dinero obtendrá; también, si se anima a tomar “rutas” más complicadas. Claro, ello irá en desmedro del tiempo que compartirá con su familia; la mayor cantidad de horas de trabajo será directamente proporcional a la baja del contacto con su esposa e hijos. Estos, una niña de unos 10 años y un adolescente finalizando la escuela secundaria, tal vez en un exceso de “causaefectismo” por parte de Loach, comenzarán a hacer agua por todos lados, incluso casi literalmente.

Abbie hará todo lo que esté a su alcance para sostener a su prole; sin embargo, las llamadas, mensajes de voz o mensajes de texto no serán suficientes para atender lo que aquellos necesitan. Es que la presencia del auto, herramienta que la trasladaba de uno a otro de los pacientes a quienes asiste como enfermera-acompañante en diversas tareas a lo largo del día, no puede ser sustituida por el transporte colectivo sin sumar, a su habitual tiempo fuera de casa, el de esperas y retrasos. El teléfono celular no logrará compensar el tiempo de presencia perdido. La angustia que comenzará a apoderarse de Abbie crecerá irremediablemente. Ella, una mujer que trata a sus pacientes como si fueran sus padres -padres queridos, claro, ya que son algunos de sus propios hijos, también, quienes los instalan en la más absoluta soledad-, una mujer que no gusta de elevar la voz y que se muestra siempre dulce y mediadora, afecta a su esposo e hijos, sin más pasiones que la pequeña felicidad cotidiana con los suyos, comenzará a cuestionarse mucho de lo que la rodea y hasta llegará a protagonizar su pequeña rebelión.

Mientras tanto, Ricky continuará trabajando. Entre el amor propio y los mandatos de macho proveedor parecerá perder el norte, junto con la paciencia, aunque esta última únicamente a la interna familiar y en el contacto con alguno de sus clientes; a la interna de la empresa -no ya la suya, sino la que socializa las pérdidas y privatiza las ganancias-, hará su mayor esfuerzo por permanecer enhiesto e incólume. Las deudas lo atormentan. Y lo atormentarán.

Ken Loach logra tornar vívido este relato -que poco dice en mis palabras- situándonos en medio de esa familia, haciéndonos compartir sus sinsabores y sus pequeñas alegrías; con una cámara ubicada a la altura de cada personaje, que parece tomar partido por cada uno de ellos y por todos a la vez, acompañándolos sin juzgarlos -también el rescate de cierta idea de familia parece subyacer a su planteo-. Su bronca y su dolor están puestos en el sistema, no en estos seres que afrontan su cotidianidad como pueden, cada uno haciendo lo que considera mejor en la medida de sus posibilidades y desde la visión naturalmente egoísta que cada uno posee. El nervio de su registro hará también su trabajo. Ello, sumado, quizá, a la utilización de actores poco conocidos o no profesionales, le dará al filme un mayor tono realista. Y en ese registro, del mismo modo que nos sumergirá en el frenesí cotidiano de la vida laboral en una gran ciudad, manejará notablemente las pausas y los contrastes de algunos climas. Habrá incluso tiempo para el humor y la ternura, como lo hay comúnmente en las relaciones humanas, aun habitando el mayor dolor, la mayor frustración. Incluso con ciertos deslices hacia el didactismo o el maniqueísmo, en Lazos de familia todo fluirá genuino y verosímil. Nada que en Loach sorprenda, por otra parte; para él, lo bueno y lo malo siempre estuvo claro y nunca pretendió ocultárnoslo. El amor con el que trata a sus personajes, el amor con el que nos trata, también es inocultable.

Si el cine de Loach pretende cambiar el mundo, o -para decirlo mejor-, si Loach pretende, con su cine, cambiar el mundo, es algo difícil de responder. Lo que tal vez podríamos afirmar es que él sí pretende que cambie, más allá de su cine. Probablemente, conozca la dimensión y posibilidades de su aportación y su pretensión se reduzca a la de la gota: horadar la piedra. La síntesis, como es habitual, será tan solo nuestra. Sin embargo, quizá, si Loach consiguiera que nos levantáramos de la butaca y nos alejáramos de la sala algo modificados, un poco más sensibles y conscientes, tal vez fuéramos nosotros los que lográramos cambiarlo. ¡Vaya si lo intenta!

Un comentario sobre ““Lazos de familia”: emprendimiento del fracaso”

  1. Excelente análisis referente al director y a su creación.
    Ojalá el arte llegara a la sociedad movilizando fibras humanas que parecen rígidas.

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