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EL DOGMA BUROCRÁTICO-ECONÓMICO Y SU DESVINCULACIÓN DE LA GENTE

 Publicado: 03/08/2022

“A puertas cerradas”: bailar al son de la deuda


Por Andrés Vartabedian


Ioannis “Yanis” Varoufakis (Atenas, 1961) se desempeñó como Ministro de Finanzas griego entre el 27 de enero y el 6 de julio de 2015, bajo el mandato, como Primer Ministro, de Alexis Tsipras. Doctorado en Economía, luego de dar clases en universidades de Reino Unido y Australia, volvió a su país en el año 2000 para enseñar en la Universidad de Atenas.

Cuando la Coalición de la Izquierda Radical o Syriza, liderada por Tsipras, ganó las elecciones legislativas anticipadas de enero de 2015, Varoufakis fue quien estuvo a cargo de las negociaciones con la llamada “Troika” europea (grupo de decisión formado por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional) para rediseñar los términos de los préstamos y las condiciones del denominado “rescate” propuesto por esta para la crisis de la deuda pública o deuda soberana griega; crisis que se extendía desde el shock financiero mundial de 2008, la Gran Recesión.

Yanis Varoufakis es especialista en Teoría de Juegos y ha publicado un importante número de libros. Luego de su pasaje por el Ministerio de Finanzas de su país, escribió “Comportarse como adultos. Mi batalla contra el establishment europeo”, una autobiografía política a la vez que una crónica de la crisis de deuda europea contada desde adentro por uno de sus protagonistas; uno de sus protagonistas más radicales, contrario a los términos en los que se maneja la economía política de la región. Un hombre al que no le cabían las corbatas.

Es a partir de ese relato en primera persona que Costa-Gavras nos sumirá en los entretelones de las negociaciones de aquellos cinco meses en los que Grecia, infructuosamente, intentó modificar las condiciones impuestas por sus acreedores para  su “salida” de la crisis.

Más allá de que la crisis afectó a toda la eurozona, fueron particularmente España, Portugal, Irlanda, Chipre y Grecia los afectados por el trance de su deuda pública, la que no pudieron pagar o refinanciar -bajo las condiciones impuestas para ello, claro está-, así como tampoco afrontar el sobreendeudamiento de sus bancos nacionales, necesitando recurrir a la ayuda de terceros, como pudieron ser otros países de la región, la Unión Europea (UE), el Banco Central Europeo o el FMI.

La crisis griega fue la más importante que conoció ese país en su historia y una de las principales dentro del continente europeo desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Hacia fines de 2014, producto de las “medidas de austeridad” impuestas por los rescates otorgados por el Eurogrupo (órgano informal dentro de la UE constituido por los 19 Estados cuya moneda es el euro) y la Troika, la desocupación alcanzaba al 26% de la población en general, y al 51% de los jóvenes entre 15 y 24 años; por su parte, el 40% de los niños y el 45% de los jubilados y pensionistas vivían por debajo de la línea de pobreza; los niveles de violencia y delincuencia habían aumentado grandemente y la emigración económica se había disparado. Las protestas habían venido en aumento desde 2010, así como el nivel de enfrentamiento entre los manifestantes y las autoridades. Cada uno de los tres “rescates” aceptados por el Parlamento griego entre 2010 y 2015, trajeron consigo recortes en el gasto público, reducción de salarios y jubilaciones y aumento de impuestos, por lo que la situación, para la mayor parte de la población, se tornó cada vez más insostenible.

Es dentro de ese panorama que Syriza triunfa en la elecciones, con promesas de terminar con las privaciones y la opresión, ataque a la oligarquía y su red de poder, replanteamiento de las condiciones impuestas por los acreedores de la deuda o, directamente, su impago… De algún modo, con la promesa de devolver a los griegos parte de la dignidad entregada, avasallada. Así se presenta A puertas cerradas, ingresando de lleno a su meollo, en la noche del triunfo electoral y en plena ebullición de la esperanza de millones de personas. Sin embargo, ya en la escena siguiente, sabremos que la política, en su construcción cotidiana, desecha promesas electorales y esperanzas ciudadanas: Syriza, para constituir gobierno y obtener mayorías parlamentarias, ha debido aliarse a la derecha conservadora.

De todos modos, en primera instancia, ello no será óbice para que Alexis Tsipras nombre a Varoufakis, en quien confía plenamente, como su brazo derecho en materia económica. Inmediatamente, este comenzará una gira europea de presentación y planteo de sus propuestas renovadoras, intentando alterar las ideas económicas del establishment europeo. La oposición que encontrará será férrea.

Acompañaremos a Varoufakis en sus innumerables viajes, en su recorrida por diversas oficinas gubernamentales, en las interminables y casi claustrofóbicas reuniones llevadas adelante, junto a su equipo, con la comisión europea encargada del rescate griego, en los constantes cuarto intermedios producto de la falta de acuerdos… La reiteración de situaciones, de planos, de movimientos de cámara, será uno de los recursos empleado por Costa-Gavras.

Un Costa-Gavras que, a través de Varoufakis, dejará en evidencia lo lejos que se encuentran los tecno-burócratas de los problemas de la gente; lo lejos, tanto física como simbólicamente, que se toman ciertas medidas y ciertas decisiones que afectan la cotidianidad del ciudadano común; lo lejos que están de brindar las soluciones que, al menos públicamente, manifiestan pretender. No hay dudas: el poder siempre queda lejos.

También sobre discursos puertas adentro y discursos puertas afuera, frente a los micrófonos, Costa-Gavras tendrá algo que decir. Para un outsider como Varoufakis, ello no pasará desapercibido; lo genuino no parece tener cabida en ese mundo político que comienza a conocer por dentro; las declaraciones públicas de sus interlocutores, versus lo dicho a puertas cerradas, no dejan de sorprenderlo, aun cuando él tenga recursos intelectuales suficientes como para contrarrestar ciertas “sorpresas” que se le presentan en diversas conferencias de prensa.

Más allá de esta descripción, el tono que elige Costa-Gavras (Z, 1969; Estado de sitio, 1972; Desaparecido, 1982; Amén, 2002) para su filme no deja de ser un tanto desconcertante; quizá por no lograr, este comentador, definirlo completamente, quizá por poco efectivo, quizá por ambas cosas. A partir de lo dicho hasta el momento, podría inferirse que es estrictamente realista-naturalista; sin embargo, no es así. Si bien podría decirse que ese es el tono dominante, Costa-Gavras también apela a cierto sentido del humor -malogrado-, a ciertos pasos de comedia por aquí y por allá, reforzados incluso por la música de aire tradicional festivo que acompaña algunas de las acciones a las que asistimos o por la caricaturización de algunos de los actores políticos. Del mismo modo, aparece por allí, con cuentagotas, cierto lirismo, en el sentido menos feliz del término, producto de un tímido y fallido intento de acercamiento a lo poético… Tal vez lo mejor esté en la construcción cercana al thriller que nos plantea, con una narración que adquiere grados de intriga y suspense mientras esperamos la dilucidación de las negociaciones y la resolución que tendrán para Grecia los intentos de Varoufakis y Tsipras por torcer, aunque más no sea mínimamente, el brazo de la Troika.

Probablemente, como su título original parece indicar, Costa-Gavras haya buscado ilustrar la frase que se le atribuye a Christine Lagarde -directora del FMI por aquel entonces- durante una de esas largas reuniones más semejables a un simulacro que a una verdadera negociación, en la que, ante la falta de entendimiento y la poca disposición a un diálogo real, habría manifestado la necesidad de “adultos en la sala”. Probablemente, se haya decantado por la ironía para intentar retratar el cinismo al que fue sometido el pueblo griego por aquellos aciagos años. Probablemente, desde su propia condición de griego, y de griego de izquierda, no haya sido nada sencillo asumir el fracaso de un proyecto político que reavivaba la esperanza de que las cosas pudieran hacerse de otra manera. Probablemente, a sus casi noventa años, sus fuerzas para el combate más duro y directo -también doloroso- ya no sean las mismas. Probablemente, lo desolador del resultado final sea lo suficientemente contundente como para no presentar de otra manera el proceso que condujo hasta él.

De todos modos, hay convicciones intactas, y hacer cine también es una forma de intentar cambiar algo.

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