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LA MUNDIALIZACIÓN DE LA CRISIS MIGRATORIA
Los migrantes en Tijuana y otros sitios
Por Luis C. Turiansky
El 13 de octubre de 2018 se dieron cita en San Pedro Sula, Honduras, varios cientos de aspirantes al exilio en Estados Unidos, principalmente hondureños, para protestar contra la política restrictiva de la administración Trump y el retorno forzado de los indocumentados. Pedían que ese poderoso país los reciba, puesto que su patria originaria ya no los quería, no tenían trabajo, sufrían hambre y estaban a merced de las bandas armadas y los traficantes de drogas y contrabandistas de hombres.
Decidieron dirigirse solos a través de Guatemala y México, hasta la frontera norteamericana, por cualquier medio e inclusive a pie. Por el camino se les unieron otros, no solo hondureños, también guatemaltecos y salvadoreños. A su paso por México, su número habría llegado a siete mil. El presidente Trump amenazó con esperarlos en la frontera con el ejército y lo cumplió.
LAS RAÍCES DEL PROBLEMA
El periodista hondureño Ricardo Puerta, en Proceso Digital (“Realidades en la migración hondureña internacional”, primera parte), señala que este fenómeno comenzó a hacerse visible a partir de 1990, coincidiendo con el fin de los conflictos locales y de la “guerra fría” internacional. Como por razones políticas el trámite de ingreso a EE.UU. para los salvadoreños se había facilitado, muchos hondureños y sus familias aprovecharon su semejanza para emigrar a través de El Salvador, haciéndose pasar por salvadoreños y dotándose de documentos falsos.
Ricardo Puerta recuerda que la emigración hondureña hacia Estados Unidos se disparó después del huracán “Mitch” que asoló particularmente a Honduras en noviembre de 1998. Cita los datos proporcionados por el Instituto Nacional de Estadísticas para indicar que el 81% del total de los hogares hondureños tiene uno o más miembros que se fueron al extranjero recientemente, registrándose los mayores contingentes entre 1998 y 2005. Por otra parte, afirma, estas familias no representan precisamente a los sectores más pobres de la nación y, en el plano económico, el fenómeno de la emigración beneficia principalmente a los intermediarios y al sector cambiario, con poco efecto para el desarrollo integral del país.
Es desde luego plausible suponer que los más pobres de la región carecen de los medios y las fuerzas físicas necesarios para emprender una marcha de más de cuatro mil kilómetros desde Honduras hasta Tijuana, en la frontera de México con Estados Unidos. Pero sería exagerado considerar a sus protagonistas “clase media”. Por lo demás, también los sectores con recursos que han visto perder su poder económico en los últimos años son otras tantas víctimas de la economía de saqueo.
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) advierte en https://www.unicef.org/honduras/14241_16980.htm que los emigrados hondureños envían a sus familias remesas por un valor equivalente al 21% del producto interno bruto (PIB), lo cual tanto habla de su capacidad financiera aun trabajando en empleos no calificados en el exterior como del reducido potencial de la economía nacional de Honduras. No obstante, prosigue la misma fuente, “la migración tiene consecuencias sociales negativas, como la desintegración de las familias y las comunidades”. Según el organismo, “las diversas formas de violencia contra niños y adolescentes han aumentado en los últimos años, aunque no se dispone de información fiable. El Gobierno y la sociedad civil aún carecen de modelos con eficacia demostrada y de políticas integrales basadas en los derechos humanos para prevenir y mitigar ese problema. La explotación sexual de niñas y niños con fines comerciales sigue siendo un reto importante, aunque el Gobierno, con el apoyo del UNICEF, ha reforzado la persecución y la prevención de esos delitos”. Es también motivo de preocupación el alto índice de trabajo infantil entre cinco y catorce años de edad (el 9% de los varones y el 4% de las niñas).
No es de extrañar, por lo tanto, que sea Honduras donde más se siente la situación de los que quieren salir del país para escapar de la pobreza y la violencia e intentar una nueva vida en ese país tan alabado por la propaganda oficial, como es Estados Unidos. Ellos no entienden que un país tan rico les cierre las puertas, declaran que no son delincuentes sino “obreros internacionales” y que los Estados Unidos son responsables de la tragedia en que viven en Centroamérica y “todo imperio debe ocuparse de los pueblos que somete”. ¿Palabras ingenuas? ¿Efecto de la prédica de las organizaciones que acompañan a la caravana? Es en todo caso un sentimiento que prende.
LA INCERTIDUMBRE
En momentos en que cierra este número, un primer enfrentamiento entre migrantes y fuerzas armadas estadounidenses apostadas en la frontera ya ha tenido lugar. Sin víctimas por ahora. Fueron “tan solo” gases lacrimógenos. Pero es de temer que la situación degenere luego de que las autoridades de inmigración han cerrado todos los pasos fronterizos y el trámite de los pedidos de asilo se prolonga indefinidamente. Los refugiados han tenido que conformarse con permanecer en un campamento provisorio, donde cunde el cansancio y la desesperación.
Del lado norteamericano, no se sabe si el presidente Trump cumplirá sus amenazas y dará orden de abrir el fuego contra los que osen violar la frontera. Se sabe que suele cumplir lo que dice aunque haya sido en un arranque de furia, porque no le gusta dar el brazo a torcer. Pero México no tiene interés en un conflicto con el vecino del norte, como sin duda sería una balacera en la frontera, y cabe suponer que la asunción del nuevo mandatario Andrés M. López Obrador el 1º de diciembre próximo va a cambiar el panorama. Por otra parte, resulta difícil creer que el ejército estadounidense, pese a su historial, sea capaz de tirar contra una muchedumbre desarmada que incluye a mujeres y niños.
El pánico frente a los gases en la frontera de Tijuana. Fuente: Reuters, reproducido por Le Monde, París, 26.11.2018.
Sin embargo, por encima de todas estas conjeturas, nadie sabe cómo terminará la actual crisis migratoria que se extiende por todo el mundo. En lo que sí las opiniones convergen es que probablemente sea imposible detenerla. Su duración y los sucesos que la acompañan dan a entender que no es un capricho de gente exacerbada ni el resultado de campañas planificadas de algunas “oenegés” o de ciertos activistas humanitarios, sino una consecuencia del tremendo abismo entre los países ricos y los países pobres, reflejo de la concentración de la riqueza en una minoría ínfima de privilegiados. Esta contradicción fundamental, el sistema vigente del capitalismo global no es capaz de resolver.
TAMBIÉN LOS PROBLEMAS SE GLOBALIZAN
La cuestión de la crisis migratoria ha llegado a las Naciones Unidas. En setiembre de 2016, la Asamblea General consideró oportuno aprobar una resolución titulada “Declaración de Nueva York para los Refugiados y los Migrantes”, en la que se constata que, en la actualidad, la movilidad humana ha alcanzado un nivel sin precedentes. Invocando los instrumentos jurídicos internacionales en vigor, los signatarios señalan que “aunque el trato que se les dispensa se rige por marcos jurídicos separados, los refugiados y los migrantes tienen los mismos derechos humanos universales y libertades fundamentales. Afrontan también muchos problemas comunes y tienen vulnerabilidades similares, incluso en el contexto de los grandes desplazamientos”[1]. En tal sentido, la Asamblea General aprobó una serie de compromisos relativos a ambas categorías (refugiados y migrantes por motivos esencialmente económicos) que los Estados deberían llevar a la práctica en su acción diaria, y solicitó que el Secretario General provea los medios necesarios para garantizar su seguimiento.
El proceso culmina actualmente con el proyecto de “Pacto Mundial para la Migración Segura, Ordenada y Regular”, que ha de proclamarse solemnemente en una reunión cumbre a fines de este año en Marruecos. [2] No se trata de un pacto “vinculante”, que obliga a su cumplimiento a los países que lo hayan adoptado, so pena de sanciones, pero se considera que, al ratificarlo, los gobiernos se comprometen públicamente a llevarlo a la práctica.
Ahora la cosa se ha complicado, porque el presidente Donald Trump ha anunciado que los Estados Unidos se retiran del proceso de adopción. Le han seguido, hasta el momento de escribir este artículo, los gobiernos de Australia, Austria, Eslovaquia, Hungría, Polonia y la República Checa.
Qué paradoja: Estados Unidos, país de inmigrantes, ya no acepta a nadie, los que llegaron antes ya no quieren advenedizos y los indios, que son la población oriunda, prefieren no meterse en “líos de blancos”. En Europa, el argumento principal es que no se han tomado en cuenta las observaciones de los países concernidos y que el texto propuesto no hace diferencia entre refugiados e inmigrantes económicos como tampoco excluye explícitamente a los que ingresan al país ilegalmente. El primer ministro checo Andrej Babiš afirmó al respecto que “la migración no es un derecho humano” y postula que su regulación solo concierna a los países receptores.
¿A qué se debe el pavor que provocan los inmigrantes en las sociedades establecidas, especialmente las de mayor desarrollo económico? Es indudable que la llegada en masa de gente extraña, de cultura diferente, puede producir un rechazo atávico, sobre todo si son pobres y creen en otros dioses. Salvo los de corta edad, su adaptación al nuevo ambiente es compleja, empezando por el idioma pero también en lo que respecta a las costumbres locales y el comportamiento social. El rechazo del medio puede dar lugar a que muchos inmigrantes cultiven rencores y caigan en la tentación del delito para sobrevivir. La actual atmósfera de enfrentamientos agrega otro ingrediente discriminatorio, al considerar de hecho a cualquier persona de fe musulmana como un “terrorista” potencial.
Desde luego, también influye el factor social: allí donde hay desocupación, el inmigrante es un competidor en el mercado de trabajo, está además dispuesto a aceptar empleos mal pagos o se ve obligado a ello por la presión del empleador o su situación precaria de indocumentado. Su aislamiento lingüístico y cultural lo aleja de la vida sindical. No se conocen, sin embargo, ejemplos de inmigrantes que hagan de “carneros” en las huelgas.
El rechazo al inmigrante en la República Checa es especialmente sorprendente, porque prácticamente no tiene refugiados y los incidentes que a veces se producen son con hinchas de fútbol extranjeros o turistas adinerados de Europa occidental, debido a su adicción a la cerveza checa. Aun cuando la economía necesite el aporte de la mano de obra extranjera, la clase política dominante suele predicar contra el ingreso de inmigrantes del tercer mundo, invocando el peligro del terrorismo islamista. Expresión de ello son la postura del presidente Miloš Zeman y la negativa del Gobierno a acatar la decisión de la Comisión Europea de repartirse equitativamente a los refugiados llegados a Europa por medios irregulares, principalmente al litoral.
Pero sin ir más lejos, en nuestra América también alcanzaron triste notoriedad los incidentes a que dio lugar en Brasil y Ecuador el flujo de refugiados venezolanos. Y en la propia Tijuana, sin llegar a enfrentamientos directos, la población local se manifestó contra el asentamiento transitorio de la caravana de migrantes, por los trastornos que produce.
De este modo, los problemas creados por el capitalismo global conducen al enfrentamiento entre los pueblos, y no a la solidaridad.
EL MUNDO QUE QUISIÉRAMOS NO ES EL QUE TENEMOS
Puede parecer fuera de lugar, pero no puedo dejar de mencionar el caso de Yemen, la antigua Arabia Felix (“feliz”), llamada así por la impresión de abundancia que causó a los primeros viajeros que llegaron a ella luego de atravesar el inmenso desierto árabe. El país se desgarra hoy en una guerra terrible entre dos facciones enemigas, cada una sostenida por sendas corrientes islámicas del entorno, con el apoyo en armas y municiones del mundo desarrollado.
Estados Unidos y Francia intervienen del lado del llamado “Gobierno de Mansur Al Hadi” con sede en Adén, porque es al que sostiene Arabia Saudita, su principal proveedor de petróleo. Acusan en cambio al campo contrario, las fuerzas revolucionarias hutíes que ocupan la que fuera la capital del Estado unificado, Sanaa, junto con una extensa región circundante, de recibir apoyo material en armas y municiones de Irán.
Para colmo, en 2015 estalló una mortífera epidemia de cólera que, según las organizaciones humanitarias, sigue diezmando a la población. El país se ha sumergido en una cruel hambruna, de la que nos han llegado escenas dantescas de niños agonizando en los brazos de sus madres, fotos premiadas luego en concursos internacionales, sin que por ello cese la injerencia militar del exterior.
Basándose en datos de la ONU la periodista Delcan Walsh, del New York Times, señala en Clarín, Buenos Aires, 2.11.2018, que suman 1,8 millones los niños yemenitas desnutridos, mientras que el número de personas que sufren hambre y dependen de las raciones de las organizaciones humanitarias podría llegar pronto a totalizar 18 millones.
Sin duda no serán ellos los que recorran medio mundo para subirse a unas lanchas neumáticas de dudosa seguridad con el objeto de atravesar el Mediterráneo hacia la ansiada Europa. Pero nadie puede extrañarse de que los yemenitas que pueden se esfuercen por huir de aquel infierno y busquen asilo en cualquier lugar del mundo donde haya paz.
También son conocidos los “boat people” de Asia, que buscan llegar en embarcaciones improvisadas a los países más desarrollados de la región. Estas diversas corrientes migratorias convergen en un inmenso flujo que se suma al caos económico, poniendo en peligro la civilización actual en su conjunto. Los desarreglos climáticos y el crecimiento previsto del nivel de los mares agregarán más fugitivos, esta vez de los países insulares y costeños. Las futuras caravanas serán interminables[3].
Por supuesto, tal vez al cabo de cierto tiempo, como sucedió tras la caída del Imperio Romano, del caos surja una nueva civilización. Pero debería ahorrársele a la humanidad el camino doloroso de esta transición prolongada y de resultados dudosos. Mejor elaborar un plan sensato de autosalvación.