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ENTREVISTA CON IAN GIBSON, HISPANISTA IRLANDÉS

 Publicado: 05/12/2018

Una tumba para Federico García Lorca


Entrevista por Walter Acosta


Ian Gibson, irlandés errante y consagrado hispanista de porte quijotesco y alma de juglar, ha recorrido muchas cunetas y fosas comunes de España en busca de los restos de Federico García Lorca, asesinado el 18 de agosto de 1936 en tierras de Granada por nacionalistas, franquistas, falangistas o como quiera llamarse a los enemigos de la Segunda República. Gibson descubre a Lorca a mediados de 1950 y termina involucrándose en una búsqueda conmovedora, perseverante y tenaz, sin que haya podido lograr todavía su noble propósito: ubicar los restos de García Lorca para que reciban digna sepultura. El gran poeta, recordémoslo, es apenas una de las 115.000 víctimas de la Guerra Civil que aguardan el rito final.

Hace pocas semanas tuve el privilegio de conocer personalmente a Ian Gibson en Madrid. Según su propia sugerencia, me dijo por teléfono que no habría mejor punto de encuentro que al pie de la estatua a García Lorca en la Plaza de Santa Ana, frente al histórico Teatro Español. Y allí fui

En este teatro Federico recitó su famoso poema ‘Llanto por Ignacio Sánchez Mejías’. Debe haber sido escalofriante.

 

 

 

En 1930, aquí estrenó la Xirgu ‘La zapatera prodigiosa’ y el 29 de diciembre de 1934, ‘Yerma’. Esa noche hubo alboroto en la sala, ¿sabes?, las dos Españas ya estaban enfrentadas entonces. Se dice que algunos extremistas llegaron a gritarle tortillera a la Xirgu y maricón a Federico. Pero ni ellos ni los críticos feroces impidieron que la obra fuera un éxito consagratorio.

Sentado junto a mí y al pie de la estatua, Gibson transmitía un fervor tan extraordinario como contagioso. Y aunque sus libros sobre Lorca ya me habían dado elocuente testimonio de su empecinada campaña redentora, nada podía suplantar el calor de la palabra. Tal fue el pobre argumento que esgrimí para que me brindara más tarde una entrevista.

 

 

- ¿Es cierto que Ud. descubrió a Lorca gracias al “Romancero gitano”?

I.G. - Sí. Tropecé con un ejemplar del libro siendo yo estudiante en el Trinity College de Dublín. Yo tenía 18 años y no sabía nada de Lorca, fue por casualidad, los dioses, no sé. Un deslumbramiento. Hombre, no me leí todo el libro en ese momento. Entonces yo no conocía bien el idioma que recién empezaba a estudiar. Pero claro, bastó con leer el primer poema, ‘El romance de la luna, luna’. Me hipnotizó como hipnotiza la luna en el poema al niño que la está mirando. Esa luna que aparece como una bailarina mortal, vestida de blanco y los nardos…

Todo eso me cautivó desde entonces y para siempre; un proceso muy largo que yo no me atrevería a reconstruir. No es que yo decidiera escribir mi tesis de doctorado sobre Lorca de un día para el otro. Llevó cuatro años. Algo excepcional, pues también terminé interesándome en otros poetas.

- ¿Y por qué esa especial fascinación con Lorca?

I.G. - Nunca he llegado a saberlo del todo. Me lo pregunto cada día que pasa y no tengo realmente una respuesta para ello. No hay día que pase sin que yo piense en Lorca, sobre todo en su muerte…

- ¿Es a partir de esa fascinación primera que usted decide embarcarse en la búsqueda de los restos de Federico?

I.G. – No. Yo fui a Granada en 1965 con un año sabático por delante para seguir mi tesis doctoral sobre las fuentes telúricas de Lorca. Pasé cuatro meses en la vega de Granada hablando con campesinos e hice muchas grabaciones con ellos y con viejos republicanos represaliados. ‘Cuidado, porque pueden estar escuchando todavía’, me decían. ‘Las paredes oyen.’ Yo era totalmente desconocido en la región pero poco a poco me fueron tomando confianza. Un día me desperté y me di cuenta de que la tesis podía esperar, que era mi obligación concentrarme en las circunstancias del asesinato de Lorca y de lo que pasó en Granada, pues allí hubo un verdadero holocausto, algo así como 8.000 muertos, fusilados… no sabemos la cifra exacta todavía.

- Su búsqueda era una tarea peligrosa.

I.G. – No exactamente peligrosa para mí. Para mis entrevistados, sí. A Franco le quedaban todavía 10 años de vida. La desaparición de Federico terminó representando un gran problema para el régimen y no tuvieron más remedio que permitir la publicación de sus obras en 1954.

- Vale la pena recordar, sin embargo, que el propio Franco mantuvo siempre públicamente que en su tiempo no se había matado a poeta alguno.

I.G. - En efecto. Según los franquistas, Lorca murió en ‘un acto de guerra’, un Lorca mezclado con los revoltosos. Nunca admitieron que le habían fusilado.

- Algún tiempo después de su llegada a Granada, usted pudo contactar a Manuel Castillo Blanco, conocido como Manolo el Comunista. Como enterrador de Federico es él quien le revela los primeros datos concretos sobre el fusilamiento del poeta junto con un maestro y dos banderilleros anarquistas y republicanos.

I.G. - Sí. Fue extraordinario para mí llegar justo a tiempo para conocer al enterrador de Lorca y resultó muy difícil convencerle de que me mostrara el lugar del fusilamiento porque él sí que corría peligro. Debí proceder entonces con suma cautela.

Desde que inicié mi búsqueda, yo grababa todo porque si no, nadie te lo cree, ¿verdad? Incluso llegué a recurrir a todo tipo de tarjetas falsas de presentación, excusas y embustes. Así entré, por ejemplo, en casa del Capitán Nestares, uno de los malos de la película. Para que me contara algo de Lorca comencé dando clases de inglés a sus hijas, lo cual me permitía inspeccionar su biblioteca y tomar fotos.

Volviendo ahora a Manolillo, te diré que grabar a un fascista no me planteaba ningún resquemor, al contrario, pero grabar a Castillo Blanco, un tipo que había sufrido la represión en carne propia, no me parecía del todo decente hacerlo. A mí el régimen podía encontrarme con algún papel comprometedor y expulsarme de España; a Manolillo, en cambio, le podían dar una buena paliza o peor aún. Finalmente, logré persuadirlo y le llevé en mi coche al sitio que me indicó. Estaba plenamente convencido del lugar exacto que buscábamos, 30 años después de lo que allí aconteciera.

Llegar al famoso olivo, fue una experiencia tremenda, inolvidable.

Agrego que en la zona de Alfacar y Víznar también conocí a Antonio Mendoza de la Fuente, un masón que fue forzado a trabajar como enterrador de los “rojos” fusilados. Tuve la suerte de que confiara en mí y me explicó cómo funcionaba día a día el mecanismo de las ejecuciones luego de que los condenados pasaran por la improvisada cárcel de La Colonia. Allí comenzaba “el paseo” hacia la muerte.

- ¿Cuál fue el momento más duro de tantos años de búsqueda?

I.G. – No sé si calificarlo de “más duro”, pero el momento más extraordinario que me tocó vivir -y que ocurrió así como estoy hablando contigo– fue en marzo de 1967 cuando estuve frente a frente con Ramón Ruiz Alonso, el hombre que delató a García Lorca. El principal. Así se lo confesó años después a su propia hija. Alonso, católico fanático, autor de un manual fascista y despreciado universalmente por las izquierdas, había llegado a diputado en las elecciones de 1933 por la Confederación Española de Derechas Autónomas. Aseguraba que Lorca “había hecho más daño con la pluma que otros con la pistola”.

Tuve cuatro encuentros muy tensos con él, al otro lado de una mesa muy grande. Siempre jurándome decir la verdad “como si estuviera delante de Dios con la mano sobre los Evangelios y sin mentir delante de un crucifijo”. Cosas así. Yo llevaba escondido un pequeño magnetófono japonés que había comprado en Gibraltar y que solía poner debajo de la mesa. Grabé lo que Ruiz Alonso me dijo tratando de rechazar toda culpa y asegurándome que delató a Lorca no para que lo mataran sino para darle un escarmiento. Cuando se dio cuenta que le estaba grabando porque mi máquina chirriaba, se puso furioso y me echó de su oficina sin agredirme ni llamar a la policía.

- Y el momento más conmovedor de todos estos años, ¿cuál fue?

I.G. – Sin duda, haber conocido a Angelina Cordobilla González, que siempre trataba de “señorito” a Federico. La entrevisté en 1966 y ya ha muerto. Todo el mundo ha muerto, Acosta, y apenas quedamos tú y yo. (Risas).

Angelina tenía 23 años en 1936 y era niñera de los hijos de Concha García Lorca, hermana del poeta. No sabemos si fue la última persona que vio al “señorito” con vida: en todo caso, ella le llevó comida al Gobierno Civil donde estaba detenido. Le vio y cumplió con la entrega, pero Lorca ni probó bocado porque estaba hecho polvo.

La grabación con Angelina es una maravilla. Se conserva en mi archivo de Fuente Vaqueros, así como la de Castilla Blanco. (Con repentino y sorprendente histrionismo, Gibson pasa a imitar la voz aflautada de su entrevistada). “El señorito era muy gallina, tenía mucho miedo. Y cuando venían los aviones, el señorito aparecía con su albornoz y se metía con nosotras debajo del piano de cola, preguntando: Angelina, si a mí me mataran, ¿lloraríais vosotras mucho?”

- ¿Fue Queipo de Llano quien dio la orden final?

I.G. – Hay varios testimonios que indican que él confirmó la sentencia de muerte. Le debieron consultar puesto que era la máxima autoridad de los rebeldes en Andalucía. Según se afirma, Queipo de Llano dijo “que le den café, mucho café”, su frase habitual para ordenar un fusilamiento.

- ¿Tan famoso era Federico?

I.G. – Mira, la homosexualidad de Lorca despertaba odios y tuvo mucho que ver con su martirio. Pero también hay en su obra de poeta y dramaturgo un ideario político que la derecha y la Iglesia no podían tolerar. Lorca ya era famoso al estallar la Guerra Civil. Y en los últimos años de su vida, sus palabras eran recogidas por la prensa en innumerables entrevistas. Reportajes donde critica a Mussolini, a Salazar en Portugal, a Getulio Vargas en Brasil…

Quienes aseguran que Lorca era apolítico, no saben lo que dicen. Lorca se identifica siempre con la justicia y la democracia, un compromiso político clarísimo. No es comunista ni nunca lo fue… pese a la insistencia de Rafael Alberti para que se afiliara al Partido. Su “Romance de la Guardia Civil Española” despertó enormes críticas. Su “Yerma” fue una obra odiada por la Iglesia Católica y la prensa de derecha por inmoral y pornográfica. Que un personaje de la obra preguntara a Yerma “¿Cuándo vas a dejar de creer en Dios?” provocó un verdadero escándalo.

- Imperdonable, supongo.

I.G. - ¡Hombre! Si todavía tenemos en España la Iglesia Católica que tenemos y que no se declara en contra de que se entierre a Franco en la Catedral de Madrid, ¡pues ya te puedes imaginar cómo era la Iglesia en 1936! No es que Lorca sea anticatólico. Parece que no le gusta Dios pero la figura de Cristo, sí. Toda la obra lorquiana está atravesada por alguna referencia o alusión a Cristo y hasta podemos decir que por su martirio, Lorca se identifica con Cristo. Un mártir por la causa de la libertad.

- En todos estos años de búsqueda de los restos de Federico, usted no ha logrado el apoyo amplio y generoso de la familia del poeta. ¿Cuál es el argumento de la familia?

I.G. – Hace ya mucho tiempo que no quieren que Lorca sea tratado diferente a los demás fusilados en la zona que pueblan las fosas comunes y cunetas de España.

- Habría que encontrar los restos de todos, entonces.

I.G. – Localizarlos, por lo menos. En 2017 se aprobó en Andalucía una Ley de Memoria Histórica más avanzada que la anterior, estableciendo que no se puede dejar a nadie en una cuneta. Y estamos hablando de miles y miles de fusilados. A mí me sorprende y me duele que la familia Lorca no haya participado en nada relativo a la Memoria Histórica, no apoyaron al juez Baltasar Garzón, no están ocupados en nada que tenga que ver con la recuperación de los restos… ¡a pesar de que tienen el desaparecido más famoso del mundo! Es imprescindible localizar la fosa.

- En alguna ocasión, usted mismo ha afirmado que “es difícil no encontrar en Lorca el máximo símbolo de la tragedia de la Guerra Civil Española”. Pablo Neruda me dijo una vez algo parecido. Consideraba que la muerte de Federico es uno de esos crímenes históricos de los más graves que se han cometido en la humanidad. Y agregaba que “la sombra de este crimen todavía nos perturba”.

I.G. – Hombre, a mí me afecta muchísimo porque en Lorca se concentra la tragedia de aquella guerra. Simboliza a todas sus víctimas, a las madres llorando a sus hijos… Para mí, ser un desaparecido es lo más terrible que te pueda ocurrir. Y para una familia… qué terrible no saber dónde está tu abuelo… tu padre… tu hermano… Por eso, cuando la derecha afirma que buscar a los muertos es reabrir heridas, es una vil calumnia. Los familiares quieren saber dónde están los huesos, localizarlos y darles digna sepultura. Esto lo entiende cualquier ser humano normal. No entender eso es no entender nada de la vida.

- ¿Qué ha significado entonces Lorca en su vida?

 

 

I.G. - Federico García Lorca no ha significado todo en mi vida… pero casi. No me concibo sin tener dentro su palabra, su magia, su tragedia final. Si logramos encontrar sus restos me consideraré feliz. ¿Qué más te puedo decir? El Parlamento español ha aprobado exhumar los restos de Franco que están en el Valle de los Caídos y la maldita derecha española –con el beneplácito de la Iglesia- quiere que los restos del genocida descansen en una cripta de la Almudena. Si esto ocurre, ¡yo me voy de España!

Hubo un largo silencio. Nos quedamos mirando las copas vacías y finalmente apagué la grabadora.

Un comentario sobre “Una tumba para Federico García Lorca”

  1. Soy un lorquiano como tu Ian.El Poeta,como todo grande es magia,seducción y compromiso.Cada verso un estremecimiento.Mierda a los facistas.No hay perdón para todos ellos.

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