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LENGUA Y POESÍA: LA FORMA DE LA ESCRITURA
Construcción del cuerpo
Por Santiago Cardozo
La frase instaura un ritmo que le es propio pero que no se reduce a su construcción: se trata de una sintaxis más rica que su gramática. Todo lo que es balanceo, velocidad, síncopa, depende de la sintaxis. Así entendida, la sintaxis es mucho más que el esqueleto de la frase, es su sistema circulatorio: lo que hay de rítmico en el sentido.
Pierre Alféri – Buscar una frase
Busco la frase en el sonido, en la métrica, en la rígida o elástica sintaxis exigida por el verso. Hay, para mí, una verdad poética, como la verdad amorosa: la respiración significativa de la escritura, una tensión disimulada cuya disolución procura sacudir los cimientos que sostienen el propio poema, su textura musical, el tipo de lectura que demanda a cambio, espacio de una interpretación infinita que coincide con una infinita subjetivación, con el interminable y ramificado decurso de la vida. La rima y los acentos internos se dibujan solos, como un golpeteo inconsciente, en el devenir de las palabras, en la configuración de las imágenes más o menos estabilizadas en los límites y la sucesión de cada línea y en la imposibilidad de su estabilidad definitiva. El aliento: el poema como especie de diafragma que no puede estirarse más allá de su propia anatomía, de las articulaciones que definen su alcance, pero que desborda la forma que la biología le ha concedido.
Lo que no se dice, lo que queda en suspenso, lo que se entrevé como el fondo central del poema, pero a lo que no se puede acceder. Una breve pieza de orfebrería que se va completando en los otros versos o que quiere encontrar en ellos lo que no pudo decir en su íntimo empuje. Al final, la articulación es el punto clave para poder decir lo que no se puede decir y lo que la superficie de las palabras permite atisbar. Escribir de lo que no se sabe, de lo que se desconoce o se cree conocer; experimentar la desposesión en la materia verbal que le pertenece a la lengua.
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La escritura busca, sinuosamente, atenuar la soledad. ¿Se logra con la poesía posponer la soledad definitiva? ¿Alcanzan los versos la ilusoria compañía del lector, el iracundo grito y el anhelo desesperado de entender algo de las vidas propias?
En el primer verso están el tono, el objeto, el drama, el vacío. Pueden ser un solitario sustantivo, una oración que siga los dobleces de la gramática o un conector: “sin embargo”, “aunque”, “es decir”. En suma: es preciso rechazar y desarmar la injusta determinación del verbo copulativo (“alguien es algo”: el salto mortal de la sinécdoque), la aseveración aplastante del predicado nominal.
Capturar la intuición, el impacto, la súbita aparición de una imagen: esa es, para mí, la función de la poesía. Sin intuiciones, sin golpes fulgurantes, la poesía es bibliotecas llenas del recuerdo de los libros que alguna vez alojó. Pero la intuición es esquiva, equívoca: no tiene forma; su contenido apenas se presiente, nunca se hace del todo sensible. De modo que el poema es el arduo trabajo de encontrarle una forma, una sintaxis provisoria que, llegado el caso, puede mudar su articulación. Y el resultado obtenido coincide con la precariedad de su desvanecimiento. Tal vez mañana esa forma se desajuste, ya no le convenga.
El poema, en cierta forma, le debe todo secretamente a la intuición. Sin embargo, no alcanzan uno o dos versos para aprehender su existencia transitoria, su etérea consistencia, marcada por lo imprevisto, por lo indefinido. La lengua, como decía Barthes, obliga a decir “adentro” de ciertas formas. Pero la poesía, que sabe de límites y márgenes, de fondos y lodazales, lleva las cosas a los bordes del sentido, a fin de extraer más sentido y de exponer la lengua ante su propia irresolución, ante su propia imposibilidad comunicativa, allí donde el sentido es una crónica y permanente metonimia.
El poema, a medida que se despliega, se va perteneciendo a sí mismo. Es decir, se constituye según sus propios requerimientos, su propia lógica: traza su métrica, el número de versos necesarios para dibujar la imagen detrás de la cual va cada palabra; define su respiración, el conjunto de los acentos que construyen su ánimo.
Termino, pues, como empecé: “¿Cuál es el miedo a la poesía? La hija subversiva y díscola de la lengua, con una pirueta de exceso y una demanda de pureza. Su acción es regenerativa, «naciendo, nacida siempre», diría Eckhart. El poema nace en la violenta y amorosa acción que reclama a la lengua volver a hablar. Es por eso la poesía su hija pródiga. Revisa las leyes ordenadoras estancadas por la costumbre o por la hábil manipulación que intenta volverla un instrumento de domesticación, una cueva del mentir, una herramienta de poder para la explotación y la muerte” (Diana Bellessi, La pequeña voz del mundo).