Compartir
VADENUEVO DE COLECCIÓN: DEL NÚM. 63 (DICIEMBRE DE 2013). DERROTAR EL MITO DE MARACANÁ, Y A SUS FANTASMAS
Los valores de la era Tabárez
Por Gabriel Quirici
La obra dirigida por Oscar Washington Tabárez debería ser valorada desde la perspectiva cultural como uno de los cambios más importantes que han ocurrido en el Uruguay del siglo XXI en paralelo con las transformaciones políticas y económicas que vive el país.
No quiero caer en el simplismo de que por ser votante del Frente Amplio (FA) haya que contemplar el fenómeno Tabárez con simpatía ideológica desde la izquierda, sino que sus líneas de pensamiento y acción merecen por sí mismas un destaque que va más allá de lo deportivo y que podrían ayudar a encarar problemas sociales vinculados con el deporte.
Praxis y realismo
Un reflejo medular del trabajo del Maestro hacia lo cultural refiere a la encarnación del ejemplo de praxis. Cuando maravilló por sus conferencias de prensa que parecían muchas veces clases magistrales de fútbol, cultura, comportamientos individuales y colectivos, Tabárez siempre dio muestras de un realismo sincero, apoyándose en datos, conceptos estudiados y en la reflexión permanente sobre la experiencia. Evitó jugar con eslóganes facilistas del mundillo mediático tribunero, y nunca cayó en apelaciones sensibleras. Ante todo problema siempre emerge, en la práctica del Maestro, la búsqueda de una explicación y el testeo de los posibles caminos de solución. Pero no hay fugas discursivas, ni retórica políticamente correcta.
Un buen ejemplo de lo anterior ocurrió en Sudáfrica, antes del partido con Ghana, cuando entrevistado luego del entrenamiento esbozó una explicación del camino recorrido diciendo que algunos se aferran a la creencia en fuerzas superiores, y es muy respetable, pero sentía que algo distinto empujaba a la selección, y ese algo provenía de la realidad, del colectivo y su trabajo potenciando a los individuos que conformaban todo el plantel. Otros podrían haber hecho uso de la “fuerza de la historia”, de la camiseta celeste. Pero las expresiones o concepciones deterministas a priori no forman parte de la concepción praxiológica del Maestro.
Esto no significa que carezca de capacidad sensible, ni de que se trate de un frío ejemplo mecanicista. Al contrario, la praxis supone un trabajo superador donde la realidad es analizada y conocida con determinados sentires y objetivos que buscan transitarla y modificarla. Y esa sabiduría transformadora de la práctica le ha permitido elaborar síntesis explicativas casi poéticas ante situaciones complejas: como cuando señaló que el partido con Perú en Montevideo (luego de un intenso y difícil 4 a 2) había sido “un canto al fútbol”, o cuando advirtió para la Venezuela que nos recibía a punto de dejarnos fuera de Brasil 2014 que “no solo en amor es muy importante la primera vez”.
Cuántas veces se le ha escuchado decir “el resultado del partido no lo sabe nadie, la historia no está escrita”. Esto, que para algunos puede aparecer como una postura timorata, conservadora o un “abrir el paraguas”, puede ser entendido como una actitud formativa, cabalmente reconocedora de las potencialidades y de la limitaciones de su rol y conocedora de la esencia del deporte.
Lo más interesante de esta cuestión es que, pese a saber que la historia no está escrita, el esfuerzo se pone en tratar de estudiar, analizar y prever la mayor cantidad de factores posibles (logísticos, técnicos, anímicos, grupales, individuales, estadísticos) que puedan ayudar a encaminarla hacia un objetivo mejor.
Y no es que sus equipos carezcan de garra, o de temple, sino que tras un análisis de las características predominantes de la idiosincrasia del futbolista uruguayo, y de las potencialidades concretas de cada jugador, el proyecto se propone revivir esos conceptos en clave de modernidad y alta competencia.
Planificar, formar, colectivizar
La apuesta por la planificación, el estudio, la acumulación en colectivo y el trabajo como proceso es otro sello de este cambio cultural. Si es recordada su famosa frase “el camino es la recompensa”, debe observarse cómo ella sintetiza una actitud opuesta y creativa ante la cultura de la improvisación.
El diseño del proyecto Tabárez -que abarca todas las selecciones nacionales- tiene una fuerte dosis de concepción formativa para los jugadores como personas que podrán transitar, o no, un camino dentro del deporte de alta competición. No se trata de un encare “resultadista” ni mesiánico (y eso que partidos y campeonatos épicos le sobran en su historial), que abona teorías repetidas de verdades dogmáticas y mágicas indiscutidas.
En vez de apostar a la suerte, a la tradición, a la camiseta, a la garra, a la hinchada, al nacionalismo, y toda una serie de conceptos reiterados por la prensa cotidiana, el Maestro apela a un discurso deportivo cargado de compromiso con el pasado pero siempre abierto a la contingencia imprevisible del futuro.
Muchos dicen que sin Luis Suárez ni Diego Forlán el proceso habría sido una “mentira”. Basta recordar dos acontecimientos para rebatir esta idea. En primer lugar, la selección del período 89-90 contaba con indiscutibles (y probablemente más) figuras individuales de alto nivel; sin embargo, el quiebre del proceso impidió alcanzar los resultados que, una vez transitada y analizada la experiencia de la derrota, se volvieran fuente de fortalezas a futuro. Por otro lado, debe recordarse que ante la pregunta de Jorge Traverso en “Hablemos” sobre la importancia de la actuación individual en referencia al Balón de Oro de Forlán, la respuesta del Maestro fue citar a Marx para explicar que no existe individuo que se realice por sí solo, ya que siempre el contexto social es quien lo potencia. Casualidad o no, el primer “twit” de Forlán cuando se enteró de su premiación fue que se la debía a todos sus compañeros.
Por supuesto que hay diferentes maneras de valorar (y gustar o no) el estilo de juego y hasta la forma de hacer los cambios de Tabárez, en un partido. Pero lo que merece destaque es la concepción global que hay detrás, que garantiza un accionar tan racional como emocionalmente comprometido, sin cegueras de tipo religioso mesiánico que tanto mal le han hecho a nuestro cultura.
El cuidado con los mensajes
La reciente propaganda del fantasma de Maracaná parece una muestra contraria de todo lo anterior. Sin olvidar que se trata de una publicidad, los efectos que busca generar se relacionan más con los mitos y las leyendas, cargadas de cierta fanfarronería en la que a veces cae la mayoría de los medios y de la opinión pública. Actitudes como las de aferrarse al mito, o creer que les vamos a ganar porque somos Uruguay son opuestas a las del trabajo, el análisis y el compromiso humilde y abierto al futuro. Tanto que, el capitán Diego Lugano salió inmediatamente a refutar los valores que la broma del fantasma promovía.
Vale la pena acordarse de dos momentos más para encarar el futuro con ilusión y realismo.
El primero tiene que hacernos pensar en lo confuso y peligroso del exitismo. Inmediatamente antes de la disputa de los anteriores Juegos Olímpicos, la opinión pública y la prensa se inflamaron de optimismo: “Jugamos los siete partidos del mundial, ganamos la Copa América y ahora vamos por el Oro Olímpico”, decía una promoción televisiva. Lejos del análisis de las dificultades que implica la formación de un seleccionado sub-23 con tres mayores y creyendo que con la sola (individual) presencia de Edinson Cavani y Luis Suárez en el equipo se iba a continuar una historia de invictos… ochenta y cinco años después (¡!).
El segundo parece sombrío, pero es una confirmación de lo que esta nota sostiene: en la conferencia dada por el Maestro tras obtener la Copa América en Buenos Aires, dijo: “que nadie crea que por esto tenemos la clasificación al Mundial asegurada, es otro tipo de torneo”. Pero no faltaron los augures expertos en tirar negativismo, que previeron una clasificación fácil y directa de Uruguay, contraargumentando que lo obtenido frente a Jordania era poco menos que un fracaso ya que en el torneo clasificatorio no participó Brasil. En lugar de analizar las complejidades de la Eliminatoria y tratar de comprender lo que el entrenador de las selecciones nacionales planteaba respecto a las dificultades a afrontar, antepusieron (y muchos hinchas celestes también) una supuesta colocación ganada de antemano sin observar la realidad del proceso.
A mitad de camino entre ambos ejemplos, la selección mayor pasó por uno de sus peores momentos, y muchos festejaron los problemas de la era Tabárez tras los puntos obtenidos en 18 disputados luego del empate con Venezuela en Montevideo. “El proceso es una mentira”, “la selección es un club de amigos”, “no tenemos ningún expulsado”, eran frases corrientes de quienes, más allá del disgusto deportivo, evidencian resentimiento cultural ante el proceso.
Porque todo lo aquí expuesto remueve una tradición arraigada y falsa en buena parte de nuestra forma de vivir el fútbol como espectadores: la idea de que se debe ganar en base a supersticiones legendarias, a ciertas peculiaridades del carácter o, incluso, a que se gana gracias a un “Ser” inmanente que trasciende a los jugadores y al juego: cuando se cree que el partido “lo ganó la gente” o “¡esto es Nacional!” o “¡Peñarol, Peñarol!”, se supone que más allá de lo que hacen los jugadores en la cancha, algo extradeportivo entra en juego. Y en eso, la cultura de los hinchas de cuadro grande debería revisar cuánto de perversidad deportiva motiva sus sentimientos, en la medida en que no calibra las ventajas no solo económicas, sino de entorno institucional y de favoritismo arbitral con las que cuentan, y que pesan a la hora de confirmar (cada tanto) el mito.
Mi abuelo, gran hincha de Sudamérica, nacido en 1920, que solía enojarse con la mitificación de Obdulio Varela, me decía: “Era un 5 metedor, pero los verdaderos cracks de la década del 50 fueron el “Cotorra” Omar Míguez y Juan Alberto Schiaffino, porque Uruguay jugaba mejor al fútbol que Brasil y por algo jugó el mejor partido de los mundiales con Hungría en el 54”.
Comparto esta anécdota como cierre, para intentar recuperar el pasado a los ojos de la práctica y la concepción que la era Tabárez inspira. No es que haya que olvidarse de Maracaná (el mismo Maestro siempre habla del respeto a nuestras glorias); fue el mayor triunfo de la historia. Lo que hay que derribar es el mito. Lo que no significa perder esperanzas de hacer un buen mundial en 2014, al contrario; hay que saber calibrarlas, estar seguros de que el equipo que vaya lo hará con la planificación, el trabajo, la solidaridad y el compromiso colectivo. Para poder disfrutarlo, y aprender a vivir la historia; que por suerte, no está escrita para adelante. La hacemos los hombres (en colectivo) y su praxis sobre la realidad.