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VIEJAS DEFINICIONES Y NUEVAS REALIDADES

 Publicado: 03/11/2021

Estados Unidos y América Latina hoy; algunas consideraciones


Por José Luis Piccardo


Hugo Chávez: Tabaré, ¿vas a firmar un tratado de libre comercio con el imperio?

Tabaré Vázquez: Sí, si es favorable para el Uruguay, sí. ¿Tú no le vendés petróleo a Estados Unidos? Ah, si tú no le vendés más petróleo, yo le declaro la guerra a Estados Unidos.[1]

 

El común de los mortales -personaje que debería importar mucho a quienes hacen política- no entiende cómo, cuándo y dónde Estados Unidos ejerce su dominio imperialista (que por estas latitudes no parece manifestarse hoy con la “claridad” de otros tiempos). Para muchos uruguayos, que podrían ser la amplia mayoría, la potencia del norte no constituye un peligro, no sienten que haya amenaza económica, militar o política. Por lo tanto, si tal peligro existe y nos condiciona como sociedad, desde el mundo político habría que ahondar en el examen y las explicaciones.

En la era de las dictaduras bananeras y fascistas y de las agresiones militares a países de esta región, no había que andar con mucha vuelta: para gran parte de la población, el peligro que entrañaba EE.UU. era un axioma, aunque no todas sus intenciones y actividades resultaran evidentes para amplios sectores.

Hoy, en cambio, una referencia sobre el imperialismo en un documento programático de un partido político (en los discursos públicos casi han desaparecido) requiere explicaciones y datos, muchos de los cuales acaso haya que desencriptar de la maraña que es el mundo contemporáneo, con su volatilidad y su imprevisibilidad. 

En el marco de grandes cambios globales, también se modificó la relación entre Estados Unidos y América Latina. El gendarme de otros tiempos, que lo sigue siendo por su peso económico-financiero y cultural -que se mantiene pese a declinaciones y nuevas competencias- y, en especial, por su apabullante supremacía bélica, no invadió un solo país latinoamericano en las últimas décadas, como sí lo hizo en otras regiones. Esta evidencia no supone desconocer su multifacética incidencia en la región ni olvidar una historia signada por la usurpación de recursos, intromisiones políticas e incursiones bélicas. 

La serie más reciente de esas intervenciones se dio a partir del apoyo al golpe de Estado en Brasil en 1964 para derrocar el gobierno constitucional de João Goulart. En los años 70, como lo muestran documentos desclasificados, EE.UU. gestó el golpe militar contra el también democrático gobierno de Salvador Allende en Chile, y apoyó otros golpes en países de la región, entre ellos Uruguay, pese a que aquí la izquierda no estaba en el gobierno y sus posibilidades de acceso al poder eran remotas. 

Tres décadas después, en otras condiciones del mundo, el Frente Amplio accedió al gobierno, aplicó el programa más radical de reformas de la llamada era progresista en América Latina y tocó intereses que tradicionalmente EE.UU. había resguardado con celo y saña. Cumplió 15 años de gestión, en los que se mantuvieron en términos “normales” (diplomáticamente cordiales) las relaciones con EE.UU., y en algunas áreas los intercambios se incrementaron. También hay que decir que dejó de ser nuestro primer socio comercial y el origen de las principales inversiones extranjeras directas. 

Es indiscutible que Estados Unidos sigue teniendo gran influencia cultural en el mundo y en nuestra región. Una incidencia inevitable, compleja, contradictoria, con luces y sombras. Continúa en Guantánamo y alienta actividades paramilitares en varios países, persiste en el bloqueo a Cuba y continúa mostrando deplorables intenciones con relación a diversas situaciones de conflictividad en América Latina. 

Pero conviene mirar toda la pantalla y no hacerse los distraídos. Cuando el kirchnerismo se puso “pesado” durante el llamado “conflicto de las pasteras” y hubo “demostraciones del Ejército argentino frente a Paysandú, que nunca las habían hecho”,[2] Tabaré Vázquez se comunicó con Bush. No para solicitar ayuda militar, ¡obviamente!, pero dio una señal. Asimismo, los gobiernos frenteamplistas apelaron a la colaboración de organismos de EE.UU. en la lucha contra el narcotráfico y el lavado de activos. Etcétera. 

El tema de EE.UU. es mucho más complejo de lo que suele presentarse en algunos documentos y escritos de la izquierda, donde el concepto “imperialismo” ha sido objeto de énfasis permanente pero no de actualizaciones y desarrollos acordes con la relevancia que se le intenta asignar. 

La relación con la principal potencia mundial constituye un asunto demasiado importante como para no atenderlo en sus múltiples facetas: las situaciones que impliquen peligros y sean motivo de justificadas preocupaciones, y aquellas que abran vías favorables a nuestros intereses, como -para poner un solo ejemplo- el campo de posibilidades que se generó con relación a la industria del software, que ha tenido a EE.UU. como el principal destino de nuestras exportaciones en esa actividad.

Por otro lado, los grandes actores y su peso relativo han cambiado en el tablero mundial. Tras la desaparición del escenario bipolar y el posterior advenimiento de una volátil multipolaridad que podría estar extinguiéndose, se acrecienta hoy el despliegue chino. En África es especialmente impetuoso, no solo en lo económico y comercial: acaba de instalar la primera base militar fuera de sus fronteras. Tampoco puede subestimarse la mirada codiciosa del gran país asiático hacia nuestra región. No es EE.UU. el que corre más rápido en pos del litio (Bolivia, Argentina, Chile, México y Perú tienen el 67 % de las reservas mundiales) y otras sustancias imprescindibles para las llamadas tecnologías 4.0 e, incluso, como se ha denunciado recientemente en Argentina, para abrir camino a la venta de armamento a países latinoamericanos. Por supuesto que es necesario mantener estrechas relaciones con China, pero también con Estados Unidos, así como con la Unión Europea, Japón, Rusia, Israel, Arabia Saudita y, de ser posible, con cualquier otro país o bloque. Como ha dicho un “filósofo” de por ahí y suelen repetir sus colegas de por aquí: una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.

La primera definición de imperialismo desarrollada como tesis es la de Lenin, aunque anteriormente pudo ser utilizada como sinónimo de colonialismo o de dominación. Marx no desarrolló el tema. Fue Lenin el primero, a partir de advertir modificaciones cualitativas en el capitalismo, aunque Engels, sobre el final de su vida, avizoró en parte esos cambios, que tenían relación con la conformación y el creciente poder de los monopolios y el entrelazamiento entre el capital industrial y el financiero. Lenin destacó varios rasgos en su tesis.[3] 

Hoy, algunos de ellos se han diluido o modificado sustancialmente y surgieron otros, impensables en las primeras décadas del siglo XX. Naturalmente, es un tema vasto y complejo que no se va a desarrollar en estas breves reflexiones generales.

No interpretar adecuadamente lo que pasa en el planeta podría conducir a bajar la guardia ante inmensos peligros para el desarrollo humano, la paz mundial y la preservación del ambiente a nivel global, y a errarle en el trazado de una estrategia de país. La política nacional necesita tener en cuenta cada vez más el contexto mundial, tan diferente al de no muchas décadas atrás. No hacerlo -como sería, por ejemplo, creer que la relación entre Estados Unidos y América Latina permanece incambiada- puede llevar a cometer graves errores a la hora de delinear políticas para el desarrollo e insertar al país en el escenario internacional. En torno al debate sobre estos asuntos podría estar una de las claves de la renovación que se plantea encarar el Frente Amplio.

Un comentario sobre “Estados Unidos y América Latina hoy; algunas consideraciones”

  1. Me parece muy oportunoo y pertinente este artículo.

    Creo que señala una omisión teórica y práctica (estratégica) del Frente Amplio, y hace a la verdadera mutación programa addel capitalismo (en retroceso relativo, pero en agresividad acrecentada), que surge de los cambios en la organización del trabajo, revolución tecnológica mediante.

    Las formas de dependencia son muy variadas (económicas, políticas, militares, culturales) y la geopolítica de Estados Unidos las juega en forma sistémica.

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