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LA REAFILIACIÓN SINDICAL

 Publicado: 06/09/2017

El forcejeo


Por Eduardo Platero


Casi sin solución de continuidad enfrentamos con éxito dos embestidas. Esas “victorias”, porque indudablemente lo fueron, condicionaron el campo y a los actores por un período discernible durante el cual la dictadura dejó de intentar ampliar su base. La embestida fue casi simultánea: en agosto de 1973 la reafiliación sindical y en setiembre las elecciones universitarias.

Mientras nosotros inventariábamos pérdidas y tratábamos de restablecer los contactos destruidos o dañados por la represión, la dictadura, en el más ortodoxo de los principios militares, prosiguió su ofensiva con el fin de liquidar a la que llamaban “extinta CNT” y construir en su lugar un movimiento sindical “patriótico y democrático” que les diese respaldo.

Para el 25 de Agosto en la tarde, el Ministro del Interior, Coronel (r) y Doctor Nestor Bolentini, convocó a una reunión, supuestamente pública pero de entrada por invitación, a dirigentes sindicales en Sala Verdi. En ella los concurrentes serían informados de la nueva Reglamentación Sindical aprobada. En realidad, la única, ya que nunca se había dictado otra y las disposiciones que regulaban el mundo del trabajo eran muy generales.

La personería jurídicas de los sindicatos se tramitaba igual que la de cualquier institución civil y el estatuto se limitaba a establecer el esquema organizativo básico y poco más. Sigue siendo así hoy en día y, entre otras cosas, no hemos hecho una sola gestión para liquidar el impedimento para establecer organizaciones de segundo grado. La CNT no tuvo personería y el PIT-CNT sigue sin tenerla. Estatutos sí, pero como cuestión interna.

Desde días anteriores se venía anunciando la Reglamentación Sindical y que la misma dejaría sin efecto la personería jurídica de toda aquella organización sindical que no se ajustase a ella. Nunca supe quién hizo la lista de los “sindicalistas democráticos” a invitar; por el grueso error de haber incluido en la misma al “Gallego” Miguel Gromaz, un anarquista recalcitrante de FUNSA, se me ocurre que no pudo haber sido el Departamento 2 de la Policía. Eduardo Telechea no hubiese incurrido en tamaño error.

Esto lo cuento por versiones, porque justo ese día, luego de que se formalizase la reunión en Sala Verdi, me dieron la libertad en el Cilindro y hasta el 26 por la tarde no aparecí por Adeom. Me concedí una licencia para pasar por lo menos un día en el hogar que estaba formando.

En Sala Verdi el Ministro Bolentini, desde el escenario y parapetado detrás de una mesa, preludió con un corto discurso (cosa rara en ese gárrulo zaragüeta) y arrancó anunciando que en el próximo pago se entregaría a cada trabajador un formulario de afiliación. El mismo tenía la finalidad de facilitar a quien así lo quisiese la posibilidad de afiliarse a un nuevo sindicato, ya que los anteriores quedaban disueltos. La posibilidad era amplia: podía no afiliarse a nada y tirar el formulario o llenarlo indicando a quien se afiliaba. En ese caso debía entregar el formulario lleno y firmado a quienes hubiese elegido y ellos se encargarían de entregarlo al Ministerio de Trabajo. De esta forma nacería la nueva organización sindical libre de toda contaminación y coacción comunista.

Partían del supuesto de que las opciones serían dos y sólo dos; no afiliarse a nada o formar un nuevo sindicato “democrático”. Error psicopolítico, para usar un término que les era muy querido, al que únicamente pudo haberlos conducido la confusión de creer que el levantamiento de la Huelga General fue una derrota definitiva de la “extinta CNT”.

Una ingenuidad que demostraba lo poco que habían aprendido. Aconsejados por un pequeño grupo de agentes de la Embajada Americana conducidos por dirigentes internacionales de la ORIT, llegaron a creer que con eso bastaba para edificar un sindicalismo patriótico.

Sería demasiado largo remontarme a la fractura de la Federación Sindical Mundial al comienzo de la Guerra Fría; pero el nacimiento de la Confederación Sindical del Uruguay (CSU) tiene que ver con ese proceso. Al nacer agrupó muchos sindicatos, entre ellos los recientes de funcionarios públicos. Mientras la vieja UGT se sectarizaba y empequeñecía, la recién creada CSU parecía tener por delante un brillante porvenir. La sindicalización “democrática” fue favorecida por gobierno y patronales en los años siguientes. Y empezó a decaer en la medida que fueron apareciendo a la luz pública diversos actos de corrupción de sus dirigentes y los estrechos lazos que vinculaban a la CSU con la ORIT que, en ese entonces, actuaba como un brazo del Departamento de Estado y el IUES. La Embajada yanqui abrió esta dependencia, el Instituto Uruguayo de Educación Sindical, con una hermosa sede en la calle 19 de Abril y abundante dinero para becar a quienes quisiesen estudiar sindicalismo.

Es difícil, hoy en día, apreciar en toda su dimensión el furor de la división ideológica de esos tiempos. Recordemos, por ejemplo, que la Logia P2 nació en Italia para conducir la “Operación Gladio” destinada a comandar un golpe de Estado en caso de triunfo electoral de los comunistas y llevar a cabo una escabechina que los eliminase físicamente. También que la Yugoslavia de Tito fue separada del sistema socialista y demonizada por Stalin por aceptar ayuda yanqui.

Las luchas de los años 50 y 60 fueron decantando las cosas. La CSU fue mostrando su verdadero rostro corrupto y al servicio de las patronales y a finales del los 60 ya era únicamente un fantasma del pasado. De a uno, o en grupos, los sindicatos fueron tomando posiciones clasistas y se separaron de la CSU. Lo que no significó su ingreso automáticamente a la UGT que, a su vez se había identificado tanto con las posiciones del Partido Comunista que, un poco en serio, un poco en chiste, decíamos que los programas de ambas instituciones llegaron a diferir únicamente en el título. El contenido era el mismo.

Todo cambia, todo cambia y en tanto la CSU se vaciaba de sindicatos que generaban un nuevo y difuso sector que se distinguía como “la autonomía”, la UGT acompañó los cambios que en 1955 comenzaron en el Partido Comunista con el ascenso de Rodney Arismendi a su Secretaria General.

No quiero y no podría internarme en lo que este cambio, y el posterior XVI Congreso, significaron para el PC; pero si debo señalar que fue el inicio de un gran viraje en nuestra sociedad.

Pese a rehusarse, en principio, a toda alianza con los comunistas, el Partido Socialista, a su vez, procesó su cambio. La Guerra de Argelia, parte del incontenible movimiento de descolonización, tuvo como represor a un gobierno socialista en Francia que, a su vez, recibía el apoyo de la II Internacional. Fue demasiado, y nuestros socialistas se separaron para buscar, con Vivian Trias como inspirador, las raíces nacionales que enlazasen con los procesos internacionales de lucha de clases.

Pocos años más tarde la vieja Unión Cívica, nacida para funcionar como “bisagra” entre ambos partidos tradicionales y cobrar su apoyo en atenuación del anticlericalismo, se transformó en el Partido Demócrata Cristiano; una fuerza de ideas con el acento puesto en la solidaridad social y la ética que venía de los curas obreros de Francia. Si todos los seres humanos éramos hermanos en Cristo, no se justificaba una Unión Cívica a la cual le importaban únicamente las prerrogativas de la Iglesia Católica.

Los años que van de 1954 a 1971 fueron fértiles para la unidad del pueblo en base a la idea común de que la misma debía darse tanto en lo sindical como en lo político. Y que no era cuestión de mantener, sino de cambiar. De luchar por un mundo más justo y solidario. Expresamente dejo fuera, para no ser más largo que “Las Mil y Una Noches”, todo lo referente a la Revolución Cubana, de enorme y positivo impacto en ese afán de cambiar.

Únicamente señalaré que la misma no fue un trueno en cielo sereno. América Latina había crecido y madurado durante la guerra mundial y el problema del cambio social y político había dejado de ser una cuestión puramente teórica. Pocos lo señalan, pero a fines de la década de los 50 los tres países latinoamericanos con mayor densidad social eran Cuba, Uruguay y Chile.

¡Esto sí que ha sido una gran digresión! Por la cual me disculpo, pero de la cual no me arrepiento. Sin recordar lo que fuimos y cuánto cambiamos en ese período no se puede entender claramente en qué situación estábamos en los años 70.

Dejando de lado el nacimiento del Frente Amplio luego de un largo proceso social y político, no podemos ignorar las mutuas influencias. Existía un bloque social que sustentaba la lucha por los cambios. La dictadura tiene que ver con la utilización de la fuerza armada como “último recurso”.

Habíamos derrotado a las concepciones pro‑patronales y proyanquis en el movimiento sindical. Habíamos construido nuestra Central única, clasista, con mutuo respeto y tolerancia para con la diversidad y nos habíamos ganado el apoyo mayoritario del pueblo. Pero, en muchos lados, dormidos, semienterrados y olvidados, subsistían rescoldos del amarillismo. Viejos asalariados de la CSU, oportunistas que lograban dividir un conflicto y servir a las patronales, alumnos inocentes y no tanto del IUES y rencores que habíamos provocado en algunos lugares sin tenerlos en cuenta. En sitios que nosotros ya ni considerábamos pero con los cuales contaba el imperialismo.

Diría que fundamentalmente el imperialismo, porque las patronales (salvo la excepción de la huelga tabacalera de 1962) ya ni contaban con ellos. El Pachecato le creó un ambiente un poco más propicio y la dictadura intentó apoyarse en ellos inducida por la Embajada y la ORIT.

No quiero olvidarme del silencioso trabajo en el Interior de los Cuerpos de Paz que creara Kennedy. Enseñaban básquet o predicaban en tanto iban penetrando en las sociedades locales. Con la complicidad o tolerancia de Intendentes, Jefes de Policía y políticos de los partidos tradicionales.

Silenciosos, habían hecho un prolijo inventario de los “ganados”, los “por ganar”, los “comunistas” y los “filo”. Aquello de Benito Nardone de los “comunistas chapas quince” no era un invento. Como no lo fue aquel otro mensaje de “marcarlos y ¡a tablada!”

Puedo citar nombres, como un panameño, Castillo, y puedo afirmar que personalmente constaté que había matrículas falsas que la Intendencia de Montevideo entregaba a la Embajada. Antes del Golpe ya estaban actuando. Los hombres y vehículos que sustentaban al Escuadrón de la Muerte. Los “Maverick” que trajeron a los tiradores que, desde la obra de lo que hoy es la Caja Rural, asesinaron a un estudiante de la Escuela de la Construcción. Todo se dijo; todo se denunció y todo se hizo público sin que pasara nada. El Golpe culminó una etapa de apropiación de gran parte del poder, del Poder real, que estaba cambiado de mano.

Fue la embajada yanqui la que primero dio luz verde al golpe y luego indujo a la dictadura a intentar afianzarse en el mundo del trabajo con este engendro de Bolentini, la activa participación de estos agentes internacionales que contaban con dinero, medios e información y la Dirección del Ministerio de Trabajo que encabezaba la doña Angela Chiola de Piriz Pacheco.

La Reglamentación de Bolentini (que repitió, idéntica, en 1983) atacaba las bases mismas del movimiento sindical. Se reconocía al sindicato por empresa prohibiéndose las federaciones. Hasta podía llegarse a más de un sindicato en la misma empresa. Con el 10% de los trabajadores ya se te reconocía. Teóricamente podía haber hasta 10 sindicatos en cada empresa. Ninguno servía para nada, porque las patronales y el gobierno no estaban obligados a atenderlos y mucho menos a negociar. Y la huelga estaba prohibida, con lo cual únicamente estabas para organizar cumpleaños y cosas así.

Terminó Bolentini y ofreció la palabra a una platea atónita. El único que habló fue Gromaz, que con su vozarrón dijo que esa reglamentación únicamente servía para organizar carneros y alcahuetes y, sin volver a sentarse, arrancó y se fue. Tras él se fue media sala y todo terminó más silencioso que velorio.

Pese al fracaso, el proceso continuó. Ese mismo día se anunció con mucha prensa que se adelantaba el pago en la Intendencia de Montevideo para el día 27 y que, en los sobres de pago, se incluiría la papeleta de reafiliación.

Cuando llegué a Adeom el 26 ya se habían tomado las decisiones. Un pequeño aviso en “El Diario”, publicado en página perdida, anunciaba que aceptábamos el desafío y llamábamos a los trabajadores municipales a refiliarse a su sindicato. La Directiva estaba citada para temprano en la tarde y luego un activo de militantes. En realidad, no había alternativa: reafiliabamos o desaparecíamos. En el activo algunos compañeros plantearon dudas respecto a eso de entregar todos los datos a la dictadura y en determinado momento no tuve más remedio que cortar la discusión. En seco proclamé que el 27 se reafiliaba. Quien lo hiciera seguía estando en Adeom y quien no lo hiciera quedaba fuera.

Tal vez algún día me extienda sobre la fractura que el teniente Vázquez había logrado en el Cantón Central de Limpieza: valdría la pena extenderse acerca de la cuestión, pero no es el momento. SÍ estoy seguro de que esa fractura alentó la esperanza de sacar, de este primer pago, un sindicato “demócrata”.

En ambos campos el anuncio de que Adeom reafiliaba provocó reacciones. Alguien, nunca supimos quién, ordenó retirar las papeletas de los sobres y no pagar como siempre en Gonzalo Ramírez, trasladando el pago al Palacio Municipal.

Todo un lío. Se pagaba con sobres que tenían la liquidación escrita en el frente y adentro el sueldo. Con monedas. Ya había sido un problema incluir la papeleta y la confusión de luego sacarla desparramaba las monedas. Tarea en la cual los pagadores se demoraban contando y recontando. Pereira, uno de ellos, nos filtró una de las misteriosas papeletas y nosotros la reprodujimos a mimeógrafo. No confiábamos en los recién instalados “Copicentros” porque sospechábamos que podían informar a la policía a la vez que reproducían. ¡A mimeógrafo!, de los de manija. Imprimimos más de 2.500 copias, conseguimos tablas de fibra en una carpintería y abundantes bolígrafos. ¡Hasta pinzas de ropa para que los papeles no se volaran!

Todo lo que era lentitud en la preparación del pago fue velocidad en nosotros. Teníamos 20 compañeros con las papeletas. Quinteros discurseaba desde un camión parlante. Nosotros recorríamos la Explanada hablando con los compañeros que se iban impacientando porque el pago demoraba y tres compañeras se encargaban de ir recolectando las papeletas llenas y ponerlas a buen recaudo en una casa amiga. A media mañana empezó el pago, los trabajadores debían entrar por el Atrio, subir hasta el piso 1½, cobrar y salir por la calle San José. Todo para evitar que reafiliásemos. Sin embargo, cuando terminó el pago sobre mediodía, teníamos casi 2.400 papeletas firmadas. ¡Más de un 90% de los que cobraron ese día! Y los amarillos ni aparecieron.

Victoriosos, cansados y exultantes, nos aparecimos en la oficina de la Píriz Pacheco como una tribu bullanguera. La mujer desapareció y fue a consultar y nosotros no nos movimos en tanto el Dr. Osvaldo de la Fuente, nuestro abogado, reclamaba que se nos certificase la entrega y se nos diese un certificado.

Como a las 14 y 30, finalmente, nos recibieron el paquete y sin contar nada nos extendieron un recibo por el número que declarábamos y un certificado habilitante para las etapas siguientes. Porque había que hacer una asamblea con no menos de 40 personas y designar una Directiva Provisoria. Tanto los asambleístas, como los nuevos directivos debían pasar por el filtro policial. ¡Ningún nombre que estuviera registrado!

Uno no puede menos que rendir homenaje a quienes se afiliaron, a quienes tomaron las afiliaciones y a quienes pusieron sus nombres para hacer la asamblea y para integrar la nueva Directiva que encabezaba nuestra querida amiga Azucena Berrutti.

Cuando me estaba muriendo colgado en la tortura me consolaba el recordar este y otros episodios en las cuales la gente se jugó sin miedo y con coraje.

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