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EL QUE ATACA SORPRENDE. ELIGE EL MOMENTO Y EL LUGAR.
Tiempos duros
Por Eduardo Platero
“Hombres, os he amado”: creo que así termina Julius Fučík su “Reportaje al pie del patíbulo”. Arismendi no escondió nada. Hizo reeditar y distribuir al mismo y dio una solemne charla recordando el comportamiento de Dimitrov ante el tribunal nazi. Nos preparó. No sabíamos muy bien cómo irían a ser las cosas pero nos dejó claro que serían duras.
De alguna manera nos sentíamos parte de “esta inmensa Humanidad en lucha”, como decía la Declaración de La Habana, y eso nos confortaba y nos daba ánimo. Lo dijo mejor el Che: nada se puede hacer sin amor por la Humanidad; pero también, agrego, uno necesita sentir amor por el pequeño grupo. Por los cercanos.
Para vernos pasaban Silvia y muchos. Para vernos y sentir que allí estábamos.
¿Suena melodramático, no? ¡Es melodramático!… ahora.
De a ratos maldigo a esta revista que me obliga a recordar y de a ratos siento toda la carga emotiva de entonces. y la bendigo.
Nos amábamos. Como un destacamento de la Humanidad que luchaba por justicia. Eso nos daba ánimo. Los triunfos en Viet Nam eran nuestros triunfos de igual manera que el Golpe de Pinochet fue contra todos nosotros y lo sufríamos. Pero además de ese amor genérico que nos unía a todos quienes lucharan en el mundo, nos amábamos como pequeño grupo, como los compañeros que, desde nuestro puesto, luchábamos contra la Dictadura en concreto pero, también, por la liberación del Hombre.
Era un amor especial, un afecto y una necesidad de vernos, de alegrarnos cuando nos veíamos, de sentir que éramos un grupo. Lindante con el amor, tal como se entiende, pero distinto: una línea sutil diferenciaba ambos tipos.
Línea que a veces se traspasaba con variados resultados, en general no muy buenos pese a que los hubo buenos. No éramos perfectos y puros y vivíamos cada día con la sensación de que podría ser el último. Sentíamos diferente y eso nos creaba esa necesidad de vernos, de juntarnos, de sentirnos camaradas.
Estábamos los indisciplinados truqueros. Y también quienes pasaban cada vez que podían. Con el pretexto de buscar novedades. Pero, sobre todo, para vernos, para constatar que estábamos allí.
Dicen que en los planteles de fútbol el grupo incide en el rendimiento. Lo creo; mi experiencia de aquellos años me reafirma que el quererse tenía mucho que ver con el comportamiento en las difíciles.
¡CAYÓ SANTAMARINA!
Era una mañana de calor pese a que estábamos en el horario de invierno. Misterios de la memoria: se me hace patente que yo estaba en mangas de camisa cuando entró Silvia con esa novedad.
Aislada, no decía mucho, Santamarina era un arquitecto del Partido, muy conocido, conocedor de arte y cautivante conversador, que fue de las figuras notorias cuando el nacimiento del Frente Amplio. Comunista, más bien inorgánico, paraba en el boliche “Las 2 V” de 26 de Marzo y Buxareo. Nunca entré ahí pero tenía fama de ser paradero de intelectuales y en los comienzos del Frente fue una especie de centro irradiante.
Pero… ¿Santamarina? No nos decía nada.
En la tarde las cosas estaban más claras: había habido razzia y eran muchos los que faltaban.
Vinculados con nosotros marchó Jorge, que había sido administrativo nuestro, nos había pedido el despido para irse a Chile y providencialmente había vuelto antes del 11 de Setiembre. Faltaba Morelli, luego nos enteramos que le había hecho un berretin en la cabecera de la cama a una vecina que marchó con la caída del MLN. Y en el berretin encontraron papeles suyos, ¡le daba a la vecina a guardar lo que consideraba importante de Adeom! Nos enteramos de que faltaba Emilio, un viejo comunista de Garaje del Palacio cuya única actividad parecía ser avisar a los compañeros si había alguna novedad. No precisábamos reunirlos: le avisábamos a él y él se encargaba.
Y marchó también el Canario Rama, un hombre de Vialidad 9 que llevaron confundidos. Como al mes salió tan cambiado que no quiso volver a la casa. Dormía de contrabando en el trabajo y andaba como “asombrado”. No hablaba y “tenía los ojos parados como los de un santo”. Murió un tiempo después y nunca pudimos saber por lo que había pasado… ¡pero fue suficiente! Lo aterraron y enloquecieron.
Recuerdo ese comienzo, y no estoy muy seguro de si había empezado antes. Por lo notorio, Silvia se enteró de lo de Santamarina y en su pasada diaria por Adeom, antes de entrar, nos lo contó.
Pero era un golpe enorme y en dirección al Partido. Llevado adelante sobre todo por el Ejército, lo que nos dejaba clara su importancia. El Ejército era el centro del Golpe y por lo tanto lo que estaba sucediendo no era nada casual.
Supimos de la casa de dos hermanas arquitectas en Mar Ártico. Lo que luego se conoció como “Infierno Chico” porque los alaridos de los torturados se oían en todo ese barrio especialmente tranquilo. También se rumoreaba de extraños movimientos en lo que había sido la “Cárcel del Pueblo” y del 13º de Infantería. Luego, muy luego, se distinguió que era un predio de Armas y Servicios, no precisamente el cuartel, pero todo era el mismo predio.
Bueno, cuando llueve uno trata de ver si nada quedó expuesto. Nosotros pasamos revista y del sindicato no faltaba más nadie. La cosa era “política” y era un golpe contra el Partido. El golpe que todos sabíamos que en algún momento iba a suceder.
Recuerdo a Enrique Rodríguez, en el 73, en el patiecito de su casa, diciendo: “La pregunta no es cuánto saben de nosotros sino cuándo lo van a usar”.
Era la embestida que estábamos esperando; había demorado porque primero tenían que arreglar sus líos internos y porque, desde la Huelga General, sabían que esta vez sería distinto. El Partido era algo mucho más extenso y además de las figuras conocidas, de la punta del iceberg, para utilizar la metáfora consagrada, había una extensa zona por descubrir.
Al principio parecían saltos tipo caballo de ajedrez, mucha gente que parecía desconectada y uno se preguntaba cuáles eran los criterios. Sin duda al corazón mismo, a los aparatos centrales y a los principales dirigentes, pero también gente que, para nosotros, estaba desconectada.
Para nosotros, los amigos cercanos y para muchos periféricos sobre todo, desde el movimiento sindical era difícil ver el rumbo que tenía la represión. No era contra los restos de la “extinta CNT” que les venía dando batalla desde la Huelga, por lo menos no centralmente.
Yo empecé a sospechar cuando el Flaco, que era el Secretario político del Idilio, me dijo que “tenía que ver” y que por unos días no aparecería. Algo me estaba sospechando de sus anteriores “tareas” y no indagué por aquello de que era mejor no saber lo que no te concernía.
“El Pato” había desaparecido y un grupo sentía temblar el piso bajo sus pies. Dentro de los cuales, parecería que estaba mi amigo. Nunca se lo pregunté después, cuando volvimos a vernos y conversamos muchas cosas acerca de Cuba, Nicaragua y la participación de gente del Partido en dicha revolución, pero se contaba que llegando a su casa (vivía en unos apartamentos de Acevedo Díaz casi 18) lo alcanzó la señora para decirle que “El Pato” había estado para tranquilizarlos y asegurarles que “estaba todo bien”.
La anécdota es que la agarró del brazo y le dijo: “Hay que rajar…”. Poco tiempo después cayó un lote armado a guerra a buscarlo. Su desconfianza lo salvó; la “tranquilizadora” visita no hizo más que confirmarle que “El Pato” no sólo había cantado. Se había cambiado de bando.
A mí, su desaparición me confirmó las sospechas de que uno de los rumbos era el aparato armado. Efectivamente, caía gente que no estaba militando ostensiblemente porque, diríamos, estaba en “otra cosa”.
Ya no hay misterio y tampoco tremendismo: el Partido tenía un aparato armado. Su objetivo no era “hacer la Revolución” con unos cuantos fusiles (M 16 norteamericanos capturados por los vietnamitas) sino actuar en caso de contragolpe democrático.
A nadie se le había ocurrido que con fusiles y voluntarios más o menos entrenados se podía enfrentar a todas las fuerzas armadas. Pero en el 65 el contragolpe del Coronel Caamaño en Dominicana obligó a los yanquis a invadir y Torres había dado vuelta la tortilla en Bolivia.
La cuestión es que cuando largaron, con un criterio ortodoxo, el primer golpe fue contra los fierros. Pero también contra el aparato central de finanzas y la dirección más estrecha. Tratando de desarticular las comunicaciones.
Todo esto quedó claro mucho, mucho tiempo después, en tanto la escalada represiva estaba en marcha; simplemente tratábamos de adivinar su dirección y nos aprontábamos por si nos tocaba.
Mi madre había vivido la epidemia de Gripe Española en Artigas y contaba que salías a la calle y alguien, con tapaboca o pastillas de alcanfor cerca de la nariz, se te acercaba, unos metros, no pegado, y te advertía: ”El médico fue a lo de Fulano” o “Falleció Mengano”. La gente se advertía de lejitos, nada de correr el riesgo de que tú lo contagiaras.
En el 75, cuando la ofensiva, nos pasaba eso a los “legales”. Con toda la carga de relatividad que implicaba ser “legal”. Eras público, tu sindicato había cumplido con la reglamentación de Bolentini, no estabas requerido y no eras “comunista notorio”, con lo cual, en principio, eras un ciudadano común y corriente.
¡Seguro! Toda la “legalidad” duraba hasta que a alguien, ya fuera un general o “el botón de la esquina”, se le ocurría meterte en cana. No hay “legalidad” en dictadura y los jueces, que yo sepa todos los jueces, encarpetaban los escritos de habeas corpus y miraban para otro lado.
Azucena Berrutti, que ya cargaba con un pesado montón de defensas de tupas, se hizo cargo de la de los municipales, Me consta que presentó Habeas Corpus por cada uno de ellos y también que ningún escrito fue contestado. ¡Gallinas!
Los “legales” andábamos por la calle, tratando de ser discretos pero sin escondernos, y de pronto alguien te pasaba cerca y murmuraba: -“En la casa de Fulano hay ratonera” o “Se llevaron a Mengano”.
Y empezó también el canguelo: te decían de pasada: -“Parece que Fulano está cantando” y vos te revisabas mentalmente para apreciar las posibilidades de que ese Fulano, que a lo mejor estaba cantando, te cantara.
Había que dominar el pánico y mantener la calma. Algunos, con más o menos razón, se rajaron y yo no sé lo suficiente ni quiero juzgar. Cada uno es “uno y su circunstancia”.
Nos sucedió con Silvia, que además de militar en Adeom era una brillante cuadro de “Finanzas Especiales”… ¡las gordas! Silvia parecía nacida para esa tarea, era capaz de vender helados en el polo.
Pobrecita, una noche se la llevaron, la tuvieron de plantón desnuda y helada de frío y sin que le preguntaran nada la soltaron en medio del Parque Batlle en la madrugada. Como pudo, llegó a su casa, se vistió y acudió a nosotros a contarnos.
El único dato que pudo lograr fue la matrícula del auto negro con que fueron a detenerla. Falsa, por supuesto. Desde las Medidas de Seguridad de Pacheco los aparatos y la embajada yanqui tenían infinidad de matrículas falsas.
Como la de los Maverick en que vinieron los tiradores que, desde el edificio de la Caja Rural, mataron a un estudiante en la Escuela de la Construcción.
Tan falsas como las de las camionetas con las que Dilamar Silva y el panameño Castillo recorrieron el Interior repartiendo papeletas de reafiliación e invitando para el Congreso de Durazno que ganamos.
Nos informaban los compañeros y en cada departamento aparecían con chapas distintas.
Pero Silvia vino a darnos su único dato.
Y se embarcó de inmediato. Esa noche la fueron a buscar de nuevo.
Paremos por aquí resaltando dos cosas que hay que rescatar de ese período de terror.
La primera es que ni sabían todo, ni la gente cantaba todo. En medio del terror y la confusión de la tortura los compañeros aguantaron. Lo dijo en un magnífico relato un botija de apellido Chasale (una familia de comunistas) a quien liberaron porque estaba en las últimas etapas de un cáncer que, con todo, le dio tiempo a salir y escribir su experiencia que difundimos bajo el título de “El protagonista”.
En sus esfuerzos por hacerse popular, la dictadura había contratado a una agencia de publicidad que inventó la serie “El protagonista”. Tomaban a los carneros que se prestasen por dinero y fabricaban un reportaje que “el protagonista” decía estar muy conforme. Les duró dos o tres números.
Bueno: Chasale, moribundo, escribió un relato crudo y duro de las torturas que había padecido en “El Infierno” y alcanzó aún a vivir para hablar en un acto de solidaridad con Uruguay que se realizó en Venecia. Desde ese relato todos supimos lo que era “El Infierno”, “La máquina” y lo que nos esperaba.
Horroroso relato, pero también nos aseguraba que casi nadie cantaba todo. Todos los militantes, comunistas o no, nos beneficiamos y aprendimos de ese silencio. No había ninguno, dentro de los que no habíamos sido apresados, que no tuviéramos a uno o varios de los torturados que si se iban de la lengua nos metían para dentro. Les éramos deudores del silencio y ese silencio nos reafirmaba en la militancia.
La tortura era terrible, pero los compañeros resistieron todo lo que pudieron. Fueron pocos, muy pocos y muy dañinos, los que se pasaron de bando.
Heredamos de los compañeros venidos de Punta Carretas la equívoca denominación de “ortiba”, de “batidor”, que en el caso de los comunes se aplicaba a quien cantaba al pequeño grupo de su banda. Pero una cosa era y es quien en medio de una tortura científicamente estudiada para descentrarlo reconocía algo e involucraba a algunos porque no podía más y otra cosa era el que cantaba y colaboraba.
En fin: creo que, en el caso del Partido, todo el mundo -repito: todo el mundo- pasó por la Comisión de Control y recibió su veredicto. La sanción colectiva que le vedaba ciertas actividades y la individual que llegaba hasta la expulsión.
Esto se va haciendo largo pero, a riesgo de alargarlo más, declaro que compartí y comparto las decisiones. Sanción de acuerdo a la falta y al grado de responsabilidad de cada uno. Y silencio; no era cuestión de ventilar trapos sucios.
Una cuestión final por esta: nadie nunca puede decir que no tuvo a quien consultar. El Partido siempre tuvo Dirección y sus cuadros organizados. Las bajas se cubrían y la estructura continuaba funcionando. Con mayores dificultades, si, y con mayores precauciones.
“La cebollita” era efectiva.
En medio del temporal hicimos una reunión del pleno de la Federación Nacional de Municipales, con Pedro Camilo como Presidente y Gerardo Cuesta informando por la CNT.
Nunca la pregunté a Gerardo, que se presentó de sombrero gris y pañuelo, lo que le daba un aire gardeliano, pero, supongo que ya debía estar a cargo de la Secretaría del Partido y que fue una de sus últimas actividades antes de caer.
Municipales estuvo unos días sin Secretario Político, Idilio, y en reemplazo del Flaco apareció el Negro: Félix Sebastián Ortiz, uno de los últimos “desaparecidos” por la dictadura y mi hermano de la vida.
El hermano que aún lamento y un orgullo de haberlo tenido a mi lado. En general, debo decirlo, estoy orgulloso de las sucesivas direcciones que tuvo el Partido y siento que con ellas se ha cometido una gran injusticia porque fueron el alma de la Resistencia.
Arismendi, por la ortodoxia de que “había una sola Dirección”, los denominó “centros de dirección”, lo cual era correcto pero insuficiente. Quienes asumieron la tarea y se hicieron cargo de una pesadísima responsabilidad y supieron cumplir merecían y aún merecen un reconocimiento. Son el orgullo de un Partido que enfrentó decididamente y resistió lo que parecía irresistible.
Yo, en mi período de comunista e integrante del Comité Central, propuse un par de veces que se hiciera un acto especial de reconocimiento a quienes habían estado a cargo de la dirección concreta y permanente de los comunistas durante la resistencia. En ambos casos tuve el apoyo de todo el Comité Central, inclusive de Arismendi, que era cuidadoso de la terminología pero reconocía el valor y la importancia del papel de los Centros de Dirección.
Nunca se encontró la oportunidad y yo me fui cansando de esa Dirección cuyas resoluciones eran encarpetadas por alguien y dejé de concurrir a la misma.
Pero, eso es otro asunto.
Muy removedor no me produce ningún placer recordar esos momentos tan duros pero no pude dejar de leerlo. Gracias Gordo no sabía que escribías tan bien.