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UN TEMA A TENER EN CUENTA

 Publicado: 05/12/2018

Infancia y psiquiatría


Por Fernando Rama


El disparador de la nota presente es el muy buen reportaje de Ana Matyszczyk [1] referido a los trastornos mentales en la niñez y la adolescencia. Aparecen en dicha publicación aspectos preocupantes y cuestiones que merecen ser analizadas con mayor detenimiento.

Un primer dato a tener en cuenta es que de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud el 17% de los niños padece alguna patología psiquiátrica. Se trata de un guarismo alarmante siempre que se defina con precisión qué se entiende por patología psiquiátrica, definición siempre discutible desde que la causalidad de los trastornos del comportamiento y la depresión –que son los que en apariencia se toman en cuenta- generan siempre dudas y precauciones epistemológicas. También es importante señalar que la población estudiada probablemente incluya a los adolescentes, lo que podría tornarla algo más verosímil.

Antes de continuar con nuestras apreciaciones nos parece oportuno ingresar en un análisis más preciso de la secuencia del desarrollo infantil de acuerdo a los criterios científicos más modernos. Para ello vamos a remitirnos al completo estudio llevado a cabo por Ze´Ev Hochberg[2]. Se define allí un primer período que va de 0 a 2 años y que corresponde a lo que habitualmente llamamos lactancia. Allí se produce un incremento de las hormonas sexuales –la llamada minipubertad– donde el recién nacido depende enteramente de su entorno para la sobrevida. Le sigue un período que se extiende desde los 3 a los 6 años –en las niñas el límite sería de 5 ½ años-, que es lo que llamamos propiamente infancia o niñez. Se trata de un período de total quiescencia hormonal y se acompaña de una relativa autonomía para ciertas funciones. Un tercer período transcurre entre los 6 y los 10 años y se designa como juvenilidad; se acompaña, desde el punto de vista endócrino, con un incremento en la secreción de andrógenos adrenales. La adolescencia es el lapso que transcurre entre los 11 y los 16 años en los varones y entre los 10 y los 14 años en las niñas. Está caracterizado, endocrinológicamente, por la secreción de gonadotrofinas y hormonas sexuales en forma permanente, aspecto éste que se denomina pubertad. Es el período de preparación para la vida adulta.

Esta periodización que acabamos de resumir permite ver con más claridad que referirse a la niñez o a la infancia en sentido general es una simplificación incorrecta y por lo tanto los porcentajes de “enfermedad mental” en ese período de la vida deben ser vistos con mucha precaución. Es, justamente, en los momentos de pasaje de un período a otro que se disparan los problemas que llevan a la consulta con especialistas en psiquiatría o en psicología. Un buen ejemplo de ello es la aparición del autismo, del síndrome de Rett y el síndrome de Asperger, patologías todas de gran importancia para las especialidades involucradas. Se trata de trastornos que obedecen, como toda patología infantil y del adulto, a una compleja interacción entre la carga genética y los factores ambientales. Entre los factores ambientales hay dos que han perjudicado mucho el enfoque de estas patologías. Un factor causante de graves malentendidos es la asociación incorrecta que se estableció entre el origen de estas patologías y los programas de vacunación previstos por los sistemas de salud. Un artefacto estadístico que provocó serias dificultades en la elucidación del problema. El segundo factor, tal vez más dramático aún, fue la atribución de estos trastornos al mal funcionamiento familiar, lo que originó –y aún origina– tratamientos psicoanalíticos tan costosos y prolongados como inútiles.

Si bien el autismo es el mayor desafío que deben afrontar los especialistas, se verifican otras alteraciones mentales tales como la psicosis infantil –origen de largas discusiones académicas- o el síndrome de los tics o de Gilles de la Tourette. Se trata de dos patologías severas pero afortunadamente muy raras y que poseen un componente psico-neurológico notorio. En los últimos tiempos se ha agregado otra “patología”, importada desde la psiquiatría del adulto, que es el trastorno bipolar. Esta problemática es sin duda otro artefacto, es decir un diagnóstico difícil de sostener en la realidad clínica, más allá de la existencia real de episodios depresivos en la infancia.

Este inventario de la patología mental en la infancia -real o supuesto– quedaría incompleto si no mencionásemos, al menos al pasar, todo el espectro del retardo mental, los diferentes síndromes de origen congénito o el trastorno disocial, este último muchas veces desatendido aunque poco frecuente.

Quedan por considerar otros dos problemas que han dado lugar a vacilaciones o discusiones académicas, especialmente relacionadas con el período juvenil, que se superpone con el período de escolarización.

El llamado trastorno de hiperactividad por déficit atencional constituye un primer asunto a tratar. Basta recordar la historia nosográfica de dicha “patología” para sumirse en un mar de confusiones. Durante mucho tiempo aquellos niños que eran demasiado inquietos en clase, que dificultaban la tarea de los docentes, eran etiquetados como portadores de una “lesión cerebral mínima”, diagnóstico que dejaba perplejos a familiares y docentes ya que resultaba imposible localizar la supuesta “lesión cerebral”. Tampoco existía una terapia específica y, como algo había que hacer, los neuropediatras propinaban, al menos en los casos extremos, una serie de medicaciones que agregaban más problemas al comportamiento infantil. Llegó luego la etiqueta de trastorno de hiperactividad por falta de atención, lo que suponía una suerte de relación causal entre la incapacidad para concentrarse en las tareas escolares y la hiperactividad. Tal enfoque de la problemática fue acompañado por la aparición de una medicación de la familia de las anfetaminas denominada ritalina. Este enfoque entusiasmó, y aún entusiasma, a las maestras que pasaron a recomendar el empleo de la ritalina, con o sin consulta con el especialista. En casos extremos se conminaba a los padres a medicar al infante so pena de no permitirle concurrir a clase, práctica que viola numerosas reglas de la deontología pedagógica. En una ulterior etapa comenzó a vislumbrarse que la falta de atención y la hiperactividad no necesariamente y en todos los casos coexistían; es decir, algunos niños se distraen en clase –o simplemente se aburren– pero no son hiperactivos; otros tienen mala conducta pero son capaces de concentrarse en las tareas cuando se emplean recursos didácticos adecuados. El resultado de toda esta confusión es que muchos niños reciben esa medicación durante el año escolar, muchos más de aquellos en los que el empleo de la medicación estaría indicado. Los técnicos consultados por la autora del artículo-investigación que estamos comentando -la Prof. Laura Viola y el Psiquiatra Infantil Ariel Gold– señalan que de un 7% de los niños diagnosticados con este trastorno sólo la mitad recibe la medicación indicada. Las dudas, entonces, surgen a partir de interrogantes a nuestro juicio pertinentes: se trata de un diagnóstico cuya construcción parece bastante débil; se carece de datos fiables sobre los efectos a largo plazo del empleo del psicofármaco y es sensato desconfiar de las estadísticas provenientes del M.S.P. debido a los criterios burocráticos que desde hace décadas padece esa repartición estatal en materia epidemiológica.

Otro grupo de problemas –detectados en especial en la edad escolar– se refiere a las dificultades de algunos niños con la lecto-escritura. Me refiero a la dislexia, la disortografía y otros percances como el tartamudeo. Aquí el desafío es mejorar el trabajo de las maestras y maestros y la derivación sensata a especialistas experimentados. Además –y esto es lo que realmente importa- evitar la valoración negativa en cuanto al rendimiento escolar de los niños que presentan estas problemáticas.

El artículo de Ana Matyszczyk señala en el copete: “Especialistas en el abordaje de patologías mentales infantiles coinciden en que cada vez son más las consultas de padres por el estado psicológico de sus hijos”. Llama la atención, sin embargo, que el Dr. Ariel Gold señale que “los padres están cada vez más ausentes que antes en la vida de sus hijos y afecta su aparato psíquico”.

Creo que lo que en realidad ocurre es una visión dispar por parte de las familias en torno a esta problemática. Por un lado los sectores de bajos ingresos y escaso bagaje cultural ignoran por completo estas problemáticas y no siempre tienen disponibilidad para acceder a las consultas con especialistas y por otro hay un sector de mayor nivel cultural que acude a las consultas. Dicho esto corresponde no absolutizar esta dicotomía, entre otras cosas porque es a partir del ámbito escolar que se detectan los problemas y las actitudes frente a la palabra pedagógica son muy dispares.

En este sentido me parecen más sensatas las afirmaciones de la Prof. Adriana Cristóforo, docente de la Facultad de Psicología, quien señala: “es contraproducente diagnosticar con el título de trastornos psiquiátricos a los niños, porque se corre el riesgo de rotularlo con una enfermedad mental cuando, en verdad, se trata de un individuo dinámico en plena transformación”. Me parece evidente que, como señala la Prof. Cristoforo, existe un abuso del uso de medicación como recurso terapéutico en nuestro país. En mi opinión es altamente perjudicial el suministro de antidepresivos a los niños por dos razones fundamentales. En primer lugar porque ese gesto suele ser el prólogo de una vida adulta marcada por el empleo de medicación psiquiátrica. En segundo lugar porque la prescripción generalizada de antidepresivos está cada vez más cuestionada en cuanto a su eficacia, tanto en niños como en adultos. Por otra parte tampoco se trata de eternizar la permanencia de los niños en años de “psicoterapias” que con frecuencia son también el prólogo de una dependencia de por vida.

Una última observación se refiere al tratamiento de adolescentes y a la posible irrupción de un brote esquizofrénico, ya que cuando esa psicosis se produce en forma precoz suele adquirir una extrema gravedad. Ocurre, con cierta frecuencia, que los especialistas acostumbrados a lidiar con las patologías propias de la niñez y la adolescencia descuidan este importante asunto.

3 comentarios sobre “Infancia y psiquiatría”

  1. Fui madre de un niño hiperactivo que una médica uruguaya en Caracas le dio Meleril ? la segunda dosis ya no se la di. Después apareció la dislexia. Tengo que agradecer a todas las maestras de aquella Escuela Brasil que comenzó en el 85 y que se encargaron de mi hijo. en especial a Chiqui San Julián, que se lo llevaba a su casa y le seguía dando clase. Ahora es un veterinario. Toda solución está en el hogar y en los docentes y si es necesario en técnicos que ayuden..

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