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AUMENTAN LAS TENSIONES EN EUROPA ORIENTAL
A río revuelto…
Por Luis C. Turiansky
El caso de Belarús
El nombre “Bielorrusia” proviene del ruso. Cuando la Unión Soviética se disolvió, les pareció útil buscar una denominación más autóctona. Quedó entonces “Belarús”, que quiere decir Rus Blanca, en referencia a las primeras formaciones estatales de los eslavos de Europa oriental. Finalmente, el término fue adoptado por las Naciones Unidas para la nomenclatura de sus Estados miembros, en todos los idiomas de trabajo de la Organización.
Al frente del país se encuentra, sin interrupción desde 1994, Aleksandr Lukashenko, quien maneja los asuntos del Estado con bastante mano dura. Es, en cambio, un gran amigo y aliado del presidente ruso Vladímir Putin. Desde hace cierto tiempo, ambos trabajan por la fusión de ambos países.
Se afirma que Lukashenko volvió a ganar las últimas elecciones presidenciales gracias al fraude y el confinamiento de líderes opositores. A raíz del incidente con un avión en tránsito, obligado a aterrizar para detener a un viajero requerido, la Unión Europea adoptó sanciones y desde entonces recomienda a las compañías extranjeras eludir el sobrevuelo del territorio de Belarús. En respuesta, el reelecto presidente amenazó con enviarles miles de refugiados de Medio Oriente, actualmente viviendo en el país.
Una operación con naves nacionales permitió traer, durante el primer semestre de 2021, un número considerable de refugiados, principalmente de Irak. Desde entonces muchos de ellos se concentran junto a la frontera polaca, donde empieza la Unión Europea, con la intención de cruzarla y proseguir su camino hasta la ansiada Alemania. El gobierno polaco se niega a recibirlos y solicita la ayuda internacional, especialmente de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), de la que Polonia es miembro. En contrapartida, ofrece la posibilidad de instalar en la zona fronteriza una base militar permanente.
El fantasma de la guerra
Desde 2014, las relaciones entre Ucrania y la Federación de Rusia no andan nada bien. He dedicado al tema dos artículos en Vadenuevo, uno de ellos para ilustrar el empeoramiento general de las relaciones internacionales y que he tenido la audacia de titular “La segunda guerra fría”. Los presidentes pasan, y la asesora Victoria Nuland, mencionada entonces como encargada de la logística de la rebelión de la plaza Maidán en Kiev y que se hizo célebre por la frase “y la Unión Europea, que se joda”, es hoy Subsecretaria de Estado (equivalente a viceministra de relaciones exteriores) en el equipo de Joe Biden en Washington.
Para complicar aún más esta situación, Ucrania intensifica sus esfuerzos diplomáticos con vistas a su adhesión al Tratado del Atlántico Norte. Algo similar es el caso de Georgia en el Cáucaso, aunque de este país se habla menos, últimamente. Vale la “teoría del río”, según la respuesta de Helmut Kohl a Mijaíl Gorbachov durante su paseo común al borde del Rin en 1991, en que el líder soviético se quejó de que Occidente no cumplía su promesa de no extender la OTAN hacia la frontera rusa, a lo cual Kohl retrucó: “¿Ves, Misha, el río que corre? Siempre nos pasa”.[1]
El clásico Drang nach Osten (avance hacia el este), en la versión de la OTAN del siglo XXI. Fuente: El Orden Mundial
Ahora Rusia ha decidido que no permitirá la eventual inclusión de Ucrania en las filas de la OTAN, como se pretende, con la anuencia de EE.UU.. Para impedirlo, ha adoptado la táctica de movilizar sus tropas junto a la frontera, amenazando una intervención que significaría la guerra. Es más, lo hace sin ocultarlo, para que todo el mundo lo sepa. En este contexto es que deben entenderse las denuncias de inminente invasión rusa a Ucrania (¿en enero de 2022?), provenientes de fuentes ucranianas o de los servicios secretos estadounidenses.
El expediente ucraniano está actualmente a consideración de los Estados miembros. Si Rusia se propone intervenir militarmente, tendría que hacerlo antes de la aprobación formal del pedido ucraniano. Posteriormente, es aplicable la cláusula de ayuda mutua y se supone que Rusia no se animaría a un enfrentamiento directo con la OTAN.
Combinado con los sucesos en Belarús, esta situación tiene los atributos de una crisis estratégica de extrema gravedad, comparable tal vez con el bloqueo de Berlín en 1961 y el de Cuba en 1962, que pusieron al mundo al borde de la tercera guerra mundial. En efecto, de no manejarse con prudencia, podría conducir a un conflicto directo entre Rusia y sus aliados, por un lado (lo que incluye a Belarús), y la OTAN, por el otro.
Los “grandes” en escena
Durante la ansiada videoconferencia entre los presidentes Joe Biden de Estados Unidos y Vladímir Putin de Rusia, que tuvo lugar el pasado 7 de diciembre, el norteamericano advirtió que “Estados Unidos y sus aliados europeos están decididos a no permitir que Rusia invada a Ucrania” ("EE.UU. amenaza a Rusia con sanciones y bloqueo del gas", El País, Uruguay, 08.12.2021). En todo caso, responder a una agresión tan solo con sanciones económicas y comerciales parece poca cosa, ¿no?
En lo que refiere al bloqueo de la comercialización del gas ruso, se trata de una vieja ambición de EE.UU., cuyo gobierno, ya desde tiempos de Donald Trump, promueve, como sucedáneo, el gas licuado, de más fácil transporte, y que allí se obtiene a partir del gas extraído de esquistos bituminosos mediante el método llamado “fracking”.[2] De modo que, más que responder a un eventual acto de agresión contra un país amigo, se trata de ganarle a Rusia la partida en la competencia mundial por el gas de petróleo, cuyo precio hoy aumenta aceleradamente.
Pero veamos cómo reaccionó la parte rusa. El portal informativo de la Presidencia de la Federación de Rusia (http://www.en.kremlin.ru/) difundió el mismo día una amplia nota acerca de la “reunión” (sic, sin duda dicho en sentido figurado) efectuada gracias a la tecnología moderna ("Meeting with US President Joseph Biden", 07.12.2021, en inglés). Respondiendo a la queja de Joe Biden acerca de las presuntas amenazas rusas contra Ucrania, Vladímir Putin habría consignado que es más bien la OTAN la que adopta medidas tendientes a “afirmar su presencia en Ucrania y desarrollar su capacidad militar en la zona fronteriza con Rusia”.
Es por tal motivo que, cita el Kremlin, “Rusia reclama garantías vinculantes que excluyan toda expansión ulterior de la OTAN hacia el este o la instalación de sistemas capaces de albergar armas ofensivas en los países limítrofes con Rusia” (traducido de la versión inglesa). Lo de las garantías “vinculantes” (o sea, a través de un documento escrito de valor jurídico) alude a que, como hemos visto cuando mencionamos la conversación junto al Rin de Kohl y Gorbachov, “las promesas se las lleva el viento”.
El día 15 de diciembre, las autoridades rusas hicieron entrega oficial, a la parte norteamericana, de las condiciones que proponen para regir las relaciones mutuas. Consta de dos proyectos, uno concerniente a las relaciones con la OTAN, y otro a las vinculadas con Estados Unidos. Las agencias de prensa internacionales citan ampliamente sus principales lineamientos, pero parecería como si el texto en sí estuviera sometido a embargo, porque nadie lo reproduce. He visto, no obstante, una versión en checo, idioma demasiado exótico para mis lectores, como referencia. Lo que puedo adelantar es que, en general, sus puntos coinciden con la declaración del Kremlin antes citada: acuerdo vinculante de no extensión de la OTAN a otros países que fueron repúblicas soviéticas, abstención de toda actividad militar en zonas limítrofes con Rusia, y medidas similares.
Ni corto ni perezoso, el presidente ucraniano Volodímir Zelensky corrió a Bruselas para consultar a la OTAN. Del encuentro, dos declaraciones se destacan: por un lado, Jens Soltenberg, en nombre de la Organización, declaró inadmisible todo cuestionamiento del “derecho inalienable de cada país a adherir al grupo militar de su preferencia”; obsérvese que considera magnífico tener varios grupos militares para elegir. Su interlocutor, el presidente Zelensky, fue derecho al grano e insistió en que Occidente no podía dejar sola a Ucrania, pues esta es, dijo sin rodeos, “un puesto de vigilancia avanzada de la OTAN”.
Los riesgos del diferendo
Naturalmente, no se puede excluir que, efectivamente, Putin desee invadir Ucrania. En reiteradas ocasiones ha manifestado que considera a ese país, histórica, étnica y culturalmente, parte del legado común de las “rus” originarias: la de Moscú, representada hoy por Rusia, la de Kiev, convertida luego en Ucrania, y la “Rus blanca”, o sea, Belarús. Pero no hay que remontarse a un pasado demasiado lejano para recordar la anexión rusa de Crimea, antes cedida a Ucrania, después de enviar tropas irregulares y organizar un referéndum por el retorno de la península a Rusia y que, ¡vaya casualidad!, así se aprobó.
En todo caso, la actual escaramuza diplomática entre Rusia y “Occidente” pone de relieve, por si era necesario recordarlo, que una estructura militar como la OTAN, que responde principalmente a los intereses de EE.UU., tal como el método de adoptar las grandes decisiones a partir de los intereses geopolíticos, no son precisamente los instrumentos más idóneos para proteger la paz en el mundo.
Un aliado esencial, el Reino Unido, no parece muy entusiasmado con la idea de una guerra por Ucrania. El ministro de Defensa Ben Wallace fue terminante: “La verdad es que [Ucrania] no es miembro de la OTAN, así que es muy improbable que se envíen tropas allí para parar a los rusos […] No hay que tomarle el pelo a la gente diciendo que sí lo haremos. Los ucranianos ya lo saben” ("Ben Wallace: Britain is ‘highly unlikely’ to send troops to Ukraine",The Spectator, Londres, 18.12.2021). Dicho por un ministro de Su Majestad, son palabras que asombran. Hasta podrían entenderse como una indicación a Rusia de que “el camino está libre”. Una interpretación algo más racional, en todo caso, es que el fantasma de la guerra que se ha creado es, en el fondo, un “bluff” que solo persigue el objetivo de ganar a Ucrania en el seno de la OTAN, pese a la oposición de Moscú.
En situaciones como esta, sin embargo, también un incidente fortuito puede provocar un conflicto de grandes proporciones. Las víctimas inmediatas serían los pueblos de la región, que ya pagaron en el pasado precios exorbitantes en las guerras que por allí pasaron. Pero, dadas las circunstancias, es la paz mundial que corre peligro. ¿Tendremos que sacar de nuestros archivos, si los conservamos, o de la memoria, últimamente ya bastante deteriorada, la rica experiencia de las acciones por la paz que transcurrieron durante todo el período histórico conocido como Guerra Fría?